ALBA HAHN UTRERO
Si existen dos desafíos fundamentales y compartidos a nivel internacional para garantizar el progreso y el bienestar de la humanidad en el presente y en el futuro, estos son la emergencia climática y la lucha por la igualdad de género.
La pandemia de la COVID-19 ha incidido todavía más en la necesidad de afrontar estos retos. No en vano, la destrucción de los ecosistemas naturales y el aumento de la temperatura están directamente relacionados con el aumento de catástrofes naturales y la propagación de enfermedades, y la gestión de la pandemia ha evidenciado no solo la centralidad social y económica, sino también la precariedad de muchos sectores feminizados, como son la sanidad, la educación y los servicios de limpieza, así como la brecha de género en materia de cuidados y la brecha digital.
Así, si se quieren impulsar políticas eficaces para mitigar los efectos del cambio climático, será necesario que estas incorporen la perspectiva de género:
Primero, porque las consecuencias negativas de la emergencia climática afectan de manera desproporcionada a las mujeres.
La discriminación económica, política y cultural sufrida por las mujeres históricamente conlleva su sobrerrepresentación entre los sectores más vulnerables, que serán también los más afectados por el cambio climático.
Se calcula que en 2050 puede llegar a haber 200 millones de refugiados climáticos, de los cuales un 80% serán mujeres y niños. Actualmente, las mujeres suponen ya un 70% de la población más pobre del planeta y casi dos tercios de las trabajadoras rurales, especialmente en países del sur global, cuyas poblaciones se verán especialmente impactadas por la desertización y la escasez de agua.
Los roles de género tradicionales limitan el acceso de las mujeres a la propiedad de la tierra y a una educación en igualdad que les permita adaptarse laboral y tecnológicamente a la nueva realidad climática, pero también implican que deben destinar gran parte de su tiempo a buscar recursos naturales, como agua o biomasa, en zonas donde el acceso a estos recursos es limitado.
Estos roles limitan, incluso, su capacidad de evacuar zonas de riesgo. Las mujeres tienen catorce veces más probabilidades de morir a causa de catástrofes naturales.
El aumento de los conflictos interestatales a causa del cambio climático (un 40% tiene relación con los recursos y otros aspectos medio ambientales), también expone a las mujeres a más violencia física y sexual, además de abocarlas todavía más a la pobreza.
Mejorar las condiciones medioambientales y frenar el calentamiento global supone, por tanto, mejorar la calidad de vida y las oportunidades de las mujeres.
Y en segundo lugar, la política medioambiental con perspectiva de género es esencial porque, según demuestran los datos en el caso de España, son las mujeres las que más están emprendiendo acciones para proteger al medio ambiente.
Según los datos aportados por el Ministerio de Igualdad, las mujeres se auto-responsabilizan más como causantes del cambio climático (61%) frente a los hombres (47%). También ellas son mucho más dadas a señalar la responsabilidad de las empresas en materia de ecologismo (76% frente a un 68% de los hombres encuestados).
Más allá de esta brecha en la concienciación, destacan algunos hábitos de comportamiento y consumo de las mujeres como pueden ser la apuesta por la energía solar (10 puntos porcentuales mayor que la de los hombres), la disminución del consumo de carne, o el mayor uso del transporte público y los medios de transporte compartidos.
Estos datos no impiden, sin embargo, que las mujeres tengan una participación minoritaria en muchas ramas de actividad vinculadas con el ámbito medioambiental, como es el caso de muchas ingenierías. Más preocupantemente, hay una brecha de género muy significativa en la participación y el liderazgo de las mujeres en las instituciones políticas y empresas encargadas de impulsar e implementar los compromisos necesarios para frenar la emergencia climática, lo que muchas veces impide que estos incluyan la perspectiva de género necesaria.
Esta falta de representación en los espacios de toma de decisiones, provocada en gran parte por la menor participación global de las mujeres en sitios de liderazgo político y empresarial, se ve en cambio compensada en el mundo del activismo.
En España, el perfil medio del activista es una mujer de 35 años, con estudios superiores y de clase media-alta. Y este protagonismo de las mujeres en las organizaciones sociales también se deja notar en el activismo ecologista a escala global.
En este monográfico ya se ha hablado sobre la figura de Greta Thunberg, seguramente la activista ecologista más conocida del momento, pero también hay otras jóvenes activistas cuyo trabajo merece la pena conocer:
Un ejemplo es la organización Bye Bye Plastic Bags, fundada por Melati e Isabel Wijsen en 2013, y que trabaja para eliminar las bolsas de plástico de playas, escuelas y otros espacios en toda Indonesia, con el objetivo de que el país deje de utilizar bolsas de plástico en 2021.
También destaca el trabajo de la ugandesa Vanessa Nakate, dedicada a la venta de baterías solares a nivel local, la promoción de una agricultura que se sostenga a partir del agua pluvial, el acceso al agua potable, y que ha liderado protestas contra la emergencia climática en el país, utilizando las redes sociales para conectar con activistas de todo el mundo.
Por último, la iniciativa Re-Earth, impulsada por la activista Xiye Bastida, muy alineada con el movimiento Friday’s For Future, también trabaja para que el movimiento ecologista sea verdaderamente interseccional, ofreciendo acciones tangibles para aquellas personas que no pueden participar en protestas, por ejemplo.
Estos son solo algunos nombres de las muchas mujeres, e iniciativas lideradas por mujeres, que merece la pena conocer. Todas ellas contribuyen no solo a combatir la emergencia climática, si no a vincular la causa ecologista con otros objetivos esenciales para la transición a una economía sostenible, que revalorice los cuidados como pilar esencial de la sociedad, para garantizar que la revolución digital sirve para cerrar, y no aumentar, las brechas sociales actuales y para dar voz a un activismo interseccional que empodere a los colectivos más vulnerables.
Solo con esta perspectiva interseccional se conseguirá que las mujeres, especialmente aquellas más impactadas por la emergencia climática, colideren las políticas, decisiones y acciones emprendidas a nivel local, estatal e internacional, condición necesaria para dar respuesta a los dos grandes retos de nuestra sociedad.
Alba Hahn Utrero es Experta en Relaciones Internacionales. Consultora de comunicación política en ideograma. @Alba_HahnU
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