Emma Goldman o la mujer que quería hacer la revolución bailando

OLYMPIA ARANGO

Una de las frases más famosas de Goldman es Si no puedo bailar, no es mi revolución. Las malas, o buenas lenguas, según qué visión tengamos del movimiento anarquista el siglo XX, dicen que la protagonista de este artículo estaba en una manifestación y discutió con un camarada sobre la manera correcta de manifestarse. Mientras él creía en la seriedad, los cánticos y la sobriedad, Goldman defendía que todo eso no tenía por qué estar reñido con la diversión, es decir, que se trataba de una falsa dicotomía. Más allá de la anécdota, en este breve artículo no pienso enfangarme en la defensa o la crítica de cómo debe o debería manifestarse el movimiento anarquista. Lo que sí pretendo es explicar por qué es importante entender qué fue Emma Goldman para la historia. Esta autora no solo es relevante su legado para aquellos que simpatizan con su pensamiento, sino también para todos los frentes políticos y personales, que al final son dos caras de la misma moneda, que de una manera u otra beben de su ideario político.

De su trayectoria personal es interesante destacar que fue considerada por el gobierno estadounidense como la mujer más peligrosa de América, se la conoce por haber sido considerada una terrorista y fue encarcelada en varias ocasiones por verse envuelta en grupos anarquistas que abogaban por la acción directa. Durante un tiempo se desplazó a la Unión Soviética para palpar la materialización del sueño socialista, que desde su postura anarquista criticó ferozmente, como también lo hizo con la realidad capitalista de otros países. A lo largo de su vida Goldman teorizó sobre distintos temas políticos. Su análisis sobre la prostitución sentó las bases para entender la importancia de no juzgar una decisión individual sin otorgar perspectiva colectiva, especialmente de clase, a un fenómeno que responde a la intersección entre capitalismo y patriarcado. Criticó duramente al movimiento sufragista, en esa época llamadas feministas. Consideraba que la liberación de la mujer era una lucha que debía ser parte de la liberación del proletariado, es decir, del fin del capitalismo, no una cuestión reformista ligada a la democracia liberal. Aun siendo una figura importante dentro del movimiento anarquista, su visión sobre las relaciones homosexuales le costó más de una disputa. Goldman defendía el amor, independientemente del género o personas que formaran el vínculo. Concretamente, Goldman defendía el amor libre y es precisamente eso de lo que quiero hablar aquí, de su concepción relacional.

En 1931 Goldman escribía una carta a uno de sus amores de entonces, Alexander Berkam. En ella expresaba una encrucijada en la que se encontraba, escoger entre el hombre al que amaba o la lucha por sus ideas libertarias. Recurrentemente, se puede apreciar como en su correspondencia se consideraba a sí misma una hipócrita, una mentirosa, alguien que no estaba a la altura del “verdadero ideal anarquista”, ya que en los discursos que enarbolaba sostenía la libertad por bandera, pero en su vida personal en contadas ocasiones los celos la invadían de una forma casi incomprensible. A mi parecer, la concepción de amor libre no debe de estar siempre ligada a una defensa a ultranza del poliamor o de modos relacionales estrictamente no monógamos. Lo que sí entiendo es esta obsesión, explicada o justificada por el contexto histórico, de la autora de desligarse lo máximo posible de cualquier pretensión de propiedad privada en sus relaciones personales. El hecho de que ella misma en su ensayo titulado “Matrimonio y amor” explique como la concepción burguesa de la familia tradicional y el matrimonio en sí mismo suponen para las mujeres una cadena perpetua, delimita el marco de pensamiento crítico con el amor burgués de la época. No se trata únicamente de una crítica al amor monógamo per se, se trata de comprender cómo mediante los mecanismos sociales de la época, el matrimonio suponía para la mujer una pérdida de agencia y la creación de una dependencia económica hacia su cónyuge.

Una respuesta firme y no demasiado elaborada que podríamos hacer desde la actualidad es decirle a Goldman que hay más mujeres en el mercado laboral ahora que antes , que la brecha de género en sueldos se ha ido reduciendo en ciertos sectores y que nosotras gozamos de más independencia económica que nuestras madres o abuelas, o que al menos esta concepción de independencia es ahora distinta. ¡Ojalá ser tan ingenuas y poder responder solo con eso! El análisis que hacía la autora iba más allá y trasciende la cuestión meramente económica. ¿Somos realmente tan libres si pensamos siempre en el ideal de la familia y si este pasa porque nosotras cuidemos de los hijos? ¿Somos realmente libres en el amor si renunciamos nosotras sistemáticamente a nuestra trayectoria profesional? ¿Somos realmente libres si dependemos de un trabajo y de unas condiciones, en muchos casos precarias, para desarrollar una vida mínimamente satisfactoria? ¿Somos verdaderamente libres satisfaciendo nuestras necesidades, que creemos intrínsecas, bajo el sistema capitalista? Estas son algunas de las preguntas que Goldman podría lanzarnos si tuviésemos la audacia de decir que, a día de hoy, somos libres en el amor, en sociedad y en todos los ámbitos de nuestra vida.

Me gusta pensar que el escrutinio personal que llevó a Goldman a escribir en 1909 a su amante Ben Reitman nos puede ayudar a nosotras a ver el amor de otra manera: “No tengo el derecho de transmitir un mensaje a los demás cuando no hay mensaje en mi alma. No tengo el derecho de hablar de libertad, puesto que me he convertido en una esclava abyecta del amor” Con esto no quiero hacer una oda a la fustigación, a fiscalizar cada movimiento, emoción y pensamiento propio o del resto, pero sí sería útil, o, mejor dicho, bello, en el sentido filosófico del término, que comprendiéramos el amor libre en todas sus formas y trabajásemos por ello en cada relación y cada vínculo que formamos a lo largo de nuestra vida. 

Recogiendo el testigo de lo explicado en las primeras líneas querría dejar claro que el pensamiento y figura de la autora que hoy ocupa unas páginas en este monográfico, da para mucho más que una escueta reflexión sobre el amor libre, pero creo firmemente que el amor, como causa política, merece también tener su espacio de reflexión y aprendizaje.

 

Olympia Arango  es Economista. Estudiante del máster de economía y psicología de la PSE. Vicepresidenta de debat-t.org y de Synapse. Miembro de AfevCat y Espai08. (@ArangoOlympia).

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Referencias y biografía: 

Las referencias teóricas de la autora han sido extraídas del siguiente compendio de ensayos y recopilación de correspondencia: 

Feminismo y Anarquismo de Emma Goldman, Prólogo de Lola Robles (2017). Enclave Ediciones