Estado de la Nación

MARIANO RAJOY

Tras escuchar esta mañana al Sr. Rodríguez Zapatero, la pregunta que cabe hacerse es, ¿en qué se diferencia este debate del que celebramos hace un año?
Por mi parte, en nada. Por la suya, en todo.
Lo que yo reclamaba entonces es lo mismo que reclamo ahora: austeridad en el gasto público, reformas estructurales, medidas para fomentar el empleo… Yo no he cambiado, porque mi diagnóstico no ha cambiado, y porque las necesidades tampoco lo han hecho. Son las mismas, pero más graves.
El señor Rodríguez Zapatero, en cambio, ha pasado de la noche al día, del negro al blanco, de la indolencia a la precipitación.
Todo lo que rechazaba entonces lo defiende ahora.
Le dije hace un año, una vez más, que su desmadrado gasto público provocaría un déficit que rondaría el 10%. Que era insostenible y que implicaría una reducción de los créditos a las familias y a las empresas, es decir, menor inversión, menor consumo y mayor estancamiento.
Me contestó (cito literalmente): “Hemos practicado y practicamos una política de austeridad”, pero “para salir de la recesión es necesario un impulso fiscal y no hacer demagogia de que se gasta más o se gasta menos.”. Fin de la cita. Esta perla figura en la página 27 del diario de sesiones del 12 de mayo de 2009. “No hacer demagogia de si se gasta más o si se gasta menos”. Una frase que pide mármol, señorías.
Le dije también que era preciso abordar ya la reforma laboral, sin la cual no podíamos pensar en favorecer la creación de empleo estable. Le dije que no había nada más importante, ni más social, ni más solidario, ni más nada.
Me contestó, y cito literalmente: “Quiero dejarlo hoy muy claro: si hay alguna propuesta de abaratar el despido o de recortar derechos de los trabajadores, le digo que no va a pasar porque la mayoría del grupo socialista no la va a aceptar” Añade el Diario de Sesiones: “aplausos de los diputados del grupo socialista puestos en pie”.
Como yo insistí, el señor Rodríguez Zapatero lo repitió en la réplica. Cito: “Yo he dicho, señor Rajoy, que no hay que hacer una reforma laboral.” “Usted es el que afirma que hay que hacer una reforma laboral.”
No satisfecho, negó evangélicamente por tercera vez. Cito: “He mantenido y mantendré que no se producirá ninguna reforma laboral que debilite los derechos de los trabajadores o facilite, abaratándolo, el despido. Lo mantengo y lo mantendré”.
¡Qué cosas señorías!
Pues bien, un año después de estas amenidades, el señor Rodríguez Zapatero nos dice que lo adecuado es hacer todo lo contrario de lo que ha defendido hasta ahora.
No iba a tocar el gasto social… y lo ha recortado.
No iba a tocar el sueldo a los funcionarios… y lo ha bajado.
No iba a tocar las pensiones… y las ha congelado.
No iba a tocar la legislación laboral sin el acuerdo de patronal y sindicatos… y lo ha hecho por Decreto.
Si esto es lo que había que hacer, ¿para qué nos ha hecho perder un año, señoría?
¿No estaban las cosas suficientemente mal hace doce meses?
Si nos hubiera hecho caso entonces, si hubiera cumplido con su deber, ahora no tendríamos que estar hablando de esto.
Estarían dando frutos esas reformas, esas rectificaciones que tanto le apremian ahora. Mucho mejor cumplidas, con más sosiego, con más justicia, con menos dolor.
¿Sabe usted lo que nos ha hecho pagar con su obstinación?
En doce meses, se han destruido setecientos mil empleos , y el paro ha llegado a la cifra de cuatro millones seiscientos doce mil.
Han cerrado treinta y cinco mil seiscientas ochenta y siete empresas.
La deuda ha crecido en más de cien mil millones de euros.
Ha inundado los bancos españoles con su deuda.
España es hoy la única nación desarrollada que no crecerá en 2010.
Ha cerrado la persiana al empleo de los jóvenes, cuyo índice de paro supera ya el 40%.
Y es difícil saber cuántos españoles han descendido del bienestar a la pobreza.
Todo esto en doce meses, señoría, en sus doce meses de retraso, en sus doces meses de empecinamiento. Así está la Nación y no como dijo usted esta mañana.
Y no son cifras, señoría. Estamos hablando de personas. Ni siquiera de personas que atraviesan dificultades. Hablamos de seres humanos que sufren. Sufren por ellos mismos, sufren por los suyos, sufren por su dignidad.
Con qué palabras puede usted responder al parado que le diga: “si se hubieran hecho las cosas a tiempo yo no hubiera perdido mi trabajo”, o mi empresa, o mi casa… ¿con qué palabras?
¿Cuántas empresas españolas han tenido que cerrar porque usted no ha afrontado a tiempo la crisis?
Cuando tenga un rato libre visite usted un comedor de asistencia social y hable con la gente que allí acude, yo lo hice y usted no.
Todo esto en un año, señoría.
Si estos son los resultados del buen gobierno, que se me muestren cómo pueden ser los del malo.
Pero no acaba aquí todo. No sólo ha multiplicado el pesar de los españoles. Además, se ha convertido en un grave problema para otros países. No el único, pero sí el más grave de toda Europa.
Desde todas las instancias europeas e internacionales han estado, durante dos años, pidiéndole que redujera el déficit, y no ha hecho caso. Dos años reclamándole unas reformas estructurales, y no ha hecho caso. Hasta que un mal día surge el temor de que España no pueda pagar sus deudas. Como esto tendría efectos catastróficos en Europa y en América, se acuerda ofrecernos un aval a cambio de que, a partir de ahora, abandone usted sus imaginativas políticas errabundas y se atenga a lo que se le diga.
No quiso hacerlo en prosa y ahora tendrá que hacer lo mismo, pero en verso. No quiso hacerlo cuando era más fácil y tiene que afrontarlo cuando es mucho más difícil. No quiso hacerlo como iniciativa propia y ahora tiene que arrostrarlo como imposición ajena.
Algo hemos ganado, señorías. La tutela europea nos protege del señor Rodríguez Zapatero, nos libera de sus peores arbitrariedades. Lástima que no nos libre también de su peligrosa ineficacia.
Lo más sorprendente, llegados a este punto, es que el principal responsable de este descalabro, inflamado de fervor patriótico y alegando sentido de la responsabilidad, pretenda ofrecerse como remedio.
Tras despreciar durante años todas las recomendaciones de las instituciones económicas, ahora pretende convertirse en el intérprete de lo que despreciaba.
En otras palabras: el señor Rodríguez Zapatero condena la conducta del señor Rodríguez Zapatero y se dispone, generosamente, a salvarnos del señor Rodríguez Zapatero.
A partir de ahora, pretende aplicar y defender lo contrario de lo que ha hecho; lo contrario de lo que defendía en la campaña electoral; lo contrario de lo que motivó que lo eligieran; lo contrario de lo que se comprometió en el Debate de Investidura; lo contrario de lo que haría si se le pasara el susto.
¿Cómo se entiende que sea usted quien nos proteja de usted mismo, y sea usted quien nos garantice que usted no va a perjudicarnos más? Esto me resulta tan incomprensible como un galimatías.
Sin duda, señorías, es mejor que las cosas se hagan bien, aunque sea a la fuerza, que mal por inclinación, pero ¿está el señor Rodríguez Zapatero preparado para hacer las cosas bien, aunque sea a la fuerza?
Sinceramente, no, señorías. Me temo que por su parte pesa más el quiero que el puedo, el deseo que la capacidad.
Si lo hizo mal cuando no tenía prisas, ¿cómo lo hará ahora que responde a trompicones y a matacaballo?
El recorte lo negó y lo afirmó en menos de 72 horas; la reforma laboral ha aparecido y desaparecido durante estos meses como una especie de Guadiana; los mensajes sobre los impuestos suben y bajan como las mareas; el copago va y viene, Almaraz se mantiene, pero Garona se cierra, el Boletín Oficial balbucea rectificaciones…
Lo mejor que se puede decir de su manera de aplicar las directrices europeas es que resulta deplorable. Ha actuado con los aturdimientos y las prisas del mal estudiante de última hora y el resultado es que ha recortado poco, mal y sin justicia.
Lo ha hecho mal porque amenaza toda posibilidad de recuperación, y porque a la vista de todo el mundo está cómo se derrama el dinero de los gastos superfluos, de las subvenciones arbitrarias y del despilfarro.
Y, sobre todo, ha sido injusto.
Ni siquiera le ha temblado la mano para congelar las pensiones. ¡Nunca hubiera imaginado que esto pudiera ocurrir, señoría! ¡Es que no estamos hablando sólo de las pensiones de jubilación, que ya es suficientemente grave! Hablamos de viudas, de huérfanos, de personas con discapacidad. ¿Cuáles son, según usted, los sectores más débiles de la sociedad?
Sin encomendarse a nadie, se ha cargado el mejor pacto que teníamos en España. Ha destruido un consenso nacional, un acuerdo tranquilizador que aportaba confianza a los trabajadores y pensionistas porque era sólido, porque parecía inamovible… Y viene usted y se lo carga de un plumazo para racanear 1.500 millones de euros, como si no hubiera otro sitio de dónde sacarlos. Mal en el fondo, mal en la forma: lo que ha hecho es una arbitrariedad que refleja la auténtica medida de su pretendida sensibilidad social y deja al descubierto su escasa lealtad a los compromisos que firma.
Y no me diga que se está limitando a cumplir las directrices europeas porque no es cierto. Quienes le apuntalan han exigido recortes, pero quien decide dónde corta es usted. Exclusivamente usted. Quien ha decidido mostrarse bravo y enérgico con los más débiles para que no se le alboroten otros, es usted.
Señorías, el objetivo final no es quedar bien con Europa, sino ir al fondo de la cuestión; es decir, al crecimiento económico y al empleo. Estos son los objetivos y lo demás no son sino meros instrumentos.
Pues bien: en la senda que conduce a estos objetivos usted ni siquiera ha puesto todavía el pie. Se ha conformado con hacer algunos gestos que, lejos de ayudarnos, acentúan las sospechas de nuestros acreedores.
Porque no olvide, señoría, que lo que suscita dudas en los mercados internacionales no es el montante de nuestra deuda, sino la aceleración de su crecimiento y las dificultades que pudiéramos tener para hacer frente a la misma, con un 20% de paro y una economía estancada.
Pero existe otra razón que desanima sobre el futuro de nuestra solvencia: es precisamente el espectáculo que usted ofrece, su incapacidad para tomarse las cosas en serio.
Esto no se resuelve con un goteo de ocurrencias.
Exige un paquete de medidas articuladas y coherentes. Sin ello es imposible ganar credibilidad, tranquilizar a los inversores y restaurar el crecimiento.
¿Dónde está su plan? ¿Tiene algún proyecto que recoja las medidas, establezca un calendario y permita a todo el mundo saber a qué atenerse?
¿Qué ocurre con las reformas inaplazables del conjunto de las Administraciones Públicas, de los mercados, de la educación…? ¿Cuales son sus intenciones concretas para mejorar la débil competitividad que arrastramos? ¿Qué piensa hacer con los impuestos y cuándo?
Está usted reñido con la claridad, con la trasparencia, con el saber a qué atenerse. Su reino es la incertidumbre, y de su incertidumbre mana ese caudal de desconfianza que se ha convertido en el principal adversario de la economía española.
Desconfianza en que seamos capaces de atender los compromisos, de pagar las deudas, de recuperar un crecimiento que restaure nuestra solvencia.
Y no es España la que inspira desconfianza. Al contrario, España tiene fama merecida de cumplir sus deberes, y conserva una capacidad envidiable de crecimiento. No está en cuestión la solvencia de España, sino la de su administrador.
Quien encarna, quien suscita y quien sostiene la desconfianza es usted.
¿Y por qué? Porque ha negado la realidad, porque ha rechazado durante años todas las recomendaciones, porque se ha dejado caer alegremente por el tobogán de las deudas, porque ha dilapidado la mejor herencia económica de la historia de España, porque es el único gobernante en todo el mundo civilizado que ha acumulado un déficit del sector público de 13 puntos en dos años.
Y es muy grave, señoría, que esa desconfianza que usted suscita se traslade a la imagen de España y a la de sus empresas. No nos merecemos esa imagen exterior que usted ha degradado. Hay bancos y empresas españolas que son punteras en el mundo, que son solventes, que cumplen sus compromisos, y que a pesar de todo, tienen problemas muy serios para encontrar crédito. ¿Por qué? Porque son españolas y toda la economía española lleva el marchamo de un presidente de gobierno cuyo crédito está bajo mínimos.
Ésta es la realidad, señorías.
No se puede confiar en usted. Y no sólo por sus bandazos en materia económica. Como usted señaló esta mañana, conocemos ya la sentencia sobre el Estatuto de Cataluña.
Usted promovió la reforma del mismo en un ejercicio difícilmente repetible de engaños en todas las direcciones.
Todo comenzó cuando usted engañó a los ciudadanos de Cataluña, a los que les prometió que aprobaría cualquier Estatuto que viniera del Parlamento.
Después ninguneó a su partido en Cataluña llegando a acuerdos con sus adversarios políticos a los que después, también engañó.
A continuación engañó a los españoles cuando dijo que el Estatuto estaba limpio “como una patena” y “libre de cualquier contaminación inconstitucional”.
¿Cómo se puede confiar en usted?
Sr. Rodríguez Zapatero, le pido que no juegue más con la gente.
No puede decir como ha dicho esta mañana que “el Tribunal ha respaldado globalmente la constitucionalidad del Estatut”, mientras el secretario general de su partido en Cataluña y presidente de la Generalitat encabeza una protesta contra el fallo. Una cosa aquí y otra allí. Un nuevo engaño
De engaño en engaño ha generado usted una grave crisis institucional, de consecuencias imprevisibles, que se suma a las crisis económica y social que padecemos.
Sr. Rodríguez Zapatero no engañe más a la gente, no lo haga, deje el asunto en paz y sea usted el primero en defender la sentencia del Tribunal Constitucional sin añadir más leña al fuego con nuevas promesas que sólo buscan la rentabilidad electoral inmediata.
Lo que procede ahora es mirar hacia el futuro. España necesita un proyecto común, en el que quepamos todos, en el que se respeten los consensos constitucionales, en el que no se juegue a dividir sino a sumar y en el que no se engañe a los ciudadanos. Un proyecto común en el que se entiendan y respeten los sentimientos de todos y en el que el gobierno de la nación se ocupe de resolver los problemas de los ciudadanos y no de acrecentarlos.
Señoría.
La lección más inmediata que arroja el asunto que nos ocupa es la confirmación de que en usted no se puede confiar.
Rodríguez Zapatero, usted lo negará porque lo suyo es disfrazar la verdad e irse por las ramas, pero ésta es la realidad, señorías. Ésta es la realidad.
Cuando le toque el turno, escucharemos una vez más la cantinela en que resume todas sus explicaciones, que consiste en hablar de otra cosa y decirnos lo de siempre: que si me opongo por sistema, que si no ofrezco alternativas, que si me obsesionan las elecciones. Todos esos latiguillos a los que recurre insistentemente para evitar responder y escurrir el bulto.
No sea tan injusto. ¿Acaso no tiene mi apoyo contra ETA? Esta mañana ha dicho usted que hemos adoptado la reforma de la ley electoral y la ley de víctimas. Acaso no tiene el apoyo la ministra de Defensa para las misiones de las FFAA en el exterior. ¿Acaso no hemos negociado la ley de educación, aunque haya sido en balde? ¿Acaso no estamos negociando un pacto energético? ¿Acaso no hemos negociado la reforma del sistema financiero, la reestructuración de la Ley de Cajas? ¿Acaso no hemos apoyado los acuerdos de Zurbano? ¿Acaso no vamos a aportar nuestras enmiendas en la tramitación del Decreto Ley de reforma laboral que ni siquiera tuvo intención de negociar? ¿Acaso he dejado de acudir a alguna de sus convocatorias en la Moncloa?
Ahórrese el esfuerzo, señoría, porque nada de eso es cierto, sólo pretende eludir su responsabilidad, y a usted le consta. Ha recibido infinidad de propuestas mías, de palabra y por escrito. En esta Cámara y fuera de ella. En las negociaciones de Zurbano y en todas las demás que acabo de enumerar. Y si usted no se ha enterado pregúntele a su vicepresidenta económica, a su ministro de Industria o al de Educación. Otra cosa, es que usted en la mayoría de las ocasiones no haga caso, ni de mí, ni de nadie.
Y no se confunda con los afanes electorales que nos atribuyen. Lo que a mí me conviene es que usted agote la legislatura en ese asiento. No le quepa duda. Lo que ocurre es que no hablamos de lo que me conviene a mí, sino de lo que conviene a los españoles.
La situación sería muy grave si en el horizonte de los españoles no apareciera más opción que la que usted representa.
Afortunadamente saben que cuentan con una alternativa, con otra manera de hacer las cosas, es decir, con una esperanza.
Existe una alternativa que cuenta con un diagnóstico objetivo de la situación, que no teme decir la verdad a los españoles, que –porque ya lo hizo en su día- sabe lo que hay que hacer y que disfruta de crédito para convocar a toda la nación a la tarea porque le mueve un propósito obsesivo e indeclinable de crear empleo.
Ahí fuera hay una sociedad muy dinámica, mucho más que su gobierno de hoy. Estoy hablando de una sociedad que, en plena crisis, cumple, trabaja, incrementa su ahorro, se adapta, no se resigna y que no reclama sino que alguien le ofrezca una dirección estable, certidumbre y principios sólidos.
Esa alternativa existe. Por fortuna, esa alternativa existe.
Y termino, señorías:
Si nada de lo que llevaba el sello del señor Rodríguez Zapatero tiene ya vigencia; si todo lo que pretendía está condenado; si su empecinamiento ha sembrado nuestro camino de errores, y los errores nos han llevado a una situación insostenible, y la situación insostenible ha provocado el ultimátum europeo… la pregunta que procede es:
¿Qué estamos discutiendo, señorías? ¿El futuro de la nación, el futuro del señor Rodríguez Zapatero o las dos cosas al mismo tiempo?
Son cuestiones inseparables, porque el estado de la nación es el que su señoría ha creado, es la herencia que nos deja su paso por el gobierno.
¿Tienen solución nuestros problemas? Rotundamente, sí. Los del señor Rodríguez Zapatero, rotundamente, no.
¿España puede salir del trance? Sí. Con el señor Rodríguez Zapatero, no.
En estas condiciones, señoría, ¿qué sentido tiene pretender que las cosas sigan igual?
¿Qué se propone? ¿Obligar a la gente a perder otro año, a cambio de que usted lo gane?
¿Y para qué?
Esto no se remedia con buenas palabras, señoría, ni con gestos, ni con metamorfosis mentales sobrevenidas, ni con reajustes ideológicos sobre la marcha y, mucho menos, con un cambio de ministros. Porque, ¿de qué sirve cambiar la peana y conservar el santo?
A estas alturas ni siquiera convencen a nadie las alegorías de arrimar el hombro o remar juntos.
Lo primero, porque llega tarde. ¿Qué sentido tiene a estas alturas de la legislatura?
Lo segundo porque es muy difícil remar con usted: nadie sabe en qué dirección rema, ni cuántas veces cambiará el rumbo. ¿No pide ahora un acuerdo sobre las pensiones y acaba de cargarse el que había? ¿Es consciente de que nos pide un acuerdo en el Pacto de Toledo cuando usted lo ha destrozado con un Decreto Ley?
Porque, vamos a ver, ¿nos pidió o no nos pidió apoyo para negar la crisis y para combatir la crisis? ¿para rechazar los recortes y para defender los recortes? ¿para negar la reforma laboral y para hacer la reforma laboral?
¿No comprende que no es posible acompañarle en el afligido peregrinaje de sus contradicciones?
Cualquiera que le preste un apoyo sincero se expone a quedarse solo y en ridículo a los tres días.
Usted sostiene la pintoresca doctrina de que hay que apoyar al Gobierno en cualquier caso, con razón o sin ella.
Seamos serios. No exija complicidades para el error. No reclame silencios para colar de matute sus arbitrariedades.
En fin, señor Rodríguez Zapatero, así las cosas, no puede ni imaginarse el bien que haría al crédito de España con una simple medida.
Se la están sugiriendo desde todos los rincones, desde todos los vientos, desde todos los medios, en todos los tonos, en todos los idiomas. Supongo que algo habrá oído.
Yo comparto ese criterio y creo, sinceramente, que usted no está en condiciones de gobernar. Por lo tanto el mejor servicio que puede hacer al país para cortar este calvario es disolver el parlamento y convocar elecciones generales.
En caso contrario, usted podrá encerrarse en sí mismo y aferrarse al poder, pero mucho me temo, señoría, que sin confianza será imposible gobernar.
Se puede ocupar el puesto como usted lo ocupa, pero, como ya lo estamos viendo, no podrá ejercer la función con eficiencia.
Sin confianza puede uno mandar, ordenar, incluso imponer su voluntad, pero no se puede gobernar.
Porque para gobernar no basta con el poder, señoría; se precisa la reputación.
Usted no la tiene, y sin ella no es posible crear el clima de certidumbre que sustente el crecimiento; ni cuenta con la autoridad moral para reclamar sacrificios que no se entiendan; ni podrá vencer la resistencia que los beneficiarios del statu quo oponen a las reformas.
Tiene usted el poder, pero carece de autoridad porque no inspira confianza.
Y eso es algo que no se cura, señoría.
La confianza es tan frágil como el vidrio de una bombilla, e igual de irreparable cuando se quiebra. Es uno de esos bienes que se no pueden perder dos veces.
Su tiempo se ha agotado y lo sabe.
Reclamar a estas alturas la confianza de los españoles para continuar igual, es pedir lo imposible para retrasar lo inevitable.
Nada más, señor presidente, y muchas gracias.