Lecciones de los grandes estrategas de Poniente

MIGUEL CANDELAS

Siete reinos, un sólo Trono de Hierro. La saga de ficción Juego de Tronos nos muestra a través de muchas tramas, distintas formas de concebir el poder y, sobre todo, diferentes estrategias políticas para alcanzarlo, ejercerlo y conservarlo. Desde Platón a Rousseau, pasando por Sun Tzu, Maquiavelo, Hobbes, Marx, Weber o Foucault, la mayor parte del pensamiento político y estratégico está condensado en este magistral manual de ciencia política para todos los públicos.

En dicho universo ficticio, las principales casas de Poniente luchan sin cuartel por extender su influencia política a lo largo y ancho del continente. Los Stark, los Baratheon, los Lannister, los Greyjoy, los Tyrell, los Martell y los Targaryen, del mismo modo que los personajes no adscritos a ninguna casa como Petyr Baelish o Lord Varys (que tratan de buscar su propio e individual camino entre las bambalinas de la siniestra corte de Desembarco del Rey), tienen diferentes formas de entender y vivir la política, así como dispares estrategias para sobrevivir en dicho despiadado mundo feudal, pero comparten todos ellos el interés por una misma realidad: el poder.

Así pues, en este artículo he tratado de seleccionar los ocho diálogos de la serie que, a mi juicio, nos aportan los ocho mejores ejemplos y magistrales lecciones de teoría y práctica política. Un brevísimo pero didáctico curso para todos aquellos que deseen comprender el poder, conquistar el poder, conservar el poder o protegerse contra el poder. Diez situaciones acontecidas en un universo medieval fantástico, pero perfectamente aplicables a la actualidad política de nuestro contemporáneo mundo real, donde también curiosamente, parece que nos avecinamos hacia una nueva Edad Media, caótica y carente de seguridades. En definitiva, ocho discusiones, disertaciones y reflexiones sobre el poder llevadas a cabo por los mejores jugadores de Poniente de este despiadado juego: el juego de tronos, donde o ganas, o mueres.

 

  1. El poder militar: el filo de la espada

Aquí el cortesano Lord Baelish (apodado Meñique) trata de chantajear a la reina Cersei haciéndola ver que conoce el secreto de su relación incestuosa con su propio hermano Jaime, y que podría difundirla si no se aceptan sus peticiones, lo que le lleva a la conclusión de que la información es poder. Sin embargo, la despiadada reina le frena en seco con una auténtica lección de realpolitik, demostrándole que el auténtico poder descansa únicamente en la fuerza y en la violencia, en los ejércitos y en las armadas, y que podría destruirlo con sólo chasquear los dedos. La visión de Cersei tal vez es excesivamente simplista al no tener en cuenta otros aspectos más sutiles e intangibles del poder (lo que a la postre le acarreará serios problemas), pero sí que es cierto, que el origen mismo del poder político se encuentra en la conquista militar, en el momento en el que los conquistadores deciden que en vez de matar a los prisioneros resulta más rentable esclavizarlos y que, desde entonces hasta nuestros días, quien tiene la espada tiene el poder.

 

  1. El poder económico: el motor de la guerra

En esta escena, el presidente del Banco de Hierro muestra al rey Stannis y a su mano (primer ministro) Ser Davos como la economía y el mundo del dinero funcionan sobre parámetros amorales, para los cuales no existen relatos políticos ni discursos ideológicos, sino solamente cifras y números, y es en base a dichos números con los que se entroniza o derroca a un rey sin mayores problemas, solamente en función de si se cree posible o no recuperar la inversión y de qué candidato al trono ofrece mejores garantías. Como bien añadirá Tywin Lannister en otra escena, todos vivimos a la sombra de los bancos, a los que no puedes andarles con excusas, ya que si no les devuelves el dinero financiarán a tus enemigos. Y resulta completamente clarificador que Tywin Lannister, el hombre en teoría más poderoso de Poniente, tenga tanto miedo de unos banqueros sin ejércitos. En la escena propiamente propuesta, Stannis y Davos reciben la misma dura lección, viendo como sus legítimas aspiraciones al trono no tienen cabida para el banco, para el que todo se reduce solamente a una cuestión de posibilidad o no posibilidad de cuadratura de las finanzas. En la primera escena observábamos como el poder descansa sobre la violencia, pero igualmente descansa sobre el dinero, que es el que permite comprar dichas armas y tener así la llave de la victoria. Una lección más, si cabe, necesaria para la actualidad, en la que la pérdida de poder de los Estados en beneficio de actores transnacionales, el auge del noeliberalismo y la gobernanza global han convertido a los poderes financieros en los auténticos amos y señores del mundo.

 

  1. El poder ideológico: el hechizo de la sombra

Varys y Tyrion tienen una discusión filosófica sobre el origen del poder. Tyrion, con una visión claramente militarista, de “poder duro”, opina que el poder reside en la espada (al igual que Cersei en la primera escena). Varys, en cambio, a través de un curioso acertijo, le muestra un enfoque distinto, el del “poder blando”. El poder es en realidad una sombra, un hechizo, una construcción social que reside en la capacidad de persuadir, de seducir y de convencer, y, por lo tanto, se trata de algo intangible e ideológico. Este poder blando genera el consentimiento, que es el complemento necesario de la coacción, ya que solamente con terror no se puede conservar el poder a largo plazo. Es la distinción que los romanos establecían entre potestas y auctoritas, y posteriormente el príncipe ideal renacentista de Maquiavelo, que tenía que ser a la vez “temido y amado”. Y obviamente, el instrumento principal para la persuasión política y para la creación de imaginarios colectivos es la propaganda. Dicho poder ideológico en primer lugar fue la religión, provocando el surgimiento de una poderosa casta sacerdotal. Con el paso de los siglos, las ideologías laicas fueron sustituyendo paulatinamente a las religiosas, pero a pesar de ello, aún en la actualidad quedan coletazos de pensamiento mágico como transferencias de sacralidad. En efecto, hoy esos antiguos sacerdotes han mutado en ideólogos y publicistas, pero siguen dominando nuestros corazones con las mismas técnicas de persuasión y seducción que antaño hicieron las religiones, y que en nuestra escena, permiten al rey, al sacerdote y al rico mandar sobre el mercenario, a pesar de que éste tiene la espada. En resumen, estas tres primeras escenas de la serie nos muestran cómo el poder político es un triángulo: militar, económico e ideológico.

 

  1. El mito político: valoraciones sobre una mentira

Varys y Baelish tienen una de las conversaciones filosóficas más interesantes de toda la serie, respecto a si la legitimidad del poder se reduce a una simple mitología política construida socialmente. Ambos están de acuerdo en que el relato es una farsa que coincidimos en contarnos hasta que creemos que es verdad, pero uno y otro difieren en cuanto a su utilidad. Varys es un estadista, un hobbesiano que piensa que el Estado, aunque esté construido y legitimado en base a una mentira, es necesario para garantizar el bienestar de la población, porque si no la anarquía se adueñaría del mundo, un caos que nos acabará engullendo a todos y donde solamente primará la ley del más fuerte, lo que perjudicará especialmente a los más desfavorecidos. Meñique, en cambio, es un ultraliberal sin moral que solamente cree en dicha ley del más fuerte, con cero empatía sobre el resto de las personas, a las que únicamente ve como meras piezas en un tablero de ajedrez, y el caos, lo observa como una oportunidad perfecta para que un hombre de orígenes humildes como él pueda ascender a través de la escalera social y lograrlo todo. Hoy en día, nuestra esfera pública continúa cargada de mitos políticos, tanto fundacionales como apocalípticos, que nos hacen emocionarnos y activar nuestras pasiones políticas al margen de la racionalidad. Los primeros nos ayudan a consentir el orden social establecido, mientras que los segundos, nos incitan a la movilización y al cambio, pero tanto unos como otros, no son más que relatos heroicos y épicos que, tal como dice Meñique, coincidimos en contarnos unos a otros hasta que la repetición los convierte en verdad.

 

  1. Las cualidades del líder: moral, justicia, fuerza y sabiduría

En esta ocasión, Tywin Lannister, el patriarca de la familia más poderosa de Poniente, da una lección al futuro rey Tommen Baratheon sobre cómo convertirse en un buen gobernante. En esta interesante conversación, se plantean las cuatro cualidades que debe tener un buen líder político si quiere triunfar: moral, sentido de la justicia, fuerza y, sobre todo, sabiduría. Tywin Lannister ejemplifica tres casos de reyes que tuvieron un trágico final porque no fueron suficientes sus convicciones morales e ideológicas, ni las buenas intenciones ni el poderío militar para triunfar como buen gobernante, sino que se hace necesario siempre sumarlas a las de la sabiduría, entendida como el conocimiento sobre el reino, la estrategia política o la capacidad de delegar funciones en consejeros leales. Los ecos de los cuatro tipos ideales de liderazgo resuenan en esta escena (el romántico, el justo, el conquistador y el sabio), e igualmente, las degeneraciones de los tres primeros. El idealista puede convertirse en fanático, el justo en inocente y el fuerte en descerebrado. Finalmente, el cuarto tipo ideal, el sabio, se nos presenta sin mácula y en términos platónicos (el filósofo-rey), aunque faltaría su igualmente inevitable degeneración: el aislamiento en su torre de marfil.

 

  1. Patriotas y terroristas: la diferencia entre ganar o perder

Una vez más, el siniestro cortesano Baelish choca con la honorabilidad y las convicciones de Ned Stark. El trono, por ley, corresponde a Stannis Baratheon, hermano del difunto rey Robert, pero Meñique no lo ve apropiado e invita a Ned Stark (la mano del rey y hombre fuerte del reino en ese momento) a tomar el poder, asegurando una alianza con los conspiradores que asesinaron al rey Robert y que planean sentar en el trono al bastardo Joffrey. Ned Stark se escandaliza afirmando que ello sería traición, a lo que Meñique responde que sólo será así si fracasan. Y ahí está el momento culminante del diálogo, absolutamente extrapolable a nuestra realidad. ¿Cuál es la diferencia entre un patriota y un terrorista? Pues únicamente el ganar o el perder, es decir, la línea que los separa es muy delgada. El patriota es sencillamente el que vence y el que por lo tanto tiene los medios para escribir su propia epopeya, mientras el terrorista es el que pierde, y el que, por ello, quedará como el malvado para los anales de la historia. Así, una traición puede convertirse en un acto de patriotismo una vez se conquiste el poder y se cree el nuevo relato. Una cruda lección de realpolitik, pero que resulta muy útil en estos tiempos de quiebra de los ideales racionalistas de la Ilustración, y en los que, por desgracia, la llamada “posverdad” y el relativismo comienzan a campar a sus anchas. Igualmente, la escena nos muestra una interesante confrontación weberiana entre la ética de la convicción (que representa Ned Stark, honorable hasta sus últimas consecuencias) y la ética de la responsabilidad (que representa Meñique, aunque en su caso sería mejor hablar de la ética de la ambición).

 

  1. Pan y circo: la propaganda de inhibición

En esta escena, Lady Olenna, la astuta matriarca de la casa Tyrell, logra derrotar dialécticamente a todo un consumado estratega político como Tyrion respecto a la necesidad o no de gastar una cuantiosa cantidad de dinero en la celebración de la boda real de su nieta Margaery con el sobrino de Tyrion, el rey. Además, subyace un asunto esencial: el panem et circenses de la filosofía clásica. Para que el pueblo esté feliz y apaciguado hay que ofrecerle algo más que sustento, es decir, distracciones que le relajen e inhiban de posibles rebeliones. Es lo que en la actualidad conocemos como “propaganda de inhibición” o “propaganda escapista” (el “opio del pueblo” en lenguaje marxista), es decir, todos aquellos medios que el poder destina a ofrecernos distracciones que embrutezcan nuestros cerebros y nos hagan olvidar nuestro descontento hacia los gobernantes, con el objetivo de canalizar nuestras pasiones e inhibir nuestros posibles instintos revolucionarios. Olenna Tyrell, una de las grandes jugadoras del juego de tronos, comprende perfectamente esta realidad tras toda una vida dedicada a conservar el poder de los Tyrell en su bastión de Altojardín (una corte que no por nada ha sido tradicionalmente refugio y mecenas de artistas, bardos y trovadores del conjunto de los siete reinos), y así se lo hace saber al gnomo, dentro de esta discusión de índole en principio puramente económica, pero con una segunda lectura claramente política y estratégica. Este enfoque del pan y circo puede parecer arcaico y desfasado, pero en absoluto lo es. Hoy en día, el fútbol o los programas del corazón tienen para las élites exactamente la misma finalidad de propaganda escapista, que las bodas reales para Olenna Tyrell.

 

  1. Realismo e idealismo: contradicciones de la revolución

Finalmente, la última escena es un precioso diálogo en el que observamos el choque frontal entre dos concepciones, la idealista de la reina Daenerys Targaryen y la realista de su nueva mano Tyrion Lannister. Tal vez por ello son dos personajes que se complementan tan bien, ya que uno y otro se necesitan, como las dos caras de una misma moneda: la lucha entre el romanticismo revolucionario y el pragmatismo maquiavélico. Surge así la controversia sobre la consolidación de la revolución, que bajo el punto de vista de Tyrion, obliga a pactar con los ricos y sumarlos al proceso, ya que gobernar sólo con el apoyo popular es construir sobre pilares muy endebles. Para Daenerys en cambio, el pactar con los antiguos opresores supondría una traición a los ideales que desea exportar, y ella no está dispuesta a ser un rayo más de la rueda, desea romper la rueda. Esta rueda no es otra cosa que el ciclo de reproducción de las élites y su eterna lucha por el poder (leones contra zorros), un combate entre una élite decadente acomodada y una élite ascendente rebelde, la cual tomará el poder gracias a su propia juventud, pero que con el paso del tiempo se tornará igualmente despótica. Este pesimismo antropológico, que Tyrion representa, sostiene que dicha rueda seguirá girando eternamente. En cambio, el optimismo revolucionario, representado por Daenerys, piensa que sí que es perfectamente posible cambiar las relaciones de poder entre privilegiados y no privilegiados. Así, lo grandioso de esta escena es que nos muestra de una forma didáctica el eterno debate entre reformistas y revolucionarios, una insalvable contradicción que, desde el estallido de la revolución francesa hasta nuestros días, lleva a la izquierda política a enfrentarse en luchas fratricidas.

En resumen, Juego de Tonos es probablemente la serie de ficción que mejor represente las relaciones de mando y obediencia, las distintas formas de ejercer la dominación y la lucha por desequilibrar el balance de fuerzas o, en otras palabras: el juego de tronos es básicamente el juego de poder. El poder, esa capacidad para que otros hagan lo que uno quiere. El poder, ese proceso fundamental de la sociedad. El poder, ese juego infinito.

Miguel Candelas es politólogo y analista político (@MikiCandelas)

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Publicado inicialmente en la Revista de ACOP