La Iglesia Católica y las Comunicaciones

NICOLÁS IBIETA

La Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (JMCS) de la Iglesia Católica, se celebra hace más de 50 años desde que fuera instituida en el marco del Concilio Vaticano II. En simple, se trata de una invitación del Papa, a través de una carta escrita por el pontífice de turno, a reflexionar tanto sobre el rol de las comunicaciones sociales en el cumplimiento de la tarea propia de la Iglesia en el mundo como sobre el rol que juegan los medios en el devenir del hombre.

Quizás una primera reflexión que cabe hacer es la poca “cobertura” que han conseguido los mensajes de la JMCS, como invitación de la Iglesia a los cristianos y al mundo. Aun cuando ha sido un esfuerzo consistente y sistemático por parte de la Iglesia, pareciera ser uno de los más desconocidos, tanto al interior de ella y, más aún, hacia afuera. Paradójicamente la comunicación de los mensajes sobre la comunicación, parece que no ha sido la más eficaz.

Los primeros doce mensajes entre 1967 y 1978, surgieron de la pluma del Papa Pablo VI. “Los medios de comunicación social” se llama el primero y que de alguna manera sienta las bases sobre los sucesivos. Pablo VI recalca allí que los medios de comunicación social constituyen una de las notas más características de la civilización de hoy: “Gracias a estas técnicas maravillosas, la convivencia humana ha adquirido nuevas dimensiones; el tiempo y el espacio han sido superados, y el hombre se ha convertido en ciudadano del mundo, copartícipe y testigo de los acontecimientos más remotos y de las vicisitudes de toda la humanidad”. Ahora bien, otra nota que se vislumbra de manera permanente en los mensajes posteriores, matices más y menos, es un llamado a la responsabilidad que le cabe al hombre en el uso de estos medios. A la responsabilidad de todos: medios, padres, escuela, jóvenes, poderes públicos, etc. Cierra el Papa Pablo VI su primer mensaje con un deseo y compromiso de que la JMCS “constituya la ocasión de un reflexivo llamado para un despertar saludable de las conciencias y para un compromiso solidario de todos en pro de una causa de tanta importancia”, fijando así la relevancia que tendrá el tema para la Iglesia, a partir de entonces.

Luego de Pablo VI vendrían los de Juan Pablo II (1978 a 2005), Benedicto XVI (2006 a 2012) y Francisco I (2013 a 2018). En los mensajes, como les es propio, se entremezclan reflexiones de carácter pastoral con análisis de corte sociológico, antropológicos, éticos, filosóficos y más. No por ello dejan de tener orden y sentido, al contrario, se enriquece su profundidad y se alimentan una de otra, fe y razón, en una propuesta sencilla pero profunda de reflexión. Hay quizás un sesgo natural por reflexionar más sobre las posibilidades que permiten los medios de comunicación social para transmitir el Evangelio, lo que más de una vez ocurre en detrimento de las características propias de la comunicación social en sí misma, de los medios y actores que la protagonizan, sus efectos, etc.

Falla la Iglesia en entender que el medio es también el mensaje y no basta, para comunicar -y dialogar-, con transmitir esa “buena noticia”. Hay que ser también maestro en el arte de comunicar y los medios para hacerlo, pues ese es también espacio y expresión de lo que se pretende comunicar. En algunos pasajes se parece intuir que no basta con tener un buen mensaje y que los medios “construyen” realidad, pero ¿cuál es la realidad que ha tratado de construir la Iglesia con sus medios? ¿Cómo ha interactuado con los medios laicos para insuflar esos espacios con su mensaje? Son preguntas que cabe hacerse y a la luz del desprestigio mundial de la que ha sido protagonista la Iglesia en los medios de comunicación social en el último tiempo, parece haber una respuesta evidente.

 

Nicolás Ibieta Illanes es Máster en Comunicación Política y Corporativa y ex Director de Comunicación del Arzobispado de Santiago de Chile (@nicoibieta).

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