El héroe y la revolucionaria: liderazgo conservador y progresista en Game of Thrones

JUAN PEDRO LÜHRS

Game of Thrones es una serie que no solo ha interpelado a los fanáticos de las historias y concretamente de la fantasía, sino que ha construido un entramado capaz de cautivar a todo tipo de personas. GOT es un cuento común y corriente, pero con zoom. Sabemos mucho sobre la vida y las decisiones de muchos personajes, de ahí que enganche tan fácil a los telespectadores –y en primera instancia los lectores-.

Es posible analizar la serie desde una multiplicidad de perspectivas, muchas de las cuales sorprenderían al mismísimo George R.R. Martin. El objetivo de este trabajo es generar una de estas reflexiones.

Jon Snow y Daenerys Targaryen son dos de los personajes principales de la serie. Su influencia ha crecido de forma progresiva con el paso de las temporadas y en la misma medida han ido politizándose. La hipótesis que se desarrollará desde ahora en adelante es que ambos responden a estereotipos contrapuestos de liderazgos, que no solo los diferencian en los hechos, sino que se amparan en cosmovisiones y valores distintos.

 

Jon Snow, el distinto

Como todos saben, Jon nació fruto de la relación furtiva de Lyanna Stark –hermana del guardián del norte- con Rhaegar Targaryen –heredero del rey loco-. Al morir sus dos padres y frente a la posibilidad de que el niño fuera asesinado por Robert Baratheon, Eddard Stark lo adoptó y presentó al mundo como su bastardo. La mujer de Stark nunca le perdonó regresar de la guerra con un niño en brazos y de forma sistemática hizo notar que Snow le generaba rechazo.

Aunque tuvo acceso a muchos de los privilegios que Winterfell podía ofrecer a los hijos del señor feudal, Jon nunca formó parte de la alta aristocracia. La mujer de su padre lo odiaba y era recurrente que se le recordara su condición de bastardo, cuestión que solo logró superar con el paso a la adultez.

Cuando era pequeño, Jon jugaba con Robb y soñaba con convertirse en señor de Winterfell. Todo eso se acabó cuando su hermano –probablemente furioso por perder alguna disputa- le señaló que jamás alcanzaría esa investidura por no tener apellido Stark. Aunque admiraba muchísimo a su padre, Snow terminó siendo consciente de que su condición le impediría crecer dentro de su entorno cercano: para la aristocracia era un bastardo y para el pueblo llano era un señorito. No pertenecía a ninguno de los dos mundos. Era el distinto.

Visto eso, decidió resolver sus contradicciones buscando aventuras y entregando su vida a una causa más grande que él. Snow partió a custodiar un antiquísimo muro que resguardaba a los pueblos humanos de amenazas ancestrales que a esa altura se encontraban fundidas con los mitos.

Fue aquí donde tuvo experiencias que lo llevaron a denunciar un peligro inminente: los white walkers. Los muertos iban a por los vivos, pero pocos creían en tal amenaza. Snow debió predicar en el desierto por mucho tiempo esperando a que alguien hiciera eco de su denuncia. Se le acusó de loco, de creer en cuentos para niños.

Jon fue el primero que entendió de qué iba la guerra: los vivos contra los muertos. Pero debió cambiar el marco de todo el resto, que veía todo como un simple conflicto entre “salvajes” y “cuervos”. Fue él quien dijo que estos enemigos ancestrales debían luchar en el mismo bando y fue objeto de muchas críticas. Solo logró imponer el nuevo eje después de mucho y de grandes discusiones. El establishment de la Guardia de la Noche no lo quería y por lo mismo no deseaba creerle, menos aún frente a las denuncias de  traición que se le hicieron después de su período infiltrado en el “pueblo libre”. Solo una vez que logró imponerse aquí pudo salir a convencer al mundo.

La biografía de Snow podría identificar a muchos  líderes. Un claro ejemplo es el de Winston Churchill, quien también creció rodeado de la alta aristocracia, pues descendía del John Churchill, el primer duque de Malborough. El pequeño Winston admiraba profundamente a sus antepasados y sobre todo a su padre, quien era entonces parlamentario.

Pasó toda su niñez y pubertad tratando de impresionar a un padre que poca atención le prestaba. En una escala moderna, Churchill también era el distinto. Su madre era norteamericana –cuestión que incomodaba a parte importante de la aristocracia- y contrario a lo que podría pensarse, tuvo bastantes apremios económicos. Tanto fue así que debió pasar un año en Estados Unidos recaudando fondos. Frente a esa contradicción, decidió partir a la guerra.

Luego se hizo cargo de denunciar la amenaza que los nazis implicaban para el mundo libre. Poco caso se le hizo y muchos lo dejaron solo, pero persistió. Parte de su genialidad estuvo en hacer notar esa realidad a tiempo.

Entendió que la amenaza no era una pelea sobre intereses nacionales de un país concreto, sino una amenaza para toda la civilización. El problema principal no era Alemania –como lo veía todo el mundo-, sino Hitler y el nacionalsocialismo.

Su visión no es material, sino trascendente. Ambos ven en la guerra una forma de consagración hacia los más altos ideales: la defensa de la civilización y los valores que promueven. Lo suyo no son los períodos de estabilidad ni de bonanza, sino que son líderes que sienten la misión histórica de defender la civilización en las horas más oscuras y cuando la amenaza de la derrota se hace más nítida.

Jon no habría llegado a ser señor de Winterfell en tiempos de paz y Churchill perdió las elecciones después de ganar la mayor guerra de la historia. Son los héroes que la ciudadanía necesitaba en los momentos de mayor desesperación, no en tiempos de concordia.

Sus biografías, sus valores y su estilo son propios de una definición política. Aunque no se diga abiertamente, es claro que representan una visión del mundo acorde a una mirada occidental y cristiana fundida con un ideal cuasi mitológico propio de los relatos antiguos. Son caballeros en el sentido más estricto.

Ambos representan la figura de un héroe que posee fuertes contradicciones en su historia, pero que no se rebela contra su condición ni tampoco cuestiona lo establecido. Por el contrario, asume la defensa de ese orden frente a los embates de la barbarie. Aquí hay un punto clave: se presenta escéptico cuando se trata de dar pasos al frente, pero dudará ni un segundo en defender lo avanzado. Este es un elemento transversal a todos los liderazgos conservadores.

 

 Daenerys Targaryen

Daenerys Targaryen tuvo acceso a muchísimos privilegios. Aunque su familia ya no reinaba sobre Westeros, durante su exilio fue recibida por gente adinerada y poderosa que le trataba como una princesa –en el sentido más literal de la expresión-. Pero a medida que fue creciendo, comenzó a rebelarse contra su condición.

Daenerys nunca cuestionó su derecho al trono de los siete reinos, pues tiene un claro sentido del poder. Sí rebatió el orden social de Essos -el continente donde vivió gran parte de su vida- y el rol de las mujeres en Westeros. Frente a la pregunta de por qué una mujer podría reinar, ella se cuestiona ¿por qué no?

Daenerys comprende en el inicio de la serie algo que Eddard Stark nunca internalizó: la verdad no se impone por sí sola, pues depende de cuánta fuerza tenga para imponerla. Targaryen sabía que sus argumentos morales no bastaban para convencer, pues lo que verdaderamente removía consciencias era el poder de sus dragones. Su poder siempre se basó en la fuerza. Su verdad no resiste argumentación contraria, es la verdad y punto.

A diferencia de Snow, no identificó un enemigo fuera de su entorno, sino dentro de las sociedades que frecuentaba. Su adversario fueron los esclavistas. Fue así como su desarrollo intelectual avanzó en la línea de cuestionar los privilegios de la oligarquía de Essos, el mercado de esclavos e incluso las tradiciones de las distintas ciudades.

A medida que fue acumulando fuerzas, dedicó su tiempo a liberar esclavos en distintas ciudades. Su método era muy simple: llegar a una ciudad; amenazar a la elite buscando liberar a los esclavos; en caso de que la respuesta sea negativa, atacar; y finalmente vengarse. Después iniciaba una dictadura basada en su figura y su criterio que iniciaba un proceso de purga a los líderes del antiguo régimen.

Daenerys –quizás por su historia personal- es desconfiada, escucha poco y tiende a ser imprudente. Eso mismo la lleva a ser vengativa, probablemente como una forma de imponer su liderazgo –muchas veces cuestionado por el solo hecho de ser mujer-.

Goza de tomar “baños de masas”. Aunque generalmente toma decisiones en soledad, necesita legitimar sus acciones con el pueblo llano, sin intermediarios. No cree en los individuos o al menos no tanto como cree en las multitudes. Necesita ser aclamada cada cierto tiempo, pues eso reafirma el camino tomado.

La biografía, el estilo y los valores de Targaryen llevan a identificarla rápidamente con el progresismo. Su voluntad de conseguir la libertad mediante la opresión del poderoso recuerda a la izquierda juvenil de los años 60’s, concretamente en los revolucionarios.

Muchos de ellos compartían la historia de Targaryen, incluyendo al más célebre: Ernesto “ché” Guevara. Él también nació en cuna de oro y a medida que fue creciendo generó una contradicción entre su condición y su ideal de sociedad.

Fue así como construyó una identidad basada en el cuestionamiento del orden establecido y concretamente de la sociedad articulada en torno a clases sociales. La causa de su vida pasó a ser la destrucción de la burguesía.

Al igual que Targaryen, deambuló por muchos lugares intentando “liberarlos” y a aplicar una suerte de “idealismo autoritario” basado en alcanzar un cambio social sin importar las consecuencias. El paso de Guevara por Cuba, Bolivia y Angola puede ser perfectamente comparable con las campañas de Daenerys en Astapor, Yunkai y Meeren.

Son liderazgos que proclaman valores progresistas pero que no responden a una lógica horizontal, sino a un uso del poder amparado en la fuerza que los lleva a escuchar poco y decidir mucho en soledad. Así también, podrían ser definidos como materialistas. Ninguno se enfoca en lo trascendente, sino en un proyecto político concreto. Targaryen habla rara vez sobre dioses o civilizaciones, sino sobre el poder dentro de las sociedades. En el caso de Guevara es lo mismo.

 

Conclusiones

La obra de George R.R. Martin excede por mucho a su autor, pues muchos de los análisis más interesantes se amparan en puntos que Martin probablemente nunca se imaginó. Game of Thrones ya no es suyo, sino de los lectores/telespectadores.

Sobre lo abarcado en estas líneas, es claro que Jon Snow y Daenerys Targaryen obedecen a dos matrices absolutamente distintas de liderazgo. El primero es la sublimación del héroe propio de la civilización cristiana occidental –nunca nos olvidemos de que resucitó- y representa en gran medida lo que se espera de un líder conservador. Aunque el paralelo se hizo con Winston Churchill, también encontraríamos fuertes similitudes con Ronald Reagan, Lech Walesa u otros tantos.

En el caso de Targaryen, representa el ideal revolucionario del mundo progresista que busca cambiar su entorno de forma abrupta y sin pedir permiso a nadie: “avanzar sin transar”. No solo sus acciones van en ese sentido, sino sus valores. Tiene puntos en común con líderes revolucionarios de todo el mundo, con sus luces y sombras. A veces pasa de ser como Nelson Mandela a Robespierre en un abrir y cerrar de ojos. Su gobierno en las ciudades que conquista puede ser perfectamente comparado con las “dictaduras del proletariado”.

Lo que muchos se preguntarán es por qué plantear este punto justo en el momento en que sus intereses convergen. La respuesta es simple: aunque estén de acuerdo en algunas cosas –importantes-, eso no implica que dejen de representar lo que encarnan. Si Hitler y Stalin pudieron repartirse Polonia, no parece imposible que Targaryen y Snow puedan combatir juntos a la amenaza externa.

Game of Thrones experimentó un cambio de clivaje, ¿qué mejor ejemplo de eso que ver a dos polos opuestos peleando codo a codo?

Juan Pedro Lührs es periodista, master (c) en compol y gerente regional de la Fundación para el Progreso en Valparaíso (Chile). (@jpluhrs)

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