Alemania 2006: Un relato veraniego

MARÍA BEFELDT

La complicada relación de los alemanes con su nacionalidad se transformó durante la espectacular trayectoria del equipo alemán y las celebraciones callejeras durante el mundial de fútbol masculino del 2006. Y nos puede dar lecciones importantes para la situación política actual. 

Para el estado hoy conocido como Alemania ha sido difícil encontrar un concepto de identidad nacional en medio de los muchos conflictos armados internos y externos. El territorio alemán por mucho tiempo fue lugar de mini estados ligeramente ligados por el comercio. Desde que Martín Lutero tradujo la Biblia en 1534 se empezó a establecer al menos un idioma común utilizado ampliamente, aunque las regiones han mantenido sus dialectos o idiomas respectivos. Sin embargo, había pocos puntos en común más allá del territorio, el comercio y el idioma formal.

Si algo formó la identidad alemana de manera más excluyente y profunda, ello fue las constantes guerras contra Francia durante la era de Napoleón. Después de casi 1.000 años del “sacro imperio germánico” y del periodo de anexión de grandes partes de territorio por Napoleón en el siglo XVIII, surgió, entre rebeliones y movimientos, la confederación germánica en 1815. Fue la primera vez que los diferentes territorios alemanes se unieron y se emanciparon de otros imperios del vecindario como tal.

En el siglo XIX el país vivió dos guerras desastrosas, dos dictaduras y la separación del país hasta 1989. Sobre todo, la dictadura nazi y la subsecuente guerra mundial han dejado marcas profundas y difíciles de sanar.

En el caos y la crisis económica de la primera república democrática, el austriaco Hitler formuló con otros nacionalistas una ideología de superioridad “racial” y convenció a personajes importantes entre las élites para que se incorporaran a su movimiento. En poco tiempo, la república democrática se convirtió en una dictadura militar altamente opresiva, con un servicio secreto que se infiltraba hasta en los espacios más privados, suprimiendo cualquiera desviación que se produjera del paradigma oficial nacionalista y racista. La ideología permeaba la sociedad entera con organizaciones para jóvenes, organizaciones para cada profesión y, al final, la movilización total, incluyendo ancianos y niños.

En total, esta guerra ha costado la vida de 120 millones de personas alrededor del mundo y ha impactado la vida de familias y lugares involucrados hasta las generaciones actuales. El sentido nacional está impactado por el conocimiento de la Shoah, como se ha llamado al genocidio minuciosamente planificado de millones de judíos, así como de homosexuales, Sinti y Roma, “asociales”, personas con discapacidades físicas o mentales, polacos cristianos y opositores políticos como comunistas, socialdemócratas y otros “grupos no deseados”.

La gran pregunta ha sido: ¿es posible tener un patriotismo positivo sin negar los horrores que han surgido de este país?

Desde la generación del 68, en Alemania comenzó un profundo proceso de cuestionamiento de las causas de la era nazi y un necesario trabajo de toma de responsabilidades y honra de las víctimas de lo acontecido. Pero la división iba más allá de las generaciones: el país se encontró en el centro de la Guerra Fría y acabó dividido por ideologías opositoras y por el muro de Berlín.

En 1990, con la reunificación, por primera vez se sintió un aire de unidad, un sentimiento nacional que no se basaba en ideologías, sino en la humanidad y la esperanza. Sin embargo, los “paisajes florecientes” prometidos por el entonces canciller Helmut Kohl no se cumplieron y la Alemania del Este no fue incorporada sosteniblemente ni a la economía y ni a la sociedad democrática.

 

Unidos por el futbol

El Mundial de 2006 marcó un nuevo capítulo en la búsqueda de la identidad y unidad nacional. El lema oficial del Mundial fue “El mundo invitado entre amigos”. Durante aquellas semanas, en el verano 2006, en las calles festejaban juntos los fanáticos de los diferentes equipos y el mundo llegó a ver un lado de Alemania que no se había visto antes: ligeros y alegres.

Un factor importante de todo ello fue el mismo equipo alemán. Compuesto por alemanes de múltiples nacionalidades de origen, el equipo no sólo logró ganar un juego tras otro, sino que además lo hizo con un estilo que conmovió a críticos y fanáticos unánimemente. Los futbolistas alemanes jugaron realmente en equipo, dejando al lado viejas enemistades entre ellos, y festejaron cada gol y cada victoria con una alegría sincera y divertida. La política reaccionó rápidamente: abrió camino para el public viewing en plazas públicas y se coordinó con la FIFA y la DFB (Confederación Alemana de Fútbol) para organizar grandes festividades para los aficionados. Muy pronto, se estableció el término “relato veraniego”, describiendo una Alemania optimista y alegre, como contrapunto al “relato invernal” de Heinrich Heine, en el que pinta una vista melancólica y desilusionada de Alemania.

Con cada juego ganado, la alegría aumentaba y, esta vez, no de forma excluyente. Durante aquellas semanas, cualquiera división entre el Este y el Oeste, entre inmigrantes y alemanes de origen, parecía desvanecerse ante el entusiasmo y las celebraciones. Se veían policías y militares haciendo “la ola”, mujeres con la bandera de Turquía colgada de sus hombros y dos banderas alemanas en las manos, jóvenes que saltaban en el techo de sus caravanas con banderitas alemanas mezcladas con las de sus respectivos orígenes… Al parecer, todos querían compartir esta alegría y, por primera vez, todos la sentían como propia.

Después de la terrible derrota contra Italia en un partido largo y altamente emocional, el sueño de ganar la copa en el propio país se acabó brutalmente. Hubo un momento de duda: ¿va a seguir la fiesta? Siguió. Después del partido por el tercer puesto contra Portugal, unos veinte mil aficionados se concentraron en la plaza que se encontraba frente al hotel de los jugadores, para celebrar la victoria con entusiasmo, a pesar de la lluvia. Al final, se organizó una gran fiesta ante la Puerta de Brandeburgo, en Berlín, donde los jugadores llegaron a festejar una última vez con los aficionados.

 

¿Qué quedó?

El expresidente alemán Roman Herzog constató después: “Eso fue lo que siempre había deseado para los alemanes. Que sean desinhibidos así [en su alegría]”. La imagen internacional mejoró visiblemente de inmediato. Laura Smith-Spark, periodista de la BBC, notó asombrada: “¡Todos queremos a los alemanes! (…) Es curioso como diez días de fútbol pueden cambiar las percepciones de tantas personas sobre otras naciones”. Así fue para los turistas brasileños, que llegaron con la idea de los alemanes “correctos” y se encontraron con cuatro semanas de sol y gente enchancletada bailando en las mesas. La oficina berlinesa de turismo afirma que hubo un verdadero incremento de visitantes desde el verano 2006.

Lo que quedó es la memoria de un verano realmente mágico y de un patriotismo incluyente y positivo.

También quedó lo deshonesto que se jugó detrás del escenario: resulta que el “relato veraniego” fue un cuento corrupto desde el principio. En una trama de la que aún se está revelando más y más, parece que altos funcionarios de la DFB compraron votos para que Alemania fuera elegida sede de aquel Mundial –supuestamente con dinero que provenía de “cajas negras” de Adidas.

Es la metáfora perfecta sobre como la sinceridad deportiva queda manchada por los intereses monetarios y la corrupción que se da en el mundo del fútbol. Empezando con las sumas enormes que se pagan por jugador, hasta la venta de licencias de transmisión, las apuestas, la manipulación de partidos…

También es una lección que se puede trasmitir al mundo político: la apariencia y la buena comunicación sólo te pueden llevar hasta cierto nivel. Si falta sustancia y si rigen acuerdos corruptos en el fondo, sufre la imagen de la profesión en sí.

 

¿Y ahora?

Hoy en día, respecto al resurgimiento de la ultraderecha mundialmente, Alemania no es excepción. Con el telón de fondo de las crisis económicas de la década pasada y las divisiones sociales cada vez más profundas, el país haría bien en acordarse de su potencial incluyente. Vimos algo de este espíritu con la “cultura de bienvenida” a la llegada de miles de refugiados al país. Millones de voluntarios crearon redes de apoyo rápido y sencillo basándose en valores de humanidad más que de exclusión. Porque de nada sirve un concepto de la “alemanidad” como algo amenazador y divisivo, como el que propone la ultraderecha en el parlamento y como el que ejecutan los nacionalistas con actos violentos contra inmigrantes, casi diariamente ya. Los antiguos fantasmas de ideologías nacionalistas y racistas volvieron. En las redes y en las calles cada vez más se percibe un nacionalismo que quiere negar las atrocidades cometidas en este país y que defiende un concepto de nacionalidad altamente discriminador y excluyente. 

El Mundial de 2006 en Alemania fue una promesa de lo que podríamos ser. Ahora le toca a la política y a la sociedad civil crear los marcos sociales para que no nos guíe el miedo, sino lo mucho que tenemos en común.

 

Maria Befeldt es politóloga por la Universidad Libre de Berlín y ha estudiado Filología Española, Historia y Estudios Latinoamericanos en Trier, Kiel, Ciudad de Panamá y Berlín. (@maria_thinks)

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