Vivian Gornick y la muerte del amor romántico

JÚLIA ALSINA

Vivian Gornick nació en el Bronx el año 1935. Hoy tiene 86 años. En 2017 – más vale tarde que nunca – se publicaron, en español, sus memorias Apegos Salvajes (Sexto Piso). Un libro que escribió en los años 80, que el New York Times escogió como las mejores memorias de los últimos cincuenta años y que cuenta su vida, junto a su madre, en un edificio judío de clase trabajadora. 

Apegos Salvajes son las memorias de Vivian Gornick, pero también son un retrato del ecosistema de vida de las mujeres que, en esa época, tal y como se adivina en el libro, basaban su existencia en relación a sus maridos. Son las pequeñas historias de su madre, de la señora Roseman, Drucker o Zimmerman, pero también la historia de tantas otras mujeres. Mujeres que a partir de la construcción del amor romántico se convertían, por inercia estructural, en esposas. Ese estatus era lo que explicaba su lugar en el mundo. En la primera página del libro, Gornick lo explica así: «Hace cincuenta años entrabas en un armario que decía matrimonio. Dentro del armario había dos conjuntos de ropa, tan rígidos que se aguantaban solos. La mujer se ponía el vestido llamado “esposa” y el hombre, el traje llamado “marido”. Y ya estaba Desaparecían dentro de la ropa».

Una idea, la del amor romántico, que su madre le inculcó desde bien pequeña y que ha marcado la literatura de Vivian, su feminismo y también sus contradicciones. Contradicciones que, al leerlas, se abrazan como propias. Contradicciones sobre lo que se debería ser como feminista y lo que nos han inculcado desde el sistema, la cultura, la literatura o el cine. Y es que Gornick, a partir de sus memorias exquisitamente escritas, se utiliza a ella para hablar de nosotras. 

La historia de Vivian como una de las voces más importantes de la segunda ola feminista en Estados Unidos empieza de la siguiente manera: «The Village Voice (revista en la que escribía regularmente) me había mandado a investigar a “esas mujeres de la liberación” Era el mes de noviembre de 1970. “Qué es eso?” Le pregunté a mi editor. Una semana más tarde ya me había convertido» (Mirarse de Frente, Sexto Piso, 2019). Es entonces, cuando Gornick experimenta el feminismo como una revelación. Una revelación, y evidencia, de que las mujeres habían sido históricamente ciudadanas de segunda clase: «De repente vi las vidas no vividas de las mujeres no solo como un crimen de proporciones históricas, sino como un drama de la psique que cobraba vida con fuerza en cuanto se aplicaba la palabra «sexismo» …, y esa palabra pasó a gobernar mis días. Allá donde miraba veía sexismo: crudo y brutal, ordinario e íntimo, antiguo y omnipresente. Lo veía en la calle y en el cine, en el banco y en la frutería. Lo veía al leer los titulares, cuando cogía el metro, cuando me sujetaban la puerta para pasar». (Cuentas pendientes. Sexto Piso, 2021). Desde aquel momento se declaró feminista radical y todos los elementos de su vida pasaron a explicarse bajo el prisma feminista. 

Como contexto, la segunda ola se sitúa entre principios de la década de 1960 hasta finales de la década de los 80 y sirvió para incorporar en el debate la desigualdad de género en términos políticos y sociales, como la sexualidad, los cuestionamientos hacia la familia tradicional o la lucha por los derechos reproductivos.

Gornick encontró en el movimiento feminista una comunidad que le ayudó a repensar sus identidades, a reordenarse. Un movimiento que le acompañó para reconstruirse, desde la definición de hija de la inmigración judía de clase trabajadora, a la definición de mujer, mucho más estigmatizante, según ella, que la primera. «Ser judío ya no es alienante. No lo siento así. Ser de clase obrera aún conlleva un gran peso para algunas personas. Y, ser mujer, con certeza sigue suponiendo una gran lucha para ocupar una posición central en la sociedad». 

Un feminismo que ha tratado en su escritura como movimiento social, pero también relatando el efecto sobre la escala más personal e íntima (que también es política). Un feminismo pensado desde el derecho a experimentar la propia vida sin que sea determinada la relación que se establece con los hombres. Para ella el feminismo fue una comunidad que la liberó del peso inculcado del amor romántico. La liberó de cómo le habían dicho que se tenía que colocar en el mundo. «¡Qué placer me provocaba la emoción de dar de lado el sentir convencional! Con qué goce afirmaba: «¿Que no hay igualdad en el amor? ¡Puedo vivir sin él! ¿Hijos y maternidad? ¡No hacen falta! ¿Censura social? ¡Chorradas!». No estaba sola en esto y su lucha no era solo por la igualdad política, sino también por su libertad interior. «Allá donde miraba, veía mujeres como yo viendo lo que yo, pensando lo que yo y diciendo lo que yo». (Cuentas pendientes. Sexto Piso, 2021)

Lo interesante de Gornick es que también nos habla de nuestras contradicciones. Desde esta doble mirada entre lo que significa el movimiento, por un lado y, por otro, su impacto en lo íntimo, en lo cotidiano y en la lucha constante para sacarnos de encima lo que el sistema nos inculca desde pequeñas: En este caso, la idea del amor “salvador” como el gran éxito de las mujeres. Ese amor del que nos habla esa madre del Bronx al decirnos que lo mejor que podemos hacer es buscarnos un buen marido. Ese amor que nos enseña la lectura de Ana Karenina o Madame Bovary. La contradicción se encuentra en la lucha íntima entre teoría y práctica. «Muchas de nosotras nos convertimos entonces en la encarnación andante de la brecha entre la teoría y la práctica: la discrepancia entre lo que afirmábamos sentir y la complejidad desdichada de lo que realmente sentíamos se hacía cada vez más patente con el paso de los días. Las contradicciones de mi propia personalidad venían a diario a martirizarme, patrones de conducta a los que nunca había prestado atención acaparaban de pronto mis pensamientos».(Cuentas pendientes. Sexto Piso, 2021)

Vivian Gornick entiende que el estar sola (diferente al sentirse sola) es una postura política, que el amor no puede estar en el centro de la construcción como mujer, pero en sus libros navega constantemente entre este conflicto interior; el deseo de independencia y el anhelo de amor romántico mamado desde la cuna. 

Más de 50 años después de aquella revelación, ¿Cómo ha evolucionado su idea sobre el feminismo? ¿Cómo una de las pioneras analiza el feminismo contemporáneo? Sorprendida por el movimiento #MeToo a Gornick le dolió comprobar lo poco que había cambiado el mundo, como «los hombres se sentían libres de utilizar a las mujeres como habían hecho y siguen haciendo».

Gornick sabe, algunos dirán que es pesimismo otros que es la prudencia que dan los años, que “Volveremos a ir hacia atrás, pero es así cómo el cambio social tiene lugar. A la gente de mi edad le ha costado mucho reconocer que no va a pasar nada revolucionario de la noche a la mañana». 

En una entrevista reciente tras la publicación de sus libros en España, decía Gornick «el feminismo no es para las excepciones brillantes, el feminismo es para las mujeres ordinarias que somos todas. Es para la mujer de a pie, la que quiere experimentar la vida en las condiciones en las que ella no se sienta exiliada de sí misma». Un feminismo que, como su literatura, habla de ella y habla de todas nosotras.

 

Júlia Alsina de Mundi es Consultora de comunicación enIdeograma. Periodista. Máster en Estudios Internacionales (@julialsina)

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