SERGIO JIMÉNEZ
Lo cierto es que no he visto la primera temporada de American Crime, no por falta de interés, sino por falta de tiempo. Uno tiene las horas que tiene para ver series y una serie sobre racismo en Estados Unidos no es algo que la convierta en la primera de las prioridades pese a las buenas críticas y la presencia de Felicity Huffman. Sin embargo, cuando la crítica enloqueció con la segunda temporada y al saber que trataba la violencia (y qué tipo de violencia) en las escuelas, sí tuve, por suerte, interés en verla. Y a partir de aquí, vienen algunos ligeros spoilers del primer episodio.
American Crime retrata temas que hemos visto cientos de veces en la ficción audiovisual americana, desde los telefilmes, al cine más sesudo de Hollywood: violación, acoso escolar, abandono institucional, fractura social o racismo. Lo que rompe absolutamente los esquemas en American Crime es que se disocian estos casos de los estereotipos habituales: la víctima de violación es un chico, los colegios que dejan a los jóvenes en la cuneta pueden tener profesores muy bien intencionados, los que ejercen prejuicios raciales son afroamericanos y es precisamente una afroamericana la que ejerce un clasismo más cruel hacia los blancos. Podemos decir que la serie lo que hace es salir de los tópicos narrativos para explicar la profunda gravedad de la enfermedad que padece la sociedad americana. Muy posiblemente, ceder ante el tópico en cualquiera de estos puntos suavizaría, por habitual, la crítica que nos presenta la serie, o la convertiría en una serie que llegaría sólo a un público muy concienciado con la igualdad de género, los derechos civiles o la exclusión social.
American Crime no da ni un solo respiro: sólo recuerdo algún momento que podría parecer, muy de lejos, un chiste. El resto es una manera de retratar en el plano narrativo y cinematográfico el estado de descomposición de la sociedad americana y el desamparo de las personas. Se trata de una visión en la que la sociedad como tal no existe porque el único valor real bajo el que están funcionando la mayor parte de los individuos es el egoísmo y el oportunismo. No es tanto que no haya personas buenas, como si fuera la Sodoma de Lot, sino que aquellos que no se mueven desde ese oportunismo están desprovistos de mecanismos de defensa.
Si bien desde el punto de vista más hobbesiano (y el pesimismo antropológico de American Crime lo es) las instituciones son lo que nos protegen de esta maldad, en la serie, el sistema americano no es capaz de hacerlo. La principal explicación que podemos encontrar a esta crítica es que el sistema y sus instituciones están ocupados por personas movidas por intereses personales y propios que hacen que, a fin de cuentas, sirvan tan sólo para mantenerse en su posición de poder (no sé si les suena). Es decir, si usted es una buena persona, ya habrá alguien dispuesto a destruirle para quedarse con lo que tiene. Y si espera que alguien le proteja, no cuente con ello, porque muy posiblemente quien le deba proteger tenga su propia agenda, dado que, posiblemente, eliminó a otra buena persona. Y no se trata de que las instituciones sean malas, sino que en el mundo donde las instituciones no pintan mucho, como es Internet, la gente es igual de miserable que en cualquier otro sitio y, encima, no hay quien te ampare de la ley del más fuerte. Las instituciones y la sociedad son malas porque obrar según los valores éticos es algo sancionado realmente.
En resumen, la América actual vive en la hipocresía, dado que, pese a que pregona unos valores, estos no tienen nada que ver con los reales de su sistema. La ambición, la manipulación y el utilitarismo son instrumentos asimilados a la perfección por la sociedad y lo mejor que te puede pasar es que nunca te cruces, ni de cerca, con una situación donde alguien quiera quitarte de en medio.
Por todo ello, podemos decir que esta temporada es una de las mejores cosas que he visto este año y que, como serie de antología, podemos considerarla una de las mejores series de los últimos años, y punto. Una ficción que nos presenta como si John Rawls fuera a hacer un experimento mental para entender que la descomposición de la sociedad es tan real que es incapaz de proteger a los inocentes más allá de los estatus o prejuicios previos por los que nos movemos. Una apuesta de diez capítulos en los que se destila la esencia de los principales conflictos sociales americanos para explicar que no es el prejuicio, sino la propia crueldad de su sociedad, la que está haciendo que el sistema sea cada vez más difícilmente soportable para sus ciudadanos.
Sergio Jiménez es doctor en Ciencia Política por la Universidad Complutense de Madrid. Editor de http://poderyseries.es/ (@craselrau)
Publicado en Beerderberg
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