Mundiales que no salvan gobiernos

LISANDRO CARRASCO

“Me gustaría tener la revancha en el Mundial, pero con Messi en el campo”, bromeó el presidente Mauricio Macri en su reciente encuentro con su par español, Mariano Rajoy, haciendo referencia al reciente 6-1. Es que el fútbol es un deporte que atrapa al mandatario argentino, esto no es ninguna novedad, y en cada oportunidad que tiene, aprovecha para hacer chistes al respecto. Más interesante aún, Macri ha construido su carrera política basándose en uno de los clubes de fútbol más importantes del país. El suyo no es un caso único, la gran mayoría de los políticos utilizan el deporte para capitalizarse; y cada cuatro años tienen una oportunidad especial.

Los mundiales exaltan nuestro ser más patriótico. En dos semanas nos recomponemos de todos los males de nuestra nación y nos invade un ánimo de amor colectivo.

Sin dudas, esto sucede tanto en Argentina como en España, no por la relación de amantes que pregonan nuestros presidentes, sino por la intensidad con la que en ambos países sentimos el fútbol.

Desde la fase de grupos hasta las finales estamos unidos y alentando a nuestros equipos. Claro, nuestro interés es deportivo y hasta egocéntrico: queremos mostrarle al mundo que somos los mejores en esto. Pero hay otras personas aún más interesadas en ver que su selección alce la Copa: los presidentes.

A lo largo de nuestra breve historia democrática, supusimos que la sensación de amor a la patria que resulta del éxito deportivo resulta en un aumento de la opinión favorable al gobierno de turno.

Sin embargo, hay veces que ni la máxima satisfacción del fútbol mundial salva un gobierno que se viene abajo. Estos son los casos de Raúl Alfonsín en Argentina y José Luis Rodríguez Zapatero en España.

 

“Es necesario un poco de alegría”

Raúl Alfonsín fue el primer presidente del actual período democrático que transita la Argentina. En 1983, ganó las primeras elecciones después de diez años y le propinó su primera derrota electoral al peronismo.

Su gobierno empezó con un gran coraje por recomponer una sociedad que estuvo sumida en el terror de Estado. Los juicios a las juntas militares que habían gobernado durante siete años y el proceso del “Nunca más” posicionaron al Presidente al frente de los movimientos por los Derechos Humanos. Sin embargo, la situación económica era muy frágil y la estabilidad de la democracia era una incógnita. La Argentina era un callejón sin salida y necesitaba aferrarse a cualquier esperanza posible.

El mundial del ’86 tuvo todo lo que la Argentina necesitaba tener. Un equipo por el que nadie apostaría, pero con Maradona en cancha, vengó la guerra de Malvinas con un puño sagrado y el mejor gol de la historia. El 29 de junio, Argentina se consagraba campeón del mundo por segunda vez en su historia y un país con heridas abiertas sentía un poco de alegría después de años de oscuridad.

Había que aprovechar la situación para transmitir optimismo y confianza en el país. El mismo día de la obtención del título, el presidente Alfonsín se comunicó a través de una cadena nacional con el doctor Bilardo, entrenador de la selección nacional. La pantalla mostraba de un lado, al Presidente en su despacho y del otro, al director todavía en el estadio Azteca. “En circunstancias como estas, donde todavía tenemos que superar muchos problemas, es necesario un poco de alegría. Y esta alegría la brindan ustedes al pueblo argentino y es una de esas cosas que se sienten sin ninguna distinción de ideologías, ni de partidos políticos, ni de ningún otro tipo de división”, le dijo Alfonsín al flamante DT campeón, en un intento de apelar a la unidad nacional. “Este grupo quiere que la Argentina se una. Hay que vivir la emoción de que el mundo nos está observando y hay que estar muy unidos”, devolvía Bilardo.

Posteriormente, el Presidente recibiría a todo el equipo en la Casa Rosada y la foto de Maradona en sus balcones quedaría impregnada en la retina de todos los argentinos. El mejor futbolista de historia era argentino y estaba copando el balcón de la casa de gobierno. Era una luz en el medio de un túnel que no tenía fin.

Tampoco lo tendría a la brevedad: la economía se tornaría ingobernable. Hiperinflación, crisis de deuda, desabastecimiento, saqueos a supermercados y la sospecha de un golpe económico orquestado por los sectores más concentrados de la economía. La política tampoco ayudó: los militares todavía conservaban poder de fuego y realizaron varios alzamientos. El peronismo, aunque todavía aturdido por la derrota, se reorganizó y en conjunto con el sindicalismo, fueron un gran factor de desestabilización. El gobierno de Alfonsín obtuvo un récord hasta ahora inigualado: fue el gobierno con más paros sindicales de la historia.

El apoyo popular del radicalismo se licuó y el peronismo triunfó en las elecciones presidenciales de 1989 con un 49% de los votos. Alfonsín decidió adelantar el traspaso de mando para contener una situación social explosiva. Ni las mejores gambetas de Maradona, ni los discursos más emotivos de un excelente orador como Alfonsín, pudieron eludir la crisis en el país.

 

“La fuerza unida de toda España”

La Roja cargaba un karma: nunca había podido pasar los cuartos de final de un mundial. Sin embargo, el equipo entusiasmaba. Y no era para menos: Casillas, Puyol, Piqué, Ramos, Xavi, Iniesta, Torres, Villa… Un equipo de sueños hecho realidad. Pero el manto de sueños que cubría a la selección española no se correspondía con la profunda crisis que atravesaba el país.

Sudáfrica 2010 encontró a España en un clima tormentoso. La burbuja inmobiliaria que había explotado dos años atrás seguía calando hondo en la economía nacional y así lo recalcaban las portadas de los diarios: el G20 impulsaba un plan de ajuste que Zapatero llevaría adelante, una reforma laboral impulsada por decreto, el desempleo en récord histórico y un día antes de la final, más de un millón de personas se manifestaban en Barcelona en contra de la sentencia del Tribunal Constitucional que recortaba el Estatuto de autonomía de Cataluña de 2006. El País retrató el momento como “la peor tormenta económica que sufre España desde que arrancó la crisis”.

La situación del desempleo era representativa: en abril de 2004, cuando Zapatero asumió la presidencia, el paro alcanzaba al 11,22% de la población. En julio de 2010 prácticamente lo duplicaba: 21,4%, con cuatro millones de desempleados y en escalada.

El mundial representaba para España la posibilidad de elevar la autoestima nacional y para el PSOE esto no podía pasar desapercibido. Así lo reconoció días antes de la final el propio Zapatero, que se atrevió a decir que una “una victoria va a venir bien para elevar la confianza en el país”. A pesar de no asistir a la final, Zapatero recibió a los campeones al día siguiente de la obtención del título en los jardines de la Moncloa, con un traje gris como su futuro: “Enhorabuena a España por este gran triunfo histórico. Deseo felicitar a los 23 jugadores de corazón, como todos los españoles, al cuerpo técnico, a la federación, que hace un gran trabajo por el fútbol español. Esta es victoria de los 23 jugadores de la selección, pero detrás ha tenido la fuerza unida de todos los españoles para que la mejor imagen de España brille en el mundo como hemos hecho ganando este campeonato mundial”. Con estas palabras Zapatero intentó apropiarse de la victoria mundialista, acompañado por todo el equipo campeón y una multitud que invadía las calles.

Sin embargo, los éxitos deportivos son efímeros y las crisis económicas son más persistentes. La fuerza unida de todos los españoles no pudo sortear los largos meses de malos tragos. La crisis económica no se disipó, las reformas se acentuaron y diez meses después del Mundial, tendría lugar el surgimiento del Movimiento 15M o de los Indignados. Con la peor aprobación popular desde que asumió la presidencia, Zapatero comunicaba que no se presentaría a buscar la reelección y el PSOE abriría lugar a unas primarias. El 29 de julio de 2010, el Presidente anunciaría la convocatoria a elecciones generales anticipadas. El 20 de noviembre, el PP con Rajoy a la cabeza triunfaría con un 44,6% de los votos y 186 escaños.

 

El punto de no retorno

Está claro: ni el vendaval más furioso de la unidad patriótica de la Copa del Mundo pudo salvar a estos gobiernos. ¿Son excepciones de la victoria deportiva? ¿O acaso son la muestra de que cuando un gobierno marcha mal, no hay trofeo que lo salve?

Las crisis económicas y políticas que agobiaron a España y a Argentina fueron más fuertes que un Mundial. Tal vez la explicación reside en que ambos llegaron a situaciones límites, sin posibilidad de volver atrás o de recuperar el prestigio perdido por sus gobiernos.

Las breves historias democráticas recientes de nuestros países no nos permiten tener más ejemplos, pero seguramente este Mundial nos presente dos casos interesantes: tanto Macri como Rajoy tendrán que afrontar elecciones un año después de Rusia. Esperemos que la Copa termine en alguno de estos dos países. Sólo por interés científico, claro está.

 

Lisandro Carrasco es politólogo argentino (@CLisandro)

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