CAROLINA ALBÁN
Cuando nos referimos a la política desde todas sus instancias, podemos decir que el poder se encuentra manejado y liderado, en gran mayoría, por el género masculino, dónde, además, ha prevalecido y aún predomina el síndrome de la discriminación de la mujer, siendo estas, partidarias estratégicas para un mejor desarrollo en la toma de decisiones dentro del concepto de institucionalidad.
Desde los inicios de la creación, la mujer ha sufrido grandes escenas de aislamiento en el campo profesional, social, cultural y de desarrollo sustentable dentro de la sociedad. La idea de catalogar a la mujer como el ser que no contaba con las habilidades y capacidades para poder entablar juicios respecto a los asuntos mediáticos y públicos en su medio y la falta de espacios para debatir en temas constructivos, generaron que la mujer en la antigüedad sea excluida de la educación, el trabajo, y el bien común en la igualdad de sus derechos.
El involucramiento de la mujer en la política se establece a finales del siglo XIX, cuando les fue reconocido el derecho al voto, aunque en algunos Estados el consentimiento a ejercer el voto femenino no llegó hasta mediados del siglo XX. El proceso de modernización capitalista, que favoreció el ingreso de las mujeres al mercado laboral y educativo, motivó a su incorporación masiva, directamente, a diversos movimientos sociales como el campesino, indígena, obrero, estudiantil y urbano popular, desde el cual ellas expusieron sus ideales frente a los Estados autoritarios, imponentes y arbitrarios que predominaban en esas épocas.
Dentro del estudio desarrollado por la ONU MUJERES, en el año 2017, referente al liderazgo y participación política de la mujer a nivel mundial, menciona que “siguen existiendo diferencias importantes en los porcentajes promedio de parlamentarias según las regiones. En junio de 2017 se registraban los siguientes porcentajes (cámaras únicas, bajas y altas combinadas): países nórdicos, 41,7 %; Américas, 28,1 %; Europa (incluidos los países nórdicos), 26,5 %; Europa (excluidos los países nórdicos), 25,3 %; África subsahariana, 23,6 %; Asia, 19,4 %; países árabes, 17,4 %; y la región del Pacífico, 17,4 %”.
“En junio de 2017, 46 cámaras únicas o bajas estaban compuestas en un 30 % o más por mujeres. Esto incluye 19 países de Europa, 13 del África subsahariana y 11 de América Latina.9] Además, algunos países han aplicado algún tipo de cuota de paridad (cuotas establecidas por ley o escaños reservados) y han abierto así un espacio para la participación política de las mujeres en los parlamentos nacionales”.
En el caso de América Latina, en los últimos 40 años, 10 mujeres han sido quienes han liderado los países de esta región. La argentina Isabel Martínez de Perón, la boliviana Lidia Gueiler Tejada, la guyana Janet Rosemberg Jagan, la nicaragüense Violeta Chamorro, la ecuatoriana Rosalía Arteaga, La panameña Mireya Moscoso, la argentina Cristina Fernández de Kirchner, la costarricense Laura Chinchilla, la brasileña Dilma Rouseff, y, actualmente, la chilena Michelet Bachelet, han conseguido inmiscuirse en el tema que, desde todos sus tiempos, ha sido liderado por el género masculino. Esta evolución de la política y, puntualmente, de la mujer en la política demuestra que estamos viviendo una transformación en los escenarios gubernamentales, donde las mujeres ya no son personajes secundarios, sino, protagonistas principales en el camino y porvenir de una nación.
En un análisis realizado por la Organización Mundial del Trabajo en 83 países se concluye que las mujeres que tienen un trabajo remunerado ganan, en promedio, entre 10 % y 30 % menos que los hombres. Esta brecha discriminatoria aún está latente dentro de las instituciones públicas y privadas, sin la intención de la generación de proyectos sustentables que permitan la inclusión de la mujer en sus competencias.
Es evidente que con el paso de los tiempos, la presencia del género femenino aún no encuentra una paridad respecto a las funciones que por determinación sociológica han sido manejabas por el hombre, obstaculizando, aún más, la presencia de la mujer no solo en cargos de representación política, sino también, en cargos directivos de la empresa privada.
En Ecuador, durante la última década, más mujeres han ocupado cargos políticos en comparación con años anteriores. En 2013, por primera vez, la Asamblea Nacional contó con la dirigencia de tres mujeres. Actualmente, el órgano legislativo posee un porcentaje del 38.39% de representación femenina en la legislación si lo comparamos con los congresos de los años 90 y parte de la década del 2000, donde la presencia de las mujeres no superaba el 3 %.
También, según la Consultora Ipsos Ibid, el 89% de las empresas tienen a hombres en la alta dirección y tan solo 1 de cada 10 gerencias generales es ocupada por una mujer, y, a su vez, en el estudio realizado por Deloitte, menciona que las áreas en donde se destacan las mujeres son en marketing y ventas (26%), finanzas y contabilidad (24%) y Recursos Humanos (21%); mientras que apenas el 1% está en áreas como la tecnología.
Esto constituye un claro problema para la democracia y el progreso incluyente que, en la actualidad, estamos enfrentando en varias regiones del mundo, donde la mujer por voluntad propia ha transformado sus intereses y su vida profesional para forjarse dentro del estrado político, social y cultural como una “superwoman”.
Construir a la mujer como una líder política, es un reto constante que ha permitido utilizar sus fortalezas – propias de la mujer – para destacarla dentro de las diversas funciones gubernamentales, manejando, apropiadamente, sus habilidades y aptitudes para, de esta manera, transformarla en una líder confiable y ganar partido frente al liderazgo del género masculino, que, hasta hoy, sigue siendo la estadística más pronunciada en la vida política de las sociedades.
Sin lugar a dudas, las mujeres están ganando terreno en puestos de liderazgo y en diversas estructuras de representación, conquistando la mentalidad de sus pueblos y tomando las riendas de las situaciones más decisivas y cercanas para la transformación y evolución de las democracias igualitarias y participativas, pero es indispensable fortalecer las características de este género para generar mayor presencia en las listas de gobernantes del mundo moderno.
Carolina Albán es comunicadora institucional en Ecuador Estratégico. Socia de AECOP
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