La escena en una crisis

PATRYCIA CENTENO

Históricamente, la estética siempre, sin interrupción ni excepción, se ha utilizado como una de las mayores armas psicológicas en el manejo y resolución de crisis, sean humanitarias, climáticas, económicas o bélicas. También en las personales. Cuando Cristina Cifuentes dimitió de la presidencia de la Comunidad de Madrid tras el escándalo del máster lo hizo conscientemente vestida enteramente de blanco. Un color que, en general, transmite pureza e inocencia, pero que con el caso de la crema robada en nuestra retina cromática no ayudó.

La primera derrota militar de Adolf Hitler durante la II Guerra Mundial fue la victoria escénica de Winston Churchill (y no sólo por su sonrisa, puro, sombrero, bastón y gesto “V”). Con su táctica de la guerra relámpago, el führer pretendía que el caos provocado desanimara a los ingleses y a su líder, pero afortunadamente se produjo justamente el efecto contrario: a pesar de la tormenta de fuego que caía sobre las principales ciudades británicas, de las escenas apocalípticas que vivían sus habitantes y de las decenas de miles de muertos, los ingleses resistieron y tras cada ataque salieron a la calle como si “nada” hubiera pasado. La actitud tomada por el gobierno y la población civil –condensada bajo el lema “London can take it”– la recordó la modelo Cara Delevingne en Instagram después del doble atentado de Londres de 2017  a través de una fotografía en la que se veía a un hombre inglés cargado con botellas de leche yendo a su trabajo como de costumbre y caminando por encima de la ruinas del bombardeo nazi: “Querido ISIS (…) déjame mostrarte algo. Si Hitler no pudo detener a los ingleses de conseguir leche para que la tomaran con sus cereales, ¡a vosotros se os ha jodido toda esperanza! P.D. Nosotros también acabaremos con vosotros”.

Aberfan era una localidad galesa llena de vida hasta que murió sepultada en toneladas de carbón. En apenas unos segundos, 144 personas fueron engullidas por más de dos millones de toneladas de lodo negro, una avalancha de desechos procedentes de una mina que, removida por las incesantes lluvias, sepultó la escuela, quince casas de la humilde villa galesa y a 116 niños que estaban a punto de irse de vacaciones. Un desastre que dejó al pueblo minero huérfano de su niñez y fijó aquel 21 de octubre de 1966 como uno de los días más tristes de la historia británica. Sin duda, uno de los grandes episodios de crisis que ha vivido Isabel II como monarca y que la exitosa serie de Netflix que recorre los entresijos de Buckingham, The Crown, quiso recuperar en su tercera temporada. Y aunque se dice que fue una de las pocas ocasiones en que la reina lloró en público, la frialdad del liderazgo de crisis que se empleaba hasta hace poco queda reflejado en el diálogo en la ficción que mantienen la reina y su primer ministro cuando éste le aconseja que visite el lugar. “Una de las cosas más desafortunadas de ser monarca es que paralizas cualquier situación. Lo último que necesitan los servicios de emergencia trabajando contra reloj es ver aparecer a la reina”, se excusa Isabel II. Harold Wilson trata de convencerla: “No estoy tan seguro. Han muerto niños. La comunidad está destrozada”. Pero la soberana se resiste y le reta a qué le indique lo que desea que haga. “Consolar a la gente”, responde Wilson. “¿Montar un circo? La Corona no hace eso”, protesta Isabel. “No he dicho montar un circo, he dicho consolar a la gente”, aclara el primer ministro.

Alejándonos cada vez más de este antiguo liderazgo patriarcal y adentrándonos en este actual proceso de feminización de la imagen de poder donde las emociones no están penadas como antaño y la ternura no se reconoce ya como una debilidad sino como una muestra de seguridad; la respuesta de la primera ministra neozelandesa tras el atentado neonazi dio cuenta de un nuevo patrón en la comunicación política y la escenografía de crisis. Jacinta Ardern, con su cabeza cubierta por un velo, se personó rápidamente en la mezquita que había sido atacada para abrazar a los familiares de las víctimas. Lo hizo con cada uno, sin prisa y con los ojos cerrados. Demostrando con cada gesto que el sentir era sincero. Y además de pedirle a Donald Trump que su ayuda la destinara a declarar “simpatía y amor por todas las comunidades musulmanas”; vestida de luto, también demandó a la ciudadanía y la prensa que dejaran de hablar del monstruo que había perpetrado aquella atrocidad y recordaran en cambio el nombre de las personas fallecidas y las honraran.

Desde el 11S, los terroristas apuestan y trabajan por lograr una escenografía de violencia pavorosa que secuestre nuestra mente y haga que nos sintamos como si retrocediéramos a la barbarie y caos de la edad media. En consecuencia, los representantes de los estados atacados solían sentirse obligados a reaccionar frente a tal escenificación macabra orquestando exhibiciones de fuerza formidables como la persecución de poblaciones enteras o la invasión de países extranjeros. A cualquier hora del día, preferentemente de noche, salía el alfa de turno a anunciar que estábamos en guerra (aunque la batalla se librara a kilómetros de casa).

Con el retrógrado de Donald Trump conduciendo el mundo experimentamos hace poco un déjà vu del político testosterónico en plena crisis diplomática: rodeado de mandos militares (fuerza física) hombres blancos (fuerza moral para la representación universal de occidente) salió a intentar rebajar la tensión con Irán después de haber prendido un depósito de gasolina asesinando al general Qasem Soleimani. Mismos actores en la fotografía que la Casa Blanca ofreció  de Trump y sus colaboradores visionando la captura y muerte de Abu Bakr al Baghdadi. En su comparecencia para anunciar la muerte del líder del ISIS, el presidente señaló que “murió como un perro, llorando y jadeando”. Un gesto y unas palabras muy diferentes a las que tuvo en su momento Barack Obama cuando se trató de Bin Laden. Rostro serio y sin entrar en detalles. Las crisis, ni en su inicio ni en su final, no son un juego.

 

Patrycia Centeno es periodista y asesora de estética política. Autora de Política y Moda, la imagen del poder (Península, 2012) y Espejo de Marx¿la izquierda no puede vestir bien? (Península, 2013). (@politicaymoda).

Descargar en PDF

Ver el resto de artículos del monográfico 12: Comunicación de crisis