La crisis de los misiles cubanos

GUILLEM PURSALS

“Vinieron técnicos, con sus mapas y punteros, y nos dijeron que, si observábamos con atención, veríamos que se estaba construyendo una base de misiles en un campo próximo a San Cristóbal, Cuba”.

Robert F. Kennedy

El 11 de setiembre de 1962, el gobierno soviético afirmó públicamente que no había necesidad de transferir misiles soviéticos a Cuba. Fue días después que se descubriera bajo la apariencia de un pueblo pesquero, posibles emplazamientos futuros de misiles, una base de submarinos y un astillero naval. Pocos días después, un agente norteamericano creyó que se estaban instalando misiles cerca de San Cristóbal, y otro había escuchado al piloto del presidente Fidel Castro en estado ebrio y jactándose de la instalación de misiles soviéticos en Cuba. Dado que no lo habían comprobado, el propio Robert F. Kennedy aseguró poco después que se trató de un error desestimarlos, pero eran insuficientes para emprender acciones al no haber pruebas más convincentes.

El 16 de octubre, día que empezó la Crisis de los Misiles, las imágenes eran alarmantes pero no muy claras, pues no se sabía qué estaba sucediendo cerca de San Cristóbal. Después de que el gobierno soviético dijese que no mandaría misiles a la isla, las fotografías mostraban como se estaban instalando bases para el lanzamiento de estos, pero que aún no estaban a punto para ser utilizadas. Esta situación provocó que muchos de los altos mandos que estaban con el presidente Kennedy pidiesen que se bombardeasen las posiciones. Debido a esto, su hermano Robert le pasó una nota que decía: “Ahora sé lo que sintió Tojo cuando estaba planeando lo de Pearl Harbour”.

A la mañana siguiente unas nuevas fotografías mostraban otras instalaciones con entre 16 a 32 misiles operativos en una semana. Al cabo de veinticuatro horas, los técnicos de inteligencia determinaron que llevaban una carga nuclear dentro del promedio de la Unión Soviética y apuntaban directamente a ciudades de los Estados Unidos, haciendo que en caso de ataque, murieran más de ochenta millones de personas. El General Curtis LeMay, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Aéreas, fue el defensor acérrimo a una respuesta militar, un hecho que el presidente Kennedy desaprobó advirtiendo que habría respuesta soviética al respecto. Robert McNamara, secretario de Defensa, se desmarcó en privado de los militares afirmando que el bloqueo sería más útil que un ataque militar.

El 18 de octubre, Andrei Gromyko, ministro soviético de Asuntos Exteriores, llegó a la Casa Blanca para tratar la crisis con el presidente Kennedy, pero debido a la negación por parte del ministro de la instalación de misiles en Cuba y la defensa que la Unión Soviética no estaba poniendo armas ofensivas en la isla, no se llegó a ninguna resolución. A la mañana siguiente, gran parte del gabinete del presidente Kennedy estaba a favor del bloqueo, habiendo algunas personas que pasaron de un extremo al otro durante ese día.

Tal como expresa Robert Kennedy en su libro Trece Días: “El argumento más poderoso contra el ataque militar masivo, era que un ataque por sorpresa socavaría, y acaso destruiría, la posición moral de Estados Unidos en todo mundo.”

Como consecuencia de haber llegado hasta este punto, donde el ataque militar era visto como la única salida, el representante de Estados Unidos en las Naciones Unidas, Adlai Stevenson, propuso un intercambio para mantener el statu quo anterior a la escalada: la Unión Soviética retiraría los misiles de Cuba y los Estados Unidos retirarían los misiles Saturno de Turquía e Italia, además de la retirada de Guantánamo. Aunque la prensa recibía filtraciones de algún miembro que colaboraba en las reuniones, dada la cuantía de gente involucrada, el equipo del presidente Kennedy supo controlar los rumores y el lunes por la mañana todos los periódicos llevaban en portada que el presidente pronunciaría un discurso por la noche. En el discurso se anunciaba el inicio del bloqueo a Cuba.

Trasladado el debate a las Naciones Unidas, Adlai Stevenson, debido a las evasivas respuestas del representante de la URSS, afirmó: “Estoy dispuesto a esperar la respuesta hasta que se enfríe el infierno, si usted así lo quiere. Y también estoy dispuesto a presentar la prueba en esta sala”. Desplegando así unos caballetes y colocando las imágenes aéreas de los misiles. A partir de este momento, debido al punto de vista de Ted Sorensen -quien le escribía los discursos al presidente Kennedy- y Kenneth O’Donell, quien fue su secretario personal, empezaron los efectos de la diplomacia colateral a través de vías no oficiales al ser de los pocos que confiaban en ello.

Poco después se recibió una carta de Kruschev completamente emotiva reflexionando sobre el valor de las vidas humanas, un hecho que fue corroborado por el periodista de la ABC, John Scali, que recibió un mensaje de un alto cargo de la embajada soviética. En este mensaje se acordaba la retirada de los misiles de la isla a cambio del levantamiento del bloqueo controlado por las Naciones Unidas, y la promesa que Cuba no sería invadida. Al cabo de poco se recibió otra carta de Kruschev exigiendo la retirada de los misiles en Turquía y la no invasión de Cuba. Nadie del gabinete de Kennedy sabía bien lo que ocurría en la URSS frente a las contradicciones que se daban entre ambas cartas. Gracias a Ted Sorensen, solo se dio importancia a la primera carta de Kruschev, aceptando la oferta. El secretario de Estado Rusk y el presidente Kennedy acordaron que su hermano Robert sería quien se entrevistase con el embajador de la URSS en Washington, acordándose la retirada de los misiles de la isla, y al cabo de unos meses, la retirada de los misiles Saturno de Turquía, consiguiendo que ambas potencias se presentasen como ganadoras frente sus ciudadanos, terminando así la Crisis de Cuba a la mañana siguiente.

Como conclusión, podemos afirmar que el mundo no cayó por el abismo de una guerra nuclear gracias al speechwriter Sorensen, sirviendo como ejemplo de la importancia del lenguaje en una crisis diplomática; la vinculación de la política y los medios de comunicación, al ser trascendental el discurso del bloqueo de Cuba; y la resolución de conflictos más allá de los canales oficiales.

Tal como recita el presidente Kennedy en su carta del día 28 de octubre a Kruschev: “Nuestros países tienen grandes tareas sin terminar, y sé que su pueblo, lo mismo que el de los Estados Unidos, no pide más que poder continuarlas, sin miedo a la guerra.” Afirmando en las siguientes líneas la voluntad de acabar con la proliferación del armamento nuclear de ambas potencias.

Guillem Pursals es politólogo. Jefe de internacional en @wallstreet_cat. Vaticanista y analista de conclictos internacionales. @GPursals

Publicado en Beerderberg

Descargar en pdf

Ver el resto de artículos del número 6