John Locke: luces y sombras en la intuición de un pionero

ERNESTO GIMENO

No se puede andar un camino nunca andado: hay que crearlo para que sea transitado por otros. Noble y valeroso como es esto, también es una empresa harto difícil en la que hay muy pocas probabilidades de dar con la vía mejor y más recta, confiando a la posteridad y a la buena voluntad de quienes querrán seguir dicho camino su perfeccionamiento.

Es de esta forma como se debe encarar a John Locke, pionero como pocos, ya que lo fue por partida doble. En el campo de la epistemología y las teorías del conocimiento precedió a Hume y a Berkeley en la fundación, discutiblemente por detrás de Francis Bacon, de la escuela empirista inglesa, enfrentándose a las teorías innatistas propias del racionalismo de raíz cartesiana. Y es precisamente en la oposición a este innatismo donde podemos rastrear la fuente de sus ideas políticas, segundo campo en que fue pionero al considerársele el padre de la tradición liberal.

 

  • Síntesis del pensamiento político Iockeano fundamental

El empirismo clásico establece que ninguna idea es innata al ser humano o le precede respecto a su propia concepción. Este innatismo tan común en su contraparte racionalista, ya había sido usado (muchas veces de manera interesada y deshonesta) por filósofos y gobernantes para justificar cualquier tipo de régimen en base a esas “verdades evidentes y naturales”. Huelga decir que la cosa solía acabar en alguna clase de tiranía.

Locke, sin embargo, aduce que toda idea es un constructo mental personal forjado a partir de la sensibilidad de cada individuo con respecto a los estímulos que recibe. Aplicado a la realidad política, concluye que toda ordenación social es por tanto convencional, fruto de una construcción interpersonal acordada con base en la realidad factual y sus leyes naturales. El cimiento del Estado Iockeano es el individuo y sus derechos inalienables, y se construye mediante acuerdos entre los mismos respecto a la desiderabilidad o no de toda clase de supuestos. Es en base a esta intuición inicial de la intrínseca libertad del individuo sobre la que Locke irá desbrozando el camino del liberalismo.

A lo largo de su carrera estuvo interesado en diversos campos concernientes a lo social, como la separación de poderes Iglesia-Estado (Carta sobre la tolerancia), la economía (Algunas consideraciones sobre las consecuencias de la reducción del tipo de interés y la subida del valor del dinero) o la educación (Algunos pensamientos sobre la educación). Son, sin embargo, sus Dos tratados sobre el gobierno civil, especialmente el segundo, los que ofrecen la síntesis definitiva sobre el pensamiento político del autor, y por tanto en los que más nos detendremos.

 

1.1. Dos tratados sobre el gobierno civil

El primero de ellos tiene por objeto la absoluta deslegitimación de la aspiración de los monarcas a serlo por derecho divino. Contesta concretamente al opúsculo Patriarca o al poder natural de los reyes de Robert Filmer, desmontando y hasta ridiculizando todos los puntos del mismo. Locke toma supuestos tan peregrinos como que los reyes obtienen la patente divina al poder por ser herederos de Adán y, reduciéndolos al absurdo, los derrumba por completo, aniquilando de paso toda fundamentación metafísica de gobierno alguno.

El segundo, mucho más rico, presenta una buena cantidad de temas alrededor de una justificación argumentada respecto a la naturaleza exacta del surgimiento de las sociedades, que podríamos desglosar a grandes rasgos como sigue:

1.1.1. Estado natural

Difiriendo enormemente de la situación primigenia de “guerra de todos contra todos” que proponía Hobbes en su Leviatán, cuando hablaba del concepto de la naturaleza, Locke describe dicho estado como de perfecta equidad y libertad entre los individuos. Pueden, por supuesto, darse conflictos entre ellos, pero no de la escala y dimensiones que Hobbes imaginaba; esto es porque, aunque libre, el ser humano está sometido a una ley, la ley natural.

Esta ley, de origen divino en última instancia, aunque no es expresa, sí es accesible para el hombre mediante el ejercicio de la razón, y básicamente obliga a quienes dan con ella mediante su intelecto a una relación sostenible con su entorno, con los otros y consigo mismo.

Hace falta, por tanto, un esfuerzo racional consciente por llegar a la ley natural, algo que no todo el mundo puede (o quiere) hacer. Por dicha ley, se adquieren cuatro derechos básicos inmanentes al individuo: el derecho a la vida, a la libertad, a la propiedad privada y a la defensa de dichos derechos. Los conflictos, por tanto, se originan cuando algún individuo viola esta ley natural en otros, lo que, a su vez y dado que no hay jurisprudencia ni ningún órgano que medie en su resolución, puede ser un semillero para injusticias posteriores en forma de venganzas o inquinas.

De los cuatro derechos, Locke se centra especialmente en el derecho a la propiedad privada, al que dedica mucha tinta con tal de especificar su naturaleza exacta.

1.1.2. Propiedad (y acumulación)

En el estado natural, todo bien y todo recurso hallado en el mismo no tiene dueño, y por tanto es compartido por todos los individuos, si bien no les genera beneficio alguno en dicho estado. Sin embargo, éstos pueden adquirir dichos bienes y poseerlos en propiedad siempre y cuando inviertan en ellos algo que les sea radicalmente propio. Para Locke, esta condición de propiedad es la fuerza de trabajo del propio individuo.

Al invertir su fuerza de trabajo en la obtención y/o transformación de los recursos naturales, el ser humano los hace suyos y los reclama, por tanto, en propiedad. Establece, eso sí, la llamada condición Iockeana: sólo puede poseerse aquello que pueda ser efectivamente trabajado y aprovechado antes de degenerar y volverse inservible. Es decir, al ser buena parte de los bienes de consumo perecederos, un mismo individuo no debería poder poseer más que aquello que pueda obtener con su trabajo de la naturaleza y pueda aprovechar antes de que pierda su valor intrínseco. De poseer más que eso, debería darlo a otros individuos para que pueda ser debidamente consumido y no se desperdicie.

Hay que recalcar, eso sí, que respecto a los recursos y bienes que no corran el riesgo de sufrir el desgaste del tiempo, Locke no tiene problema en afirmar que pueden ser reunidos y acaparados sin límite alguno. Dentro de este tipo de objetos encontraríamos al dinero u otras riquezas como los metales preciosos.

1.1.3. Pacto social: Estado garantista y derecho de rebelión

En este esquema de cosas, las sociedades humanas surgen del estado de naturaleza como forma de protección de la vida y la libertad de sus individuos, y la propiedad privada que éstos logren en base a su fuerza de trabajo, al ceder éstos su cuarto derecho, el de defensa, al constructo social convencional que generan para ello. Son, en resumen, una forma suprapersonal de preservación de la ley natural contra los conflictos que la amenazan.

El Estado liberal Iockeano es, pues, el medio para perpetuar este pacto entre individuos por respetar y proteger la ley natural. Queda, así, relegado al papel de fideicomisario de esa voluntad, con la figura del gobernante como garante y protector del sistema, y de la libertad intrínseca de sus miembros. El autor no da en sus escritos más potestades a este Estado, ya que de recibirlas podría correr el riesgo de interferir con la voluntad de sus miembros, y deja así esferas como la económica o la educativa a su libre albedrío.

En su forma de distribuir el poder de dicho Estado, Locke se adelanta parcialmente a Montesquieu al dotarlo de dos de los tres estamentos que éste más tarde le dará. Nuestro pensador propone un poder legislativo que establezca leyes, siempre en connivencia con la ley natural, y un poder ejecutivo capaz de hacerlas prevalecer y censurar el desacato. En lugar del poder judicial de Montesquieu, que Locke asimila dentro del ejecutivo, propone un poder federativo que se encargue de la relación entre las distintas sociedades formadas.

En la que es tenida como su más revolucionaria contribución al pensamiento político, Locke establece que, si en algún momento un gobernante actúa en contra de los intereses de sus gobernados, y por tanto viola la misión que los propios gobernados le han otorgado como garante de sus derechos naturales, éstos tienen la potestad de rebelarse en su contra y derrocarlo, para establecer una nueva forma de gobierno que devuelva la estabilidad de la garantía de la ley natural. Al fin y al cabo, si violenta el pacto social, es el gobernante quien incurre en una falta y se vuelve potencialmente un déspota que, aunque sea en base a la mejor de las intenciones, usurpa al pueblo la capacidad de decidir en libertad y la capacidad de poseer sin más injerencia el fruto de su trabajo.

Es esta defensa apasionada y comprometida de la voluntad conjunta de los gobernados por sobre la de su gobernante, que se vuelve así un servidor público, la que hace del pensamiento de Locke una novedad en el panorama de la teoría política de su tiempo.

 

  1. Impacto histórico inicial de su pensamiento

La radical novedad del pensamiento de Locke en Dos tratados sobre el gobierno civil se hace notoria de una forma ciertamente curiosa. El autor ya había hecho recaer miradas sobre sí a nivel político con su Carta sobre la tolerancia, acerca de la problemática religiosa: en esta recopilación de misivas ya vemos el germen de la defensa de la libertad individual al afirmar que ni Estado ni Iglesia pueden imponer fe alguna, ya que ésta es una elección personal potestad del propio creyente. Sin embargo, la más extensa presentación de la doctrina liberal Iockeana en la obra que hasta ahora ha centrado nuestro análisis genera tres niveles de interés bastante desbalanceados entre sí.

2.1. En Inglaterra y en Europa

Aunque se puede detectar una influencia netamente Iockeana en la Declaración de derechos de 1689 de su patria, la capacidad de transformación directa que pudiera tener su pensamiento en vida de su autor fue decididamente disminuida por la preeminencia que en esos años tuvo el discurso hobbesiano del Leviatán. Esta obra acaparó las citas y la atención filosófica de la época, y no es hasta algo menos de medio siglo después de la publicación de los Dos tratados sobre el gobierno civil que éstos comienzan a ser el verdadero eje neurálgico de la discusión sobre política en el continente, llegando a influir de una u otra manera en la Revolución francesa.

Para entonces, no obstante, hubo de competir también con El contrato social de Rousseau, así como con la amenaza que suponía la respuesta cada vez más contundente del conservadurismo europeo.

2.2. En Norteamérica

Es en las colonias inglesas al otro lado del mar donde, sin embargo, las ideas de Locke calaron hondo entre los rebeldes republicanos de la época revolucionaria. Es fácil ver influencias suyas en figuras de la talla de Samuel Adams y Thomas Jefferson, e incluso en la propia Declaración de Independencia de 1776. En este ámbito, puede afirmarse con relativo convencimiento que las ideas Iockeanas son condición sine qua non para explicar el surgimiento de lo que más tarde serán los Estados Unidos.

2.3. Otros filósofos

Capitalistas clásicos como Smith y Malthus se apropiarán alegremente de la visión poco estatista de Locke y la aplican a su propia cosmovisión. Por su parte, otros nombres importantes, Rousseau y Voltaire, se acercarán a Locke con un enfoque más crítico a la hora de reformular su visión del estado de naturaleza y el pacto social.

Si algo demuestra esto es que, pese al poco impacto inicial en las políticas europeas de la visión de Locke, su influencia sí es patente en toda la esfera del pensamiento ilustrado, siendo piedra de toque de prácticamente todos los pensadores de la época, quienes podían apoyar o refutar sus tesis, pero en ningún caso pasarlas por alto.

 

  1. Relectura crítica

Comenté al inicio de este artículo lo ardua que puede ser la tarea del pionero. Como primer liberal, Locke podría enorgullecerse de ser el ideólogo y padre de una vía de pensamiento que ha atraído a lo largo de los siglos a multitud de pensadores. Estos, sin embargo, muchas veces han sido críticos con su base ideológica, provocando escisiones y subescuelas.

Es a partir de Hegel y, sobre todo, de Marx, que el liberalismo recibe también una severa crítica en base a los sistemas de dialéctica y materialismo histórico. A través de ellos se analizará el alcance transformador real de sus postulados.

3.1. Locke y el capitalismo

Siendo estrictos, más allá de algunas intuiciones económicas sobre la ley de oferta y demanda y la teoría valor-trabajo, no se puede afirmar con total rotundidad que Locke defendiese el capitalismo en su obra. Esto, de hecho, sigue siendo objeto de controversia entre los estudiosos modernos de su pensamiento, quienes polemizan acerca de las verdaderas filias de su autor respecto a la naturaleza exacta del libre mercado que preconizaba.

Lo que es indudable es que el capitalismo primigenio bebe ávidamente de su obra, allanando con su visión del Estado como mero mantenedor de la ley natural la llegada de conceptos como el laissez-faire. Que pueda hacerlo es debido en gran medida a la laxitud con que Locke describe su Estado.

3.2. La naturaleza exacta del Estado Iockeano

Al no especificar la competencia exacta de su Estado más allá de la vigilancia del cumplimiento de la ley natural, Locke abre la puerta a una miríada de interpretaciones posibles de la sociedad liberal. En su visión caben tanto las cosmovisiones de socioliberales de la talla de Bentham y Mill, como las de neoliberales y anarcocapitalistas como Carl Menger y su Escuela Austríaca, por no mentar a Friedman y sus polémicos Chicago Boys. Por supuesto, entre medias de este espectro podemos encontrar toda clase de lecturas.

Y es que la potencialidad del Estado liberal de Locke parece infinita, con la intuición del concepto de redistribución de riqueza que parece apreciarse en la condición Iockeana en un polo, y la visión de lo estatal únicamente como garante de la estabilidad social, pero sin poderes en lo económico, en el otro.

3.3. Desigualdades

Como a buena parte de los ilustrados, se puede acusar a Locke de ser un pensador que, aunque bienintencionado, carece por completo de empatía ante realidades sociales distintas a la suya por nacer en el seno de un grupo privilegiado y exclusivo. La previsión que se hace de las necesidades, aspiraciones y oportunidades de ascenso social no ya de las clases pobres, sino incluso de las medias, es escasa cuando no nula en su obra.

Aunque en su estado natural presenta a todos los seres humanos como fundamentalmente iguales e impelidos por la misma ley natural, a lo largo de su obra podemos ver cómo hace distinciones de todo tipo entre personas según su estamento social. Esto se hace dolorosamente patente, por ejemplo, en sus teorías educativas en Algunos pensamientos sobre la educación, donde describe modelos educativos claramente diferenciados para los niños en función de su extracción social. No hay que olvidar, tampoco, el corolario a la condición Iockeana que propone que no haya límite en el acaparamiento de bienes no perecederos como el dinero y otras riquezas, lo que en la práctica acabaría generando un nivel de opulencia dantesco en manos de unos pocos y, por tanto, crearía un abismo de desigualdad terrible.

Muchos pensadores críticos, especialmente aquellos que aceptan la contención implícita de los postulados capitalistas en la obra del autor, señalan que la generación de la desigualdad en el liberalismo es un problema de base. Para ellos, esta dinámica entronca directamente con el egotismo subyacente a la entronización del individuo como centro de la estructura sociopolítica. Así, éste acaba aislado y alienado de su propio contexto, y responsabilizado por hechos cuyas causas muchas veces escapan realmente a su control.

3.4. Un hijo de su tiempo

En definitiva, aunque el tiempo ha dejado a Locke en un sillar bien alto y destacado dentro de la historia del pensamiento, también es cierto que lo ha sometido a un férreo escrutinio por parte de propios y extraños.

Por valentía y originalidad a la hora de despojar a los gobernantes de cualquier pretensión de poder absoluto o fundamentación metafísica, su teoría a favor del individuo y los derechos inalienables del mismo sin duda sirvió como azote de tiranías. En el plano económico, sienta las bases del que será el motor de la mayor revolución del tejido productivo de la historia por su intuición de la relación valor-trabajo y su defensa del derecho de propiedad privada. Es, además, una piedra de toque para revoluciones como la americana o la francesa, y una figura clave en el proceso de derrumbe del Antiguo Régimen.

Sin embargo, se le puede achacar una cierta condición gatopardística en su pensamiento, que modifica ampliamente la naturaleza y distribución del poder en las monarquías parlamentarias pero que, sin embargo, resulta inmovilista a nivel social. Y es que, pese a su revolucionario derecho a la rebelión, la imperancia de la ley natural y el poco crédito que en ella y en la obra general del autor se da a según qué estamentos sociales, vuelve a sus estructuras profundamente homeostáticas.

Al final, Locke es el pionero de nuestra metáfora inicial, un aventurero abriéndose paso a machetazo limpio por una jungla de pensamiento inexplorado, buscando el fin lógico de toda una serie de intuiciones, en su caso y principalmente la del individuo y sus derechos como base de cualquier estructura socioeconómica. Como no podía ser de otro modo, no acaba de dar en la diana, y aunque decididamente es osado a la hora de reflejar muchas verdades incómodas a las que el seguimiento honesto de su pensamiento le hace llegar, en la mejor de sus voluntades acaba por ser poco específico, cuando no directamente acomodaticio con los factos de su tiempo, a la hora de describir la naturaleza y funciones concretas de su ordenación social. Esta dinámica, tan usual en los cimientos de cualquier escuela del pensamiento, no está exenta de encanto: son las luces y sombras de esas semillas de pensamiento, todavía por desarrollar y llenas de potencialidades, las que hacen que un pensador marque un hito en la historia, y lo conviertan en alguien realmente grande. Como raíz unívoca de toda una forma de entender la política, ni Locke ni la vía que inició pueden ser pasados por encima con facilidad.

 

Ernesto Gimeno es licenciado en filosofía y docente.

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