Señor Secretario General:
Cuando nos reunimos aquí mismo, en septiembre del año pasado, ¿quién de nosotros podía imaginar que en apenas un año, el mundo, transformado ya por una crisis económica, iba a cambiar como lo ha hecho?
En varios meses, las «primaveras árabes» han hecho brotar una inmensa esperanza.
Pueblos árabes sometidos a la opresión desde hace demasiado tiempo han podido recobrar fuerzas y han reclamado el derecho de ser, por fin, libres. A su indefensión se han opuesto la violencia y la brutalidad.
A los que proclamaban que el mundo árabe-musulmán era por naturaleza hostil a la democracia y a los Derechos Humanos, los jóvenes árabes han dado el más hermoso desmentido.
Señoras y señores, queridos colegas, no podemos decepcionar la esperanza de los pueblos árabes.
No podemos desbaratar su sueño.
Porque si la esperanza de estos pueblos se defrauda, ello daría la razón a los fanáticos que no han renunciado a oponer el Islam a Occidente, atizando por todos lados el odio y la violencia.
Ha sido un llamamiento a la justicia lo que ha sacudido al mundo, y el mundo no puede responder a este llamamiento a la justicia perpetuando una injusticia.
Esa milagrosa primavera de los pueblo árabes nos impone una obligación moral, una obligación política de resolver por fin el conflicto de Oriente Medio.
¡No podemos esperar más! El método utilizado hasta ahora –y mido mis palabras– ha fracasado. ¡Es por tanto necesario cambiar de método!
Hay que dejar de creer que un único país, por muy importante que sea, o que un pequeño grupo de países pueden resolver un problema tan complejo.
Demasiados actores clave son ignorados como para poder llegar a un resultado.
Quisiera decir que nadie puede imaginar que el proceso de paz puede prescindir de Europa, que nadie puede concebir que el proceso de paz puede obviar a los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, nadie puede imaginar que pueda prescindirse de los Estados árabes que ya han optado por la paz.
Un planteamiento colectivo se ha vuelto indispensable para crear confianza y ofrecer garantías a cada una de las partes.
Claro está, la paz la harán israelíes y palestinos.
Y nadie más.
Y nadie puede pretender imponérsela.
Pero debemos ayudarles.
El método ya no funciona.
Reconozcamos todos que fijar condiciones previas a la negociación era condenarse al fracaso. Las condiciones previas son lo contrario de la negociación. Si queremos entrar en la negociación, que es el único camino posible para la paz, no puede haber condiciones previas. ¡Cambiemos el método!
Todos los elementos de una solución son conocidos: la Conferencia de Madrid de 1991, el discurso del presidente Obama del pasado 19 de mayo, la hoja de ruta, la iniciativa árabe de la paz y los parámetros aprobados por la Unión Europea. Por eso, cesemos debatir indefinidamente sobre los parámetros y que den comienzo las negociaciones. Adoptemos un calendario preciso y ambicioso.
60 años sin que las cosas hayan apenas avanzado. ¿Acaso no nos exige esto que cambiemos de método y de calendario?
– Un mes para retomar las discusiones;
– Seis meses para ponerse de acuerdo sobre las fronteras y la seguridad;
– Un año para alcanzar un acuerdo definitivo.
Y Francia propone acoger, a partir de este otoño, una Conferencia de donantes para que los palestinos puedan culminar la construcción de su futuro Estado. Francia quiere decirles que no hay que buscar, de entrada, la solución perfecta, ¡porque solución perfecta no hay!
Elijamos la vía del compromiso, que no significa renuncia, ni negación, sino que permitirá avanzar, etapa por etapa.
Así pues, 60 años para los palestinos esperando su Estado. ¿Acaso no ha llegado la hora darles esperanzas?
Y 60 años en los que Israel sufre el no poder vivir en paz.
Y 60 años en que la cuestión de la coexistencia pacífica de los pueblos palestino e israelí sigue lacerante.
¡No podemos esperar más tiempo para tomar el camino de la paz!
Pongámonos en el lugar de los palestinos.
¿No es legítimo que reclamen su Estado?
¡Claro que sí! ¿Y quién puede dudar de que la creación de un Estado palestino democrático, viable y pacífico no sería para Israel la mejor garantía de su seguridad?
Pongámonos en el lugar de los israelíes.
¿No es legítimo que tras 60 años de guerras y atentados pidan garantías para esta paz tan esperada? ¡Claro que sí! Y lo digo con firmeza: si quienquiera que sea en el mundo amenazara la existencia de Israel, Francia se pondría total e inmediatamente del lado de Israel. Las amenazas hechas contra un Estado miembro de Naciones Unidas son inaceptables y no serán aceptadas.
En la actualidad, estamos ante una elección muy difícil. Todo el mundo sabe – y dejemos a un lado la hipocresía o la diplomacia barata – todo el mundo es consciente de que un reconocimiento pleno e íntegro del estatuto de Estado miembro la ONU no puede obtenerse de inmediato. La razón principal es la falta de confianza entre los principales actores. Pero, digámonos la verdad: ¿quién puede dudar de que un veto en el Consejo de Seguridad no generará un ciclo de violencia en Oriente Próximo? ¿Quién puede dudarlo?
¿Debe excluirse, por tanto, una etapa intermediaria? ¿Y por qué no prever para Palestina el estatuto de Estado observador de Naciones Unidas? Sería un paso importante, saldríamos de 60 años de inmovilismo, el inmovilismo que allana el terreno de los extremistas. Devolveríamos la esperanza a los palestinos, avanzando hasta el estatuto final.
Para avalar su compromiso firme en favor de una paz negociada, los dirigentes palestinos deberían, en el marco de este planteamiento, reafirmar el derecho a la existencia y a la seguridad de Israel. Deberían comprometerse a no utilizar este nuevo estatuto para recurrir a acciones incompatibles con la continuidad de las negociaciones.
Queridos colegas, sólo tenemos una alternativa: el inmovilismo y el bloqueo, o una solución intermediaria que permitiría dar esperanzas a los palestinos con un estatuto de Estado observador. Paralelamente, la misma prudencia deberá demostrar Israel, que deberá abstenerse de los gestos que afecten al estatuto final.
El objetivo último es el reconocimiento mutuo de dos Estados-nación para dos pueblos creados sobre la base de las fronteras de 1967, con intercambio de territorio aceptados y equivalentes.
¡Que esta Asamblea General, que tiene el poder de hacerlo, decida avanzar, decida salir de la trampa mortal de la parálisis, decida aplazar los desencuentros y las reactivaciones sin futuro! ¡Cambiemos de método!
¡Cambiemos de mentalidad!
Que cada cual se esfuerce por comprender las razones del otro, el sufrimiento del otro, las angustias del otro.
Que cada cual abra los ojos y se muestre dispuesto a hacer concesiones.
Y para terminar, quiero decir con un profundo y sincero aprecio por el pueblo palestino, quiero decir a los palestinos: pensad en las madres israelíes que lloran a los miembros de su familia asesinados en atentados. Ellas sienten el mismo dolor que las madres palestinas a quienes se les anuncia la muerte brutal de uno de los suyos.
Quiero decirlo con un profundo y sincero aprecio por el pueblo israelí: escuchad lo que gritaba la juventud de las primaveras árabes. Gritaban: «¡Viva la libertad!». No gritaban: «¡Abajo Israel!». No podéis continuar inmóviles ante ese viento de libertad y de democracia que sopla en vuestra región.
Lo digo con un profundo y sincero aprecio por esos dos pueblos que han sufrido tanto: ha llegado el momento de construir la paz para los hijos de Palestina y para los hijos de Israel. Y sería tremendo que la Asamblea General de Naciones Unidas no aprovechara la oportunidad del despertar de los pueblos árabes, al servicio de la democracia, para solucionar un problema que ocasiona desgracias para ambos pueblos que, de todas formas, están condenados a vivir el uno junto al otro. Si aceptamos una solución de compromiso, devolveremos la confianza y devolveremos la esperanza.
Lo diré con gravedad a los representantes de todas las naciones: tenemos una responsabilidad histórica que asumir. Es la Asamblea General de Naciones Unidas la que tiene esta cita con la Historia.
Tranquilicemos a Israel y demos esperanzas al pueblo palestino. La solución está encima de la mesa. Preferir la solución del compromiso a la del bloqueo, porque el bloqueo satisfará quizás a todos aquí pero generará violencia, amargura y oposiciones que pondrán en peligro a los pueblos árabes. Francia os dice que la tragedia debe cesar por la sencilla razón de que ya ha durado demasiado.
Muchas gracias.
Enviado por Enrique Ibañes