Del líder al traidor: cuando el candidato se olvida de su gente

GABRIEL FLORES

En la política, como en otros escenarios de alta presión y competencia, se habla constantemente de liderazgo. Sin embargo, lo que muchos aún no logran distinguir claramente es la gran brecha entre un líder auténtico y un capataz que únicamente impone su voluntad. Esta diferencia no es menor. En el mundo político, puede definir el ascenso o la caída de un movimiento, de un proyecto o incluso de una carrera entera.

El liderazgo efectivo en política no es solo un asunto de carisma o popularidad. Es la capacidad de construir, mantener y potenciar un equipo con visión compartida. A diferencia del jefe tradicional que da órdenes y se apropia del mérito, el verdadero líder empodera a su equipo, lo visibiliza, y reparte responsabilidades y logros. El político que olvida esto, corre el riesgo de quedarse solo, aunque gane elecciones.

Pero no se trata de teorizar en el vacío. Imaginemos a un dirigente local que durante años ha apoyado a diferentes candidatos, ha movilizado bases, ha puesto su casa, su tiempo y hasta su bolsillo. Cuando uno de estos candidatos llega al poder, ¿qué ocurre? Lo lógico sería que ese dirigente sea parte activa del proceso de gobernabilidad, asesoramiento o al menos de la toma de decisiones. Sin embargo, muchas veces es reemplazado por burócratas sin compromiso ni trayectoria política.

Esto evidencia un grave error de visión: confundir liderazgo con utilidad momentánea. Quien lidera un proceso político debe entender que su fuerza no viene del cargo que ocupa, sino de las redes que ha tejido en el camino. Cuando desecha a quienes lo acompañaron por conveniencia o por miedo a ceder protagonismo, no solo traiciona, sino que debilita su propio proyecto.

La comunicación política, en este sentido, es más que una estrategia de campaña. Es una herramienta diaria de validación y construcción de relaciones. Un verdadero líder no solo comunica hacia afuera, sino que escucha hacia adentro. Un gesto de reconocimiento, una palabra en el momento adecuado, una inclusión en decisiones importantes, son señales de respeto y visión.

Una de las claves del liderazgo político es entender que ningún líder lo es por sí solo. Como lo enseñan teorías contemporáneas del liderazgo resonante, el entorno emocional que se genera en un equipo político es determinante para su sostenibilidad. Si el líder genera miedo, desilusión o frustración, aunque obtenga resultados a corto plazo, su camino será breve. En cambio, si cultiva pertenencia, lealtad y proyección compartida, incluso en la derrota, tendrá respaldo.

Una anécdota recurrente en procesos electorales es la del «último en enterarse». Militantes que trabajaron intensamente, sin esperar sueldo, pero con la esperanza de ser considerados, solo para descubrir que los puestos fueron entregados a externos sin trayectoria. ¿Qué mensaje manda esto al equipo? Que el esfuerzo no vale la pena. Que el compromiso no se premia. Ese es el inicio del desencanto y la deserción.

Es importante comprender que en política no todo es meritocracia técnica, también hay una meritocracia simbólica: el valor del compromiso, la persistencia, la lealtad. Despreciar esto equivale a dispararse en el pie. Un líder hábil sabe que debe equilibrar entre premiar la capacidad técnica y honrar el camino compartido. El primero da resultados, el segundo construye legado.

Por ello, debemos redefinir el concepto de éxito político. No es solo ganar una elección, sino dejar un equipo fortalecido que pueda continuar, replicar y sostener la visión. Un jefe se impone; un líder deja huella. El primero gana una vez; el segundo deja una escuela. Un ejemplo claro fue el liderazgo de Lula en Brasil, que preparó a su sucesora, fortaleció una estructura y conservó la fuerza de su base incluso en momentos de crisis.

Además, en un mundo político donde la desconfianza abunda, la coherencia es una de las armas más poderosas. Cuando un político respalda a su gente con hechos, no solo construye lealtad interna, sino también reputación externa. La gente vota no solo por ideas, sino por comportamientos observables. Un político que es fiel a los suyos, es percibido como alguien que también será fiel al pueblo.

Finalmente, en este proceso de construir liderazgos reales, debemos dejar de romantizar al “líder solitario” y apostar por líderes en red. Personas que entienden que su crecimiento es el crecimiento de su equipo. Porque en política, como en la vida, nadie asciende solo sin dejar cadáveres o resentimientos. Y esos fantasmas, tarde o temprano, regresan.

Así que la próxima vez que te encuentres ante una figura política que se hace llamar líder, pregúntate: ¿construye o explota? ¿comunica o solo ordena? ¿comparte logros o solo reparte culpas? La política necesita menos jefes de paso y más líderes de proceso. Y tú decides de qué lado estar.

Gabriel Flores Avilés es consultor Político de Campañas Electorales (@GabrielFlores_a)