Tender puentes es la clave para los consensos que permiten avances sustanciales en sociedad, puentes que la polarización política dinamita. Recupero dos hechos que incitan su auge:
Primero, que en los últimos años y, acentuado con la crisis que nos ha dejado la actual pandemia, la desigualdad social se ha acrecentado a niveles insultantes. Esto, invariablemente, genera desafección hacia las instituciones democráticas en un segmento poblacional importante, que complica un clima de diálogo para abordar problemas sociales complejos y beneficia la aceptación de discursos populistas, dicotómicos. Cuando hay enojo y miedo (las emociones que más movilizan), perder la escala de grises es muy sencillo. Para este punto, las soluciones vienen del eje de la acción política, se deben encaminar esfuerzos para acortar esta brecha. Nada sencillo, nada rápido, pero sí muy urgente.
Segundo, en la era de internet donde las redes sociales y sus algoritmos marcan el ritmo de los flujos comunicacionales, somos presas de las cajas de resonancia, de perder la interacción con quienes piensan diferente y embelesarnos en la burbuja donde reafirmamos nuestro relato, nuestros valores y trincheras identitarias. Aquí hay una necesidad y responsabilidad ciudadana por romper estas burbujas para habitar un ágora diversa como la sociedad misma.
Y, ante este escenario, ¿qué retos tenemos los profesionales de la comunicación política? Desarrollar estrategias efectivas para que la escala de grises sea el punto preferente de encuentro resulta arduo ante tanto ruido, donde el “o con ellos o conmigo” es la constante, cuando repetidamente se ha probado que resulta mucho más rentable al corto plazo (hablando en términos de mercados electorales), alimentar este contraste con los adversarios, enmarcándolos como enemigos en un tono bélico, en dinámicas perversas que alimentan la brecha y que, como resultado a medio plazo merma la gobernabilidad. Abundan los gritos de hooligans y pirómanos.
La esperanza y hacia donde hay que mirar es hacia esos casos de liderazgos que apuestan, a pesar de todo, a un tono sosegado, dialogante, y, que están consiguiendo réditos políticos sustanciales. Salvador Ila (PSOE) y José Luis Martínez-Almeida (PP) son dos ejemplos recientes en España. Al primero le valió que su partido viera en su estilo conciliador como Ministro de Sanidad un candidato fuerte para las elecciones en Cataluña (donde fue el más votado), y al segundo, le ha valido para pasar despreocupado el terremoto político nacional de hace unas semanas: ser un mandatario altamente valorado es un buen escudo ante la amenaza de las mociones de censura en cadena.
Vivimos un cambio de paradigma y toca volcar nuestro conocimiento a promover que estos casos sean regla y no excepción, por un estilo dialogante, empático y democrático.