Argentina baila un tango con su pasado: las elecciones 2019

FERNANDO PITTARO

El futuro electoral argentino es una moneda girando en el aire. Salvo alguna sorpresa, que tratándose de Argentina nunca hay que descartar, todo indicaría que nos encaminamos a un final ajustado entre dos opciones antagónicas. O sigue gobernando Cambiemos, reeligiendo a Mauricio Macri, o el kirchnerismo vuelve al poder de la mano de Cristina Fernández. Los amantes de la simplificación dirían: o sigue el neoliberalismo o vuelve el populismo.

En realidad, todas las encuestas coinciden en que existe una enorme polarización en la sociedad y entre ambas fuerzas se llevarían aproximadamente el 70% de las preferencias, con una leve ventaja a favor del kirchnerismo.

Sin embargo, hay un tercio de la población que está huérfana de representación y no quiere saber nada con ninguno de los dos polos: decepcionados con el actual gobierno y temerosos de lo que ya conocieron. En ese río intermedio intenta pescar a contracorriente un nuevo espacio político llamado Alternativa Federal. Allí se reúnen, entre otros, gobernadores opositores de buena sintonía con el gobierno central, como Urtubey, de Salta, y Schiaretti, de Córdoba, el senador Pichetto y el exintendente de Tigre, Sergio Massa, quien parece correr con más ventaja en esa pelea. Los más optimistas hablan de pescar allí un 20% de los votos. El 10% restante se dividiría entre la izquierda tradicional y dos opciones de derecha tan novedosas como extremas. Por un lado, el diputado salteño, Alfredo Olmedo, que intenta emular la figura de Bolsonaro con un discurso antiinmigración y promilitar y, por el otro, el de José Luis Espert, un economista libertario que pregona el retiro casi total del Estado en la economía.

¿Hay lugar para alguien más? Por ahora es improbable, pero no imposible. De ocurrir, sería una opción progresista que le quite votos por la “izquierda” al gobierno, encabezada por dirigentes disconformes con el rumbo de la economía como Ricardo Alfonsín o Martín Lousteau.

En cualquier caso, lo más probable es que, al no contar ninguno con la mayoría suficiente, la pulseada final se dirima en un balotaje a disputarse el 24 de noviembre. Antes, habrá dos instancias clave: el 11 de agosto serán las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) y el 27 de octubre las elecciones generales (primera vuelta). Además, la mayoría de los gobernadores adelantarán sus calendarios electorales para no atar su suerte a la ruleta nacional.

Orden sin progreso

Uno de los grandes aciertos discursivos de Cambiemos, si no el único, fue mantener viva la llama de Cristina. Azuzando esta posibilidad, la sube al ring y allí pelea con su adversario ideal. Dos polos que se repelen y se atraen a la vez. Ese es quizás el mayor negocio de Macri: que Cristina intente ser presidenta por tercera vez (el único que lo logró fue Juan Domingo Perón) para poder hablar del pasado y no del presente. La jugada es arriesgada porque mientras los números económicos sigan cayendo, la musiquita de “con Cristina estábamos mejor” sonará más fuerte. ¿Qué pasa si el monstruo fabricado les gana? Desde Cambiemos confían en que en una segunda vuelta triunfarán, porque “nadie vota mirando hacia atrás” y el efecto comparativo aún les seguirá beneficiando. Como si la trinchera argentina se decidiera en un espejo. Algo así como aquella frase de Perón que vuelve a cobrar sentido medio siglo después: “No es que nosotros seamos tan buenos, sino que los demás son peores”.

Obstinados en seguir “haciendo lo que hay que hacer” en materia económica, el gobierno encarará una campaña electoral cuesta arriba donde tendrá que explicar por qué no pudo cumplir casi nada de lo que prometió y se verá obligado a recalibrar sus expectativas para no volver a defraudar a su propio electorado. Además, como dijimos, de agitar el fantasma del pasado comenzará a perfilar un discurso mucho más duro en materia de seguridad y orden público. Sería algo así como: si no hay progreso, al menos daremos orden.

Organizar (y liderar) el desencanto

Cristina Fernández decidirá si es candidata unos días antes del plazo legal para hacerlo. Hoy no habría motivos para que no lo sea. Algunos dicen que está más preocupada por defenderse en la justicia que de ser candidata. Otros aseguran que quiere de nuevo el cargo para tener impunidad. Y hay otros, quizás más ingenuos, que especulan con que dará un paso al costado ya que es consciente de que su figura es funcional a la fragmentación opositora que favorece a Macri. En las tres hipótesis se habla más desde las tripas que desde las neuronas. La única certeza es que en 2017 creó su propio sello electoral (Unidad Ciudadana) con el que obtuvo la banca de senadora por la provincia de Buenos Aires al resultar electa con el 37,31%, unos 3,5 millones de votos. En su última aparición pública, el 19 de noviembre, dio algunas pistas de cómo piensa encarar lo que viene. Habló de dejar atrás las categorías de izquierda y derecha y pidió “acuñar una nueva categoría de frente social, cívico, patriótico en el cual se agrupen todos los sectores que son agredidos por las políticas del neoliberalismo”.

Unidos o dominados

Si contabilizamos las ocho elecciones presidenciales desde el regreso de la democracia en 1983, nos encontramos con que el promedio de apoyo al peronismo en todas sus vertientes fue del 52,6%. Con bajas históricas como el 38,2% de 1999 o picos altísimos que superaron el 60% como en 2003, 2011 o 2015. El problema es su fragmentación. Lo mismo ocurrirá en 2019.

“Si la oposición no se une, hay Macri por cuatro años más”, repiten los que buscan el entendimiento entre Unidad Ciudadana y Alternativa Federal. Las PASO serían el escenario ideal para dirimir las diferencias y salir fortalecidos para las elecciones generales con un candidato único. Pero eso difícilmente ocurrirá. ¿Las razones? Dirán muchas en público, pero en off, que es cuando la verdad se vuelve irrefutable, lo dicen claro. “El problema es Cristina, si ella no jugara… es otro cantar”, repiten por lo bajo. Es decir, competirían en una misma interna si tuviesen alguna garantía de éxito. Con Cristina en la cancha, no la tienen. Es más, no es descabellado pensar que en ese escenario de unidad, el peronismo triunfe en primera vuelta.

En conclusión, hay pocas certezas en la Argentina que viene. Algunas se reflejan en los escalofriantes números de la economía de los últimos tres años: la inflación llegó al 155%, el dólar se disparó un 290%, la deuda creció más de 100 mil millones de dólares y la pobreza alcanzó el 33,6%.

A nivel político, quien tome las riendas de la Casa Rosada el 10 de diciembre de 2019 tendrá una tarea titánica por delante. Con una oposición atomizada en el parlamento y una sociedad hastiada de promesas sin resultados concretos, necesitará templanza, talento y fortuna. Veremos con quién baila Argentina el próximo tango. Pero bailar, baila seguro.

 

Fernando Pittaro es consultor político y asesor en estrategias de comunicación (@ferpittaro)

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