GUILLERMO LOSTEAU
La derrota del partido en el gobierno en las elecciones intermedias es una constante en los Estados Unidos, con una muy larga y clásica tradición. A esta constante podemos agregarle una segunda que apunta en la misma dirección: los votantes demócratas son más remisos a votar en las elecciones intermedias, lo cual sumado a la sensación de desencanto con Obama, ha llevado la abstención electoral a más del 60%, cifra inusualmente alta.
Si bien estas dos constantes permitían prever el ganador de las elecciones, lo llamativo es la amplitud y el margen de la derrota, que ha llevado a calificar este resultado como desastre o hecatombe. La maquinaria electoral de los republicanos ha funcionado muy bien, movilizando a su base partidaria compuesta mayoritariamente de hombres blancos mayores de 30 años, mientras que las minorías de jóvenes, mujeres, latinos y afroamericanos que componen el electorado que eligió a Obama en el 2008 y en el 2012 no se sintieron alentados a votar.
Los números otorgan al Partido Republicano la mayoría en el Senado, con 52 bancas contra 45 de los demócratas (hay 3 bancas sin definir a la hora de escribir este artículo); a ese control se le suma el que ya tenían en la Cámara de Representantes, donde también han ampliado su margen, con 242 escaños contra 175 del partido gobernante (18 no están aún definidos). Es la ventaja más amplia que tienen los republicanos en casi 90 años.
Para completar el panorama, los estados en manos de republicanos suman 31 contra 15 de los demócratas y 4 sin escrutinio final todavía. Algunos de ellos son estados donde Obama triunfó dos veces, como Iowa y Colorado.
Los dirigentes políticos involucrados, desde el presidente Obama hasta los líderes ganadores, han afirmado “haber escuchado la voz del pueblo”. Existen serias dudas de que esto pueda ser verdad, entre otras cosas porque no parece que haya habido “una” voz del pueblo o que puedan extraerse conclusiones ciertas sobre las elecciones.
Porque, a más de la renovación total de la Cámara, de la tercera parte del Senado, de las gobernaciones de 36 estados, las elecciones alcanzaron también las asambleas legislativas de esos estados y muchos otros cargos locales. Para completar el complejo panorama, simultáneamente hubo 147 iniciativas legislativas sobre temas controvertidos como el aborto, la marihuana o la venta de armas.
De este conglomerado no es fácil extraer una voz unificada o conclusiones definitivas. Por el contrario, es posible que de estas elecciones surjan más preguntas que afirmaciones.
Algunas reflexiones, sin embargo, pueden ser válidas sobre los resultados electorales del 2014, como por ejemplo, sobre las causas que motivaron al voto o a la abstención, qué puede esperarse de estos dos años que le restan a la administración Obama, y las alternativas electorales para la elección presidencial del 2016.
El descontento popular
Es evidente el malestar del ciudadano americano, pero no es tan sencillo discernir contra quien o porqué.
Entre los posibles responsables del malestar, el primero es –por supuesto- Barack Obama, por causas que oscilan entre lo que no hizo o no cumplió, lo que hizo mal y o sus indecisiones que revelarían un problema de personalidad. Lo cierto es que, frente a las expectativas con que asumió la presidencia, hoy Obama es percibido como uno de los peores presidentes americanos (aunque no siempre con razón).
En materia de gestión económica, la administración demócrata no ha sido mala y la mayoría de los indicadores macroeconómicos son claramente positivos: el PBI ha crecido- según estimaciones confiables- entre 3 y 4% en el 2014; el dólar se ha fortalecido frente al euro y al yen; el déficit fiscal (una de las grandes preocupaciones republicanas) se ha reducido significativamente y hay claros avances en el sector del mercado de valores y en el energético.
La percepción general no ésta, sin embargo, y ello por dos motivos: por un lado, estos logros económicos no han llegado todavía a repercutir en la economía familiar, y los bolsillos de la gente no recogen todavía estos resultados. La otra razón es atribuible a la personalidad de Obama y su falencia como comunicador. Hay una gran diferencia entre ser un buen orador, como lo es sin duda el presidente y ser un buen comunicador, como era Reagan.
Algo similar ocurre con el sistema federal de salud, el Obamacare, blanco predilecto de la oposición que ha explotado sus falencias y reputado como un fracaso. Pero, a pesar de las dificultades iniciales, la reforma incorporó al seguro médico a más de 15 millones de personas, cubiertas por vez primera en sus vidas.
Por último, entre las falencias que se le atribuyen la más importante se vincula a la política exterior, donde Estados Unidos ya no ofrece la imagen sólida y de liderazgo a la que los americanos están habituados. Esta falencia es más notoria, porque el presidente de los EEUU no tiene en materia de política exterior las limitaciones que tiene en el orden interno, sujeto a las normas y al control del Congreso y del Poder Judicial.
Pero las críticas y el malestar del ciudadano americano no se agotan con Obama como responsable. También los ánimos se encuentran encrespados con el sistema político en general, y los republicanos que dominan la Cámara de Representantes desde el 2010 no se encuentran a salvo de las críticas del electorado que lo percibe como corresponsable de las dificultades del país. Un 79% de los votantes se mostraba en desacuerdo con labor del Congreso. Posiblemente, esa imagen se fundamente en la posición adoptada por el Partido al ganar la mayoría hace 4 años.
Finalmente, el tercer elemento a resaltar en la inconformidad del ciudadano con la marcha del país son los cambios que se han producido en los Estados Unidos, tanto los que son percibidos claramente como aquellos que todavía no han alcanzado la comprensión general, pero que modifican el sentimiento general hacia las posibilidades de desarrollo individual o colectivo de la sociedad americana.
Se percibe un sentimiento de desconcierto frente a esas mutaciones, reales o imaginarias, que han hecho desaparecer las expectativas positivas clásicas del americano medio.
Dos años más
Tradicionalmente, los dos últimos años de un presidente sin posibilidad de reelección son conocidos por la figura del lame duck, un pato rengo que describe a un presidente saliente con facultades muy restringidas, más aún cuando enfrenta a un Congreso en manos de la oposición. Por otra parte, es el momento en el cual el presidente saliente puede establecer su propio legado, ya que no está en juego su reelección ni su capital político.
Entre las cosas que Obama no cumplió se encuentra la situación de los inmigrantes indocumentados. Él ha elegido precisamente ese tema para dar la batalla en el tramo final de su presidencia, y tal como anunció, acaba de adoptar -mediante una orden ejecutiva- lo que estima un primer paso fundamental en el tema. Sin todavía poder evaluar a fondo los resultados de esa decisión, la actitud del presidente habrá de generar una respuesta del Congreso en manos republicanas, quien le había advertido que no se “atreva” a soslayar la opinión del Congreso violando la constitución.
La decisión del presidente, a través de una orden ejecutiva, deja fuera al Congreso, y se coloca al borde de la interpretación constitucional, lo que lo hace vulnerable jurídicamente, a pesar de que el número de órdenes ejecutivas de la administración Obama es inferior a la de muchos otros presidentes.
El Partido Republicano no tiene opciones fáciles en estos dos años. La opción que tendrá que resolver es si se asume como gobierno (ya que el Congreso que domina es parte del gobierno) o por el contrario, asume el rol de “oposición”. Para mantener su imagen debieran pasar de ser un partido de oposición a mostrar que pueden gobernar: cómo elaborar una agenda que desafíe al presidente, sin que se los considere destructivos y pasen a ser considerados corresponsables del fracaso del gobierno.
El 2016
Es importante recordar lo que ocurrió en el 2012, cuando luego de un triunfo republicano en el 2010, Obama se recuperó y obtuvo su reelección.
Las repercusiones de ganar en las dos cámaras puede tener consecuencias negativas en el corto y mediano plazo para los republicanos y la respuesta está estrechamente ligada a la actitud que adopte el Partido en el tiempo que resta hasta las elecciones.
Los resultados de las elecciones de este año no son fáciles de interpretar respecto a si el triunfo le corresponde a ala más conservadora del partido, o por el contrario la gente se ha decantado por posiciones más moderadas, lo que pareciera ser el caso.
Después de cinco o seis elecciones perdidas por los republicanos, los resultados del 2014 pueden estar indicando una oportunidad para ganar la Casa Blanca en el 2016. Pero el camino no está despejado, y el Partido Demócrata con un buen candidato podría recuperar el voto de los jóvenes, los hispanos, las comunidades suburbanas y los afroamericanos que le dieron el voto a Obama. Sería suicida ignorar esta posibilidad.
Hillary Clinton parece una formidable candidata para las elecciones presidenciales del 2016, aunque aún no se ha pronunciado. Si es posible asumir que si optara al cargo, tendría poca oposición en las primarias demócratas.
En el campo republicano surgen varios nombres, ninguno con la fuerza de Clinton. Con toda seguridad veremos elecciones primarias más reñidas. La gran incógnita es la actitud de Jeff Bush, uno de los pocos nombres republicanos que podría derrotar a Clinton. Paradójicamente, la gran dificultad para Bush, si decide competir, es ganar la primaria republicana ya que algunos estados decisivos le serían renuentes.
Las alternativas están, entonces, abiertas. Si bien no está garantizado que los demócratas pueden recuperar a su electorado, si lo hacen serán un formidable contendiente, y los republicanos necesitarán resultados todavía mejores que los del 2014.
Guillermo Losteau es jurista internacional y Presidente del Centro Cultural Argentino en Miami.
Publicado en Beerderberg
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