BEÑAT ZARRABEITIA
8 de octubre de 1989, una semana después del gran desfile que conmemoraba el cuarenta aniversario de la creación del Estado, el equipo nacional de la República Democrática de Alemania (RDA) vence por dos a uno a la Unión Soviética en la fase de clasificación para el Mundial de 1990. El triunfo del equipo germano oriental en la ciudad de Karl-Marx-Stadt –ahora Chemnitz– comprimía de forma notable la situación del grupo 3 de la zona europea. Dos semanas más tarde, el día 25, Turquía venció por tres a cero a Austria en Estambul. Al tiempo, la RDA ganaba por cero a cuatro en un amistoso en Malta.
Así las cosas, a falta de una única jornada, la URSS contaba con nueve puntos, mientras que la RDA, Austria y Turquía tenían seis. Todo se decidiría el 15 de noviembre. Soviéticos y otomanos jugarían en Moscú, mientras que los germano orientales visitarían Viena. La RDA llevaba 15 años sin ir al Mundial, su única participación se produjo en el de 1974. Una cita para la historia, en uno de los encuentros más morbosos de todos los tiempos, la RDA venció a la RFA en su campo con un ya mítico gol de Jürgen Sparwasser.
Tres lustros que habían cambiado el mundo, la RDA y, en definitiva, todo el bloque del Este de Europa. Las protestas por las condiciones de vida se habían recrudecido en un marco de control social narrado por Florian Henckel von Donnersmarck en La vida de los otros. En enero de 1988, el propio Sparwasser abandonó la zona oriental junto a su mujer aprovechando un partido de veteranos disputado en la República Federal de Alemania (RFA). Camino que años antes, en 1979, había emprendido Lutz Eigendorf, conocido como “el Beckenbauer del Este”. Las lesiones y su bajo rendimiento no le permitieron triunfar ni en el Kaiserslautern ni en el Eintracht Braunschweig. Finalmente, el 5 de marzo de 1983, su coche se estampó contra un árbol y falleció tras permanecer dos días en coma. Veinte años después, con la desclasificación de los documentos de la Stasi, se conoció que su muerte fue fruto de un sabotaje.
El mundo se dividía en dos. En un bloque, Reagan había impuesto la supremacía militar de los Estados Unidos con su particular “guerra de las galaxias”, encarnada en su propuesta de Iniciativa de Defensa Estratégica, mientras que en su patio trasero financiaba a toda clase de contras y grupos paramilitares. En el Reino Unido, Margareth Thatcher había mostrado su puño de hierro en el conflicto irlandés, en la guerra de las Malvinas, en el big bang de la City, en las protestas laborales de los mineros o en su cruzada contras las clases populares, que resumía con la afirmación de que “la sociedad no existe, sólo existen hombres y mujeres individuales”. Al tiempo, desde el Vaticano, Juan Pablo II, natural de Polonia, muestra una visión más conservadora que Juan XXIII que evidenciará su poca simpatía por la Teología de la Liberación. Los tres sufrieron algún tipo de atentado.
Al otro lado del Muro, Gorbachov había intentado llevar a cabo políticas más aperturistas con la Perestroika y la Glasnost, en el marco de una gran inflación y de la firma del Tratado INF de desarme nuclear. Sin embargo, la tragedia y depresión generacional que supuso la guerra de Afganistán, así como el desastre de Chernobyl, fueron duros golpes para la sociedad soviética. Asimismo, en las repúblicas bálticas aumentaban las movilizaciones en favor de la independencia con la cadena humana del 23 de agosto de 1989, como ejemplo. La tendencia se repetía en todo el Bloque del Este.
En primavera de ese mismo año, tanto Polonia como Hungría vivieron un gran cambio político, con los conocidos como Acuerdos de la Mesa Redonda en Varsovia y el establecimiento de un sistema multipartidista en la república magiar. En este contexto, el 4 de septiembre, en la RDA comenzaron las que se conocieron como “las manifestaciones de los lunes”, que pedían una mayor democratización y la libre circulación. Las primeras protestas fueron en Leipzig, con cerca de 1.000 personas. Posteriormente, se extendieron, de forma más tímida, a Dresde, Halle, Karl-Marx-Stadt, Magdeburgo, Potsdam o Rostock.
La situación dio un giro de 180 grados el 11 de septiembre, cuando Hungría “suspendió provisionalmente” el acuerdo que mantenía con Berlín y permitió que las cerca de 6.000 personas que pretendían pasar desde su frontera a la RFA tendrían vía libre para hacerlo. La noticia fue un caramelo para el entonces canciller germano occidental Helmut Kohl, coincidiendo con el inicio del congreso de la CDU. Ese verano, una gran cantidad de personas había solicitado viajar a la RFA en las embajadas que Bonn tenía en Budapest, Praga y Varsovia.
El 18 de octubre, el Comité Central decidió forzar la dimisión de Erich Honecker, presidente del país desde 1976, para nombrar a Egon Krenz como presidente del Partido Socialista Unificado de Alemania (PSUA). Al tiempo, las manifestaciones de los lunes continuaban su curso, cada vez con mayor afluencia. Especialmente numerosas fueron las del 30 de octubre y 6 de noviembre en Leipzig, Dresde, Halle y Karl-Marx-Stadt, y a las que habría que sumar la protesta del día 4 en la Alexanderplatz de Berlín.
Con la intención de evitar una salida masiva hacia Hungría, el ejecutivo de Krenz había inhabilitado el paso a Checoslovaquia. Sin embargo, el 1 de noviembre, dicha medida quedó en suspenso, lo que provocó un nuevo éxodo migratorio. Un éxodo que llevó a Praga a protestar por el nuevo proyecto de Ley de Viajes germano oriental.
Todo se aceleró el 7 de noviembre, cuando el PSUA decidió regular los viajes al exterior en pro de facilitarlos. Al día siguiente, ocho miembros del gobierno presentaron su dimisión y el ejecutivo decidió convocar elecciones además de legalizar al partido Foro Nuevo. El 9 de noviembre, el Consejo de Ministros, pese a contar con la oposición de la cartera de Justicia, decidió dar luz verde al plan que permitía visitar otros Estados sin restricciones. La medida fue comunicada a las 18:00 horas por el integrante del politburó Günter Schabowski. El anuncio provocó que muchos germano orientales se desplazasen a los puntos fronterizos, pero el paso continuaba inhabilitado.
A las 18:57, a una pregunta de Ricardo Ehrmann –de la agencia italiana ANSA y que veinte años después reconocería haber recibido una llamada en la se le instaba a preguntar por la Ley de Viajes–, Schabowski indicó que “los viajes privados al extranjero se pueden autorizar sin la presentación de un justificante; motivo de viaje o lugar de residencia. Las autorizaciones serán emitidas sin demora. Se ha difundido una circular a este respecto. Los departamentos de la Policía Popular responsables de los visados y del registro del domicilio han sido instruidos para autorizar sin retraso los permisos permanentes de viaje, sin que las condiciones actualmente en vigor deban cumplirse. Los viajes de duración permanente pueden hacerse en todo puesto fronterizo con la RFA”.
Los periodistas insistieron sobre el momento de entrada en vigor de la medida. Schabowski, que no leyó la siguiente página del documento, indicó que “de inmediato”. El error del portavoz contravenía la idea inicial de no permitir el paso hasta el día siguiente. La noticia se propagó como la pólvora, miles de personas se dirigieron a los puntos fronterizos sin que funcionarios o controladores contasen con ningún tipo de información. Ante la acumulación de gente, finalmente, a las 23:00 horas del 9 de noviembre, se abrió el paso de Bornholmerstraße. A lo que siguieron diferentes puntos de Berlín y de toda la RDA. Miles de personas se habían congregado ya en la Puerta de Brandeburgo y muchos, subidos en el Muro, comenzaron a pasar o a intentar destruirlo. Horas después, la mañana del 10 de noviembre, se produjo la apertura definitiva.
En ese contexto, la selección germano oriental buscaba su billete para el Mundial de Italia. Un escenario que, tras derrotar a la URSS en casa, los futbolistas de la RDA nunca hubieran imaginado. Un escenario que se tornaba real apenas seis días antes de su partido decisivo en Viena. Además, el día 11, Hans Modrow fue designado presidente del Consejo de Ministros, en sustitución de Willi Stoph.
A las 18:00 horas del día 15, con el Estado en plena descomposición, la selección germano oriental buscaba su pase al Mundial en medio de la incertidumbre. El resultado no pudo ser más contundente, Austria se impuso por tres a cero. Un triplete de Toni Polster, entonces delantero del Sevilla, les dio el billete para la cita transalpina. Matthias Sammer, Andreas Thom, Ulf Kirsten o Thomas Doll, las grandes estrellas de la RDA, deberían esperar su oportunidad.
Fuera de la copa del mundo, a la que sí acudiría la RFA, el futuro de la RDA se decidía en lo político. Desde Bonn, Kohl presentó el Programa de los 10 Puntos con miras a una transición que concluiría con la reunificación. Una propuesta que contraprogramó el plan impulsado por Modrow desde Berlín, idea que incluía un tratado comunitario con la RFA para sostener la economía de la RDA y evitar la fusión. Al tiempo, desde Londres, Thatcher mostraba su oposición a la reunificación y la Unión Soviética, que contaba con cerca de 370.000 militares en suelo germano oriental en cumplimiento de los tratados entre ambos Estados, tampoco lo apoyaba, al igual que Italia y Holanda.
El 7 de diciembre de 1989, el mismo día en el que se conocieron los cabezas de serie para el Mundial de Italia, se dio inicio a las conversaciones del Palacio de Schönhausen, inspiradas en los modelos de Mesas Redondas de Polonia o Hungría. En dichas negociaciones tomaron parte el Frente Nacional de Alemania Democrática, siete partidos de la oposición y la Iglesia Protestante como mediadora. Las conversaciones, que se prolongaron hasta el 12 de marzo de 1990, no depararon grandes acuerdos, pero finalmente las formaciones de la oposición aceptaron tomar parte en las elecciones del 18 de marzo y se acordó el cierre de la Stasi.
Unos comicios en los que se impuso la denominada Alianza por Alemania –conglomerado de partidos formado por democratacristianos, grupos eclesiásticos y pequeñas formaciones conservadoras– con el 48% de los votos, por delante de la socialdemocracia. El antiguo PSUA, reconvertido en Partido del Socialismo Democrático, quedó en tercera posición con un 15% de los sufragios. El 5 de abril de 1990, la democratacristiana Sabine Bergmann-Pohl fue elegida presidenta de la RDA. De su mano, llegó el nombramiento de Lothar de Maizière como primer ministro en un ejecutivo en la que destacaba su portavoz. Una joven llamada Angela Merkel, nacida en Hamburgo y que se había mudado al Este junto a su padre, un teólogo luterano.
Mientras tanto, la selección de la RDA seguía disputando encuentros. En enero viajó a Kuwait para jugar un torneo frente al conjunto local y Francia. Pocos días después, el 2 de febrero, se realizó el sorteo de la fase de clasificación para la Eurocopa de 1992. La RDA quedó encuadrada junto a la RFA, Gales, Bélgica y Luxemburgo, en un emparejamiento que suscitó toda clase de comentarios. En abril, el combinado germano oriental disputó tres partidos ante Estados Unidos, Egipto y Escocia. Su siguiente destino fue Maracaná, apenas un mes antes del inicio de la copa del mundo, empatando a tres con Brasil.
En la ficción, el inicio del Mundial coincidió con el despertar de la madre de Daniel Brühl en Goodbye Lenin, una militante socialista que cae en estado de coma tras ver a la policía golpear a su hijo en una de las protestas de otoño. Los cambios políticos y sociales, la llegada del capitalismo y la paulatina desaparición de la RDA coincidieron con la disputa de la copa del mundo. En Italia, durante la primera fase, la RFA ganó a Yugoslavia y a los Emiratos Árabes, además de empatar con Colombia. Posteriormente, en un duelo marcado por el escupitajo de Rijkaard a Rudi Völler, venció a Holanda.
El 1 de julio de 1990, el marco se convirtió en moneda oficial de la RDA, con un cambio de dos a uno frente al antiguo Ostmark. Ello dio paso a una importante inflación, cuyas consecuencias económicas fueron la subida del paro y el desmantelamiento industrial. La llegada del marco fue celebrada con jolgorio. El mismo que se produjo esa misma noche cuando la RFA venció a Checoslovaquia por un gol a cero en Milán.
La semifinal se disputaría tres días después en Turín, en un partido que pasó a la historia. La Mannschaft logró el pase a la final tras superar a Inglaterra en los penaltis. Los de Bobby Robson fueron mejores, lanzaron un balón al poste en los últimos minutos y dejaron la imagen de Gascoigne llorando tras ver una amarilla que le impediría jugar en caso de pasar a la final. Sin embargo, tal y como resumiría Gary Lineker: “El fútbol es un deporte en el que juegan 11 contra 11 y siempre ganan los alemanes”.
La final sería la revancha del Mundial de 1986, de nuevo ante Argentina. Maradona tenía el tobillo reventado y había reaccionado con virulencia a los pitos del público italiano. El conjunto de Bilardo se empleó con suma dureza el 8 de julio en Roma, acabó con nueve y protestando un dudoso penalti señalado a pocos minutos del final. Andreas Brehme batió al vasco Goycoechea, consumado “parapenaltis”, desde los 11 metros y Alemania se llevó su tercer entorchado. Los 23 distritos de Berlín, ya sin pasos fronterizos, pudieron celebrar el título a la luz de los fuegos artificiales. La Mannschaft había ganado el Mundial en la antesala de su reunificación, lo que supuso una alegría colectiva sin precedentes.
Apenas dos semanas después, el día 22, en el marco de la reorganización territorial y gubernamental, se crearon los Estados federados de Brandeburgo, Mecklemburgo-Pomerania, Sajonia, Sajonia-Anhalt, Turingia y el Este de Berlín. La víspera, en la Potsdamer Platz, se celebró el The Wall Live, festival musical impulsado por el miembro de Pink Floyd Roger Waters y que contó con la participación de Van Morrison, Scorpions, Ute Lemper, Cindy Lauper y Brian Adams. Un espectáculo de luz, pirotecnia y sonido.
La euforia abría las puertas a la reunificación, algo que sería posible gracias al artículo 23 de la Ley Fundamental de la RFA, equivalente a la Constitución, aprobada en 1949. Así, el 23 de agosto de 1990, la cámara germano oriental aprobó la creación “de un Estado alemán unificado”. El 31 de agosto, el gobierno de Kohl y el Consejo de Ministros de la RDA firmaron el “Acuerdo para la reunificación de Alemania”.
La situación política tenía plena incidencia en el deporte. Y en ese contexto, en la antesala de su desaparición como Estado, el equipo de la RDA debutaba en la fase de clasificación para la Eurocopa de 1992. Fue el 12 de septiembre, en Heysel, frente a Bélgica y Sammer hizo los dos tantos del conjunto germano oriental. El encuentro pasó a ser amistoso y la RDA formó con Schmidt, Peschke, Wagenhaus, Schößler, Schwanke, Stübner, Sammer, Bonan, Scholz, Wosz y Rösler. Desde el banquillo entraron Böger, Kracht y Adler. Un último triunfo y un equipo para la historia.
Apenas ocho días después del encuentro, ambos parlamentos aprobaron la reunificación, al igual que el Consejo Federal. La unificación definitiva se produjo el 3 de octubre, la Ley Fundamental pasaba a ser la carta magna de toda Alemania, Berlín pasaba a ser la nueva capital conjunta, los nuevos Estados federados del Este se integraban y los 144 diputados de la Volkcammer pasaban al Bundestag. La izada de bandera, la lectura de la constitución, el himno nacional y los fuegos artificiales fueron parte de las celebraciones en todas las ciudades.
Sin embargo, pronto llegó la dura resaca. El 21 de noviembre se debía disputar en Leipzig un encuentro amistoso entre las antiguas RDA y RFA, un intento de celebración para escenificar el futuro compartido. Nada más lejos de la realidad, los incidentes se sucedieron y la muerte de un hincha llevó a suspender el partido. Era el anticipo de una época de conflictividad en las gradas del Este.
Beckenbauer había afirmado que “con la reunificación, Alemania sería invencible”, profecía que no se cumplió. Poco a poco, internacionales del Este se sumaron al bloque que había ganado el Mundial de 1990. Es el caso de Sammer, Doll, Andreas Thom o Kirsten. Los dos primeros debutaron en marzo de 1991 ante la Unión Soviética. En septiembre de ese mismo año, se inició la Bundesliga reunificada con la presencia del Dynamo de Dresden y el Hansa Rostock, en virtud de haber quedado los dos primeros de la última Oberliga –torneo dominado históricamente por el Dynamo de Berlín, equipo vinculado a la Stasi y al poder político–. Los capitalinos no lograron entrar en la segunda división, un campeonato que sí que disputaron el Rot-Weiss, el Chemie Halle, el Stahl Brandeburgo, el Chemnitzer, el Carl Zeiss Jena y el Lokomotiv Leipzig.
Paulatinamente, la presencia de equipos del Este se hizo residual, mientras en la selección, Sammer logró afianzarse como principal figura del equipo. Eso sí, una vez superado su batacazo en el Inter. Rehabilitado en Dortmund, ganó el Balón de Oro de 1996 tras ser la figura de Alemania en la Eurocopa de ese año. Fue el canto del cisne de una generación que había ganado el Mundial seis años antes y que sumó a los integrantes del último equipo de la RDA.
Después de su tercer cetro continental, el fútbol alemán entró en una profunda crisis, derivada del envejecimiento, la falta de oportunidades para los jóvenes, la ausencia de estructuras de cantera adecuadas, metodologías anticuadas, crisis financieras que afectaron a algunos de los clubes históricos y otros escándalos extradeportivos. Unos años complicados en los que futbolistas nacidos en el Este como Ballack, Schneider, Linke, Rehmer, Jancker, Jeremies o Bohme tuvieron un peso importante a la hora de lograr el subcampeonato mundial de 2002. Sin embargo, la falta de un patrón de juego claro y la irregularidad fueron una tendencia que no remontaron hasta la llegada al banquillo de Jurgen Klinsmann y Joachim Low.
La reunificación generó una Alemania de dos velocidades. El PIB per cápita de los estados del Este era sensiblemente inferior, la tasa de paro notablemente mayor y esto derivó en fenómenos como la irrupción de la extrema derecha en los parlamentos de Sajonia y Mecklemburgo-Antepomerania, algo que ya había ocurrido antes en las gradas del Hansa Rostock. En 2015, el movimiento islamófobo Pegida reunió a 18.000 personas en Dresden. El director deportivo de la Mannschaft, Oliver Bierhoff, ha sido una de las figuras públicas más críticas con el auge de la extrema derecha.
Actualmente, únicamente hay un equipo del Este en la Bundesliga, el RB Leipzig, propiedad de la multinacional Red Bull, en una alegoría que trae a la memoria la escena de Goodbye Lenin en la que Daniel Brühl le dice a su madre que Coca-Cola se ha convertido en “una empresa comunista”. En el combinado dirigido por Löw, apenas hay futbolistas nacidos en los territorios de la antigua RDA, Toni Kroos y Pedersen son los únicos que han entrado en la lista preliminar para el Mundial. En toda la Bundesliga son cerca de una veintena.
Firme aspirante a revalidar el título ganado en Brasil, 28 años después de los fuegos artificiales de aquel julio en Berlín, Alemania busca su quinto cetro mundialista. El triunfo en la Copa del Mundo de 2014, la plata olímpica de 2016 y las victorias en la Copa Confederaciones y en el Europeo sub 21 de 2017 han convertido a los teutones en un equipo a batir.
Finalmente, el pronóstico de Beckenbauer ha estado cerca de cumplirse. Sin embargo, el nuevo poderío alemán no emana de los efectos de la unión territorial con el Este: lo hace de la introducción de nuevas metodologías de trabajo, de la asunción de un nuevo y más vistoso estilo de juego y de la presencia de los hijos de la inmigración en el equipo nacional. Es el caso de Boateng, Özil, Khedira, Gundogan, Rüdiger, Tah, Sané, Gómez, Mustafi, Younes, Can, Henrichs, Gnabry, Demirbay o Demme.
Casi tres décadas después de la reunificación y de aquella última fase de clasificación de la RDA, Alemania sigue siendo una de las principales potencias futbolísticas. Y ni que decir si hablamos en lo político y económico. Motor de Europa, con la tasa de paro más baja desde la fusión –datos de abril–, tira del carro continental en vísperas del Brexit. La canciller no es otra que Angela Merkel, la que un día fue estudiante de Física en Leipzig, militante de la Juventud Libre Alemana y joven portavoz del último ejecutivo de la República Democrática de Alemania. Y es que, al despertar, al igual que en Goodbye Lenin, Angela Merkel seguía en puestos clave de responsabilidad. Siempre en “La primera fila”, como el título del libro de Stephan Hermlin, uno de los escritores más reputados de la RDA.
Beñat Zarrabeitia es periodista y analista en social media. Colabora con medios de comunicación y agencias de comunicación. (@bzarrabeitia)
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