MÓNICA CONTRERAS
En el primer tomo de nuestra reflexión acerca de los Millennials en cuarentena, pusimos en contexto muchos interrogantes sobre el mañana post-covid. Una de las líneas de análisis hablaba de cuál será el eje electoral sobre el que activarán los adultos-jóvenes su derecho a voto, es decir, su manifestación política por antonomasia.
En tiempos de confinamiento se habla de dos cosas: COVID y sondeos. Sondeos que politizan aun más si cabe la situación extraordinaria en la que vivimos actualmente. Llegados a este punto, parece necesario recordar que las encuestas no nos dan respuestas sobre el futuro, sino meras ideas del pasado más presente. Y parece lógico pensar que no tiene ningún sentido sacar conclusiones de este “pequeño” momento disruptivo. O al menos no es lógico analizarlo desde el punto de visa puramente electoral, el de los números.
Entre las conclusiones que saco de la reseña conjunta (y gratuita) de Ideograma y la UPF hay una que se me hace necesaria implantar en esta reflexión: la importancia de las emociones en tiempos de Coronavirus. Si 2019 fue el año de las ideologías, el de la España democrática más politizada hasta la fecha, ahora estamos ante el momento de las emociones.
Ambos conceptos se relacionan entre sí, y por lo general se piensa -en condiciones vitales normales, al menos- que las emociones surgen de las ideologías -sociopolíticamente hablando-. Pero ahora son las ideologías las que beben de las emociones. Emociones continuamente activadas y en continua actualización según lo que consumimos, vemos o leemos.
A principios de mes, un estudio de Visual Capitalist sobre el consumo de medios durante el confinamiento, calificaba a los Millennials como el grupo más equilibrado en cuanto a consumos de información, ocio y tiempo libre. Nos encantan los vídeos online, pero también la tele y la música de streaming. Consumimos la prensa vía online y nos van los podcast casi tanto como la radio.
En otras palabras, somos el mood de la música que escuchamos, o de la peli o serie que vemos. Encontramos representados nuestros sentimientos en canciones, escenas o ilustraciones, y así lo dejamos ver en nuestro escaparate al mundo. Digo yo que de la misma manera que la academia o las entidades privadas de análisis se molestan en conocer los gustos de la sociedad (o más bien los gustos de los diferentes grupos sociales), gracias entre otros ilustres a Google Analytics, podríamos molestarnos también en los detalles sociológicos que se dejan ver en esos gustos.
Todos vemos los nudos relacionales de un estudio de Twitter (por ejemplo) como los que hace la empresa Dialoga Consultores o los de Kiko Llaneras para El País, pero ninguno profundizamos en el relato que se dibuja, en el análisis de contenido que empiezan a requerir las publicaciones de los influenciadores. Ahora no nos basta con detectar a los Skateholders, debemos saber qué términos discursivos son los que influyen y en qué manera lo hacen.
La Caverna de Platón del COVID en el caso de los adultos-jóvenes no es una cueva. Tampoco lo es la televisión. Sí lo es cada actualización de nuestras redes sociales: sólo conociendo las emociones del ahora, entenderemos el comportamiento político-electoral del mañana.
Y consecuentemente. encontraremos a tiempo el relato sobre el que se basará (o deba basarse) cada partido. Sólo entonces atisbaremos el tipo de liderazgo que se quedará: si el que juega desde el conflicto o la diferenciación; o si el que dará paso a un liderazgo aglutinador. Y sólo entonces entenderemos si el fuerte es el PSOE o el PP, si Vox tiene opciones, o si el que se queda con el espacio socio-liberal es Más País desde la izquierda, o Ciudadanos desde la derecha.
Se hace urgente pasar a la investigación cualitativa y no cuantitativa del comportamiento electoral de nuestra sociedad. Y se hace esencial para definir de manera más fiel las nuevas políticas públicas que surgirán o se reclamarán tras esta crisis.
Mónica Contreras es analista y consultora en Redlines (@monlil10)