Weiner: elecciones en Nueva York y una tragicomedia de Shakespeare

ANA POLO

Es difícil creer que en un año saturado de noticias políticas, con el referéndum del Brexit o la victoria de Trump, por no entrar en la desastrosa situación internacional, habría apetito para un documental sobre una campaña electoral. Pero “Weiner”, de Josh Kriegman y Elyse Stenberg, ha conseguido alzarse al pódium de los mejores documentales del año. Y quizás es porque la obra, sobre la fallida campaña a la Alcaldía de Nueva York de Anthony Weiner, exCongresista bañado de escándalos sexuales, supera lo estrictamente electoralista para ofrecer un recital visual, magníficamente narrado y con un ritmo trepidante, sobre los medios de comunicación, los conflictos de intereses, las debilidades humanas y la ambición personal.

Es una tragicomedia de Shakespeare rodada en 96 minutos donde el candidato busca una segunda oportunidad política y acaba en las alcantarillas, saturado por más escándalos sexuales en Internet, una red de mentiras y un maratón a la desesperada para rescatar esa palabra que se ha convertido en una obsesión –trampa muchas veces y verdadera pesadilla la mayoría del tiempo—para cualquier personal de una campaña: la narrativa.

El protagonista no acaba de caer simpático, ni tampoco busca la complicidad de la audiencia; es un hombre demasiado absorto en su propio carisma para este tipo de banalidades. Y por eso el documental es tan absorbente. Porque describe a la perfección la grandilocuencia y el desorbitado ego personal; porque no escatima ni un solo detalle sobre cómo el equipo, a veces sin escrúpulos, trata de darle la vuelta constantemente a unas encuestas que no paran de hundirse;  porque te transporta a la trastienda del poder, sin edulcorar ni un solo de sus elementos más perniciosos.

¿Por qué Anthony Weiner aceptó hacer un documental así? Porque su propio narcisismo le decía que iba a ganar y que había que tener pruebas visuales de cómo se alzó como un Fénix y superó las adversidades.

En el 2011, Weiner “accidentalmente” publicó una foto en Twitter de su pene en erección (eso sí, llevaba ropa interior, lo que no restaba “fuerza” visual a la imagen). La destinataria de la instantánea era, supuestamente, una estudiante de 21 años con la que había estado en contacto. Weiner, casado con Huma Abedin, una de las colaboradoras más próximas a Hillary Clinton, siguió el manual político para estas situaciones: quita la foto de Twitter, niega cualquier hecho, y si aparecen más pruebas, di que te han hackeado la cuenta y que no sabes nada. Pero estos manuales ya habría que tirarlos a la basura porque la prensa es más lista que estos intentos patéticos para desviar la atención. La foto fue copiada, a Weiner le salieron más “contactos”, el escándalo no había manera de controlarlo y, al final,  no tuvo más remedio que dimitir como congresista.

Dos años después, vuelve al ruedo político y se presenta a las primarias demócratas para ser Alcalde de Nueva York. Y aquí comienza realmente la acción del documental. Vemos a un Weiner en plena forma: desbordante, decisivo, enérgico, lleno de ideas y de ilusión, dispuesto a ofrecer un “retrato más completo” que la caricatura que la prensa y las redes sociales habían diseminado. Pero la bonanza dura poco. Weiner, demostrando que quien peca una vez puede pecar más veces, había seguido con el “sexting” a jovencitas (utilizando, eso sí, un pseudónimo: Carlos Danger, lo cual no era muy difícil de rastrear porque siempre empleó el mismo nombre falso). Weiner se defiende a ultranza, luchando por imponerse como un defensor de los derechos de los trabajadores, superando constantes preguntas difíciles e incómodas de la prensa y alusiones jocosas, no siempre de buen gusto, de adversarios y espontáneos. Se convierte en una máquina electoral, sin más, centrado tan solo en ganar.

Y aquí es donde sale el personaje más interesante del documental, aparte del protagonista: su propia mujer, Human Abedin, obsesionada, simplemente, en “controlar la crisis mediática”. Si tuvieron peleas a grito pelado en privado, no se sabe y ni siquiera se intuye. Abedin surge como la voz más sensata de todo el elenco, la más seria, profesional, rigurosa y también la más fría, analizando la situación de su marido con mirada aséptica, sin pestañear. Es la primera que intuye que iban a perder, la primera que lo afronta, la primera que se enfrenta a su propio marido. A veces cuesta entender que entre ellos pudo haber sentimientos de por medio más allá de una pasión compartida por el poder. No es de extrañar que ya hayan iniciado los trámites de separación.

Lo mejor de la cinta: el telón de fondo y la comicidad con la que se trata hasta lo más serio. Explica una campaña estadounidense tal como es: puro espectáculo. Da igual si el candidato tiene buenas ideas política (y las tiene, y muchas: desde su defensa de los derechos de los homosexuales, hasta su convicción en la lucha por los más desfavorecidos). Lo que cuenta es la persona; lo que manda es el guión. El diálogo hay que dominarlo, y en un mundo de comunicación instantánea, donde los medios sociales son los reyes, hay que saber sobrevivir a un nuevo escenario que pocos saben navegar, y no hundirse, con soltura.

“Weiner” se presentó en enero en el Festival de Cine de Sundande y recibió críticas elogiosas por doquier. Es la personificación mejor conseguida del idealista lleno de defectos; del naïve sin complejos; del narcisista patológico que lucha por buenas causas y que espera que le crean. Es la política sin artificios –brutal, sin complacencias, donde no ganan los mejores sino los más fuertes.

Era, en el fondo, el anticipo más perfecto de la tormenta electoral que se avecinaba para la Presidencia.

 

Ana Polo (@nanpolo) es speechwriter en el Ayuntamiento de Barcelona