Unión Europea: ¿desmembramiento o consolidación?

EUGENIO DÍAZ LLABATA

En los círculos europeístas, existe una frase muy recurrente que viene a decir algo así como “la Unión Europea avanza con cada crisis”. Una evolución de aquella famosa frase de Robert Schuman tras su declaración en 1950 que puso a andar al proyecto europeo: “Europa no se creará de golpe ni conforme a un único plan”.

Y lo cierto es que ha sido una constante desde aquella declaración hace ya casi 70 años. Crisis económicas, políticas, migratorias… Cada momento de duda ha hecho temblar los cimientos y ha provocado que los mandatarios europeos se concentren en cumbres y reuniones hasta altas horas de la noche para echar más hormigón sobre las bases de la Unión. Y cada acuerdo saliente de esas reuniones ha hecho que el proyecto, que comenzó con una mera posición común sobre la economía, haya pasado a gestionar cada vez más aspectos de la política de los Estados miembros.

Sin embargo, la acumulación de las últimas crisis ha provocado en los últimos tres años momentos de tensión nunca antes vividos. En palabras del eurodiputado catalán Ernest Urtasun, “probablemente la mayor crisis desde el inicio del proyecto”. No obstante, desde las instituciones europeas, se respira con alivio al haber pasado algunos de los peores tragos. Incluso, muchos apuestan por, una vez más, usar esta crisis para evolucionar. Mientras, por otro lado, siguen habiendo voces que afirman que las amenazas aún no se han disipado y no dudan en poner fecha de caducidad a la construcción europea. ¿A qué se enfrenta la Unión Europea? ¿Hacia dónde se dirige realmente el proyecto comunitario?

Las amenazas fantasmas

Los problemas más recientes comenzaron, como bien es sabido, con la crisis económica de 2008. Como asegura el profesor de Economía Política Europea de la Universidad Luiss Guido Carli, Carlo Bastasin, la falta de espíritu colaborativo entre socios europeos y la puesta en marcha de políticas nacionales orientadas a minimizar los costes políticos del ajuste a la globalización económica están detrás de que aún hoy, 10 años después, estemos sin sacudirnos del todo los problemas derivados de la recesión económica, como el alto porcentaje de paro en países como España, Grecia o Italia.

Ante esta situación, cada vez más ciudadanos piden a la Unión que dedique más recursos a las partidas sociales, lo que ha hecho crecer la importancia a nivel mediático y en los debates en el Parlamento Europeo sobre el llamado “Pilar Social”. Pero, fundamentalmente, esta nueva apuesta social ha surgido como reacción a la segunda amenaza importante a la que hace frente la UE desde hace poco tiempo: el populismo.

La austeridad, el desempleo, los sueldos bajos, la precariedad y la tercera crisis, la migratoria, aumentaron la tensión en muchos países donde sus ciudadanos eran seducidos por ideas fáciles y de perfil nativista. “Tomemos control de nuestro país” o “los nacionales primero” eran mensajes que calaban con cierta profundidad en Francia, Países Bajos, Hungría, Polonia, Eslovaquia, República Checa, Austria… Reino Unido. Ese fue el golpe más duro y el que no sólo hizo tambalear los cimientos del proyecto, sino que dejó a la vista algunas grietas ante el asombro de la mayoría.

Los dirigentes europeos, centrados en idear la fórmula mágica para salir de la crisis económica, habían dejado actuar a los portavoces de estas ideas, que desde los márgenes de la política, empezaron a ganar adeptos y, aún peor, a conseguir objetivos. Como decíamos, el epítome de este avance se constató en Reino Unido. Socio incómodo desde su entrada en 1973, nunca del todo convencidos de la evolución y cohesión de la Unión, decidieron en un referéndum que no quería formar parte del proyecto y optaban por “retomar el control”.

No es país para inmigrantes

Como se apuntaba más arriba, en muchos de estos casos, el populismo consiguió su avance más importante con la “amenaza migratoria”. Con la guerra de Siria en 2011, el aumento de migrantes y refugiados creció de manera exponencial, llamando a las puertas de países ex soviéticos, todavía en proceso de desarrollo, que concebían esa llegada como una invasión y un freno en su ascenso al olimpo europeo.

Esto, sumado al fracasado modelo de integración en países como Francia y Reino Unido, daba alas a los populistas. Infames spots electorales que mostraban a los musulmanes como el enemigo; inaceptables carteles como el de UKIP, el partido xenófobo británico, mostrando  una hilera de refugiados y un título que reza: “Breaking Point. The EU has failed us all” (Punto de ruptura. La UE nos ha fallado a todos)… Parecía que la ola de xenofobia y el auge de los partidos ultraderechistas en Europa no tenía freno.

A esto se le sumaba una nueva crisis o amenaza, más bien derivada de todas las anteriormente expuestas, que era la de la legitimidad democrática. Explotada por los populistas para vender la idea de unos señores de traje con la cara oculta que dictan medidas restrictivas que esquilman al pueblo. Aderezada, a su vez, por la mayoría de jefes de Estado o de Gobierno de la UE, que para evitar la crítica doméstica, lanzaban dedos acusadores hacia otros lados: “Bruselas me lo impone”.

Este cóctel ha ido agotando a las instituciones europeas, que se han visto en una defensa difícil ante artimañas del discurso pronunciadas para evitar asumir responsabilidades por parte de cada uno de los gobiernos nacionales. En sucesivos Eurobarómetros, más de la mitad de los encuestados señalaban que su voz no cuenta en la Unión Europea. El desgaste y la dificultad de darle la vuelta a la tortilla auguraban malos propósitos.

No obstante, 2017 empezó a cambiar las tornas para el proyecto europeo. La victoria de Macron en Francia y la derrota del ultraderechista holandés Geert Wilders daban alas a los que meses antes contenían la respiración.

Este muerto está muy vivo

Sin embargo, un análisis más profundo nos debe advertir de que la amenaza de la ultraderecha no se ha extinguido, ni mucho menos, en el seno de la Unión Europea. Por un lado, a pesar de la apabullante victoria de Macron (66,1% de los votos en segunda vuelta) frente a Le Pen (33,9%), se trata del mejor resultado de la ultraderecha en Francia, con 4 millones de votos más que en las anteriores presidenciales; y, por otro lado, el partido de Wilders fue el segundo más votado, con cinco escaños más que en las anteriores elecciones.

La fiesta se cortó a tiempo y basta con mayor prevención para no dar de comer al monstruo. Sin embargo, esta fiesta ha evolucionado en rave descontrolada en otros países que, fuera de la órbita de atención mediática en un principio, han ido erosionando la cohesión europea acerca de las políticas migratorias o de cumplimiento de los Tratados en materias como la judicial.

Por una parte, la Hungría gobernada por Víktor Orbán, cuyo partido es miembro del Partido Popular Europeo, ha conseguido eludir la reprobación de las instituciones europeas gracias a sus homólogos españoles, alemanes e italianos. La votación en el Parlamento Europeo para reprobar la actuación del Ejecutivo húngaro por, entre otras cosas, la aprobación de leyes de control judicial, contra las minorías y medidas de persecución a migrantes y refugiados no salió adelante.

También en el este de Europa, las últimas elecciones legislativas en abril de 2017 en Bulgaria dieron protagonismo a los extremistas cuando el partido conservador decidió aliarse con los nacionalistas prorrusos, con una fuerte retórica anti-inmigrantes, para formar nuevo Gobierno.

En el mismo centro de Europa, se repetía la fórmula: las últimas elecciones de diciembre en Austria dieron la victoria al partido conservador, que finalmente se alió con la ultraderecha encarnada en el Partido de la Libertad, segundo partido más votado, para pactar la formación de un gobierno, otorgando a los populistas radicales la vicecancillería.

Y en su más inmediata vecindad, los problemas no se acaban: la República Checa ha elegido hace escasas semanas como presidente del país a un candidato prorruso, antiguo miembro del Partido Comunista y de corte nacionalista y euroescéptico; en Eslovaquia, pese a que la ultraderecha no forma parte del gobierno, diversos partidos minoritarios euroescépticos han conseguido imponer algunas de sus visiones respecto a una política migratoria más restrictiva.

Incluso en Alemania, motor de la Unión Europea, la ola creciente de populismo y euroescepticismo se ha dejado notar en las pasadas elecciones federales, en las que el partido xenófobo Alternativa para Alemania ha obtenido el tercer puesto, pasando de dos millones de votos en 2013, que no les permitieron entrar en el Bundestag, a casi seis millones de votos, consiguiendo hacerse con uno de cada ocho escaños de la Cámara. No obstante, la gota que ha colmado el vaso de la paciencia europea ha llegado desde el este de la frontera germana.

Tenemos que hablar de Polonia

El camino de Polonia hacia lo que los expertos llaman una “democracia iliberal” comenzó hacia finales de 2015. La situación era favorable para la reelección del gobierno de los liberales: su PIB crecía al 3,6% y habían conseguido controlar su deuda pública al 43% del PIB y un déficit del 1,8% del PIB (por hacerse una idea más aproximada, España tenía en esos momentos una deuda pública del 100% de su PIB y un déficit del 5% del PIB).

Sin embargo, la ultraderecha, encarnada en el partido Ley y Justicia (PiS, por su acrónimo en polaco), consiguió arrebatarle el poder al lograr una mayoría absoluta con el 37,6% de los votos de las elecciones de octubre de 2015. La crisis de refugiados fue utilizada como arma arrojadiza por el líder del partido PiS, que había asegurado que los demandantes de asilo son “portadores de parásitos y bacterias, inocuos para ellos pero peligrosos para la población de acogida”. Asimismo, una de sus principales estrategias retóricas fue la comparación con el nivel de vida del resto de europeos: mientras en Europa la Paridad de Poder Adquisitivo se situaba de media en 35.385 euros, en Polonia llegaba a los 26.210 euros. Esto obviaba, no obstante, que Polonia partía desde los 6.640 euros cuando entró en la UE en 2004, lo que suponía un crecimiento del 295% en 11 años.

Como explican Konstanty Gebert y Gazeta Wyborcza, esta estrategia, sumada a propuestas populistas de reducir la edad de jubilación o ayudas económicas a las familias, además de una participación electoral de apenas el 51%, acabaron por decantar la balanza. Una vez más, la crisis de legitimidad democrática general que asola Europa se alió con el populismo.

Desde ese momento, el gobierno polaco, que además contaba con el apoyo del presidente del país, Andrejz Duda, miembro del PiS elegido un año antes en las elecciones presidenciales, empezó a poner su maquinaria en marcha para desmarcarse de las rutas comunitarias. En los siguientes meses se sucedieron purgas dentro de los aparatos estatales, la adjudicación del control del Servicio Civil (cuerpo de funcionarios), de la Fiscalía General, de empresas estatales y de los medios de comunicación públicos, además de una reforma del Tribunal Constitucional que favorecía sus intereses.

Todavía con el varapalo del Brexit y los miedos hacia las elecciones de Francia y Holanda, la Unión Europea tímidamente ponía en marcha el llamado “mecanismo del Estado de Derecho”, una evaluación del cumplimiento del Estado de Derecho en Polonia, con una primera fase en la que se les envió una carta formal de lanzamiento de un procedimiento de infracción.

Sin embargo, la negativa de Polonia a reconducir el barco hacia aguas tranquilas y la subida de adrenalina percibida en la UE tras ganar los envites holandeses y franceses llevan a la Comisión a  lanzar un ultimátum a Polonia y amenazar con abrir un procedimiento de infracción si no retiran las reformas, incluso intuyendo la posibilidad de invocar el artículo 7 del Tratado, el conocido como “botón nuclear”, que retiraría los derechos de voto de Polonia en el Consejo.

Haciendo oídos sordos a las amenazas, el Parlamento polaco aprobaba el pasado verano una ley que permitía al Gobierno designar y destituir a los presidentes del Tribunal Supremo sin alegar motivos. Ante esta provocación, el dedo de la UE se dirigía a apretar el botón cuando, inesperadamente, el presidente Duda decidió paralizar dos de las tres reformas judiciales, esquivando por un tiempo la resolución desde Bruselas.

No obstante, la UE, percibiendo esto como una pequeña distracción, volvió a advertir a finales de julio al gobierno polaco de las consecuencias de sus polémicas leyes. Pese a un pequeño impasse, en diciembre de 2016, el Parlamento polaco aprueba otra legislación en la que puede despedir a dedo a los jueces mediante un adelanto de la edad de jubilación.

Finalmente, la Comisión Europea se cansa de jugar al gato y al ratón y activa el 20 de diciembre el artículo 7 de los tratados, además de llevar a Polonia ante el Tribunal de Justicia de la UE para que decida sobre la legalidad de esta última reforma. Por tanto, una condena política que puede reducir sus ventajas políticas dentro de la UE, pero también la vía judicial que podría acabar con sanciones económicas para el Gobierno polaco.

Sin embargo, aunque para comenzar una investigación por parte de la UE sobre una presunta violación de los Tratados son necesarios los votos de 22 de los 27 Estados miembros representados en el Consejo (salvo el país acusado), es difícil que el proceso se alargue mucho más de eso. Para reconocer la violación, haría falta la unanimidad de los 27, caso improbable ya que, como se ha explicado antes, existen unos cuantos países que no simpatizan con las sanciones duras por no descontentar a sus propios ultraderechistas domésticos, amén de la ya confirmada reticencia absoluta de la Hungría de Viktor Orbán. En el caso de que sí se produjera el reconocimiento, la eventual retirada del derecho al voto sí que se podría aprobar con mayoría cualificada.

La gran apuesta

Por el momento, tras el puñetazo en la mesa, las aguas se han calmado. La presidencia rotatoria de Bulgaria en el Consejo Europeo ha asegurado que no forzará una sesión para votar si iniciar el procedimiento de investigación sobre las violaciones polacas. Habrá que esperar a las conclusiones de la reunión de ministros de Exteriores europeos el 27 de febrero, en la que se tratará el asunto y podría ponerse fecha a la votación.

Sea cual sea el resultado, la decisión de la UE ha polarizado el debate: por un lado, están los que temen las consecuencias fatales de una presión demasiado extrema sobre la soberanía nacional de los países miembros, más aún ahora que cada vez más gobiernos y partidos nacionales han conseguido, con sus métodos populistas, hacer creer a los votantes que la Unión interfiere en su libre albedrío. Profecías autocumplidas.

Igualmente, esta idea se ve reforzada por argumentos como los que expone Jakub Grygiel, investigador principal del Center fo European Policy Analysis, al afirmar que la UE fue un artefacto histórico ante las amenazas de la guerra, y que una vez demostrada la incapacidad de la Unión de proteger de toda amenaza (crisis económica y migratoria), es normal que los países quieran ganar legitimidad política al redirigir su atención a la protección y defensa de los nacionales en exclusiva.

Por otro lado, encontramos a los que creen que seguir permitiendo que Estados miembros de la UE salgan impunes de violaciones claras de las reglas comunes es un error que desgasta día a día al proyecto europeo. Mark Leonard, cofundador y director del think tank Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, lo cataloga como desintegración diferenciada, asegurando que permanecer en el club europeo y debilitarlo desde dentro es casi igual de perjudicial que salir de él.

Por tanto, la Unión Europea ha decidido dar un paso, y habrá que esperar si el otro pie acompaña o se vuelve a la inacción. Desde la presentación del Libro Blanco sobre el Futuro de Europa por el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, en el que se vislumbraban cinco escenarios para el futuro de Europa, aún no se ha perseguido ninguno en concreto. Sin embargo, las próximas elecciones al Parlamento Europeo en la primavera de 2019 podrían acabar de definir si se tiende hacia una mayor integración, una Europa a dos velocidades, retroceder al Mercado Único, hacer menos pero de manera más eficiente o seguir el progreso lento y paulatino que caracteriza a la UE.

Sin embargo, cómo señala Pol Morillas, investigador senior para Europa en el think tank CIDOB, las perspectivas a dos años vista se pueden reducir a tres: gran apuesta europeísta, continuismo o tocar a retirada.

Hacer más Europa parece complicado ante la diversidad de amenazas, retos y crisis que aún siguen en el horizonte. Hay que dejar de cortar cabezas a la hidra, Hércules. Pero una vuelta a los acuerdos mínimos traicionaría los esfuerzos de miles de europeístas durante los últimos 68 años. Hay que hacer cada vez más, pero sobre todo hay que hacerlo cada vez mejor. Abandonar la solidaridad europea, no lavar los trapos sucios en casa y no preocuparse de la manutención de los hijos son palos en las ruedas del avance europeo. A veces, avanzar no es construir, sino reparar.

Eugenio Díaz Llabata es Periodista y Máster en Relaciones Internacionales por el Institut Barcelona d’Estudis Internacionals (IBEI). Mi tesis final de Máster, ‘Instituciones políticas y terrorismo: la excepción de Oriente Medio’ recibió una mención especial como una de las cinco mejores tesinas de mi curso. He trabajado en la Oficina del Parlamento Europeo en España, el ministerio de Defensa y Presidència de la Generalitat Valenciana, entre otros. Mis principales intereses son la Unión Europea, Oriente Medio y la Seguridad y Defensa. (@edllabata)

 

Bibliografía

Bastasin, Carlo. “¿Hay que dejar morir al euro para salvar el proyecto de la UE?”. Vanguardia Dossier. Número 64, pp. 50-55.

Gebert, Konstanty and Wyborcza, Gazeta. “Poland: the <<Good Change>>”. Notes Internacionals CIDOB 157. https://www.cidob.org/publicaciones/serie_de_publicacion/notes_internacionals/ n1_157/poland_the_good_change/(language)/esl-ES

Grygiel, Jakub. “El regreso del Estado nación”. Vanguardia Dossier. Número 64, pp. 58-63.

Leonard, Mark. “El futuro de Europa”. Vanguardia Dossier. Número 64, pp. 6-11.

Morillas, Pol. “Europa en 2020, tres escenarios”. Política Exterior. https://www.politicaexterior.com/articulos/politica-exterior/europa-en-2020-tres-escenarios/

Roig, Clara. “¿Hacia dónde se dirige la UE?” La Vanguardia. 09/05/2017. http://www.lavanguardia.com/internacional/20170509/422425773228/dia-europa-hacia-donde-union-europea.html