KILIAN CUERDA
Entre los países del antiguo bloque soviético, Bulgaria es un destino en el que se puede tener ocasión de conocer una cultura especialmente rica, resultado del contacto del mundo eslavo con el mundo mediterráneo. Fue escenario de la fundación del primer estado eslavo allá por el 681, de la invención del alfabeto cirílico, de la incorporación de los pueblos eslavos al entorno cultural griego y ortodoxo (las tuvieron de todos los colores con el imperio bizantino) y de la más prolongada presencia del imperio otomano en territorio europeo (hasta 1878, nada menos). Esto se nota, y mucho, en la rica herencia del patrimonio cultural, en la gastronomía y en el paisaje humano y de mentalidades que encuentras por la calle, con mezquita, sinagoga e iglesia a un paso entre sí en Sofía.
Bulgaria se unió recientemente a la Unión Europea –en 2007– y las inversiones y fondos europeos han ido haciendo que quedara atrás la crisis posterior al fin del periodo socialista. Se nota la mejora de infraestructuras, con autovías similares a las de Europa occidental, e incluso la incipiente hipsterización que se puede detectar, a poco que se fije uno, en Sofía y en otros lugares.
Este pasado mes de julio tuve la ocasión de visitar el país, pudiendo constatar todo esto. Mucho turismo cultural y gastronómico, con mucha iglesia ortodoxa, mezquita otomana y kebapche especiado. Pero también mucho mostrenco de la era comunista, con una presencia imponente de cemento, piedra y metal en el paisaje urbano y rural. Por tanto, una ocasión especial para hacer mucho turismo político por la herencia de un periodo que en gran medida alumbró la Bulgaria de hoy en plena Guerra Fría, entre las virtudes de la construcción de una sociedad mejor y los vicios del totalitarismo.
Un poco de historia
El primer partido socialista búlgaro se había formado a finales del siglo XIX en la clandestinidad sobre la montaña de Buzludzha (volveremos sobre esto) y tras la revolución soviética se adhirió a la línea de Moscú y de la III Internacional, participando como Partido Comunista en la rebelión y lucha contra el gobierno autoritario del zar búlgaro. Más adelante –sorpresa– el zar será aliado de Hitler y el Frente de la Patria, organización de fuerzas rebeldes aglutinadas por el Partido Comunista, desarrollará una lucha guerrillera contra su gobierno. El ejército soviético en su avance hacia Occidente entrará en Bulgaria en 1944, derrocando al gobierno colaboracionista de los nazis. En un par de años se proclama una república popular al estilo de las del resto del bloque soviético, encabezada por Georgi Dimitrov. Empezaría así el periodo comunista, de régimen de partido único, con una economía planificada aunque con ciertos elementos de economía de mercado, en alianza con el bloque de la URSS y con el objetivo de construir una sociedad socialista. En 1990, el propio sistema en implosión convocaría elecciones libres, que ganó el Partido Socialista Búlgaro, fuerza emergida del propio Partido Comunista, y que llevarían a la construcción de una democracia parlamentaria y a la integración del país en la economía de mercado, con la apertura de posibilidades a un mayor crecimiento económico y a la vez con la realidad de unas crecientes y sangrantes desigualdades.
Tras la tardía independencia del Imperio Otomano y la destrucción de la Segunda Guerra Mundial, será en la época vivida bajo la hegemonía del Partido Comunista cuando se construya en el país el proceso de industrialización y las imágenes y visiones de la modernidad y contemporaneidad. Tanto en la reconstrucción de las zonas bombardeadas, como en los nuevos planes urbanísticos, los edificios públicos construidos para dar nuevos servicios y su ornamentación supusieron una proyección estética y arquitectónica de la ideología del partido de gobierno, haciendo del espacio público un lienzo para la plasmación de la propaganda política y para la materialización en la cotidianidad del mensaje y cosmovisión del Partido Comunista Búlgaro. Las cosmovisiones e imágenes del poder y de la sociedad que el Estado construía variaron sin embargo fuertemente durante esos años: del clasicismo y realismo stalinista, rancio y demodé ya en su época, a las vanguardias brutalistas en cemento, metal y vidrio que gestaron estéticas de un futurismo sorprendente. Aunque hoy muchas de las estatuas y símbolos del régimen anterior han sido retirados, la huella y presencia del periodo comunista siguen muy presentes y definen la identidad de muchos espacios, conviviendo la sociedad actual con una memoria no exenta de polémicas y de gestión en ocasiones incómoda.
Sofía: una memoria pesada cual cemento armado
Sofía es, por supuesto, un ejemplo muy potente de la presencia y peso de esta memoria. Si hay algo que marca a fuego el centro de la capital, es el complejo conocido como el Largo. En una intersección de dos avenidas, tenemos tres colosales edificios de corte neoclásico, construidos en los primeros años del gobierno comunista para alojar a un lado y a otro dependencias gubernamentales y un gran hotel, y en el centro ubicar la sede central del Partido Comunista, con una monumental torre (en su época rematada por una estrella roja de vidrio), que recuerda a ciertas edificaciones de Moscú, Varsovia y otros lugares de la órbita soviética. Hoy, estas moles –que podrían atribuirse fácilmente a cualquier zar ruso o emperador centroeuropeo– alojan dependencias del gobierno, empresas y al hotel, que continua en activo. En la zona, antes de que fuera dinamitado tras el fin del periodo comunista, se ubicaba también el mausoleo de Dimitrov. En la misma línea, nos encontramos con un mastodóntico monumento memorial al Ejército Soviético, situado en un céntrico parque, con las habituales estatuas de bronce de soldados heroicos, fornidos obreros y pueblo alegre en revolución. Sobre un gran monolito de piedra un soldado soviético levanta su metralleta PPSH en una concatenación de totemismos fálicos que hablan mucho de las mentalidades y actitudes de ciertos momentos muy pródigos en militarismo, autoritarismo y masculinidad impositiva.
Pero no todo van a ser ranciores clasicones. Tras el fin del stalinismo, las vanguardias estéticas y arquitectónicas experimentaron un cada vez mayor desarrollo, gestando estampas propias a veces de futurismo de ciencia ficción, o de guaridas de villanos de película de James Bond. Así, nos encontramos también con la Casa de la Cultura, monumental y mazacote edificio de aluminio, piedra y cristal, que sigue en activo en uno de los parques más importantes de la ciudad y que aloja conciertos y eventos artísticos variados. En este parque también se ubicaba un monumento levantado en época socialista por el 1300 aniversario de la fundación del reino de Bulgaria, y tuve ocasión de ser testigo de una polémica al respecto: el ayuntamiento había dejado que esta obra de arte, formada por una mole de cemento poligonal, brutalista, con figuras alegóricas, se degradara. Con esta excusa, estaban procediendo a su desmantelación, ante la protesta de un grupo de artistas, arquitectos e intelectuales, que explicaban que, pese al momento en que se hiciera, no era necesariamente una bandera del régimen. Argumentaban que se trataba de un ejemplo muy vanguardista del arte contemporáneo, gestado en unas condiciones y un contexto que no se repetirían, y que su pérdida suponía un daño al patrimonio cultural del arte contemporáneo búlgaro. La memoria a menudo se construye, se deconstruye y se reconstruye en procesos complicados, dinámicos y polémicos, con conflicto vivo.
Parada obligada en Sofía es también el Museo del Arte Socialista, institución que reúne una muestra importante y rica de las estatuas de líderes comunistas y estatuas alegóricas que fueron retiradas de los espacios públicos a partir de los años 90. Lenin, Dimitrov, Zhivkov, soldados revolucionarios, obreros con mazas y campesinas con hoces reposan en un jardín contiguo a una sala donde se exponen murales, cuadros y grabados en una rotación de exposiciones temporales de fondos del Museo de Arte Nacional que permiten también hacer este recorrido por el arte desde el clasicismo a las vanguardias. Pero más allá del arte de Estado, hay otro elemento que no podemos olvidar en la configuración de la imagen y los espacios públicos de las ciudades de la órbita del “socialismo real”, y del que Sofía está repleta: hablo de las famosas jrushchovkas, los bloques de viviendas prefabricadas en hormigón, que construirían la imagen de la ciudad contemporánea, y permitirían una solución habitacional al éxodo rural hacia las ciudades en industrialización y a quienes sufrían la falta de vivienda debido a la pobreza o a la guerra.
El coloso rojo…
En otras ciudades, como Shumen o Varna, faraónicas y vanguardistas moles de cemento, que dan al término “brutalismo” toda su contundencia física más allá del concepto béton brut, cuentan la historia del país, desde la fundación en el medievo, hasta la revolución. Pero la siguiente parada y reseña de interés podemos realizarla en Plovdiv, segunda ciudad del país, y su región. Esta ciudad cuenta con un importante patrimonio cultural, pero sobre iglesias, mezquitas y ruinas romanas, hay un elemento que se alza imponente: Alyosha, un colosal soldado soviético que corona, vigilante y metralleta en mano, una de las colinas que caracterizan a la ciudad. Estamos ante una obra tallada en bloques enormes de piedra que homenajea al Ejército Rojo y que es, de forma pura y dura y dura y dura, uno de los más claros ejemplos del realismo stalinista, tanto en estética como en espíritu. Es uno de esos elementos de incómodo encaje en la memoria, con polémicas entre quienes desean su retirada, y quienes defienden su presencia. A resultas, el entorno sufre cierto abandono institucional por parte de unas autoridades que desean dejar atrás ciertas imágenes y recuerdos. No muy lejos hallamos el contraste vanguardista de un monumento en bronce de 1981 a la unidad de Bulgaria tras la independencia, con figuras entre la abstracción, el surrealismo y el simbolismo, y con un mensaje e intencionalidad que también es importante tener en cuenta, pues el nacionalismo búlgaro y paneslavo caracterizó también al régimen comunista. Mientras, una mezquita otomana languidece cerca entre la ruina y la maleza. Son diversas las memorias incómodas para la Bulgaria de hoy.
… y el ovni comunista
Cerca de Plovdiv, en las estribaciones de los Balcanes al norte de su provincia, nos encontramos el culmen brutalista de la Bulgaria de cemento y comunismo: el monumento de Buzludzha, gran sede de congresos y convenciones construido por el Partido Comunista en una exaltación vanguardista de su propia memoria histórica, sobre la cima de la montaña donde se fundó la primera organización socialista búlgara y donde se luchó una batalla decisiva contra los turcos en la lucha por la independencia, unos cien años antes. Este edificio es popularmente conocido como el “ovni comunista”, por motivos obvios: una enorme construcción circular de bordes suaves y amplios ventanales, aloja un gran anfiteatro cubierto de reuniones, junto a una torre monumental rematada con un ventanal de vidrio rojo en forma de estrella de cinco puntas, cual faro socialista. Desde Kazanlak, a 30 kilómetros, ya se ve inmenso. Su interior está decorado por mosaicos que cuentan la historia del partido y de la revolución, combinando la tradición ortodoxa y bizantina con el marxismo-leninismo. El monumento forma parte de un complejo en toda la montaña, con su “ruta de peregrinación” que se inicia en unas colosales manos de acero que portan antorchas, pasando por diversos monumentos menores (bueno, “menores”) al Frente de la Patria y a referentes del comunismo.
Hoy este monumento se halla en un estado de abandono y degradación galopante, que ha llevado a las autoridades a clausurar su acceso por motivos de seguridad básicos. Sin embargo, es uno de los lugares donde se puede ver más afluencia de turistas –muchos de ellos rusos–, hecho que revela el interés que continúa existiendo por conocer el legado de un periodo incómodo en gran medida para la Bulgaria actual. Incómodo pero definitorio, para lo bueno y para lo malo, y que ha dejado un legado que es en sí mismo un patrimonio arquitectónico, artístico y cultural… brutal.
Kilian Cuerda es Historiador (@KilianCuerda)
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