MARCEL LHERMITTE
La Teja no es un barrio más de Montevideo, es de esos lugares en donde los vecinos siempre están dispuestos a ayudarte. Es un barrio obrero, no sólo porque muchas fábricas decidieron instalarse en esa populosa zona, sino porque está poblado mayoritariamente por trabajadores que día a día entran a la cancha de la vida buscando una oportunidad que los ayude a mejorar.
La familia Vázquez no era la excepción. Héctor estaba casado con Elena. Él era el sostén económico de la familia, trabajaba en el barrio, más precisamente en Ancap, la petrolera uruguaya, y su sueldo alcanzaba justo para mantener a sus cinco hijos.
De Tabaré, el cuarto nacimiento de la pareja Vázquez Rosas, dicen que cuando se armaban los “picaditos” de fútbol en los campitos de La Teja, en su niñez, era un buen arquero, aunque otros aseguran que no era tan así; por eso celebraron cuando junto a un grupo de amigos fundaron el Club Arbolito a finales de 1958 y el avanzado estudiante de medicina bregó para instalar una policlínica para atender gratuitamente a los vecinos que llegaran a la novel institución.
El fútbol es parte del ADN de los uruguayos, el país se pone en pausa cuando juega la Celeste y la gente palpita a rabiar cuando cada fin de semana entra a la cancha el club de sus amores. Cada barrio tiene su sentimiento puesto en una camiseta, y en La Teja es Progreso el que manda en el corazón de la gente.
Los “Gauchos del Pantanoso”, como se los conoce popularmente, es un equipo que durante años ha oscilado entre la primera y la segunda división profesional; es un cuadro cuyo objetivo habitual es salvarse del descenso. Pero el año 1989 fue diferente y vivirá en la memoria de toda esa barriada eternamente.
Fue el 14 de diciembre, en cancha de Central Español, cuando Pedro Pedrucci, de penal, empató el partido. Uno a uno, pero el resultado alcanzaba para salir campeón. La Teja festejaba, por primera vez los Gauchos del Pantanoso eran campeones del Torneo Uruguayo de Primera División, que era presidido además por uno de los hijos del barrio, el doctor Tabaré Ramón Vázquez Rosas.
El relato y la identidad
Actualmente el Río de la Plata tiene dos presidentes que tienen como característica que antes de ejercer cargos políticos a nivel gubernamental fueron presidentes de clubes de fútbol: Mauricio Macri en Boca Juniors y Tabaré Vázquez en Progreso.
En el caso del oriental –que es el caso que analizamos aquí– el fútbol le sirvió como carta de presentación para su primera campaña electoral, ya que en ese mismo año de 1989 se celebraron elecciones nacionales y departamentales en Uruguay.
No había definición sobre quién podría ser el candidato a intendente de Montevideo por el Frente Amplio, ya que las chances de la coalición de izquierda parecían un tanto exiguas y para gran parte de la dirigencia no era atractivo competir ante una gran posibilidad de derrota. La responsabilidad entonces recayó sobre Vázquez, a quien no se le conocía una militancia destacada dentro del Partido Socialista, incluso puede decirse que era prácticamente desconocido para la mayoría de la ciudadanía capitalina.
El único cargo político que había ejercido hasta ese entonces fue el de presidente de la Comisión de Finanzas de la Comisión Nacional Pro Referéndum que buscaba revocar la ley de Caducidad (la normativa impedía juzgar a los violadores de derechos humanos de la dictadura), en 1987. Su visibilidad pública era nula.
Tenía el agravante además de ser un doctor en medicina, especialista en oncología, cuando la mayoría de los dirigentes políticos provenían del Derecho, su carrera en la dirigencia del fútbol no estaba vinculada a Nacional ni a Peñarol, sino a un equipo pequeño, de raíces barriales, y además provenía de cuna de obreros de clase media.
“A diferencia del establishment de los partidos tradicionales, Tabaré no era hijo de ningún expresidente o caudillo político. Él era Tabaré, el médico exitoso, joven y que hablaba como un pastor evangélico. Tenía una historia de vida para contar, una novedad, una trama cuyo desenlace fue largamente esperado por su público: su llegada al gobierno”, dice Martín Ponce en el libro Caudillismo, E-política y Teledemocracia.
El fútbol ha formado parte de la identidad de muchos políticos de Uruguay y del Río de la Plata, pero en el caso de Tabaré Vázquez forma parte importante de la concreción de un “sueño uruguayo” si generamos un paralelismo con el american dream estadounidense, pero con particularidades criollas.
La construcción de ese “sueño uruguayo”, que ha sido parte sustancial del relato presidencial de Tabaré Vázquez, está vinculado al hijo de obreros, nacido en un barrio popular, formado por la educación pública y graduado como doctor. Un integrante de la clase media uruguaya que se supera y es capaz de llegar a ser intendente de Montevideo y presidente de la República en dos oportunidades, gracias a su esfuerzo.
El fútbol forma parte fundamental de la identidad, y de la reputación, de Tabaré Vázquez, pero no es simple y llanamente el fútbol, sino la identificación con su equipo, Progreso, un equipo de barrio, popular y con carencias económicas.
La cercanía de Vázquez con la gente a la hora de hacer campañas, su facilidad para comunicarse naturalmente con ciudadanos de nivel socioeconómico bajo, la empatía que logra con ellos y el conocer los códigos de comunicación de los sectores populares son parte de la fortaleza que tienen su génesis en La Teja.
Y esa identidad del actual jefe de Estado a través del fútbol se sigue alimentando, pues año a año, siempre encuentra algún tiempo para ir a la tribuna del Abraham Paladino, en su barrio, para acompañar al club de sus amores y gritar los goles –cuando los hay– abrazado a sus vecinos, como un hincha más.
Marcel Lhermitte es periodista, licenciado en Ciencias de la Comunicación, magíster y consultor en comunicación política y campañas electorales (@MLhermitte)
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