Star Wars: una historia de política

PABLO CAPEL DORADO

Stars Wars, celebérrima saga del archiconocido y aclamado director George Lucas, se erige como una de las más preeminentes, comerciales e incorregibles películas del género de ciencia ficción. Pero más allá de su atractivo comercial, que parece postergarse durante generaciones, cabe analizar, sin duda, dónde se enraízan las claves de su éxito, de dónde nace su peculiar atractivo y, sobre todo, cuál es el mensaje político que, de forma intencionada o no, parece instalar en nuestra conciencia.

La historia de La guerra de las galaxias tiene su fundamento en el libro El héroe de las mil caras de Joseph Campbell, mitógrafo estadounidense, que parece encontrar a través de técnicas de investigación como el psicoanálisis -concretamente la teoría del inconsciente colectivo de Jung-, un patrón de historia mitológica que se repite de manera constante en todas las civilizaciones y en todas las culturas, capaz de crear una conexión sempiterna entre el relato y nuestro inconsciente.

Para Campbell, el arquetipo del héroe mitológico atraviesa a lo largo de su vida tres etapas, a las cuales denomina tríada: separación, iniciación y retorno. Hallar paralelismos entre las hazañas del mito propuesto por Campbell y Anakin Skywalker -el verdadero protagonista de la historia- parece, ahora, una tarea harto sencilla.

 

La verdadera pretensión de George Lucas

Así, el auténtico propósito de Lucas acaba siendo modernizar el arquetipo mitológico adaptándolo para ello a un universo regido por las máquinas, la tecnología y el uso por parte de los humanos del avance científico. Se trata, pues, de un intento por hacer que el perenne relato moralizador no reduzca su vigencia, acondicionando la carga de la historia a las necesidades y capacidades de un consumidor de cultura media.

Además, la década de los setenta, período en el que se exhibe la primera película de la saga: Stars Episodio IV-Una nueva esperanza (1977), resulta ser una época profundamente marcada por un clima de enfrentamiento político entre EE.UU. y la Unión Soviética. De lleno inmersos en la Guerra Fría, en un clima de hostilidad bipolar entre dos grandes potencias que protagonizaron enfrentamientos bélicos a gran escala y en dura pugna internacional por alcanzar la hegemonía política, el mundo de las artes se puso al servicio de los designios políticos para realizar labores de propaganda.

Es por ello, que utilizar una película aparentemente distanciada de la realidad material, que además proponga un modelo de relato anclado en nuestro inconsciente colectivo, parece ser un método que garantiza su eficacia y asegura su finalidad: Introducir una serie de ideas moralizantes y ayudar a divulgar las bases de un modelo político y un determinado orden social.

 

Anakin Skywalker o el mesías mitológico

La historia se desarrolla en un universo distópico organizado políticamente como confederación intergaláctica que tiene como modelo de gobierno la República. Más tarde, una suerte de conspiradores, gobernantes corruptos y fundamentalistas de una oscura religión acaban por instaurar un nuevo orden, a través de un golpe de Estado de cariz antagónico a la República: el Imperio.

La contraposición entre la concepción del bien y del mal la encarnan, además de los protagonistas, los dos modelos organizativos: República e Imperio. Mientras que el primero promueve valores como la libertad, respeto de las sociedades y rectitud individual como catalizadores de una pacífica armonía, el Imperio supone la subyugación de la libertad individual, la clonación de la voluntad y el servilismo para fines espurios y destructivos.

La figura de Anakin Skywalker constituye el elemento que dotará de paz al corrompido sistema imperial. Él será quien, ungido por la Fuerza -principio espiritual de carácter cuasi religioso-, e iniciado en las enseñanzas de los maestros Jedi -un grupo endogámico de guerreros sacerdotes que velan por la seguridad intergaláctica-, logrará instalar el equilibrio necesario para que vuelvan a regir los principios armonizadores de la República.

El joven Anakin -individuo vendido como esclavo- abandonará a su madre y se desligará de su hogar en el desértico planeta de Tatooine -lugar alejado del control político y foco de actividades ilegales donde prolifera la devastación y el desorden- para iniciarse en las artes Jedi y poder consumar su cometido mesiánico. Este momento ilustra a la perfección las dos primeras etapas de las que hablaba Campbell en El héroe de las mil caras: separación e iniciación.

Pero el proceso ascético y gnóstico de Anakin no llega a culminarse debido su debilidad personal y a su incapacidad para controlar su ira. A causa de su fragilidad emocional, se verá influenciado por el lado oscuro de La fuerza hasta convertirse de lleno en el guardián protector del lado oscuro -desde un plano espiritual- y en una especie de gerifalte imperial -desde el punto de vista político-. El abandono de sus primitivos valores fundamentados en La fuerza le lleva a la traición de sus maestros Jedi y del principal mentor espiritual de esta secta endogámica: el maestro Yoda. La relación entre lo político y espiritual es ya un factor palmario en la misma obra, de la que en sí misma no es necesario hallar extrapolaciones entre su relato y nuestra realidad (empresa que abordaremos a posteriori).

La dicotómica vida de Anakin -ya convertido en Darth Vader- hallará su redención justo antes de la muerte, momento en el que acaba por traer finalmente el equilibrio a la Fuerza. Aquí se materializa el tercer estadio enunciado por Campbell: el retorno. Durante su proceso vital, el lado “luminoso” incardinado en La fuerza se transmutará en su propio hijo: Luke Skywalker. Se introduce en la obra, por tanto, el elemento de la reencarnación espiritual, otra constante de las religiones orientales y de diversas mitologías.

 

Imperio y República: ¿Igualdad o libertad?

Inmersos ya en la tarea de hallar extrapolaciones entre La guerra de las galaxias y nuestra realidad, parece evidente que una de las más claras es la que representa la dicotomía Imperio/República, sin duda en relación con la dualidad Liberalismo/Totalitarismo, ya sea este último en su versión soviética o nazista.

El intrépido pirata intergaláctico Han Solo, interpretado magistralmente por Harrison Ford, un simpático rufián guiado exclusivamente por su egoísmo, avidez de riquezas y satisfacción personal en contraposición con el recto imperativo categórico de los Jedi, se presenta como uno de los personajes centrales – y quizás más atractivos- de la obra. Aquí, la codicia, la temeridad y el comercio -características reunidas en torno al personaje de Solo-, no son solo sinónimo de virtud, sino que acaban colaborando indirectamente con la misión de traer la paz a la galaxia. Ahora recuerden una de las máximas del liberalismo económico: la suma de intereses individuales acaba por implantar un orden más justo, pacífico y armonizado.

En contraste, la Estrella de la muerte -que bien podría ser el Kremlin-, es el epicentro de las actividades imperiales. En esta siniestra construcción reina la igualdad -materializada en la uniforme indumentaria de los soldados imperiales-, la oscuridad y la inmundicia. El elemento simbólico del poder oscuro y del tenebrismo parece estar relacionado con la idea de igualitarismo y militarización de la sociedad (dos de las significativas propiedades de los regímenes totalitarios).

Llegados a este punto, aún a falta de analizar un rosario de elementos de gran importancia en la obra y dejando a un lado su orientación manifiestamente ideológica, sí parece reseñable la habilidad con la que Lucas introduce toda esta simbología extrapolable al contexto histórico de la época y el medio utilizado para lograr la misión moralizante. No encontramos, pues, ante una obra eminentemente política.

Continuará…

 

Pablo Capel Dorado es Licenciado en Ciencias Políticas y Derecho y Máster en Comunicación Política.

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