GIL CASTILLO
Escribí este artículo en tierras de África Austral. Es por ello que tengo una historia muy reciente en mi memoria: estaba en carretera, por unas carreteras muy malas, en la provincia de Sofala, Mozambique, charlando con mis compañeros de viaje. Me hablaban de algunos mitos, muy antiguos, tratados como realidades por muchas generaciones de personas. Historias explicadas por sus madres sobre lugares prohibidos y sobre brujería.
Pero una de estas historias, además de más sencilla y menos terrorífica que las otras, fue la que más me llamó la atención. Este mito hablaba de que en la creencia popular algunas partes del pollo estaban prohibidas en la alimentación de las mujeres porque podrían quitarles la vida. Estas partes solo podían ser comidas por los hombres, que eran lo suficientemente fuertes para poder soportarlo. Cuando les pregunté qué partes serían esas, imaginando que serían cosas exóticas, me contestaron que, en cambio, eran las partes más sabrosas y con más alimento de los pollos. Todos nos reímos y pasamos a filosofar sobre el tema.
De hecho, la cuestión de la inclusión o exclusión femenina es algo ancestral, que está tan solidificada en la base de las sociedades que ni siquiera notamos muchos de los sutiles actos diarios que nos rodean y que son muy importantes en las conquistas o pérdidas de espacios. Así, de la misma manera que el impacto de esas diferencias ocurre en todas las esferas de la vida, no podría dejar de ser determinante en los temas políticos. El propio Rousseau, que tuvo su desarrollo intelectual garantizado por el confort y seguridad proporcionado por distintas mujeres en su vida, estaba en contra de la participación femenina en la política. Es en este ámbito que me gustaría profundizar algunas reflexiones.
Trabajo en campañas electorales desde el inicio del proceso de re-democratización de Brasil, a finales de los años 80 y principio de los 90. En aquellos tiempos, muchos de nosotros estábamos aprendiendo a partir de las experiencias, estudiando casos, modelos y autores importados desde los países más avanzados democráticamente, como los Estados Unidos y algunas naciones europeas. Esa área, que no es fácil en su esencia, incluso en nuestros días donde el desarrollo del mercado y la evolución académica se ha adelantado mucho, es particularmente aún poco estudiada y comprendida cuando el tema tiene que ver con las cuestiones de género, tanto sobre las mujeres que están en la política, como sobre aquellas que trabajan con marketing y comunicación política.
Confieso que durante mi proceso de evolución profesional, en principio el tema de género no me llamaba a la atención porque la mayoría de los clientes siempre fueron hombres y porque siempre comprendí que las técnicas eran iguales para candidatos hombres y candidatas mujeres, con contenidos adecuados a cada situación, y por tanto diferentes a cada caso.
Esto siempre me pareció natural y con resultados positivos, hasta incluso me parecía un pensamiento incluyente, de igualdad. Pero, hace algunos años, en una campaña también en un país africano, trabajando con una candidata mujer, algo me hizo despertar: al analizar resultados de las encuestas, tanto en los datos recorridos desde las encuestas cuantitativas, como con las informaciones cualitativas, había un componente complicado: un gran porcentaje de los encuestados, incluso un razonable porcentaje de mujeres que veían a la candidata como una persona preparada y experimentada, al mismo tiempo afirmaban que no le votaban porque “era mujer” y en el caso de las respuestas masculinas, muchos acrecentaron que no le votaban porque había hecho una “Ley contra los hombres”.
En realidad, esta candidata, en sus actividades como parlamentaria, había encabezado una Ley contra la violencia doméstica, algo que fue revolucionario en un país pobre y con muchos problemas sociales. Pero, como la gran mayoría de los que sufren la violencia domestica son mujeres, esto se había convertido en un problema para muchos hombres.
Trabajamos específicamente a esa cuestión aclarando que la ley también beneficiaba a los hombres, que pueden ser víctimas de la violencia doméstica, además de otras acciones de formación social y ciudadana, asociadas, claro, a estrategias generales de comunicación, lo que nos ayudó a disminuir la resistencia a la candidata y posicionarla en muchas mejores condiciones. Pero no lo suficiente para ganar aquella elección.
Como es en las derrotas cuando más se aprende, un punto de reflexión importante a ser destacado de esta experiencia es que la cuestión de género en las campañas para mujeres es un ingrediente determinante, pero ni siempre es posible ver exactamente donde están materializados si no buscamos mirar para este punto de una manera especial.
Pienso que, en nuestras sociedades de Latinoamérica, que son reconocidamente machistas con más o menos intensidad dependiendo de la región, muchas veces estos detalles de prejuicio no están tan claros, porque vivimos una era de transición y evolución social donde el tema de la participación femenina en todas las esferas de la sociedad está en la agenda del día y que no todos, en un proceso de investigación electoral, lo demuestran de manera directa.
Para mí fue necesario estar en un contexto social sin las máscaras de las opiniones mostradas de forma políticamente correcta para ver la dimensión del tema. Es necesario poner atención y leer entre líneas una serie de cuestiones sobre cómo se ve a la mujer en cada contexto social. Nunca debemos olvidar del concepto de Paul Lazarsfeld de que el marketing electoral “es la activación de las tendencias latentes” y que es necesario comprender profundamente los humores del electorado, en cada lugar determinado, para entender las reales posibilidades de acción. Ese es el primer paso.
El segundo es comprender que en cualquier campaña los arquetipos de liderazgo son extremamente importantes para la construcción de la imagen, del discurso, de la manera cómo se posiciona el candidato. Pero en los casos de campañas para candidatas, ello tiene implicaciones, además, representando estereotipos que no son completamente positivos. Si pensamos en un contexto extremo a los ejemplos que he utilizado como la actual campaña de Hillary Clinton en los Estados Unidos, el tema de género es recurrente. Los candidatos masculinos no precisan autoafirmarse como “hombres» todo el tiempo, pero está claro que Hillary necesita identificarse a sí misma como “una mujer competente”. Es casi como si el término “mujer» dejase de ser un sustantivo para convertirse en un adjetivo negativo.
En este sentido, me gustaría destacar al trabajo de la Dra. Luciana Panke, de la Universidad Federal del Paraná, en Brasil, que ha investigado esta cuestión en el libro “Campañas Electorales para Mujeres – retos y tendencias”. Se trata de un trabajo profundo de evaluación de las campañas de mujeres, sobretodo en América Latina, abordando a todos los aspectos del tema. El capítulo sobre las tipologías demuestra que los matices de las campañas femeninas tienen un espectro más amplio y les recomiendo su lectura.
Es fundamental concluir que, en todas las campañas electorales, las técnicas, las herramientas son las mismas y que sí, que en las campañas para mujeres el contenido es distinto. Pero antes de todo es imprescindible saber que lo que el tema requiere es una mirada más sensible, más particular, con especial atención a todos os detalles que componen el universo femenino.
Imagen de Marcelo Weiss
Gil Castillo es Presidente de la Alacop – Asociación Latinoamericana de Consultores Políticos. @gil_castillo
Publicado en Beerderberg