IGNACIO KOSTZER
Filósofo, psicoanalista, crítico cultural, analista político, divulgador… Hay muchos Slavoj Žižek en términos teóricos y también si observamos su trayectoria vital. Entre ellos se contradicen y se reafirman, se complementan y se pierden; pintando un paisaje tan colorido y abundante, como caótico.
Si bien fue efímero, alguna vez existió el Žižek político. Tanto que en 1990 fue candidato a la presidencia de la República de Eslovenia por el Partido Liberal Democrático. Sin suerte en la arena partidaria y electoral, como tantos otros grandes nombres de la filosofía y las ciencias sociales, se abocó al estudio y a la escritura. En estos años, no ha habido temática de la agenda pública que el esloveno no haya abordado en sus 40 libros publicados. Desde el sadomasoquismo a la espiritualidad new age, desde el materialismo dialéctico a la crisis de los refugiados, desde la violencia a la estrategia de marketing de la Coca-Cola; nada de lo humano pareciera serle ajeno…
Ya en sus primeras publicaciones puede verse una vocación por cierta originalidad teórica, particularmente en su afán por combinar herramientas analíticas provenientes de la filosofía dialéctica alemana –marxista y hegeliana– con categorías extraídas del postestructuralismo francés, en particular del psicoanálisis lacaniano y la filosofía derridiana.
Dentro de estas coordenadas, en sus primeros libros se destaca el estudio de la ideología, tema que ha estado obsesivamente presente a lo largo de toda su obra. También su particular relectura de Jaques Lacan se encuentra sistemáticamente desde sus primeros escritos hasta el presente.
Esta perspectiva de mixturar la tradición marxista y hegeliana con el psicoanálisis lo acercó en su momento al filósofo argentino Ernesto Laclau, quien por aquellos años trabajaba sobre la idea de conjugar la obra de Antonio Gramsci con los desarrollos de Freud y Lacan. Este vínculo los llevó en 2003 a publicar, conjuntamente con Judith Butler, el libro Contingencia, Hegemonía, Universalidad. Pero el romance teórico duró poco y la publicación en 2005 de La razón populista por parte de Laclau terminó de sentenciar la ruptura entre ambos.
Destacamos este momento, ya que el debate Žižek-Laclau ha sido uno de los más interesantes que ha exhibido la izquierda occidental en este siglo. La controversia abordó la emergencia de antagonismos no inscritos en la esfera económica y productiva, tales como la opresión de género y de raza, y en las posibilidades de articulación de los mismos en el marco de un proyecto emancipador. Si bien existió esta afinidad teórica inicial, las diferencias entre ambos se fueron ensanchando y Laclau llegó a considerar que Žižek no había roto con lo que él denominaba el “esencialismo marxista”, por la persistencia de la “lucha de clases” como fenómeno universal en sus planteos.
A pesar de que aquella polémica fue de un elevado nivel teórico y analítico, en una entrevista publicada en el diario Página/12 en junio de 2005 el argentino calificó a Žižek como un “ultraizquierdista vociferante” (1), dejando entrever el malestar personal que dejó aquella disputa más allá de la riqueza del intercambio.
Pero Laclau no sería el único gran teórico de la izquierda que criticó duramente a Žižek. Más allá de sus múltiples debates con intelectuales de la talla de Antonio Negri, Michael Hardt o Alan Badiou, Noam Chomsky ha ido más lejos y ha llamado a Žižek un “actor” cuya obra está “vacía de contenido” (2). Es llamativa la irritación que Žižek generó en el gran intelectual crítico norteamericano de las últimas décadas y en parte revela uno de los rasgos de la personalidad del esloveno: su alteridad respecto a lo establecido en todo ámbito. Tanto en la academia, como en la política y en la intelectualidad de izquierdas, Žižek parece recoger más críticas que adhesiones.
El esloveno provoca a los académicos porque no encaja en sus formas y convenciones. Provoca a los políticos porque es incontrolable e imprevisible, porque es políticamente incorrecto en temas sensibles como la inmigración, el feminismo, el sexo o el populismo. Y también provoca a los activistas porque les dice “no actúen, piensen” y los enfrenta a una realidad incómoda y a veces dolorosa: la lucha bienintencionada no sirve –necesariamente– para nada. La energía sin estrategia se disipa. El poder acumulado en la movilización ciudadana que no se traduce en una transformación radical del Estado, capaz de quebrar y torcer una determinada correlación de fuerzas sociales, es susceptible de evaporarse bajo la intemperie de la autonomía de los movimientos populares.
Al mismo tiempo, no es menos cierto que las críticas de sus pares han quedado muy por debajo de sus libros vendidos y de la notoriedad pública que Žižek ha ido adquiriendo, sobre todo en los últimos quince años. En este camino hacia una considerable fama internacional (máxime para los parámetros de un filósofo en este tiempo histórico), ha sido decisiva su apuesta por medios de comunicación alternativos a la literatura, en particular su incursión en el cine con tres documentales, y de la distribución de los mismos editados como cortometrajes a través de YouTube.
La primera de estas incursiones fue el documental “La realidad de lo virtual” publicado en el año 2004. Luego vinieron “Guía cinematográfica para pervertidos” (2006) y “Guía ideológica para pervertidos” (2012). En estos vídeos Žižek apela a un recurso presente desde sus primeros libros que es la crítica de la cultura pop, en particular de películas de Hollywood. A través de fragmentos de Batman, Matrix o Fight Club, Žižek desarrolla su complejo análisis crítico de la sociedad de consumo contemporánea, sus dispositivos culturales, y de los grandes conflictos de este siglo. Los mismos suman cientos de miles de reproducciones en YouTube, mientras que sus conferencias lucen llenas en todo el mundo y sus viajes son reflejados por la prensa en cada país que visita. Aquí podemos encontrar otra de sus principales caras: la de divulgador científico.
Quizás el análisis de la cultura pop lo ha llevado a una cierta mimetización con su objeto de estudio. Lo que queda claro es que Slavoj Žižek es un pensador integral. Uno de los cerebros más lúcidos, contra-intuitivos y originales de nuestro tiempo. Ha sido y es, en la gran mayoría de los casos, mejor que sus críticos. Y su inmensa, compleja y –por tramos– contradictoria obra representa una contribución fundamental para quienes quieran comprender las tendencias, valores y antagonismos que han dado forma al capitalismo surgido tras la revuelta parisina del 68 hasta nuestros días.
Ignacio Kostzer es consultor e investigador. (@Nachok_)
Ver otros artículos del monográfico: “20 autores básicos de la filosofía política”