Sin miedo ni entusiasmo: el panorama electoral de Die Linke

CARLOS A. PÉREZ RICART

Die Linke va a las elecciones de 2017 sin miedo ni entusiasmo. El partido de izquierdas lleva varios años enquistado en la media tabla de la liga electoral alemana: sin riesgo al descenso, pero sin esperanza por clasificar a competición europea. No está mal para un partido asechado por los conflictos internos; pero no está bien si se analiza el contexto favorable con el que arranca la liga. Vamos a ello.

A priori, Die Linke llega a las elecciones de 2017 con tres buenas noticias. La primera: logró detener la sangría de militantes. Jóvenes genossen del oeste de Alemania han comenzado a suplir a los viejos miembros del Partido de Unidad Socialista Alemán (SED) y del Partido del Socialismo Democrático (PDS) que, por tradición, convencimiento o inercia terminaron formando parte de Die Linke en 2007. Se equivocó quien pensó que el partido desaparecería con la muerte natural de la vieja guardia. En los últimos dos años han llegado nuevos cuadros que han modificado el balance de poder entre los Landesverbände del Oeste –más radicales, cercanos a los movimientos sociales y activos en sus respectivos territorios– y los del Este, compuestos por militantes en promedio veinte años más viejos y dispuestos a pactar con el diablo para poder volver a gobernar algo, aunque sea poquito, aunque sea su calle.

La segunda noticia es haber detenido –¿indefinidamente?– la escenificación pública de sus disputas internas. La dupla Kipping / Riexinger, máxima instancia de dirección del partido desde 2012, ha sido una fórmula ganadora para instituir cierto equilibrio entre las fracciones de las dos Alemanias y entre los diferentes espectros ideológicos que tienen cabida en Die Linke. El bajo perfil de ambos, así como su limitada proyección nacional, hacen que su liderazgo no sea interpretado como una amenaza para otros dirigentes, posiblemente con mayores méritos para ejercer la dirección del partido. A veces, ya se sabe, toca dar la banda de capitán no al mejor jugador ni al más fuerte, sino al medio centro defensivo que sepa lidiar con árbitros, entrenadores y compañeros cuando los ánimos se calientan.  Paradójicamente, como veremos más adelante, la dupla Kipping / Riexinger ha impedido la consolidación de una figura fuerte a partir de la cual pueda crecer electoralmente el partido, condición sine qua non para el éxito de los partidos de izquierda en un contexto neoliberal.

La tercera noticia es el triunfo incontestable que significó la llegada de Bodo Ramelow a la gubernatura de Thüringen en 2014. Acaso la victoria real no fue el establecimiento de la triple coalición con verdes y socialdemócratas sino el terso funcionamiento de la misma. Naturalmente, el buen gobierno de Ramelow buscaba tener consecuencias más allá de Erfurt; el plan quedará en espera en 2017, pero los cimientos quedan puestos para el futuro.

Igual que en 2009 y 2013, Die Linke va a las elecciones sin delantero centro; repite la fórmula de candidatura doble con personajes fuertes, Sarah Wagenknecht y Dietmar Bartsch, representantes de alas antagónicas del partido. La doble candidatura no es un método heterodoxo para maximizar la votación; se trata de un mecanismo nada fútil en la búsqueda por preservar los equilibrios internos. Hacia fuera puede leerse como un error; hacia dentro se asume como la única vacuna efectiva para no repetir las peleas internas que en 2011 casi dan al traste con el proyecto partidario. El mensaje que lanzan es obvio: Die Linke prefiere sobrevivir a crecer. Ello tranquiliza a sus burócratas, pero debería inquietar a los militantes que aspiran a jugar –algún día, alguna vez– en la parte alta de la tabla.

Las propuestas electorales apenas han cambiado con respecto a los años anteriores. Se frasean distinto pero lo sustancial permanece: salarios más altos, vivienda pagable e impuestos de hasta el 75 % al sector con mayores ingresos del país. Además, por primera vez, incluyen una propuesta de ingreso mínimo mensual de 1.050 euros, idea que ha traído más críticas que apoyos dentro y fuera del partido. En política exterior permanece la exigencia de detener la exportación de armas alemanas y –más callada que otras veces– la exigencia de salir de la OTAN “un instrumento de la Guerra Fría”. Permanece el escepticismo frente a las instituciones europeas y la crítica al sistema financiero mundial, este último, tema que ningún otro partido enarbola con tanta vehemencia y, digámoslo de una vez, tanta razón.

El temor a perder su base dura de votantes ha hecho que Die Linke no haya adoptado como tema electoral –aunque sí en su plataforma– el derecho al asilo de refugiados. Más aún, varios dirigentes se han dejado seducir por el canto de sirenas del discurso antinmigrante. Lo grave es que Wagenknecht, la capitana del barco, a diferencia de Ulises, no se ha puesto demasiada cera en los oídos y lleva varios meses coqueteando con las narrativas que tanto rédito electoral dan a la derecha. El discurso de Wagenknecht ha pasado de la oposición total a las formas y modos de AfD a la “búsqueda” por “comprender” las “razones” del “desenfado” del electorado derechista. No se da cuenta de que esa estrategia sólo puede traer victorias pírricas: sacrificar la identidad internacionalista del último partido de izquierdas en Alemania a cambio de un puñado de votos. Igualmente riesgosa es la simpatía acrítica que importantes liderazgos han profesado hacia Vladimir Putin, personaje al que se le reconoce su “liderazgo fuerte” y posición “antimperialista”. Al hacerlo nos ilustran, por enésima ocasión, que la nostalgia en la política es una propiedad que se diluye con menos facilidad que el más grande de los muros.

Sin miedo ni entusiasmo va, en fin, un partido que tiene poco que ganar y poco que perder en las elecciones más aburridas desde la posguerra. Al igual que en la Bundesliga, el poder hegemónico de un partido provoca que el poco interés que despierta la elección se concentre en los ascensos probables –AfD, FDP– y en los descensos inesperados (y merecidos) –Die Grünen–. Die Linke no alcanzará los dos dígitos porcentuales, dará una sorpresa en Berlín con una alta votación en los barrios del oeste y colocará algunas decenas de representantes en el Bundestag. Sí, parece poco para empezar la revolución. La función de Die Linke en el sistema político alemán, sin embargo, seguirá siendo la misma que en los últimos años: la de empujar al SPD hacia la izquierda y con ello al resto del sistema político. Y eso, para los tiempos que corren, no es algo menor.

 

Carlos A. Pérez Ricart es Doctor en ciencias políticas. Investiga y trabaja en la Universidad de Oxford, ReinoUnido. Hincha del Atlético de Madrid. (@perezricart)

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