Schulz contra sí mismo

RAÚL GIL BENITO

Yo lo vi. No fue un espejismo. Ocurrió hace sólo unos meses. En febrero de este año. Yo lo vi. El SPD de Schulz superó a la CDU de Merkel en las encuestas. El partido socialdemócrata alemán volvía a estar por delante de los conservadores en intención de voto, algo que no ocurría desde el muy lejano octubre de 2006. Once años. Lo llamaron ‘efecto Schulz’, los medios de comunicación se llenaron de sesudos análisis, y en los pasillos de la Willy-Brandt-Haus se percibía el aroma a victoria.

Empezar el año luchando por no caer en el abismo que se abre bajo el 20 % de apoyo electoral, superar en menos de dos meses el listón inalcanzable del 30 %, y terminar afrontando las elecciones del 24 de septiembre en los números habituales del SPD en la era Merkel: la horquilla entre el resultado de 2009, el 23 %, y el de 2013, el 26 %. La montaña rusa de la socialdemocracia alemana, no apta para corazones débiles.

En las filas del partido fundado en 1875 aún no se explican lo ocurrido en estos agitados meses. Echan de menos la euforia de marzo, las imágenes triunfales del candidato Schulz reviviendo la esperanza en los corazones socialdemócratas, los aplausos y las risas de selfie, los días de vino y rosas en los que Merkel parecía batible, humana. Todo se ha evaporado sin dejar rastro y, como quien se despierta un domingo con resaca, los compañeros y compañeras del partido se preguntan por qué.

A Johan Cruyff, genio del fútbol que revolucionó el deporte como entrenador del FC Barcelona, se le atribuye esta frase: “Si no saben por qué ganan, ¿cómo van a saber por qué pierden?”. Y me parece perfecta para explicar la confusión en las filas socialdemócratas. Nunca supieron por qué llegaron tan arriba en las encuestas de intención de voto. Y, por supuesto, desconocen las razones de la caída. Vamos a tratar de aportar algo de luz.

El nombramiento de Martin Schulz como candidato socialdemócrata, tras el paso atrás de Sigmar Gabriel, le aportó al SPD elementos clave para ser competitivo electoralmente: un candidato conocido, con demostrada experiencia y bien valorado. Un político con un relato personal emocionante e identificado con los valores de su partido y un líder con el empuje y la libertad para plantear una nueva agenda política. Y lo más importante de todo: la percepción de que se podía dar batalla a Merkel, de que no todo estaba perdido.

La primera reacción del electorado alemán ante la irrupción de Schulz fue activarse, abandonar la duermevela democrática. Se movieron los compartimentos estancos de voto. Un porcentaje de los abstencionistas se animaban a volver a las urnas. Comenzaron las fugas de votantes pragmáticos de Die Grüne y Die Linke hacia las posiciones más centradas del partido socialdemócrata. AfD recibía un derechazo en su discurso como única alternativa al establishment. Y, lo más importante, Merkel se vio obligada a descender del altar de la victoria segura, desde el que se mira todo con displicencia.

Schulz le hablaba con empatía al votante socialdemócrata. Decía cosas que tenían sentido y cuyo objetivo era mejorar la vida de la gente, e incluso ponía en duda construcciones políticas hasta ese momento intocables, como la Agenda 2010 del canciller Schröder. Explicaba que a Alemania le iba bien, pero no a todos los alemanes. Defendía la necesidad de hacer cambios para no dejar a nadie excluido del bienestar. A muy poca gente parecía importarle el hecho de que el candidato de un partido que gobierna reclamara modificar algunas políticas del ejecutivo. Schulz tenía bula.

Pero los medios de comunicación empezaron a señalar que su discurso carecía de propuestas concretas. Hubo voces en el partido que reclamaron más contenido político, y los adversarios no desaprovecharon la oportunidad para saltar a la yugular del candidato, con exigencias de un pronunciamiento claro sobre el gobierno de coalición por el que apostaba. El ‘efecto Schulz’ empezó a tener fugas, el pánico volvió a la Willy-Brandt-Haus, y todo el mundo sabe que en momentos de pánico la reacción más natural es la conservadora.

Martin Schulz dejó de hablarle al votante socialdemócrata y empezó a sacar temas de la chistera: Europa, impuestos, refugiados, peajes, educación, Turquía, carburantes… Cada día uno. Como queriendo demostrar a los medios de comunicación, a sus compañeros de partido y a sus adversarios que hace propuestas, que sabe de lo que habla. El problema es que muchos de esos temas no le aportaban nada o beneficiaban directamente a sus adversarios. Así que viendo que no tapaba las fugas, sino que iban en aumento, pensó que era buena idea enfrentarse directamente con la política mejor valorada de la historia de Alemania. Y entonces acusó a Merkel de ser antidemocrática. Y ya nadie entendió nada.

La estrategia de Schulz era él mismo, pero no quiso aceptarlo. No es propio de un partido serio centrar su oferta política en el relato personal del candidato ni en historias de gente que lo pasa mal en la Alemania potencia europea. Error. Es cierto que no es sencillo venderse como alternativa cuando has gobernado con Merkel ocho de los últimos doce años. También que la posibilidad de un tripartito de izquierdas aún despierta rechazo entre el electorado alemán. Y, sobre todo, que compites con el animal político más fiero que ha dado Europa en los últimos veinte años. Pero cuando Schulz dejó de ser Schulz y se convirtió en lo que otros querían que fuese, terminó el suspense en torno al resultado del 24 de septiembre.

Y así llegamos a la cita electoral alemana. Con la certeza de que ganará Merkel y la única incógnita de quiénes serán sus compañeros en el próximo gobierno de coalición. El SPD, desanimado y sin una línea clara en su campaña, se aferra a que uno de cada dos electores aún no ha decidido su voto. El dato sería esperanzador en unas elecciones ajustadas, una contienda en la que el votante socialdemócrata tuviera motivos para movilizarse al ver cerca la posibilidad de ganar. Pero el 24 de septiembre los alemanes acudirán a las urnas con casi todo decidido. Y muchos indecisos aprovecharán para experimentar con su voto. Les animará a elegir en conciencia, poniendo los valores por delante del pragmatismo electoral, optando por el partido y el candidato con quien más se identifiquen aún sabiendo que no tiene ninguna posibilidad… Esperen un momento, quizá no esté todo perdido para el SPD.

 

Raúl Gil Benito es experto en comunicación política. Vivió cuatro años en Berlín donde se empeñó en comprender los entresijos de la política alemana. Fundador de Volvemos.org. @raulgilb

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