Reseña de “Nueva ilustración radical” (Marina Garcés)

BERNARDO ÁLVAREZ-VILLAR

A Marina Garcés (Barcelona, 1973) debemos agradecerle antes que nada haber escrito un ensayo sobre la crisis civilizacional en curso sin recurrir a los dos comodines que les vienen resolviendo la columna de opinión a los perezosos paladines del liberalismo oficial en los últimos años: el comodín del “auge del populismo” y el de “la posverdad”. Garcés, profesora de Filosofía en la Universidad de Zaragoza, titula con aires de manifiesto fundacional, “Nueva ilustración radical”, un libro que encierra un recordatorio molesto por oportuno: que nuestro mundo no es ya el de Voltaire y la Ilustración; el individuo autónomo y racional y la Enciclopedia. Los tertulianos leerán a Garcés y despertarán, perplejos, en un tiempo tejido de precariedad, “analfabetismo ilustrado” y “credulidad voluntaria”, sintagmas acuñados por la pensadora catalana.

El libro trasciende con mucho el nivel epidérmico y el discurso predecible al que estamos acostumbrados en los medios de comunicación, pero sin renunciar a su carácter de urgencia y a la vocación de consumo instantáneo. Se trata de un panfleto en la mejor acepción del término. Una indagación afilada y comprometida en las dinámicas que nos han traído, entiende la autora, a las puertas de una rendición intolerable: la renuncia a mejorar nuestras condiciones de vida en base a la educación, la ciencia y el saber o, lo que es lo mismo, la renuncia a la política como construcción de un proyecto colectivo. “El futuro se ha convertido en una cosa del pasado”, trastea Garcés con la semántica.

Hay en este ensayo una punzante radiografía de la urgencia que nos atenaza a título personal y colectivo. La emergencia es el signo bajo el que se fatiga esta “era póstuma” en la que hasta la posmodernidad ha caducado: ya no es “fiesta sin tiempo” sino “tiempo sin futuro”, el tiempo que resta. El paradigma del héroe es ahora el socorrista que saca del fondo del Mediterráneo a un refugiado sirio, a un refugiado que ha agotado el crédito de esperanzas y expectativas pero al que se rescata por el mero hecho de salvar una vida. El futuro es una madeja incomprensible o una amenaza ciega que la razón no puede esclarecer y la fascinación por el apocalipsis se convierte en la metáfora dominante que encarrila nuestras excusas para la credulidad voluntaria, “el cinismo de creer lo que más nos conviene en cada momento”.

Huérfanos de razón, la inteligencia se ha vuelto estéril y hemos llegado a implantarnos en el oxímoron de un “analfabetismo ilustrado”: la condición del que lo sabe todo pero no puede nada, y menos aún intervenir en las propias condiciones de vida. Una situación de servidumbre, asumida plácidamente, en la que el despotismo pasa por invalidar la educación, la ciencia y la cultura como agentes de cambio pues “hay que prepararse para un futuro del que no podemos saber nada”. Precariedad, impotencia, desasosiego y extravío marcan a hierro el discurrir de nuestra existencia y estrechan los límites para la vida digna.

No pasa por alto Garcés lo que constituye uno de los principales agentes de desertización intelectual: las nuevas tecnologías de la información y la comunicación y los grimosos gurús salidos de Silicon Valley. El desencanto generalizado hacia la vida pública, vista como un cuerpo necrosado del que nada puede ya esperarse, conduce a una desquiciada idolatría de los avances técnicos bajo la forma de lo que la pensadora llama “solucionismo” y “proyectos de inteligencia delegada”. Garcés, alarmada por el desprestigio de la ciencia y el pesimismo antropológico de las utópicos digitales (que no creen en los humanos porque yerran, a diferencia de los ordenadores), define a la perfección el proyecto social de los iluminados de Google y Facebook: “Los humanos podremos ser tan estúpidos como hemos demostrado ser porque el mundo será inteligente. Un mundo smart para unos habitantes irremediablemente idiotas”. Corrosiva Garcés.

Ahora bien. La ignorancia, y esto ya lo sabía Sócrates, es antes que nada un problema moral, y nuestras décadas de narcisismo y abundancia nos han llevado a olvidar una “sutil” diferencia: la que existe entre morir y matar. Inmersos en la cultura del simulacro y el espectáculo, hemos visto proliferar las guerras, el terrorismo y las crisis migratorias sin ser capaces de dirimir hasta dónde llega nuestra responsabilidad ni cómo actuar en consecuencia.

Lo que Garcés propone es una revitalización del espíritu de la Ilustración, que no es un estado sino una tarea, para combatir las credulidades y servilismos de nuevo cuño. Retomar las preguntas fundamentales sobre el sentido y la dignidad de la vida, volver a situar el ágora en el centro de la vida colectiva y cultivar un pensamiento a la contra de los dogmas apocalípticos y antihumanistas. “Poder decir “no os creemos” es la expresión más igualitaria de la común potencia del pensamiento”, escribe la filósofa. Perdamos, entonces, todos juntos la fe.

Bernardo Álvarez-Villar. Nací en Oviedo en 1993. Por pasar el tiempo, estudié Psicología en la universidad de mi ciudad natal, aunque nunca tuve mayor interés en sentar a nadie en mi diván. Me fui a Madrid a cursar el Máster de Periodismo ABC-UCM y pasé cinco meses en la sección de Internacional del periódico. Ahora colaboro con ABC PLAY y me gano la vida como puedo en la capital del reino. (@balvarezvillar).

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