Reseña de «Nosotros, los hijos de Eichmann»

BERNARDO ÁLVAREZ-VILLAR

Una de las grandes cosas que tienen los buenos libros es que son capaces de sustraerse al perverso mandato de la obsolescencia programada que afecta la mayoría de nuestros objetos. “Nosotros, los hijos de Eichmann: carta abierta a Klaus Eichmann” fue publicado por primera vez en los años sesenta y la primera edición española data del año 2001. No es una novedad editorial, ¿y qué?, es un bisturí que disecciona el nervio de nuestra civilización.

Lo firma Gunther Anders, uno de los pensadores más lúcidos que dio de sí el atribulado siglo XX y que solo en los últimos años hemos empezado a leer en España. Anders, un judío polaco que se exilió en Estados Unidos tras la llegada de los nazis al poder, dejó escrito que “un filósofo que solo escribe para filósofos es tan absurdo como un panadero que solo hace pan para otros panaderos”. Anders filosofaba con la prensa del día sobre la mesa, y esta carta al hijo del más perverso (y anodino) de los genocidas nazis, Adolf Eichmann, es un brillante ejemplo de pensamiento vivo, palpable y con las manos manchadas de barro.

Anders reflexiona en esta larga carta sobre los campos de exterminio nazi, y lo hace desde el menos complaciente de los ángulos y con la vista puesta en lo que pueda pasar en el futuro, no en lo que ya ha sucedido. No le interesa escribir un informe arqueológico sobre las instituciones nacionalsocialistas ni un manual de historia alemana. El libro no deja de ser una carta a un hijo que acaba de ver a su padre morir ahorcado en Israel tras ser declarado culpable de crímenes contra la humanidad; un texto en el que Anders destila la alquimia exacta mezclando la piedad que supuran las vísceras y la implacabilidad que se le exige a la razón.

“No tienes derecho a llorar la muerte de tu padre”, le espeta Anders a Eichmann júnior al poco de empezar. Las primeras páginas de la carta condensan los que debieran ser los principios de una reflexión moral que merezca tal nombre: “el hecho de ‘descender de’ no da derecho a ‘solidarizarse con’”. La disolución de la familia, la tribu, la nación, la raza; el juguete averiado de la identidad, la coartada perfecta. Pensándolo bien, “Nosotros, los hijos de Eichmann” es un libro contra las coartadas, contra las excusas y el lavado de manos. Una llamada a la responsabilidad moral del individuo, que ha de asumir que ningún vínculo sanguíneo ni lealtad colectiva justifican la complicidad con el crimen. Estaba terminando el libro cuando leí en El País un titular que me alegró la mañana: “Hijos de represores que repudiaron a sus padres marchan entre aplausos en Buenos Aires”.

Anders no deja de ser un heredero de Sócrates en su convencimiento de que la ignorancia es la causa última de la maldad. “El trasfondo de esta carta es lo monstruoso”, y lo monstruoso sería aquí algo muy parecido a lo que Hannah Arendt, que por cierto estuvo unos años casada con Anders, llamó la banalidad del mal en su ensayo sobre el juicio al funcionario nazi. Es decir, el mal diluido en la cadena industrial de montaje, el mal silencioso, el mal por eficiencia técnica y mandato jerárquico. Cosas de la burocracia.

Bernardo Álvarez-VillarNací en Oviedo en 1993. Por pasar el tiempo, estudié Psicología en la universidad de mi ciudad natal, aunque nunca tuve mayor interés en sentar a nadie en mi diván. Me fui a Madrid a cursar el Máster de Periodismo ABC-UCM y pasé cinco meses en la sección de Internacional del periódico. Ahora colaboro con ABC PLAY y me gano la vida como puedo en la capital del reino. (@balvarezvillar). 

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