Reseña de ‘Algo va mal’ (Tony Judt)

JERÒNIA AGUILÓ

Algo va mal es la última obra del historiador Tony Judt (1948-2010), especializado en Europa, dirigió el Erich María Remarque Institute en la Universidad de Nueva York y colaboró con la revista New York Review of Books.

  1. Introducción.

Tony Judt galardonado con el premio Hanna Arendt, se interesó – notablemente – por las consecuencias de la II guerra Mundial, el nuevo mundo liberal, el socialismo y el papel de las democracias y sus conciudadanos.

De origen judío, presentaba una alta sensibilidad por lo ocurrido en el holocausto, e incluso ayudó a semitas a emigrar a Isrrael, aunque pronto dejaría de confiar en el sionismo. Conocido por obras como Postguerra, una Historia de Europa desde 1945 (2005) y Una gran ilusión (1996), encontramos, en todas ellas,  un profundo conocimiento relacional de la historia y un afán de mejorar la sociedad a través de la reflexión y la crítica.

En este trabajo, nos disponemos a hacer un análisis de la obra Algo va mal, y lo haremos capítulo por capítulo para facilitar la comprensión al lector. A modo de introducción, este libro nos ofrece una reflexión acerca de los cambios políticos, sociales y económicos desde la II guerra Mundial. Desde el triunfo del neoliberalismo, hasta nuestros días. Se cuestiona acerca del papel que cumple el Estado y acerca de cuál debería ser nuestro papel como individuos.

 

  1. Cómo vivimos ahora.

«Siempre ha habido ricos, al igual que pobres, pero en relación con los demás, hoy son más ricos y más ostentosos que en cualquier otro momento que recordemos» (Judt 2010:25). Así nos lo presenta Judt, a partir de los años 70, en nuestras sociedades occidentales aumenta la desigualdad y el individualismo, mientras va perdiéndose la noción de colectivo, de bien común.

La desigualdad y la injusticia inundan nuestras calles y el problemas es «que ya no sabemos hablar sobre lo que no está bien» (Judt 2010: 26). Hemos naturalizado un Estado hobbesiano de todos contra todos, de falta de empatía, de egoísmo y de feroz emprendería. De ello, resulta una sociedad ajetreada, estresada y depresiva. Aunque los efectos colaterales no siempre son los mismos, dependen del estatus económico del sujeto, como más pobre, menor es la esperanza de vida y superior la probabilidad de enfermedad, tanto física como mental, el alcoholismo y la obesidad son un claro ejemplo de ello.

Según Judt, esta situación desigual agrava los problemas sociales, como la delincuencia y por lo tanto, corrompe la salud de la ciudad, estado o país. Se trata del triunfo del neoliberalismo, del individualismo y de la creencia esta situación es natural. Las personas se definen ahora por sus bienes y sus éxitos, ya no hay fines colectivos.

Algo que llama la atención es la admiración social que existe, hacía la riqueza y el poder, a diferencia de la actitud generalizada hacía el pobre que suele ser de desprecio. En la obra El Nuevo espíritu del Capitalismo de Luc Boltansky y Éve Chiapello, encontramos una explicación de ello, el neoliberalismo introduce una idea de éxito personal e individual que anula la crítica al Estado, por lo tanto, todo lo que tengas o dejes de tener es únicamente responsabilidad tuya. De este modo, “el pobre” es ahora un marginado víctima de él mismo, no del sistema.

Al incorporar esta visión, «Y, en efecto, nuestros sentimientos morales se han corrompido (…). Hemos vuelto a un mundo frío y duro de la racionalidad económica ilustrada» (Judt 2010:36).

Aunque esta descripción se dirija globalmente a todos los Estados de Occidente, Estados Unidos es uno de los lugares que, presenta un mayor vacío moral acerca del bien común, seguido de Reino Unido. Luce el individualismo más feroz, el “anti-impuestos” y que por supuesto, no quieren oír hablar de socialismo.

Este capítulo, se refleja nuestra situación actual, egoísta y desenfrenada, donde prima la producción y el beneficio por encima de cualquier valor ético-moral. Olvida aquellos gestos que nos hacen humanos, el altruismo queda pisado por el neoliberalismo. «Es doloroso ver triunfar en las televisiones y los medios nuevas representaciones de éxito, encarnadas en el empresario que consigue crear un imperio a fuerza de estafas o en el político impune que humilla al parlamento haciendo votar leyes ad personam. Es doloroso ver a hombres y mujeres empeñados en una insensata carrera hacia la tierra prometida del beneficio, en la que todo aquello que nos rodea – la naturaleza, los objetos. Los demás seres humanos – no despiertan ningún interés» (Ordine 2013: 16).

 

  1. El mundo que hemos perdido

Todo ello tiene su precedente, y que según nuestro autor, es el período que abarca desde el final de la II guerra mundial año 1945, a mediados de los 70. Y que estuvo muy marcado por el temor a volver a caer en Estados totalitarios o fascistas,

«El periodo 1945-1975 se consideró en general como una suerte de milagro que dio lugar al modo de vida americano (…). Experimentaron seguridad en el empleo y movilidad social ascendente a una escala sin precedentes» (Judt 2010:59). En esta época el capitalismo fue socializado, aumentaron las tributaciones y las ayudas sociales. Esta nueva sociedad recuperaba una visión moral y un crecimiento económico acompañado con una sensación de estabilidad.

Según nuestro autor, se dio una época de estabilidad y confianza. En palabras de Michael Oakeshott, “la política se basa en una confianza colectiva, que por ejemplo, se contempla mediante el pago de impuestos”.

En este período la renta básica de la clase media asciende, se cumple el sueño americano, se reducen las desigualdades, «Cuanto más igualitaria es una sociedad, más confianza reina en ella. Y no sólo es una cuestión de renta, sino donde personas tienen vidas y perspectivas parecidas, es probable que compartan también una visión moral» (Judt 2010:73).

Sin embargo, esta sociedad estable y de confianza, de carácter homogéneo en cuanto a costumbres y a pensamiento, durará por poco tiempo. Nuestras sociedades son de cada vez más diversas y plurales, y como diría la politóloga Chantal Mouffe, la política se tiene que dar a través de la diferencia y del conflicto. Ya no sirve un Estado hegemónico que silencie a las minorías.

La cohesión social, a diferencia de lo que propone Judt, no depende en ningún caso de que los individuos compartan una misma visión del mundo, ya que esta posición es muy peligrosa y puede anular pensamientos diferentes y silenciar a las minorías. Esta hegemonía puede sostener Estados de opresión y manipulación. La cohesión social tiene que partir de la tolerancia y la solidaridad al prójimo, tiene que potenciar la mirada ética y tiene que buscar la representación de todos los intereses, por muy minoritarios que sean.

Por lo tanto, a modo de cerrar este capítulo, las tres décadas que presiden la II Guerra Mundial están marcadas por un aumento del bienestar, del empleo y de unas políticas redistributivas que favorecían una nueva clase intermedia, la clase media. Sin embargo, a partir del año 1970, acompañado de una actitud de estabilidad y de una nueva generación  que empujó demandas sociales (como por ejemplo el Mayo del 68). Empezó el gran declive, el triunfo del individualismo y como diría Nancy Fraser, el triunfo del neoliberalismo que acabaría con las vindicaciones redistributivas propias de la izquierda tradicional, por unas vindicaciones que resalten más la identidad – de género, de raza etc.

 

  1. La insoportable levedad de la política.

El año 1970 supone una etapa totalmente distinta a la anterior, la generación “baby boom” sólo conoce el estado de bienestar y las oportunidades, la diferencia entre clases había disminuido. “todos somos ahora clase media”, por lo que la “izquierda tradicional”, hasta entonces vinculada al proletariado y/o a la clase obrera era incapaz de representar esta nueva realidad.

La nueva izquierda se concentró en la libertad, «los negros, los estudiantes, las mujeres y, un poco después, los homosexuales, eran los candidatos a ocupar el lugar del proletariado masculino. (…) La nueva izquierda rechazaba el colectivismo heredado de sus predecesores. La justicia social ya no preocupaba a los radicales, lo que unió a la generación de la década de 1960 no fue el interés de todos, sino las necesidades y los derechos de cada uno» (Judt 2010:90)

Por lo tanto, la nueva izquierda de los 70 se olvidó de los valores tradicionales de la izquierda, defendió como prioridad la libertad del individuo y olvidó las vindicaciones redistributivas. No era consciente de que estaba colaborando con el nuevo liberalismo. «la identidad individual, la identidad sexual, la identidad cultural… El individuo predominaba en todo» (Judt 2010:91)

Decimos que la izquierda colaboró con el nacimiento del neoliberalismo por olvidarse de los fines comunes y la colectividad. Ahora lo único que importaba era la libertad y la emancipación de cada individuo, un ideario que no beneficiaría a la clase media “conseguida” por las últimas décadas.

De este modo, el conservadurismo fue anulado y tanto la derecha como la izquierda llegaron a la conclusión de que era mejor «un Estado alejado de la vida económica» (Judt 2010:101). Empieza así, una nueva historia, la historia de la privatización, que consiste en «entregar la propiedad a los empresarios para el Estado desentenderse de sus obligaciones morales» (Judt 2010:114).

Todos estos cambios, desde la nueva izquierda a la privatización, no son posibles sin un ambiente que lo sustente, se trata del auge de la cultura empresarial, que reduce el papel del Estado en términos económicos – aunque aumentando su poder-  y, que convierte, «la sociedad en una tenue membrana de interacciones entre individuos privados» (Judt 2010:119)

No podemos describir todos estos cambios sin explicar el auge de internet y de la globalización. Parece que esta interconexión constante que nos permiten las nuevas tecnologías del TIC tendría que implicar un mayor sentimiento colectivo, sin embargo, según Judt, nada más alejado de la realidad.

En la era digital y de la sobreinformación, los individuos viven en “burbujas”, es decir, buscan aquella información que le es afín y que confirma sus creencias, pero ignoramos lo que no nos interesa, lo que no queremos oír, como las angustias y las injusticias ajenas.

Con ello, a partir del auge de lo audiovisual como la televisión y la radio, la política quedó totalmente mediatizada, «los hombres y las mujeres que dominan la política occidental son cada vez más producto» (Judt 2010:132). Se trata de una política de la imagen, del espectáculo, sin grandes ideas ni convicciones que defender.

Este vacío de contenido político va ligado a la “desmovilización política”, sube el número de individuos que no se sienten representados, disminuye la participación y la asociación. Los sujetos sometidos a la cultura individualista empresarial son incapaces de establecer finalidades comunes, para mejorar sus vidas, inmersos dentro ellos mismos, triunfa totalmente el neoliberalismo.

 

  1. ¿Adiós a todo esto?

«Cuando el comunismo cayó en 1989…A partir de entonces el mundo pertenecería al capitalismo liberal» (Judt 2010:135). Para nuestro autor, la caída del comunismo significó la caída de todo un sistema de creencias que sustentaba la izquierda.

La izquierda queda disgregada, fragmentada y sin discurso. Aislada en un territorio que no conoce, “el territorio socialdemócrata”, «el problema actual radica en su lenguaje agotado»( Judt 2010:140).

Por lo tanto, «ha llegado el momento de comenzar de nuevo» (Judt 2010: 149).  En un ambiente en el que la gran mayoría se considera socialdemócrata – combinar el capitalismo con alguna regulación de Estado – la izquierda debería llenar su vacío a través de un nuevo discurso que recupere el bien común y la colectividad.

 

  1. ¿Qué hacer?

En este capítulo encontramos la importancia de resaltar las diferencias y de expresar la inconformidad. Hoy en día, todo aquello que se considere diferente o incluso opuesto a la hegemonía de la opinión pública es silenciado o incluso, autocensurado. Según la teórica Chantal Mouffe, nuestra sociedad actual es diversa y plural, por lo que – para una democracia sana – es indispensable hacer del “antagonismo un agonismo”. Para Tony Judt esta no expresión del desacuerdo político va más allá, actualmente tendemos a dejarlo en manos de “especialistas” y la ciudadanía tiende a considerarse “inepta” para comprender tantos conceptos “alejados de su vocabulario”. De este modo, la política se convierte en algo alejado de las mujeres y de los hombres y su poder caer en la “misma élite” económico-política.

Por eso es tan importante cuestionar y cuestionar-se; «Tenemos que volver a aprender a criticar a quienes nos gobiernan. Pero para hacerlo con credibilidad hemos de librarnos del círculo de conformidad en el que tanto ellos como nosotros estamos atrapados» (Judt 2010:156).

No podemos permitir más respuestas silenciosas ante actuaciones lamentables como la corrupción, la administración de armamento, políticas económicas internacionales de carácter imperialista etc. Es evidente que necesitamos una renovación política y esta tiene que estar en manos de la gente. ¿Pero cómo puede la gente recuperar el entusiasmo en una política tan degradada?

A partir de los años 70 crece una nueva generación que se considera “apolítica”, es decir, no cree en ningún cambio a través de las instituciones. Esta nueva generación forma colectivos apartidistas para vindicar su causa. No obstante, según nuestro autor esto tiene un peligro, y es el abandono de su propia sociedad. «El impulso moral es irreprochable. Pero las repúblicas y las democracias sólo existen en virtud del compromiso de sus ciudadanos en la gestión de los asuntos públicos» (Judt 2010: 162). No podemos escapar de la política, ya lo dijo Aristóteles, los hombres y las mujeres somos “Zoom-politikon”.

Por lo tanto, según Tony Judt, el cambio político debe realizarse desde la política apoyada de lo político – y no solamente a través de lo político[1]. Para ello, es necesaria una renovación del lenguaje que cree una alternativa coherente.

Esta alternativa coherente no debe usar las mismas reglas que el libre mercado, basado en lógica de máximo beneficio y producción. Esta alternativa no debe basarse en la lógica de lo únicamente cuantificable, debe recuperar aquello que nos hace humanamente, aquellos valores y aquel arte que el capitalismo desprecia como inútil.

Entre estas incertidumbres, con todo, una cosa es cierta: si dejamos morir lo gratuito, si renunciamos a la fuerza generadora de lo inútil, si escuchamos únicamente el mortífero canto de sirenas que nos impele a perseguir el beneficio, sólo seremos capaces de producir una colectividad enferma y sin memoria que, extraviada, acabará por perder el sentido de sí misma y de la vida. Y en ese momento, cuando la desertificación del espíritu nos haya ya agotado, será en verdad difícil imaginar que el ignorante homo sapiens pueda desempeñar todavía un papel en la tarea de hacer más humana la humanidad… » (Ordine 2013: 25)

«¿Qué hay del bienestar? ¿Y de la justicia o la equidad? ¿Y de la exclusión, la oportunidad – o su ausencia – o la esperanzas perdidas? Estas consideraciones significan mucho más para la mayoría de la gente que el beneficio o el crecimiento agregado o incluso individual». (Judt 2010:63)

Por eso, es tan importante una renovación del lenguaje, de los conceptos y de la misma concepción de la política, para que la gente deje de sentirse alejada de aquello que más le condiciona. Y de manera colectiva, encontrar nuevas formas de organización y participación. Y sobre todo, el nuevo lenguaje debe incorporar una mirada ética y solidaria, debe recuperar el sentimiento altruista que en algún momento de la historia nos definió como humanos. «Los seres humanos necesitamos un lenguaje en el que expresar nuestros instintos morales (…). Para convencer a los otros de que algo es correcto o erróneo, necesitamos un lenguaje de fines no de medios» (Judt 2010:172).

Es decir, necesitamos una guía moral que condicione nuestros actos, no se trata de imponer un dogma o una nueva teología, sino de recuperar el sentimiento de solidaridad hacía los otros, necesitamos poner en práctica el Imperativo categórico de Emmanuel Kant, «Obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal. Obra como si la máxima de tu acción pudiera convertirse por tu voluntad en una ley universal de la naturaleza» (AA IV:421).

Por lo tanto, para una verdadera regeneración de la política y en especial de la izquierda, debemos volver a creer en el colectivo, en el vecino y en nosotros. Debemos recuperar nuestros sueños debemos recuperar la ilusión. Y como nos recuerda Oscar Wilde:

«Sin las Utopías de otros tiempos, los hombres vivirían en las cavernas, miserables y desnudos. Fueron los utópicos quienes dibujaron el trazado de la primera ciudad. Los sueños generosos alumbran realidades provechosas. La utopía es el principio de todo progreso y el ensayo de un futuro mejor».

 

  1. ¿Qué nos reserva el porvenir?

La globalización ha cambiado la forma en la que comprendemos nuestras sociedades, nuestra cultura e incluso las interacciones humanas. Ha abierto nuevas formas de libertad pero también de desigualdad, ahora, lo que puedas hacer o dejar de hacer en una parte del globo va a afectar al otro extremo. La globalización cuestiona la eficacia del Estado-Nación y esconde nuevas desigualdades – algunas relacionadas con un nuevo imperialismo – por lo que Nancy Fraser propone un re-enmarque –, para un sentido de justicia más amplio.

La derecha sigue motivada y con ambición, mientras que la izquierda siente que ha perdido aquellos ideales que tanto defendió. Por ello, en un contexto marcado por el capitalismo y el liberalismo – dice nuestro autor – «que la socialdemocracia es la mejor de las opciones que tenemos hoy». (Judt 2010: 210).

Por lo tanto, si actualmente, la socialdemocracia es el único modelo posible de Estado, debemos esforzarnos para que sea más justo, más igualitario,  y que frene – en cuanto sea posible – el capitalismo neoliberal.

 

  1. Conclusión

Encontramos en este libro, el espíritu de crítica y de reformación que se ha perdido en nuestra sociedad. El problema de los grandes ideales y de la izquierda es que se ha quedado sin vocabulario, en un mundo frío donde los ideales son ridiculizados como utopías imposibles.

Tony Judt nos invita a pensar, a relacionar nuestra realidad con el pasado y a desnaturalizar lo injusto. Debemos aprender a denunciar y a creer en nuestra capacidad de hacerlo, para desmontar elitismo tan grande instalado en el poder de los Estados occidentales.

Hoy, nos pertenece dignificar la política. Llenar de ética el discurso, hablar de justicia y de igualdad, volver a creer en la utopía de la que nos hablaba Oscar Wilde y que, sin ella, “seguiríamos en las cavernas”. Volver a los grandes fines, a la honestidad, a la mirada ética de Lévinas y a los grandes ideales. Necesitamos volver a creer, recuperar el imperativo categórico kantiano. Necesitamos más filosofía que nunca, para una praxis política y humana.

 

Jerònia Aguiló es filósofa. Master en Estrategia y Comunicación política por el MMP de la UAB (@JeroniaAS)

Artículo publicado previamente en su blog «Entre política y filosofía«.

 

 

Bibliografía:

Tony Judt. (2010). Algo va mal. Traducción de Belén Urrutia. Taurus. Madrid,

Ordine N. (2013).  La utilidad de lo inútil. Traducción de Jordi Bayod. Alcantillado. Barcelona.

Boltanski y Chiapello. (2002). El nuevo espíritu del capitalismo. Traducción de Marisa Pérez Colina/Alberto Riesco Sanz/Raül Sánchez Cedillo. Akal.

Fraser. N. (2008). Escalas de justicia. Traducción de Antoni Martínez Riu. Herder. Barcelona

Mouffe. C. (1999). El retorno de lo político. Traducción de Marco Aurelio. Paidós Ibérica. Barcelona.

 

[1] Chantal Mouffe establece una diferencia entre la política, referida a la acción de la praxis política institucional y lo político, referido al contexto conceptual y teorico que rodea la política.