Borgen serie

Serie: «Borgen»

SERGIO JIMÉNEZ

Llegaba la hora de que hablaramos de Borgen. Si soy sincero, el principal motivo es que hasta la fecha no la había visto. Borgen se ha ganado el término de gran drama político al alimón con The West Wing. Una serie europea, de política, sin actores ni medios hollywoodienses, lo tiene todo. Lo que hace que Borgen sea Borgen es que todo el mundo con un poco de inquietud y gusto por la tele te la recomienda. Y es que para gustar a todo el mundo hay que hacer concesiones, como bien sabe Birgitte Nyborg.

Lo primero que quiero decir es que Borgen es una serie que gusta a quien le gusta la política porque va de política. Esto puede parecer una obviedad, pero en los tiempos en los que House of Cards es considerada como una serie política no está de más decirlo. Porque House of Cards es una serie en la que la política es sólo el contexto en el que se mueven los protagonistas, igual que en Anatomía de Grey lo es la medicina. En Borgen los principales conflictos de la serie se articulan en torno a la política. No sólo respecto a la conquista y conservación del poder, sino además, al ejercicio del mismo.

Los mimbres del escenario de Borgen son, precisamente, el parlamentarismo y el liderazgo. En el aspecto parlamentario, la serie muestra las dinámicas y juegos de poder entre las fuerzas políticas del país. La gestión de un modelo político pluralista en el que múltiples agentes participan con distintas perspectivas sociales sobre Dinamarca es el núcleo de la serie. Los equilibrios de la primera ministra Nyborg son, precisamente, un ejemplo de ese arte político que tanto se ha añorado por España en 2016. Este equilibrio sólo es posible a partir del liderazgo político. En las pocas veces que Birgitte expone con todo su esplendor su visión política, es la que le aporta suficiente crédito para implicar a otras fuerzas en su acción de gobierno.

Podríamos decir que Borgen es la política tal y como debería ser en su esencia. Un mundo en el que el juego del poder obedece a una visión de articular a la sociedad, pero que el bienestar de esta última es el punto común de todos los participantes. Cualquier debate está subordinado para todos a una visión de cambio del país, más que al aferramiento al puesto.

Sin embargo, es también el punto más flojo de Borgen. Esta visión de la política sacrifica complejidades y matices para ser accesible, entretenida e inclusiva. La serie simplifica mucho el panorama político del país. Normalmente tenemos una persona que interactúa con la ministra por partido político, el jefe de comunicación y el jefe de Gabinete (funcionario de plantilla). En este caso, podemos encontrarnos con que el jefe de Comunicación asesora a la primera ministra en cuestiones que no corresponderían en el mundo real. Esto es lógico, porque una cosa más ajustada a la realidad precisaría una gran cantidad de personajes, lo que aumentaría el presupuesto y la complejidad de la historia.

En segundo lugar, esta simplificación de las relaciones parlamentarias es bastante previsible. Cualquiera que conozca un poco la vida política  parlamentaria puede adivinar la resolución del conflicto episódico casi desde su premisa. Esto es lógico, porque la serie no puede dar giros muy grandes sin despistar al público ajeno al mundillo. Imaginemos las negociaciones para la formación de gobierno de la Generalitat… estaría entre lo difícil de entender y lo inverosímil, aunque desde luego, sería sorprendente.

Por último, la serie es “muy blanca” en el debate político. La mayoría de los conflictos que se plantean son bastante maniqueos. Es decir, temas como el medio ambiente, la guerra o la paz o la economía se tocan de manera poco conflictiva. La serie esquiva uno de los problemas clave de la política danesa: la xenofobia y la política migratoria, que están presentes pero que no son tratados en profundidad. Esta opción es lógica, porque dejaría de ser una serie de política como sistema, para ser de política como debate. Esto podría expulsar a una parte del público, tal y como pasaba con las series de Sorkin, acusadas de tomar partido ideológico. Y es que es complicado confrontar un conflicto sobre un debate político sin que su resolución, necesaria para una ficción, no precise tomar partido.

En resumen, Borgen es una serie que ha triunfado por explicar cosas complejas de manera simple y accesible. Para todos los públicos, no sólo de entendimiento, sino también de ideología. A los politólogos nos gusta porque es la serie más “técnica” de la materia sin ser una comedia como Sí, Ministro. Sin embargo, ojalá el éxito de una serie así permita hacer apuestas más arriesgadas y complejas. El público está preparado para ello.

Sergio Jiménez es doctor en Ciencia Política por la Universidad Complutense de Madrid. Editor de http://poderyseries.es/ (@craselrau)

Publicado en Beerderberg

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