Recordando la Tregua de Navidad en la 1ª Guerra Mundial

MIRIAM MEMBRILLA

No es un cuento. No es una fábula. Y mucho menos narra estas líneas un balón en prosopopeya. Es una historia real, que ocurrió de verdad, y por cien años que hayan pasado, es conveniente recordarla. Para reflexionar sobre el poder del deporte. Y de cómo el fútbol puede abrirse paso en el contexto más oscuro. El de una guerra. La Primera Guerra Mundial.

Todo avanzaba con indeseada normalidad. Desde aquel 28 de julio de 1914. Cuando Austria-Hungría acusó a Serbia de magnicidio por el asesinato del archiduque Francisco Fernando, de Habsburgo. Y se declaró la guerra.

Historia. Rusia apoyando a Serbia. Alemania con el imperio austro-húngaro. Francia apoyando a Rusia. Reclutamiento. Artillería. Trincheras. Líneas enemigas. La Gran Guerra ha quedado en los libros como uno de los conflictos bélicos con crueles de la historia. Casi diez millones de muertos. Más de veinte millones de heridos. Casi ocho millones de desapariciones. Sin humanidad. La vida en blanco y negro.

Y, de repente, se encendió la luz en Ypres, Flandes. “Un alemán gritó que pedía una tregua de un día y que saldría si uno de los nuestros lo hacía. Lentamente uno de los nuestros salió de la trinchera y vio como un soldado alemán hacía lo mismo. Ambos salieron y les siguieron más. Han estado caminando juntos todo el día, intercambiando cigarros y cantando canciones”. “Uno de mis informantes me dijo que había fumado un fino cigarro con el mejor soldado de la armada alemana. Dicen que él solo, ha matado más de los nuestros que el resto de sus compañeros juntos”.

Y, en medio de aquel sueño: La pelota hacía acto de presencia en los campos de batalla. “Al día después de estar jugando al fútbol, ya se disparaban unos a otros”. El fútbol fue un punto de encuentro entre desconocidos. Como ocurre cada tarde en cualquier calle, parque o plaza. Sólo que aquella vez el balón fue el lugar donde se encontraron dos bandos enfrentados a muerte.

El teniente alemán Kurt Zehmsich, también relató el acontecimiento en una carta. “Los ingleses sacaron un balón de fútbol de sus trincheras y de inmediato nos pusimos a jugar un partido. Qué maravilloso fue aquello, a la vez que extraño”. En aquellas fechas ya existía el Football Battalion (Batallón del Fútbol). Una parte del ejército británico que reclutaba para el frente a jugadores, árbitros, aficionados. Unos seiscientos saltaron al campo de batalla de la Primera Guerra Mundial. Menos de cien volvieron a casa.

Fueron 122 los futbolistas que disparaban en la guerra durante la semana, y los sábados se vestían de corto para jugar con sus equipos. Entre ellos, el primero en anotarse fue el jugador del Bradford City y de la selección inglesa, Frank Buckley. También Walter Tull, goleador de Totthenham y Norhtampton, y primer hombre de raza negra en convertirse en oficial de la infantería en el ejército británico.

Los ingleses inventaron el juego más divertido del mundo. Y claro, según cuenta el teniente alemán Johaness Niemman, fueron los primeros en construir su portería con unos cascos. El mítico Gary Lineker, que brilló como delantero centro en los años 80, dijo una vez que “el fútbol es un deporte que inventaron los ingleses, juegan 11 contra 11, y siempre gana Alemania”. No se sabe con exactitud cuántos jugadores había en cada equipo durante aquella tregua de Navidad. Pero cuenta el rumor que, sí, ganó Alemania. Y por 3-2. Firma un miembro de la brigada galesa, Bertie Felstead, que “podía haber cincuenta jugadores a cada lado. Yo jugué porque me gustaba el fútbol. No sé cuánto duró. Probablemente, media hora. Nadie contaba los goles”.

En algunos puntos, la tregua de Navidad duró una noche. En otros lugares, con más suerte, se alargó hasta el mes de febrero. Existen relatos que cuentan que en otros puntos también se jugó a fútbol. Muchos entre soldados del mismo bando. Otros, con el enemigo. En cualquier caso, fútbol en el contexto más oscuro.

El deporte fue capaz de hermanar a los bandos británico y alemán en un terreno de juego improvisado. Pero como se acabó el descanso. Unas horas o unos días después, volvieron las balas. No hubo más Navidades como la de 1914 en las trincheras. El odio se impuso y las muertes, en ambos bandos, se contabilizaron por millones.

Han pasado años, incluso un siglo, y pasará otro más, y se seguirá hablando de aquella tregua. En 2014, en pleno centenario de aquel partido de fútbol heroico, la UEFA de Michel Platini organizó un homenaje con personalidades de la política y del fútbol. Platini recordó que “hoy el fútbol es un lenguaje universal que abre sus corazones y nos permite conocer culturas y unir personas a través de todos los lugares y fronteras. Hace todos estos años, el

fútbol construyó un puente vital en una espontánea expresión de humanidad. De esta forma, es perfectamente normal que el fútbol europeo rinda ahora un caluroso homenaje a todos aquellos que decidieron aquella noche pensar en algo positivo y jugar al deporte que amaban”.

El lugar escogido para dicho homenaje es un punto a medio camino entre las localidades belgas de Ypres y Comines-Warneton. Hoy, una escultura con forma de balón honra a los protagonistas de aquel acontecimiento. Otra escultura, pero en la iglesia de St. Luke, en Liverpool, también les rinde homenaje. También en 2014, la cadena de supermercados Sainsbury rodó un anuncio publicitario que recreaba la mítica tregua.

Varios autores se han atrevido a imaginar la situación. El primero, el autor británico Robert Graves. Un cuento: Tregua de Navidad, de Robert Graves. El mismo Paul McCartney, en el videoclip de Pipes of Peace, en el año 1983. “All Together Now”, de The Farm, en el 90. También se pudo ver en la gran pantalla, con el Joyeux Noel en 2005, nominada al Óscar a mejor película de habla no inglesa. ¡Oh, qué guerra tan bonita!, en 1969.

Después llegaron otras guerras. Con otras treguas. Con más fútbol. España también tuvo la suya: La Guerra Civil. Las dos Españas. Hace poco más de 80 años que tuvo lugar lo que se conoce como la Tregua del Manzanares. Un 1 de junio de 1937. A orillas del Manzanares. A las 14 horas. En la explanada entre la Colonia del Manzanares, zona guarnecida por los defensores republicanos de Madrid, y la tapia de la Casa de Campo, donde se situaba el bando franquista. El puente de los Franceses. El lugar donde seis meses antes nació la leyenda del “¡No pasarán!”. Aquel 1 de junio, serían cuatrocientos combatientes, de ambos lados, que se encontraron en un campo de fútbol para conversar, beber. En las trincheras se conocía esa clase de tregua como “hacer una paella”.

No hay confirmación de que, en aquel caso, se llegara a disputar un partido de fútbol. A pesar de que la confraternización tuviera lugar en un campo de juego.

Pero los episodios de treguas se repitieron en más frentes de la Guerra Civil. Algunos sí, con fútbol. Otros sólo con abrazos e intercambios de bebida, tabaco. Una guerra con dos bandos obligados a ser enemigos.

Hoy, el escenario de aquel hermanamiento es zona de paso de runners. De jubilados. De paseo. De pachangas entre amigos y desconocidos, unidos, como en los peores momentos, por el deporte. Ajenos a cuánta historia les rodea en ese mismo lugar. Como en Ypres. Historias que no se deben olvidar. En mitad de tanta oscuridad, el fútbol encendió la luz. El poder del deporte. El poder del balón. Bendita locura.

 

Miriam Membrilla Cortés es graduada en Publicidad y Relaciones Públicas. Máster en Diseño Gráfico y Web. Dibuja realidades (Instagram: @mmembri_design).

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