Y voy, señores, a tratar del segundo punto: de las reivindaciones autonomistas de Cataluña, que se han puesto a debate con motivo de actos celebrados, últimamente en Barcelona, en virtud de reuniones de cuales hemos empezado a preparar la implantación de un régimen autonómico, que creemos muy cercano, y que creemos muy cercano porque creemos en la vida y en el porvenir de España y en el sentido común de los directores de la política española. Porque la solución del problema de la autonomía es actual, ha de ser inmediata, y no porque haya tenido lugar el plebiscito de los Ayuntamientos. Pero, ¿no os habéis enterado de que ese plebiscito es fruto del acuerdo de la Cuarta Semana Municipal que ha sido adoptado cuatro años consecutivos, y la única diferencia, hoy, últimamente, es que después de acordarlo los representantes de todos los Ayuntamientos de Cataluña, acordaron también coleccionar esos acuerdos de todos los Ayuntamientos para hacer de ellos una ofrenda a la Mancomunidad?
Es la hora de la autonomía de Cataluña por la situación del mundo y por la situación de España, porque es la hora de la solución de todos los problemas vivos y de las expansiones de todas las grandes idealidades. Y el problema de Cataluña está en sazón para resolverse, y así como es un grave daño resolver un problema antes de estar en sazón, es, más que un daño, un. crimen retrasar la solución cuando su hora ha llegado, y la hora de la solución ha llegado para el problema de Cataluña. Y ha llegado por la unanimidad de la voluntad, porque supongo no consideraréis motivo para retrasar la solución la expresión de que .hay un grupo, una minoría, separatista en Cataluña; eso nunca puede ser un motivo para negar acatamiento a la razón y a la justicia.
No son justos y nos ofenden sin razón los que dicen que Cataluña no está preparada, no está capacitada para la autonomía. Sin falsa modestia y sin pretenciosas jactancias, digo que nos conocemos todos; os digo, señores diputados, que los que hemos sido gobernantes catalanes no nos consideramos superiores, pero tampoco inferiores al promedio de los gobernantes españoles, y si no creemos que Cataluña sea un país de promisión, que haya llegado a la cumbre del progreso cívico, sin injusticia notoria nadie puede decir que el grado de ciudadanía del conjunto del pueblo de Cataluña sea inferior al del conjunto del pueblo español.
El argumento que se ha lanzado aquí de que hay que aplazar la solución porque tiene tantos problemas planteados España, porque estamos en días de inquietudes, es un grandísimo error. Hay momentos solemnes, solemnemente fecundos en la vida de los pueblos, y estamos en uno de ellos, en que pueden resolverse en días problemas que en años, en épocas de normalidad no pueden solucionarse. Precisamente las grandes crisis se resuelven con grandes audacias y planteando muchos problemas; que la vida política, que la psicología de los pueblos no se rige por leyes, mecánicas, ni las horas de la Historia tienen todas sesenta minutos; que hay horas que tienen un siglo y hay siglos que casi pasan sin dejar rastro de su curso, y estamos hoy en uno de los momentos culminantes de la Historia.
¿No os dice nada el que los pueblos en guerra, los pueblos beligerantes, en medio de la inmensa preocupación que les ocasiona la lucha, tuviesen más tiempo para preocuparse de su reconstitución interior, de su preparación para después de la guerra, que los pueblos neutrales, que nosotros, por ejemplo? Y es que en esos pueblos había una vibración de ideal intensísima y un espíritu de abnegación, y no hablaba como en España, únicamente el egoísmo; allí podían hacerlo todo, y aquí casi no podíamos vivir siquiera. ¡Pero si ocurre en todo, ocurre en nuestra vida cotidiana! ¡Si los hombres más ocupados son únicamente los que tienen tiempo para hacerlo todo, y en los días de gran tensión, de gran preocupación, es cuando tenemos facilidad para resolver los más arduos problemas!
Yo os digo que el nacionalismo catalán es un hecho biológico , que la autonomía es una fórmula jurídica para resolverlo, y que frente a un hecho biológico caben, por partes del Poder Público, tres actitudes y tres posiciones: la de desconocerlo, la de combatirlo hasta intentar estirparlo y la de resolverlo mediante una solución jurídica. Y añado: en estos momentos, ¿creerá alguien que sirve al interés de España, que tiene derecho a gobernar en estos instantes que vive el mundo si su fórmula política ante un hecho biológico de esa trascendencia fuese la abstención, fuese el desconocimiento? Si éste fuese el criterio del Gobierno de España, del Parlamento español, yo me sentiría deshonrado de formar parte de este Parlamento y de estar, como español, representado por un Gobierno que así pensase.
Otra solución: extirparlo combatirlo por el camino de la violencia, i por camino más indigno de la intriga, de la cizaña, de la discordia interior. ¿Olvidáis la Historia? ¿Puede nadie olvidar que cuando España ha aplicado ese tratamiento a algún hecho biológico semejante, la liquidación del tratamiento ha sido bajar un peldaño más en el camino de su decadencia? Y si esto ha ocurrido siempre, ¿no os parece que ocurriría con más razón en un momento en que se está engendrando un derecho de gentes más extenso y más intenso, en que se está preparando el imperio del derecho en el mundo, en que se están revisando todos los valores, en que se está dando satisfacción a todas las aspiraciones vivas y nobles?
No queda, pues, señores, más solución que afrontarlo para resolverlo, y en esta posición, que es la única noble, la única digna, la única provechosa para España, yo os digo que hay que resolver rápida y radicalmente; rápidamente, porque todo retraso dificultará la solución, todo retraso la hará más compleja, más difícil, y sus efectos salvadores serán anulados o serán menos eficaces; y radicalmente, porque la única solución digna para todos es aquella a la que todos podamos ir sin reservas mentales. Y ello exige una solución definitiva, y no debemos ilusionarnos creyendo que el problema biológico del nacionalismo catalán es un problema de autonomía administrativa, que si nosotros aceptáramos que así se planteara cometeríamos la mayor de las farsas y la mayor de las indignidades.
No es esto. El problema biológico del nacionalismo catalán, como de todos los nacionalismo, como de todas las afirmaciones de una personalidad viva, es un problema de soberanía (rumores); un problema, repito, de soberanía, y un problema de soberanía tienen dos aspectos y dos manifestaciones. Uno de ellos es su extensión, y otro su intensidad.
Ya os dije, aquí, en el año 1916, en un discurso en que os hablé como si hablara a solas con mi conciencia, que con respecto a la extensión de la soberanía se puede deliberar, se debe deliberar y tengo la seguridad de que llegaríamos a fecundas transacciones, y nosotros entraríamos en la deliberación con el decidido propósito de llegar a ella; pero que en cuanto a la intensidad no hay transacción posible, porque la transacción es una farsa, porque una transacción en la intensidad de soberanía quiere decir una confusión, una trabazón de soberanías, que contiene el germen de mil conflictos para el porvenir.
Entiendo, señores diputados, que dentro del límite a discutir, que se fije a la soberanía del Poder catalán ha de ser absolutamente soberano para legislar, para regir, para hacer mantener el respeto a sus decisiones por sus Tribunales y por la fuerza pública, que dice Wilson en un gran Tratado de Derecho político que un Poder, por modesto que sea, que no pueda corregir las extralimitaciones, mantener el cumplimiento de sus acuerdos está investido de un cetro caña, de Poder no merece el nombre.
Por tanto, para que no se pueda decir que hay equívocos, que los que sepan leer nunca los habrán encontrado en mis palabras, yo os digo que para mantener el límite que se fije a la soberanía del Poder catalán que pedimos, para evitar toda transgresión, admitiremos nosotros todas las garantías, todas las fuerzas del Poder central; pero, dentro del campo acotado de la soberanía que se otorgue a Cataluña no admitiremos otras sanción que la sanción de nuestros conciudadanos, que la sanción del sufragio universal, única sanción posible en las democracias. (Muy bien.)
Respecto a esa delimitación de funciones, en el año 1916 yo di una fórmula: la del Estado alemán que la tuviera menor, y un año después, la Asamblea de parlamentarios concentraba, en una relación de funciones que estimábamos todos que indiscutiblemente pertenecen al Poder central, una fórmula que era la traducción concreta de lo que yo había dicho el año 1916; porque eso es la autonomía, son las facultades atribuidas al imperio alemán para todos los territorios excepto para aquellos que gozan de mayores facultades. Y eso coincide casi exactamente con el Poder federal suizo y con el Poder federal norteamericano, porque en estas materias hay poco que inventar. Es tan claro, tan preciso, tan evidente lo que es la soberanía inherente al Poder central y todas aquellas otras materias que al Poder central no hacen más que estorbarle cuando hay órganos vivos capaces de ejercitarlo, que el deslinde se encuentra hecho en las Constituciones federales más diversas, siguiendo casi siempre los mismo senderos.
Yo os digo, señores diputados, que con el mediano ejercicio de las funciones que aquí asignábamos, nosotros al Poder central (respecto a cuya extensión discutiremos, y discutiremos cordialmente, porque acerca de la extensión de soberanía caben transacciones), yo os digo que un mediano ejercicio de esas facultades haría al Poder central español algo mil veces más recio y formidable que lo haya sido nunca.
Aquí se habla de las relaciones internacionales y de la representación diplomática y consular. ¿Cuándo ha tenido política internacional España? Os diré que casi no la ha tenido desde que está constituida la unidad española, porque lo que hemos llamado política internacional casi siempre ha sido política familiar de las dinastías reinantes. ¿No os parece, señores diputados, los que estáis en el Gobierno, los que habéis pasado por él desde que estalló la guerra, que la política internacional va a adquirir para España una importancia enorme; que si se constituye la sociedad de las Naciones, la relación de España con la sociedad de las Naciones, potestad exclusiva, única del Poder central, es un campo de acción que ojalá encontremos hombres aptos en el Gobierno de España para desempeñar cual cumpla el inmenso cometido que ello supone?
Y el Ejército, y la Marina, y las condiciones para ser español, y el ejercicio de los derechos establecidos en la Constitución; porque hemos entendido, como han entendido todos los países federales, que los derechos del ciudadano, el individuo, han de ser iguales, idénticos para todo el Estado; que no puede admitirse que haya un trozo del territorio español en que una minoría imponga un quebranto, una limitación al ejercicio de los derechos individuales que la Constitución a todos reconoce.
Y el régimen: arancelario, y los Tratados de Comercio, y las Aduanas, y todos los problemas del comercio exterior y de expansión económica. ¿Cuándo en España nos hemos ocupado de esos problemas? El que los afronte, yo os digo que tiene un cometido. superior al de tres de los actuales Ministerios.
Y toda la Marina mercante, y los ferrocarriles y canales de interés general, con la nacionalización indispensable de los ferrocarriles, y todo el régimen monetario y de pesas y medidas, y la eficacia de documentos públicos, y la legislación social. Y permitidme que aquí conteste una observación del señor Besteiro atribuyendo a poco amor a los problemas sociales la inclusión de este extremo entre las facultades reservadas al Poder central. No, señor Besteiro, entendemos que la legislación social en España, como en todas partes, han de ser obra del Poder central y su inclusión en esta relación fue hecha a petición de don Pablo Iglesias, la cual suscribimos todos inmediatamente. (Rumores.)
Vamos a hablar de Hacienda, y voy a contestar una observación elocuentísima del señor Alcalá Zamora, que yo suscribo fundamentalmente. (El señor Alcalá Zamora: Lo celebro.)
Yo nunca pediré al Gobierno aquello que si yo ocupase el Gobierno no daría, porque entendiera que sería faltar a mi deber darlo; y yo nunca desde el Gobierno, autorizaría con mi voto que se quebrantase la elasticidad de la Hacienda del Estado, que se limitase la capacidad del Estado para, con recursos propios, atender a todos los gastos que un porvenir incierto puede implicar para los servicios, hoy insospechados, que puede tener a su cargo el Poder central. Tengo aquí el presupuesto de ingresos y gastos del señor González Besada. Pues yo os digo que de los 1.600 millones que figuran aquí como ingresos, tres cuartas partes, 1.200 millones, por lo menos, son indiscutiblemente recursos del Poder central y yo nunca pediré que respecto de ellos que el Poder central haga dejación, porque si ocupase el Gobierno no lo consentiría. Pero os digo más; esos ingresos son los más elásticos, y estamos en momentos en que es de esperar que los gastos del Poder central, algunos de ellos, los militares, por ejemplo, de Marruecos, puedan ser reducidos; pues yo he de decir al señor Alcalá Zamora que admito la posibilidad, aun con una Hacienda de Estado central así dotada, de que hubiese un déficit, una insuficiencia un día añado que nunca pediré, porque nunca lo concedería, que para cubrir ese déficit se estableciese una cuota fija, que se hipotecara el porvenir, sino que entiendo que Cataluña tendría el deber de concurrir a cubrir ese déficit en la proporcionalidad que le correspondiese según su población, según su riqueza, en la medida del esfuerzo que el interés general demandara. (El señor Alcalá Zamora: De acuerdo.)
Yo os digo, señores diputados, que he ocupado el Gobierno, que he sido compañero de muchos de los que se sientan en el Banco azul, y tendrán que reconocer todos que si alguna característica tenía yo dentro del Gobierno era un sentido de intenso estatismo de intervencionismo del Estado muy acentuado, por lo que he recibido censuras; y. es que yo siento intensamente, quizá como nadie sienta en esta Cámara la misión del Poder central y, la misión del Estado y la cantidad enorme de funciones que hay tiene atribuidas como un índice, y que tiene abandonadas y que tiene el deber de ejercer. Yo afirmo que en el período que ocupé el Gobierno, ni en lo más recóndito de mi espíritu, nunca mis tendencias estatistas, mi sentido de intervencionismo de Estado, rozó con lo más íntimo de mis convicciones nacionalistas, de nacionalismo catalán, nunca. Y os digo más: si en el momento de implantar un régimen de autonomía tuviese yo que participar del Gobierno que lo implantara, yo lo aceptaría, porque sé que en mi conciencia en ningún momento se produciría un rozamiento entre mis ideales, como nacionalista catalán, y el cumplimento de mis deberes como ministro del Estado español; porque en mi concepción, otorgada la autonomía a Cataluña, extendida, si pudiera extenderse, a todas las regiones de España, yo veo clarísimamente un Estado español saliendo de ese espurgo de facultades cien veces más fuertes en su soberanía, cien veces más brillante en la situación de su Hacienda.
Yo os digo, señores, que la hora de la implantación de la autonomía de Cataluña ha llegado y os llamo la atención sobre ello o invito, al Gobierno y a los representantes de todas las fuerzas parlamentarias a que lleguemos a un acuerdo para plantear y resolver un problema sustantivo, que no es una etiqueta, que es una realidad compuesta de piezas que podemos discutir y analizar, y tengo la seguridad de que en su discusión. podrán chocar, los pareceres, pero no chocarán los sentimientos, si vamos todos, como espero iremos, con plena. lealtad a discutir.
Respecto a la manifestación separatista que empieza a aparecer en Cataluña, yo no tengo nada que decir aquí; mi deber era mostrar mi disconformidad allí, y allí la expresé públicamente. Aquí digo que los únicos que sin peligro para nada y para nadie tenemos el deber que de mostrar nuestra disconformidad y hacer que no prevalezca, somos nosotros, los catalanes.
Enviado por Enrique Ibañes