Presente y pasado de la oratoria política

ESTEFANÍA MOLINA

“Tenemos un régimen político (…) [donde] las cosas dependen no de una minoría, sino de la mayoría, [su nombre] es democracia. Arraigada está en ellos la preocupación de los asuntos privados y también de los públicos; y estas gentes, dedicadas a otras actividades, entienden no menos de los asuntos públicos (…) Deliberamos rectamente, sin considerar las palabras un perjuicio para la acción (…). Y somos los únicos que sin angustiarnos procuramos a alguien beneficios no tanto por el cálculo del momento oportuno como por la confianza en nuestra libertad. (…)”.

Discurso fúnebre de Péricles, recogido en el libro ‘La Guerra del Peloponeso’ (Tucídides).

Solía decir el filósofo griego Aristóteles que el ser humano es un zoon politikon, es decir, un animal político. No se equivocaba. La deliberación a cerca de cómo organizar la comunidad política es inherente a la condición humana, pues poseemos el logos, la palabra, que permite comunicarnos y diferenciarnos del resto de seres vivos. Precisamente, ahí es donde entra en escena el discurso de Péricles, un buen ejemplo de cómo unas líneas escritas en el siglo 4 a.C., siguen vigentes hoy en día. Esto se debe a que la esencia del discurso –palabra y política– se han mantenido de forma estructural a lo largo de los siglos. Se habrán producido cambios de contextocanalespúblicos, e incluso tradiciones, todo ellos elementos moldeadores del discurso, pero su esencia no se ha perdido.

A la sazón, la palabra es una herramienta clave para el desarrollo de cualquier sistema político: permite vehicular mensajes, generado efectos positivos, al par que nefastos. Para ello, tanto la retórica, entendida como el arte de persuadir, como la oratoria, especializada en el arte de hablar en público, son de especial relevancia. Muestra de ello fueron los sofistas griegos, quienes cultivaban un discurso vacío de contenido a pesar de dominar ambos géneros. Con ellos se produjo el advenimiento de la demagogia (todavía presente en la política contemporánea) corrompiendo el sistema de la demokratia ateniense. La historia también proporciona otros ejemplos satisfactorios, como las Catilinarias: un conjunto de discursos pronunciados por Cicerón (político de origen plebeyo) ante el Senado de la República Romana, que sirvieron para frenar un golpe de Estado y salvar la República.

A diferencia de la época Antigua, en la Edad Media, primó la escasez de oradores públicos más allá de los confines de la Iglesia. La explicación es la siguiente: con independencia de la forma de gobierno existente, el discurso político busca la consecución de un fin; en el caso de la política, el poder político. En el medievo el poder era monolítico, y estaba en manos del gobernante, motivo por el cual se paralizó el uso de la oratoria y la retórica para fines político-sociales. En su lugar, existieron conflictos dialécticos en el seno de la Iglesia, tales como los mordaces discursos de Girolamo de Savonarola, criticando con dureza al Papado, o de Martín Lutero.

Fue con el nacimiento de la Edad Moderna y las Revoluciones Atlánticas, donde el discurso político –propiamente dicho– volvió a nacer, debido a la necesidad de tejer lazos de comunicación pública entre los individuos que conformaban la comunidad. Véase Abraham Lincoln (1863) que en una línea parecida a la de Tucídides – y tras la Guerra de Secesión Americana– exaltó la figura de los muertos que habían combatido por la patria. Asimismo, en Europa la Revolución francesa trajo consigo un conjunto de personajes que dominaban la capacidad para movilizar al pueblo con su ferviente retórica, tales como el revolucionario jacobino Robespierre, o Sièyes, uno de los tres cónsules del triunvirato que gobernó durante la Convención (1791-93). En síntesis, la oratoria anterior al siglo XIX se caracterizó por su limitada difusión y la escasez de público a que iban dirigidos, –en su mayoría hacia una pequeña élite–, elementos que condicionaron sus formas y fines.

El punto de inflexión se produjo a partir del siglo XX, cuando se revolucionó la comunicación en general, y la oratoria pública el particuar. La confluencia de dos elementos tales como la democratización de la política y el nacimiento de los medios de comunicación de masas (MCM) a lo largo del siglo precedente, trajeron consigo el advenimiento de una nueva forma de entender el discurso. La ciudadanía y la opinión pública se erigieron como clave del poder y blanco necesario para hacer política. Así fue como en los años trenta surgieron una serie de teorías de la comunicación, tales como la hipodérmica (Harold Laswell; 1927),en virtud de la cual los ciudadanos debían ser bombardeados con mensajes que quedaban retenidos debajo de su piel, como pequeñas agujas, que más tarde los empujaban a la acción (en un esquema de acción-reacción son filtro por parte del sujeto).

En este paradigma se enmarca el ascenso de los totalitarismos y la propaganda nazi, de la cual Goebbels fue uno de sus máximos ideológos y exponentes. Mediante discursos como el de la Guerra Total, fue capaz de levantar un auditorio lleno de personas que “cerraron filas como corderos”. Este tipo de discurso, propia de las arengas militares, està compuesto de oraciones simples, directas y se presenta de forma exaltada (véanse más ejemplos en Mussolini o Stalin, con La Guerra Patriótica, 1941). En síntesis, la comunicación era vista como unidireccional, siendo el ciudadano un mero receptor de los contenidos, que obedecía sin discreción. Ahora bien, la figura del orador se interpretó de forma distinta dentro del espectro totalitario: en el comunismo, el líder aplaude al final del encuentro, porque se dirige a la historia, a quien venera; de forma opuesta, el dirigente nazi o fascista espera la aclamación popular, porque es él la figura a venerar.

Asimiso, los momentos de crisis son trascendentales en la historia de la comunicación pública. El miedo empuja a los ciudadanos a agarrarse a cualquier palabra esbozada por su líder, cobrando estas la máxima notoriedad e impacto. Por ello, en situaciones de emergencia democrática la figura del líder también se presupone fuerte y sin vacilaciones, con una dialéctica capaz de apelar al favor de los ciudadanos y con un discurso cargado de emoción y matices. Este es el caso del Never Surrender de Winston Churchill o de Roosevelt y Charles de Gaulle.

Tras la Segunda Guerra Mundial, el paradigma comunicativo cambió. Las teorías funcionalistas entraron en escena, y el ciudadano pasó a ser pieza activa dentro del sistema político (ya que la democracia liberal pasó a estar arraigada en la mayoría de Estados occidentales). Preguntas como quién dice qué, a través de qué medio,a quién y con qué efecto determinarían el esquema comunicativo, en un contexto en que la emergencia de la televisión y demásplataformas buscaban ejercer funciones de persuasión, información y entretenimiento. Se asumía un ciudadano activo, y así se demandaba, hecho que quedó plasmado discursos como el de JF Kennedy: “No preguntes qué es lo que tu país puede hacer por ti; pregunta qué es lo que tú puedes hacer por tu país”. Amparados por este esquema, el discurso público de algunos dirigentes fue clave para acomodar las transiciones de ciertos países, véase el caso de la familia Perón con las comparecencias de Evita.

A la sazón, el máximo exponente de la pro-actividad e inclusión ciudadana tuvo lugar hacia los años 60, cuando el megáfono se trasladó hacia la ciudadanía y los movimientos sociales. (Véase Martin Luther King, o Nelson Mandela). Paralelamente, los discursos se profesionalizaron en la arena americana de forma estable hacia los 70 (si bien había habido incursiones puntuales previas). Muestra de ello fue el discurso apócrifo de la no-llegada a la Luna de Richard Nixon, que ha visto la luz muchos años más tarde y donde decía frases tales como: “El destino ordenó que los hombre que fueron a explorar la Luna en paz se queden en la Luna a descansar en paz”. En la misma línea estuvieron Dwight D. Eisenhower, en el posible caso de fracaso del Día D, o John F. Kennedy con otro discurso para la Crisis de los misiles en Cuba.

Tales ejemplos ponen de relieve la necesidad de los grandes líderes de adecuar con precisión sus mensajes a la contingencia política. Este hecho no deja de ser curioso, pues a menudo grandes discursos fueron consecuencia del azar o de los juego de poder, más que de la voluntad expresa.Contexto a parte, a menudo un buen discurso también es recordado por elementos que van más allá de las palabras. Este es el caso de la comparecencia de Nikita Khrushchev ante las Naciones Unidas, cuando furiosamente golpeó con su zapato el atril. Otro ejemplo de meta-discurso es Hugo Chávez, quien ha pasado a la historia por sus escenificaciones un tanto cómicas, al par que capaces de connectar con la audiencia venezolana, –sin olvidar el “Huele a azufre” ante la ONU, refiriéndose a G.W. Bush–.

Así mismo, el carisma es un elemento esencial en discurso público. El ejemplo por antonomasia es el Presidente Barack Obama, que se alzó a la cima con su Yes we can. Ahora bien, precisamente este Presidente es un ejemplo de la profesionalización in extremis, pues su retórica consiste en su incapacidad para improvisar, pero su excelencia a la hora de leer prompters, entonar correctamente las palabras, y contar con un equipo de speechwritters que estudia al milímetro mediante grupos focales las actitudes que debe mostrar un buen líder ante las cámaras, entre otros elementos.

Con todo, la llegada de Internet anunció el surgimiento de una nueva era dentro del discurso político. El siglo XXI se caracteriza por la hiperrealidad e inmediatez, haciendo del tweet una nueva forma de discurso. Los titulares de los periódicos y el número de palabras que caben en una portada marcan la agenda y las comparecencias públicas de los líderes. Así, vemos como los políticos han desarrollado la capacidad de sintetizar las frases, para hacerse caber en las portadas de la premsa y en los portales internet. Así ocurre en escenarios Catalunya, donde los mítines políticos se encuentran supeditados a los bloques electorales (limitación del tiempo concedido a cada partido en función de su representación parlamentaria), entre otros países que no necesariamente cuentan con dicha restricción.

Así, es el formato quien ha pasado a determinar el contendio, y no viceversa. Esta idea ya fue anunciada por la teoría crítica de la comunicación (y la Escuela de Frankfurt),cuando tildaba a los medios de “industrias culturales” con capacidad de condicionar el panorama comunicativo social. Sin embargo, no es posible ya desenlazar la política del contextos, siendo el panorama actual de completa desafección política. En consecuencia, la emergencia de discursos rompedores con el sistema es la nueva tendencia por la que los líderes que quieren lograr visibilidad pública deben apostar.

Véase el caso de Elizabeth Warren en 2016 (rompiendo el eje político izquierda-derecha en Estados Unidos y asegurando que en realidad el debate gira entorno de pro-empresa o contra-empresa), o el del Papa ante el Parlamento Europeo, así como los del líder del UKIP, Nigel Farage, los cuales sientan las bases de una nueva forma de oratoria. Esta se caracteriza por la crítica y exaltación, en un contexto donde la democracia liberal está asentada en la mayoría de países occidentales, y la oratoria política se estaba volviendo monótona, gris y unisónica, como consecuencia de la estabilidad de los sistemas políticos. Una era a la que el zoon politikon deberá adaptarse, si quiere sobrevivir a los nuevos tiempos.

 

ESTEFANÍA MOLINA (@estefmolina_) Es periodista en El Nacional, en Madrid, y politóloga por la Universitat Pompeu Fabra. Es experta en ligas de debate y en retórica política.

Este es un resumen del encuentro Beers&Politics con Estefanía como ponente, en Barcelona, en 2015.