Populismo mediático: la era digital

JUAN CARLOS DOMÍNGUEZ VERÓNICA

En el último lustro el éxito de los movimientos populistas para alcanzar el poder en sus respectivas naciones ha sido un fenómeno en crecimiento, el Populismo es un concepto ampliamente extendido entre la población, su connotación puede variar desde lo positivo hasta lo negativo dependiendo del contexto en el cual se encuentre inmerso el individuo que lo emplea.

Este vocablo se utiliza para describir tendencias tanto de izquierda como de derecha, en las que se puede encontrar una ferviente creencia en el libre mercado, el pensamiento estatista o el estado como eje de desarrollo y punto medular del movimiento, lo cierto es que circunscribirlo a un modelo específico de economía política o de ideología es un error.

Lo importante al emplear el término es que su característica esencial radica en la existencia de una masa disponible que no se siente representada por una élite -llámese política, mediática o económica- que se transforma en el “enemigo” y un líder carismático cuyo discurso gira entorno a la satisfacción de los reclamos de dicha masa con soluciones simples y rápidas, siempre y cuando obtenga el apoyo suficiente para confrontar al “enemigo”.

En los últimos años se ha apreciado un mayor éxito de estos movimientos para obtener el poder a través del voto democrático: es el caso de Donald Trump (EEUU), Narendra Modi (India) o más recientemente Andrés Manuel López Obrador (México).

Esto lleva a preguntarse: ¿cómo estos líderes obtuvieron el éxito al enfrentarse a los grupos que controlan buena parte de los poderes fácticos, en especial, el sistema de medios?

Los populistas son conscientes de que la utilización de los medios de comunicación es un factor necesario para el éxito. Aun así, durante gran parte del siglo XX su acceso a los mismos se vio limitado en gran medida porque el contenido de sus mensajes se consideraba  inadecuado por contravenir la regulación existente o por no ser de relevancia para la agenda pública.

Al entender esto y como respuesta a esta exclusión, dichos movimientos optaron por crear una arena discursiva paralela a la comunicación oficial de la esfera pública, a través de la cual diseminar sus ideas y reflejar su oposición al “establishment”.

En el pasado, la efectividad de estos movimientos, que radica en la capacidad de poner en contacto a una gran cantidad de individuos con dicha arena, había resultado una tarea sumamente difícil al no contar con los medios tradicionales, pero la llegada del internet y, específicamente, de las redes sociales provocó un cambio en la forma en que pudieron acercarse a un mayor público y hacerles llegar su mensaje.

Para confirmar lo anterior, tomamos como ejemplo países como Estados Unidos, India y México, donde sus respectivos líderes remaron contra la corriente mediática establecida y consiguieron hacerse con el poder contra todo pronóstico.

Lo hicieron generando estas arenas discursivas alternativas mediante el empleo de las redes sociales y consiguieron su objetivo: el poder político. El caso de Donald Trump es particularmente interesante, puesto que es considerado un “outsider” -un individuo ajeno a la política- que logró sortear los controles de la aristocracia republicana y los medios de comunicación estadounidenses para hacerse con la nominación presidencial del Partido Republicano y después llegar a la presidencia.

Los asesores de campaña de Trump comprendieron que su discurso populista de derecha con un mensaje anti-inmigrante y en contra de los medios de comunicación tendría poca cobertura, de allí que optaron no por cambiar su discurso sino el espacio donde se diseminaría. Emplearon su cuenta personal de Twitter y lograron una gran atención no solo de su electorado cautivo, sino de los medios tradicionales, quienes retomaban su mensaje y lo presentaban en sus espacios noticiosos y de análisis político casi siempre criticando el mismo, pero le permitieron una gran exposición hacia la población que difícilmente hubiera conseguido utilizando exclusivamente las redes sociales.

La explicación para lo anterior es que en Estados Unidos el periodismo político tiene una dinámica denominada “horse-race”, que se enfoca en la percepción que genera un candidato y, especialmente, en las diferencias entre ellos como si de una carrera de caballos se tratase, donde la velocidad y capacidad individual del animal no es determinante a la hora de escoger un ganador sino cuando se compara con las características de los demás.

Por otro lado, el sistema de medios estadounidense se caracteriza por una acérrima competencia por la audiencia. Los diferentes conglomerados buscan presentar a sus espectadores noticias frescas que representen un boom en el rating contra el de sus competidores, causando que muchos editores y periodistas ávidos de una bomba noticiosa tomaran los tuits de Trump y le dieran una cobertura sin igual con el fin de tener el mayor rating.

Lo anterior se relaciona directamente con el éxito de Trump al obtener la nominación presidencial: tuvo una mayor exposición que sus contrincantes, pero pese a ello no debe interpretarse que Twitter o cualquier otra red social es suficiente para ganar, sino que su función es permitir que el mensaje sea visible para los medios tradicionales ávidos de información en contextos donde el individuo no puede acceder directamente a los mismos,  permitiéndole eludir los controles y limitantes existentes.

Ahora bien, en el caso de México con Andrés Manuel López Obrador es adecuado mencionar que guarda gran similitud con la experiencia americana, toda vez que su capacidad para generar arenas discursivas alternas junto con la indignación nacional, le permitieron una mayor exposición, atrayendo a un electorado que habitualmente sería poco proclive a votar por él en otras circunstancias.

Así pues, podemos concluir que en estos momentos vivimos una época donde los medios digitales abonan una mayor mediatización de la política eliminando los intermediarios entre el político (líder) y las masas para evitar el control periodístico cimentado en normas, valores y, especialmente, en intereses que son los que pueden oponerse a los posibles cambios que platean los movimientos populistas.

Por eso hoy los políticos que deseen ser exitosos, populistas o no, deben comprender que la radio, la televisión y la prensa no son suficientes y únicos como plataformas para diseminar su mensaje y quien no lo entienda así, está condenado al fracaso.

 

Juan Carlos Domínguez es abogado, experto en Gobierno, Administración Pública y Comunicación Política. Catedrático de la UNAM @Juanc_Dominguez

Fuente de la imagen: CNN.com