El político de tus sueños

CRYS VEGA

Hablemos de algo serio. ¿Qué tal de la pareja de nuestros sueños? ¿Complicado describirla? ¡Qué va! Si desde niños nuestra imaginación ha moldeado la figura de nuestro hombre o mujer perfectos. Piénsalo un momento: ¿Cómo es ese seductor personaje que tu psique ha creado a partir de tus prejuicios y apetencias? ¿Ojos verdes? ¿Cabello rizado? ¿Tez morena? ¿Tez blanca? ¿Sonrisa perfecta? ¿Voluptuosa? ¿Delgado? ¿Atlético? ¿Gordibuena? ¿Inteligente? ¿Simpática? ¿Romántico? ¿Artístico?…

El transcurrir del tiempo modifica el arquetipo de la pareja perfecta pero jamás el deseo de hallar un compañero sentimental acorde a nuestras expectativas. Es un pensamiento imperecedero que ha inspirado historias y canciones que nos acompañan desde la infancia. Es más, si tienes la dicha de entablar una relación con una persona que reúna tus requisitos y los socialmente encumbrados, todo va de maravilla, ¿no es verdad? Pero, ¿qué suele confirmarte la realidad tras todos los tropiezos que has dado durante la adolescencia y madurez? Que no todo es perfecto y que la pareja ideal no es para nada –absolutamente nada– lo que Disney publicitaba.

Aceptémoslo: no siempre se tiene lo que se espera y para compensarlo solemos afirmar como “perfecto” lo que alcanzamos, lo que hoy nos hace felices. ¿Qué quiero decir con tal afirmación? Algo muy simple: la perfección se halla donde la queremos ver y, sobre todo, en aquello que nos resulta útil y complaciente. Percepción transformada en realidad.

Vayamos al punto.

En aquel contacto del móvil que tienes como favorito o en la virtualidad de un tortuoso pensamiento, habita la idea de una pareja soñada y, como tú, nosotros, consultores y creativos dedicados a estructurar y ejecutar la comunicación política, tenemos una noción muy especial sobre la pareja “perfecta”. No me refiero a nuestras esposas, esposos, novios o novias, a los cuales idolatramos religiosamente (besos), sino a esos políticos que durante las campañas electorales se transforman en nuestra “otra mitad” y en quienes anhelamos encontrar características que los vuelvan “irresistibles”.

Y aunque lo anterior no es más que una metáfora, no sólo a sus consejeros sino a toda la población nos fascinaría ver surgir al político perfecto, es decir, a un líder nato con la suficiente probidad y aptitudes para convertirse en administrador o legislador de los destinos de millones de vidas humanas.

Natalia Poklónskaia, actual fiscal general de la República de Crimea.

Tenemos claro que no existe un solo dirigente intachable en este planeta, sin embargo, podríamos hablar de políticos virtuosos, tanto así que se vuelven arquetipos del líder ideal. Pero esta vez (¿por qué no?) internémonos en el bosque de la imaginación y exploremos nuestros deseos. ¿Cómo es ese político fuera de serie cuyos atributos lo afirmarían como la efigie del gran mandamás? Aquí vamos.

Definitivamente, el político soñado no es aquel o aquella con una sonrisa luminosa, un abdomen tonificado o un cabello digno de algún anuncio comercial. El político “perfecto” es aquel que, según nuestro juicio, posee y domina cinco virtudes principales que le vuelven el mejor administrador, legislador o candidato: la disciplina, la paciencia, la prudencia, la congruencia y la elocuencia.

¿Por qué solamente estos conceptos? ¿Acaso no cabrían más? ¡Por supuesto! No obstante, consideramos estos cinco como atributos fundamentales y de los cuales surgen las características complementarias que definen el nivel de profesionalismo, calidad y experticia de cualquier representante popular sobre la faz de la tierra.

El político de nuestros sueños es, sin duda, alguien disciplinado. Su mayor habilidad es mantener el orden y la constancia en todos sus proyectos. Conoce los tiempos políticos y, junto a su equipo, se prepara exhaustivamente para encarar los retos comunicativos y políticos que tiene por delante. Estudia incansablemente el escenario noticioso y distingue los temas más importantes en la agenda. No escatima en su formación intelectual y cumple con todos sus compromisos de forma impecable. Aprovecha sus fortalezas y trabaja con ahínco para subsanar cada una de sus debilidades (¿Es esto inalcanzable?).

Él o ella saben ser pacientes. El político “perfecto” comprende la recompensa de saber esperar y no demuestra ansiedad por acumular poder. No desgasta su imagen postulándose para cualquier escaño posible sino que diseña, adapta y perfecciona un plan que le permita administrar sus fuerzas y obtener victorias estratégicas. Él o ella son navegantes expertos del mar político, identifican los vientos favorables y emprenden la travesía sólo si éstos les llevan a conquistar tierras nuevas. En crisis, jamás avanzan sin reflexionar y esperan la oportunidad de ser asertivos. En campaña, estudian los movimientos de sus contrincantes y esperan con astucia cada momento en que éstos bajen la guardia para golpear con brutal efectividad.

Aaron Schock, congresista republicano por Illinois.

Nuestro personaje extraordinario esgrime con maestría la prudencia. Nunca habla de más y siempre lo hace con argumentos. Entiende el poder de la diplomacia y demuestra sagacidad con las palabras sin rebajarse al insulto. Sabe que en política toda palabra y acción es y será usada en su contra, por lo que estructura cada una de sus ideas pensando en la repercusión política y mediática de éstas. Oculta sus planes de sus enemigos y atesora la discreción dentro de su equipo de trabajo.

Lo más atractivo: el político ideal es congruente. Es hombre o mujer de una sola pieza. Dice lo que hace y hace lo que promete. Con sus iniciativas, apoyos, intervenciones y discursos demuestra ser el gran embajador de su partido y de su propia marca. Asimismo, es ejemplo vivo de un oficio que siempre publicita el compromiso social, la honestidad, el dinamismo y el trabajo duro. En su accionar no existe la doble moral, sino una postura ideológica clara y sustentada con hechos comprobables. No tiene poses y la credibilidad de su nombre parte de un comportamiento auténtico e irreprochable (Qué belleza).

Al político de nuestros sueños puede considerársele una acepción más de la elocuencia. Con el cuerpo, con la mirada, con la voz, sabe persuadir, marcar la agenda. Seduce a la cámara, es el rey de las entrevistas, el caudillo de un ejército de masas. Argumenta, debate, ríe, se conmisera. Prioriza la inteligencia del lenguaje sobre la visceralidad y el pitorreo. Sin ser un erudito, su bagaje y encanto verbal le hacen un hombre o mujer de cultura, deportes, historia y leyes. Es un conquistador innato que, entrenado para gobernar una nación, es imbatible, espectacular, irresistible…

¡Cuán gratificante es poder soñar al escribir!

Por supuesto, entendemos lo irreal de nuestros deseos, aunque, con la utopía aquí descrita, queremos evidenciar que, en el mundo real, el político soñado no demanda alcanzar esta onírica perfección para sobresalir y ser recíproco a la confianza ciudadana.

No nos hundamos en la resignación, en el conformismo. El mejor político es aquel que, teniendo conciencia absoluta de sus capacidades y de las exigencias que implica su trabajo, explota al máximo todo aquello que le lleve a reconquistar al ciudadano incluso por encima de la infranqueable presión política.

Y así como en la vida no existe el hombre o mujer perfectos, no existe el político perfecto, sino el idóneo. Nelson Mandela, Martin Luther King, Winston Churchill, Margaret Thatcher e incluso Barack Obama –independientemente de sus logros e ideología– reúnen características que los hacen figurar dentro de la historia como políticos emulables gracias a su desempeño revolucionario en momentos históricos. ¿Por qué no creer que nuevos líderes de magna envergadura pueden nacer ahora en Latinoamérica, si se persigue un objetivo mucho más elevado como el de hacer soñar a su nación?

Cierto es que el parámetro del político ideal cambia según el momento y contexto históricos de cada sociedad. Sin embargo, toda campaña, en cualquier tiempo y lugar del mundo, es un acto de maquiavélica seducción cuyo objetivo es obtener tantos votos a favor como sea posible. Por ello, la importancia de que los políticos comunes aspiren a convertirse en líderes ideales trabajando en reformar, purificar, reivindicar, a través de su imagen, el concepto actual de hacer política.

Por el bien de sus carreras, el de un oficio en decadencia y el de un futuro determinado por sus decisiones, las figuras políticas –aconsejadas por nosotros– deben apostar todas sus cartas a practicar y dominar las cinco virtudes máximas en la medida en que la realidad se lo permita.

Ya es tiempo de hacer evolucionar este oficio cuya mística más elemental está determinada por el idilio obligatorio que necesita vivir la ciudadanía con aquel hombre o mujer que la representa. Es momento de que la disciplina, la paciencia, la prudencia, la congruencia y la elocuencia, se conviertan en el maquillaje, la vestimenta y el cirujano plástico de la política.

Si los políticos han de conquistar el mundo, que lo hagan “enamorándolo”.

Pubicado inicialmente en la web de la consultora El equipo de campaña. 

Crys Vega es Redactor Sénior en El Equipo de Campaña.

Publicado en Beerderberg

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