Trabajadores de Barcelona y Catalunya! ¡Hombres y mujeres antifascistas de España!
Es éste un acto histórico; el acto que rubrica de hecho y derecho el comienzo de una nueva era en España. A partir de esta fecha memorable, todos, trabajadores de la UGT, de la CNT, de la FAI y del PSU estamos unidos en un lazo indiscutible. El símbolo de las banderas enlazadas es la expresión del sentimiento religioso y místico de la lucha, sentimiento que se exalta y que en todos debe manifestarse hasta un máximo, pues esta tensión heroica la necesitan los pueblos para vencer y ser invencibles.
La realidad es ésta: un enemigo apoyado internacionalmente por potencias fascistas. Frente a este enemigo, un pueblo valiente, un pueblo entusiasta, un pueblo que, además de luchar contra el fascismo, comprende que ha sonado la hora de las grandes transformaciones sociales y que construye sobre la marcha. Junto a este pueblo, dos naciones unidas en la lucha a favor del proletariado español. El enemigo, armado y apoyado internacionalmente por esa farsa de neutralidad, ha conseguido algunas victorias; y aunque no las hubiera conseguido, ha concentrado su esfuerzo máximo en la conquista de Madrid, que representa para él la legalidad de la insurrección facciosa y para que los países legalicen su existencia de gobierno faccioso.
Es preciso que todo el pueblo de Catalunya, es preciso que Barcelona y España entera, que tienen la seguridad de la victoria por su heroísmo y energía y además por el apoyo de todo el mundo antifascista, se una en un esfuerzo máximo para batir de una vez para siempre esta intentona suicida.
Abordaré también con resolución otro de los aspectos del problema: hasta hoy, la revolución ha sido identificada con un sentido un poco frívolo. Pasadas las heroicas jornadas del 19 y 20 de julio, pasado este momento en que Barcelona supo conquistar los reductos en que se habían atrincherado los facciosos, se ha sucedido un momento de calma. Es preciso que todos se reintegren a la gran obra revolucionaria, impuesta por las circunstancias. Es preciso que termine este momento frívolo, en que los momentos se aprovechan viviendo lo mejor posible y preocupándose lo menos posible.
Tenemos la seguridad absoluta de que no se producirán entre nosotros luchas fratricidas que puedan malograr mañana la obra revolucionaria. Estamos aquí reunidos UGT, CNT, FAI y PSU; están aquí escuchándonos representantes de todos los partidos republicanos, desde los más extremistas a los más moderados, unidos en el mismo sentimiento que ha levantado al pueblo español contra el fascismo, ante la convicción clara de que el fascismo representaba la anulación de todos los derechos elementales conquistados por el pueblo. La España militarista, de clérigos, de pollos bien, de cocotas aristocráticas y burócratas, que ha arrastrado siempre su roña, sus piojos y sus vicios…, frente a esta España vieja y muerta se levanta la España nueva: la España del trabajo y de las organizaciones obreras conscientes de su misión y pleno espíritu de responsabilidad, para forjar sus destinos. ¿Era posible esto? ¿Sería posible esta reconstrucción, esta autocreación de España, sin que estuviéramos unidos de una manera lógica?
Hemos aspirado constantemente, UGT y CNT, a conseguir esta unidad sagrada, unidad a la cual no va unida solamente la victoria contra el fascismo, sino también la reconstrucción de España. Se necesitaba una revolución, que no se hizo el 14 de abril y la hacemos ahora. Esto no podrá conseguirse por los cauces legales. Los compañeros socialistas se habrán dado cuenta y por esto se lanzaron a la calle, a la lucha, y a nosotros los anarquistas también nos ha enseñado la experiencia que no era posible una transformación si no nos poníamos frente a los órganos del poder; esto han debido reconocerlo todos. Lo hemos reconocido y sostenido siempre. Hoy, en realidad, las diferencias ideológicas que nos separaban han desaparecido, por cuanto nosotros hemos aceptado los hechos consumados, que nos obligaban a tomar parte en la dirección del país; de los hechos que demostraban que sin la unión de las masas no podía insinuarse en España el socialismo.
Quisiera, camaradas; quisiera, trabajadores; quisiera, mujeres antifascistas, quisiera que todos vosotros os dierais cuenta de lo que nosotros somos en este instante para el mundo entero. Individualmente considerados, somos seres ni más ni menos que los otros; somos, en una palabra, hombres y mujeres condenados a ver transcurrir su vida, como transcurre la de los animales; pero, colectivamente, ¿sabéis lo que somos como pueblo enfrentado no sólo contra el fascismo interior, sino también contra el exterior? ¿Sabéis lo que es España con su lucha heroica, con su combate incesante? Si el fascismo triunfara en España, pronto esta Francia que tan poca solidaridad nos ha prestado, y que es una ofensa para España, pronto esta Francia sería víctima del fascismo, y lo sería también el pueblo belga. Por lo tanto, es necesario presentar esta unión a los ojos del mundo como un ejemplo para el triunfo de la clase trabajadora.
Si vemos fijos en nosotros los ojos afiebrados de todos los trabajadores; si nosotros representamos la esperanza de la resurrección espiritual democrática; si nosotros representamos esto, nuestra vida individualmente considerada no tiene importancia alguna; tiene importancia grandiosa nuestra existencia como colectividad y como pueblo, como nación rebelde colocada frente al fascismo internacional, en defensa de los derechos del hombre, continuadora del espíritu de la revolución rusa. Como colectividad y pueblo, nosotros lo somos todo, y a ello sometemos nuestra existencia individual. Si cada uno de vosotros sintiera desintegrarse, crecer dentro de sí mismo, este sentimiento de responsabilidad, estoy segura de que aunque nos faltaran las armas y la solidaridad internacional integrada por Rusia y México, tengo la seguridad, repito, de que hasta inermes venceríamos al fascismo. La victoria y el triunfo lo conquistan siempre los pueblos cuando quieren. Cuantos hayáis leído la revolución francesa, sabréis que para tomar la Bastilla fue preciso llenar los fosos de cadáveres; y cuando estuvieron llenos, el pueblo entró como un alud en la Bastilla, que no pudo resistir su ímpetu formidable.
¿Sabéis lo que ha sido la entrada de los fascistas en las poblaciones, valiéndose de los moros que han traído a España y de los soldados del Tercio, presidiarios reclutados en todas las penitenciarías del mundo? Pues sabed que en Villafranca de Bidasoa entraron los fascistas tras una lucha de muchas horas; ¿y sabéis lo que hicieron con una muchacha de quince años? La cogieron, la violaron, la crucificaron y, pareciéndoles poco, un mercenario le clavó la navaja en las partes, abriéndola hasta la barbilla. ¿Sabéis lo que hicieron con un compañero las bestias del requeté? Le cogieron, le torturaron, le mataron, le despedazaron y lo mandaron en una caja a los milicianos de Irún. ¿Sabéis lo que hicieron los fascistas en La Coruña al camarada Villaverde? Pues le prepararon una muerte digna de Vercingétorix; después de haberle fusilado, lo ataron a la cola de un caballo y lo arrastraron por las calles del pueblo. Otro ejemplo del sadismo de estos canallas: vivía en Ceuta un naturista, Miguel León; muchos de vosotros lo conoceréis, un viejo de luengas barbas; pues le cogieron y le fusilaron despúes de haberle arrancado pelo a pelo toda la barba…
Nosotros hemos hecho fusilamientos, pero ningún tormento, ningún refinamiento de crueldad, y lo hemos hecho porque, o matamos nosotros, o nos matan ellos. ¡Pero jamás se ha deshonrado la revolución o las milicias con el atropello o la violación! Al contrario, por exceso de generosidad hemos respetado a muchas mujeres, que luego hemos encontrado en los frentes sirviendo al espionaje. La crueldad, el sadismo, la barbarie, están en la reacción; el espíritu del fascismo, el espíritu de Anido y Arlegui, revividos en la figura de esos frailes trabucaires, en la persona de esos frailes que no vacilaron en traer a España regulares moros, alemanes e italianos, que no vacilaron en despedazar a España, ofreciendo a Alemania, Italia y Portugal trozos de nuestro suelo a cambio del apoyo más descarado. En cuanto a los periodistas extranjeros, ávidos de cazar noticias, es preciso decirles que los obispos no son de los nuestros, no del pueblo, del pueblo generoso y notable.
¿Qué de extraño tiene que en España hayamos quemado conventos e iglesias? ¿Acaso son controlables las masas desbordadas ante la injusticia y el atropello? En España no se ha destruido; y si se ha matado, ha sido por la convicción de que era preciso y con pleno conocimiento de causa. En Rusia, en los primeros días de la revolución, el pueblo lo destruyó todo y tardaron dos años en reconstruir las máquinas y vaciar de agua las minas, que el furor de las masas había anegado. Aquí no se ha hecho esto, y que lo sepan los periodistas extranjeros que recorren los frentes.
Obreros de las fábricas, de los talleres, del campo, técnicos e intelectuales, que sentís en vosotros el sentimiento de la dignidad humana enfrentándola contra quienes prostituyen la libertad y el derecho, sumaos a nuestro movimiento gigantesco; ayudadnos a luchar en el frente. Os lo pedimos por solidaridad, por nosotros, que os movilicéis individualmente y colectivamente, y que todos se sientan soldados, no sólo para defender España contra el fascismo, sino para conseguir un máximo de bienestar, de justicia entre todos. Os lo pedimos a vosotros que representáis a la España donde se exaltan y se manifiestan los valores auténticos de la raza ibérica; os lo pedimos como españoles incluso. Dentro de cada uno de nosotros, aunque sea socialista, anarquista o republicano, hay el orgullo de una raza fuerte, que tiene características étnicas y regionales bien definidas, que forman el conglomerado de razas más bravas del mundo. El pueblo ha sido desde los tiempos más remotos el realizador de obras únicas y formidables. Sabemos de las pirámides de Egipto, pero no sabemos de parias, de ilotas que arrastraron los grandes bloques y que murieron aplastados bajo ellos. Las grandes obras las hemos hecho nosotros, las multitudes famélicas de todo el mundo, arrastrando el hambre y la sed de justicia que defendemos contra el fascismo, que es tiranía y destrucción de todos los valores morales y espirituales del hombre.
Enviado por Enrique Ibañes