JAUME DUCH
Hace no tantos años, si alguien hubiese hablado de una Europa sin fronteras interiores, con un mercado único o una moneda común, seguramente se le habría tachado de ingenuo, idealista o incluso de loco. Hoy en día, gracias a que alguien se atrevió a imaginarlo, todo ello forma parte de la realidad cotidiana de más de 500 millones de ciudadanos.
La idea de lo que debe ser Europa es plural. Para algunos, avanza demasiado rápido, para otros, demasiado lento. A pesar de las diferentes visiones y más allá del ritmo, es fundamental tener claro hacia dónde debe dirigirse; sobre todo en un momento de importantes retos y transformaciones a nivel mundial.
La versión de Europa que garantiza su futuro es la de una Europa más unida y más fuerte, fiel a sus valores democráticos y con sus ciudadanos en el centro de las decisiones. Una Europa con un relato fiel a sus valores de paz y prosperidad, pero que recoja y celebre también los aspectos más prácticos en los que se ha avanzado hasta ahora: la libre circulación, el acceso a un mercado común con infinidad de productos de consumo o la posibilidad de participar en programas de movilidad como el Erasmus.
Después de 60 años de historia, como en cualquier proceso, la integración europea ha ido tomando forma a través de períodos de estabilidad y tiempos de crisis. En los últimos diez años, sin embargo, las crisis han cobrado un mayor protagonismo, algunas incluso coincidiendo en el tiempo. A la crisis económica le siguieron otras crisis políticas como la crisis de los refugiados, y una crisis de valores democráticos en Polonia y Hungría. Un contexto que no ha ayudado a que los ciudadanos superen la crisis de confianza hacia sus representantes en la que se han ido instalando.
Los últimos años han sido sin duda uno de los períodos más difíciles para la UE, pero tal y como señaló Juncker en su reciente discurso del Estado de la Unión, “nuestras velas vuelven a tener el viento a favor”. El Brexit ha servido como vacuna y despertar para muchos ciudadanos que, si bien no se han convertido instantáneamente en europeístas, sí se han dado cuenta de que la integración europea es fácilmente reversible y de que merece la pena defender los avances alcanzados hasta ahora.
A pesar de los baches, algunos profundos, la economía europea sigue siendo la primera del mundo y la UE es el mayor donante de ayuda humanitaria y al desarrollo. Por eso, después de unos años difíciles y en contra de todas las voces que anunciaron el declive e incluso la marcha atrás de la integración europea, es necesario ser conscientes de que a los retos más importantes que se le presentan a Europa, como el terrorismo, la crisis migratoria o el cambio climático, sólo es posible hacerles frente desde el nivel comunitario.
Sin renunciar a la crítica, es importante tener en cuenta que, con todas sus limitaciones y desequilibrios, fuera de nuestras fronteras, la UE sigue siendo referencia y modelo a imitar. Europa ha avanzado mucho, y ahora que algunos ciudadanos miran hacia Bruselas y que los euroescépticos han perdido parte de su protagonismo, es quizás el momento de que Europa se pregunte hacia dónde va.
Ciertamente la tendencia está cambiando. Tras el Brexit, parece que 2017 está siendo un año más positivo para la UE, con resultados electorales que han desplazado a populistas y euroescépticos en algunos países. Un año en el que se han visto incluso movilizaciones proeuropeas organizadas por la sociedad civil. La victoria de Macron después de una campaña de tinte europeísta que tuvo su broche final con un discurso pronunciado con el himno de la UE de fondo, rompe de alguna manera esa idea de que Europa está lejos o de que lo nacional no es compatible con lo europeo.
Mucha gente desconoce todavía el funcionamiento de las instituciones europeas, hecho que genera desconfianza y que no ayuda a acabar con esa táctica tan útil para los estados miembros de culpar a Bruselas de sus decisiones más impopulares. El antídoto contra esto es poner en marcha una estrategia que consiga que los ciudadanos se sumen activamente al debate sobre el futuro de Europa y que comprendan que, como dijo Macron en su discurso en la Sorbona, “Bruselas somos nosotros”.
La UE se percibe a menudo como compleja y lejana, por eso este reto de abrir el debate y hacer partícipes a los ciudadanos es importante. La comunicación tiene que ir mucho más allá de decidir el mensaje que se transmite a los ciudadanos para centrarse en conocer la reacción que provoca. La comunicación europea sólo puede ser eficaz si es de doble sentido.
En la época de las redes sociales y con la aparición de las fake news, es imprescindible que los ciudadanos sepan donde pueden encontrar información veraz y de calidad sobre los temas que les interesan. Si Europa quiere seguir avanzando, una buena comunicación entre los que toman las decisiones y los que tienen el derecho a controlarlos es esencial para mantener viva su legitimidad y romper esa sensación de distancia entre europeos e instituciones.
El objetivo de esta estrategia comunicativa debe ser por tanto el de facilitar que los ciudadanos se sumen al proyecto europeo, reforzando la legitimidad democrática de la UE y especialmente del Parlamento Europeo, institución que la encarna. Comunicar significa también crear una comunidad de ciudadanos que sienta que es partícipe de ese proyecto y que su opinión no sólo se tiene en cuenta cuando acude a votar cada cinco años. Esto es especialmente importante en el caso del Parlamento Europeo, que tiene un compromiso de servicio público y transparencia sin el cual la democracia parlamentaria no puede concebirse.
Uno de los próximos retos para la comunicación parlamentaria europea será la campaña de las elecciones europeas de 2019. Para que tenga éxito, tendrá que conseguir poner al Parlamento Europeo en el centro de la actualidad para demostrar que, efectivamente, en esta cámara el debate sobre el futuro de la UE está abierto a los ciudadanos y que Europa es asunto de todos.
Para que los ciudadanos se sumen al debate, es importante que Europa tenga la mente abierta sobre su futuro. Ahora que existen herramientas para una comunicación más directa entre representantes y ciudadanos, es indispensable entender que la UE no puede avanzar sin que los ciudadanos la hagan realmente suya.
Jaume Duch es el Director General de Comunicación y portavoz del Parlamento Europeo. (@jduch)
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