Nicolás de Maquiavelo

LAURA BARRALLO

Maquiavelo es uno de los filósofos políticos renacentistas más actuales. Dejó a la historia una radiografía extensa del acceso y mantenimiento del poder que describió en un breve libro, llamado ‘El Príncipe’. Amado por unos, y criticado por otros, Maquiavelo fue el primer filósofo que independizó la política de la religión, y que ofreció una lectura pragmática y real del Estado, el gobernante y el poder. 

Diplomático y funcionario de origen florentino, Maquiavelo labró su carrera profesional durante la república que gobernó Florencia con la caída del régimen de los Médicis y hasta su regreso. En un contexto en el que Francia y España empezaban a desarrollarse como Estados-Nación, Maquiavelo que observaba la situación con preocupación, escribe el Príncipe como tratado de doctrina política sobre el poder dirigido a Lorenzo II de Médicis (príncipe de Florencia). En aquella época, la península itálica estaba formada por ciudades-nación con gobiernos independientes que Maquiavelo consideraba que podían verse amenazados ante la creación de grandes potencias con ambiciones que pusieran en riesgo su integridad. De esta forma, para poder mantener una posición preeminente en el tablero internacional, Maquiavelo redactó una recopilación de consejos y recomendaciones para Lorenzo II de Médicis, sobre cómo él podía convertir la península itálica en un Estado-Nación fuerte que pudiera hacer frente a los que se venían gestando en el resto de Europa. El Príncipe es pues, un manual de las técnicas que indicarán como el gobernante puede conquistar el poder y unificar las diferentes ciudades-estado con el fin de devenir un único Estado poderoso y respetado por el resto de fuerzas.

La interpretación de la realidad que Maquiavelo nos ofrece está basada en el pragmatismo y centrada en las capacidades y condiciones necesarias para fundar el poder y mantenerlo. Partiendo de una concepción negativa del hombre, nos presenta un contexto en el que los individuos (estados) intentan maximizar sus intereses, independientemente de si implica poner en riesgo la integridad de otros. Así, para que un pueblo pueda conocer la gloria, será necesario que tenga un príncipe astuto y perspicaz que sepa prever las situaciones con antelación y derrotar a los enemigos que le desean el mal.

En este sentido, el objetivo final de la política y de la acción del príncipe será el bien de la comunidad, conseguir la gloria y el éxito de los propósitos que persigan. Para Maquiavelo la noción de servicio público cobra gran importancia en la función del príncipe, quizá debido a su pasado como funcionario. Así, establece que el príncipe debe asegurar la existencia de su pueblo y para ello deber servirle y velar por su interés de forma leal y valiente, priorizando los intereses de la comunidad y evitando servir a los suyos propios.

En busca del éxito, cualquier acción del gobernante estará orientada a obtener poder y/o mantenerlo. Por este motivo, un propósito u objetivo será considerado en función de su capacidad de éxito, pues, un príncipe jamás emprenderá gestas que no pueda ganar. Emprender acciones que pueden conllevar una derrota, pondría en riesgo la posición de poder del príncipe, así como su legitimidad como líder, pudiendo verse cuestionado por sus enemigos y por su pueblo.

A pesar de ello, Maquiavelo como buen realista, afirma que todas las decisiones tienen un coste y el gobernante lo que hará será adoptar la que menos daño implique a la comunidad. La prudencia en la evaluación de posibilidades es otra cualidad principal del gobernante que deberá conocer cuál es “su respectiva calidad y tomar por bueno el partido menos malo.” (Cap. XXI)

Uno de los aspectos más innovadores del pensamiento de Maquiavelo es la introducción de una concepción de la política emancipada de la religión. Según él, la acción política y el gobernante deben responder únicamente a premisas humanas, desplazando así, la fe divina de su posición privilegiada en los asuntos de gobierno. Mas en profundidad, el autor considera que la religión es un impedimento para conseguir los objetivos ya que la honra de la lógica de humillación que implica la religión, imposibilita la consecución de los objetivos. Por estos motivos, el príncipe no debe ser un buen feligrés piadoso, sino que “debe hacer uso del hombre y de la bestia: astuto como un zorro para evadir las trampas y fuerte como león para espantar a los lobos.” (Cap. XXIII)

‘El Príncipe’ debe tener la capacidad de saber actuar en el contexto requerido, controlar los tiempos de forma adecuada y adaptarse a las circunstancias. La capacidad de cumplir esas condiciones son lo que Maquiavelo considera la ‘virtú’ del gobernante. Dado que el contexto es hostil, el Príncipe debe poder prever los retos que la fortuna le puede deparar y la habilidad de sobreponerse a ellos de forma satisfactoria.

Se identifica comúnmente a Maquiavelo con la afirmación “el fin justifica los medios” a través de la cual se le asigna erróneamente una concepción amoral de la política. La realidad es que ninguna de las dos cosas es cierta; ni le corresponde la paternidad de la frase, ni aliena los valores de la acción política.

El autor de la cita es una cuestión polémica y sujeta a debate, sin embargo, lo que sí parece evidente es que la frase surge de una interpretación un tanto libre de las palabras que el autor nos hace llegar en el capítulo XXVIII de El Príncipe “en las acciones de todos los hombres, pero especialmente en las de los príncipes, contra los cuales no hay juicio que implorar, se considera simplemente el fin que ellos llevan. Dedíquese, pues, el príncipe a superar siempre las dificultades y a conservar su Estado. Si sale con acierto, se tendrán por honrosos siempre sus medios, alabándoles en todas partes” a lo que Napoleón anota “Triunfad siempre, no importa cómo; y tendréis razón siempre” (Cap.XVIII, pag. 88). Se podría considerar que es a partir de este fragmento que algunos la asignan la afirmación, sin embargo, a nivel conceptual tampoco parece acertado, ya que lo Maquiavelo viene a decir, es que será el éxito de las acciones el venga determinar si lo medios utilizados fueron adecuados o no; reflexión que de hecho, comparte durante toda la obra.

Como Maquiavelo muchos otros autores han defendido en sus postulados la necesidad de transgredir valores básicos con el objetivo de obtener un bien mayor. En política no hay decisiones fáciles, siempre hay algo a sacrificar. Sin embargo, la diferencia es que en los postulados de ‘El Príncipe’ el único límite que se aprecia es la política en sí misma. No obstante, eso no puede llevar a afirmar que lo que propone Maquiavelo sea un proyecto que no se rige por principios. A través de la lectura de ‘El Príncipe’ el lector puede apreciar el valor que el autor confiere a conceptos como la valentía, la fortaleza ante la adversidad, la vocación de servicio público, la disciplina, la austeridad o la lealtad; valores que Maquiavelo confía que adquiridos por los ciudadanos y asumidos por los gobernantes, pueden hacer que la sociedad alcance la gloria y grandeza a la que aspiran.

Maquiavelo es uno de los autores que más mala fama ha cosechado al largo de los años y tiene, entre otros, el malogrado mérito que su nombre dé lugar a un adjetivo. No obstante, es importante tener en cuenta que las evidencias que sirven para dar significado al adjetivo o calificar su obra de inmoral pueden ser cuestionables, pues, El Príncipe se limita a describir el funcionamiento del poder, ofreciendo un manual de técnicas sobre como el príncipe puede acceder a él, pero sin determinar qué debe hacer con él. De la misma forma que cualquier consultor puede asesorar como diseñar una campaña o el perfil pública de un candidato, Maquiavelo ofrece una serie de recomendaciones sobre cómo llegar a conquistar el poder, dejando las decisiones políticas, es decir, el qué hacer, a discreción del príncipe.

Debates a parte, la vigencia del pensamiento de este teórico del siglo XVI que parece contemporáneo, es incuestionable. Vivimos tiempos en los que el idealismo cobra fuerza con planteamientos que a veces pueden parecer inalcanzables, sin embargo, adoptar perspectivas más pragmáticas pueden ser de utilidad si la intención es ver los ideales realizados. En un contexto en el que el funcionamiento del poder es cada vez más sofisticado y fragmentado, los conocimientos que ofrece Maquiavelo deben servir para adoptar perspectivas más realistas, basadas en las capacidades efectivas que orientan las acciones a conseguir los objetivos.

Son muchos los conocimientos útiles que los consultores podemos extraer de las teorías de Maquiavelo, de hecho, muchas de las cualidades que define para el gobernante, deberían definir también a los que les asesoran.

En primer lugar, un consultor debe ser virtuoso, pragmático y realista ya que de otra manera, difícilmente podrá ofrecer análisis objetivos y útiles para políticos que en muchos casos viven en contextos herméticos y requerien de colaboradores en contacto con la realidad.
 
Por otro lado, de la misma forma que Maquiavelo ofrece simplemente una descripción de la realidad que él observa como funcionamiento del poder y, por lo tanto, en base a ello asesora al gobernante en cómo conseguirlo; lo consultores deben centrarse también en cómo ayudar a los asesorados a conseguir sus objetivos, pero no deberían entrar a definir cuáles son los objetivos que el asesorado deben conseguir. Esta diferenciación es primordial para centrar profesionalmente el lugar que debe ocupar un consultor, así como para evitar conflictos de opiniones o funciones con los asesorados.

Finalmente, de la misma forma que Maquiavelo no considera que la religión deba condicionar la acción política, a pesar de que individualmente el gobernante pueda profesar su fe, los consultores a pesar de tener sus propios ideales, no deberían tampoco dejar que estos interfieran en sus juicios. Como técnicos, la objetividad es el mayor valor que pueden aportar y si se pierde, su función carece de sentido.

En definitiva, la política en muchos casos, implica posiciones que pueden parecer incompatibles con una visión de la realidad donde la ética presenta alternativas a lo que parece necesario. Al final como dice Francis Bacon, deberíamos estar agradecidos a Maquiavelo por exponernos tan claramente lo que los hombres hacen y lo que deberían hacer. Y lo cierto es que una vez se lee El Príncipe no solo se adquieren nociones y conocimientos sobre el poder, también empoderamiento, pues ninguna persona que lo haya leído puede ser engañada como antes de que lo hiciera.  

Bibliografía
-Escamez, Sebastián. El legado de Maquiavelo: pluralismo, republicanismo, consecuencialismo. Revista Española de Ciencia Política. Núm. 35, Julio 2014, pp. 11-29. https://recyt.fecyt.es//index.php/recp/
– Maquiavelo, Nicolás. El Príncipe (comentado por Napoleón). Ed. Espasa-Calpe, 1978.

Laura Barrallo es politóloga y consultora de comunicación política (@LauraBarrallo)

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