Cardenal Mazarino

SONIA LLORET

“No reveles a nadie tus verdaderos sentimientos. Maquilla tu corazón como se maquilla un rostro. Que las palabras que pronuncies, y hasta las inflexiones de tu voz, compartan el mismo disfraz. No olvides nunca que la mayoría de las emociones se leen en el rostro. De modo que, si tienes miedo, reprímelo repitiéndote que eres el único que lo sabe. Haz lo mismo con los otros sentimientos”.

Así de contundente, calculador y directo fue Julio Mazarino, Giuli Mazzarini o Jules Mazarin, dependiendo del país en el que desarrollaba sus tretas. Nacido en Pescina, Italia, en 1602, fue político, diplomático, militar, consejero de Luis XIV y responsable -como primer ministro- de poner las bases para convertir a Francia en la primera potencia europea del siglo XVII.

Ya de pequeño, en el colegio jesuita de Roma, Mazarino destacó por su encanto, simpatía, inteligencia y ese savoir faire que a todos conquistaba. Astuto y negociador nato, lo de bailar al son que más suena lo perfeccionó con la edad. Algunos lo llamarán hipocresía, pero lo del ilustrado italiano era puro realismo táctico, adaptación al contexto y pragmatismo. Convirtió en un arte de la comunicación política dos palabras: simula y disimula.

Bregado en las lides de la diplomacia de la Santa Sede, sabía que para llegar, triunfar  y mantener el poder había que escenificar, aparentar y nunca revelar las verdaderas intenciones.

Su accionar -cínico, perverso y amoral para algunos- quedó plasmado en su Breviario para Políticos. Un texto descarnado, sorprendente y no exento de cruda franqueza sobre cómo construir una imagen externa -una máscara- para proyectarla eficazmente y siempre salir -o tratar de hacerlo- airoso de los reclamos del pueblo: por muy culpable que fueras de sus penurias, la responsabilidad siempre debe recaer en otro.

Y es que, como afirma Umberto Eco, en el prefacio de una de las ediciones de su tratado, Mazarino resalta por su complejidad, lucidez y un elevado rigor teórico producto de una “muy humana deshonestidad planificada”. Su estrategia, argumenta, es la de “un hombre que aprendiendo a ganarse los favores de los poderosos, a hacerse amar por sus súbditos y a eliminar a sus enemigos, consigue conservar el poder gracias a las técnica de la simulación”.

 

Estratega y negociador

Apoyado por la poderosa familia italiana de los Colonna, a sus dieciséis años fue enviado a la Universidad de Alcalá de Henares, donde pronto dominó la lengua castellana y nació su pasión por lo español, que siempre tuvo y mantuvo pero que disimuló muy bien en el ámbito público. A lo largo de su carrera siempre existió una constante: trabajar para favorecer al reino francés y minar el poderío de la monarquía española.

Aún así, en su estancia de dos años en España, el amor -leit motiv en su vida- estuvo a punto de jugarle una mala jugada. Se enamoró de la hija de su prestamista y no sólo se quedó casi a las puertas de contraer matrimonio sino de endeudarse hasta la perdición: el cardenal Colonna evitó in extremis ambos supuestos devolviéndolo a Italia, donde finalizó los estudios y desde muy joven comenzó a realizar cargos diplomáticos para la Santa Sede.

Ese oficio, también convertido en beneficio personal, le permitió conocer y ser conocido por los hombres que manejaban el poder político y religioso de la Europa de entonces. Realizaba constantes viajes en nombre del Vaticano y bajo su servicio papal también fue capitán militar en el norte de Italia. Poco a poco fue ganando fama de buen negociador y estratega.

En sus visitas a Roma para dar parte de sus encomiendas entabló relación con el cardenal Bentivoglio, representante de los intereses franceses en la ciudad, quien pronto también recaló en sus virtudes. A través de éste, Mazarino comienza a practicar su singular lobby y cuando el Vaticano se posiciona del lado galo frente al dominio español, él entra en el juego como delegado papal en París.

En el año 1634 se produce el primero de muchos contactos con el famoso Cardenal Richelieu, primer ministro de Francia, y a partir de esa amistad también estrechará lazos con Luis XIII. Tan eficaz fue en su papel de enviado que Richelieu no duda en otorgarle una nunciatura extraordinaria en París y comienza a tener claro que el italiano es el hombre indicado para sucederlo. La empatía entre ambos y el interés común fue total desde que se conocieron.

 

Su trepidante ascenso en la Ciudad Luz

Mazarino es en sí mismo -como resalta Eco- una imagen espléndida de la consecución del poder mediante la pura y simple manipulación del consenso: “cómo gustar no solo a su señor, no solo a sus amigos, sino también a sus enemigos, a los que hay que elogiar, engatusar, convencer de nuestra buena voluntad y de nuestra buena fe, para que mueran, pero bendiciéndonos”.

Convertido ya en mano derecha de Richelieu, éste dejó por escrito que a su muerte lo sustituyera como primer ministro. De allí que fuera fundamental convertirlo en un francés de pies a cabeza: le concedió la nacionalidad, lo nombró cardenal -sin jamás haber pasado por el sacerdocio (Mazarino tuvo una vida muy disipada para tal labor)- y a partir de entonces en todos los documentos galos apareció como Jules Mazarin.

Tras fallecer Richelieu asumió su cargo y sólo un año después de emprender su labor también moriría Luis XIII. Su hijo y heredero Luis XIV, el futuro Rey Sol, tenía apenas cinco años y, por tanto, el difunto rey había dispuesto en su testamento que hasta su mayoría de edad la Regencia la asumirá un Consejo.

Mazarino hizo caso omiso a la voluntad del monarca: ni de lejos pensaba cumplirla, él tenía otros planes para el reino francés. Instalado en la corte había hecho muy buenas migas con otra española, pero ésta muy diferente a aquella novia adolescente. Se trataba ni más ni menos que de la reina Ana de Austria, la esposa Luis XIII.
La reina siempre mostró sus preferencias por Mazarino frente a la animadversión que le despertaba Richelieu, que siempre desconfió de ella porque pensaba que la descendiente de Felipe III iba a favorecer a España, cosa que nunca pasó.

Ana de Austria se enamoró de Mazarino y éste de ella. Cartas de la época y testigos parecen asegurar que aquello fue amor. Es más, la sombra de que Luis XIV fuera hijo del italo-francés y no de Luis XIII siempre planeó: la reina tardó más de 20 años en tener descendencia y ¡oh sorpresa! el alumbramiento aconteció coincidiendo con esa relación extramatrimonial, que tuvo su réplica en la ficción literaria de la mano de las aventuras del caballero y conde D’Artagnan en Los tres Mosqueteros.

Mazarino se las arregló para convencer a todos y lograr que el parlamento nombrara a Ana de Austria regente. Y como era de esperar, lo primero que ella hizo fue devolverle el favor a su amado. Poco interesada en los asuntos del día a día del poder lo nombró de nuevo primer ministro.

Así pues, Mazarino por mérito propio, ambición y pasión-interés -se dice que, incluso, llegó a casarse a escondidas con la reina-  se convierte en tutor de Luis XIV y en el hombre con más poder en suelo francés.

 

Los consejos al futuro Rey Sol

En el plano político, el cardenal fue una prolongación del proyecto de Richelieu, consolidó el absolutismo monárquico y preparó en todos los órdenes a su ahijado Luis XIV para gobernar.

Fue un verdadero padre para él y éste siempre lo consideró como tal. Esta estrecha relación le permitió concentrar poder, riqueza -la mayor fortuna privada de Francia de la época-, y asumir en primera persona  todos los conflictos en los que Francia estaba inmersa.

Para financiar las guerras se convirtió en un astuto recaudador de impuestos. El pago de tributos no sólo lo sufrió la nobleza a la que quería minimizar, sino también campesinos, comerciantes y las gentes de los oficios. Por su puesto, Mazarino delegó en personajes como Particelli d’Émery o Nicolás Fouquet, intendentes de finanzas, la aplicación y recaudación de todas esas medidas. Los malos eran ellos y no él, que lo único que hacía era defender los intereses franceses en el exterior.

“Siempre que puedas -aconseja en su breviario- recurre a subordinados para ejecutar tus planes (…) Resérvate para tareas más elevadas”. “Nadie ha de poder imaginar que, de acuerdo con tu superiores, has participado en la elaboración de nuevas leyes, sobre todo si son impopulares”.

“No defiendas nunca medidas demagógicas”. Pero si se sabe que eres el instigador de una acción impopular: “aplaca a la plebe otorgándole ostensiblemente algunas mercedes: por ejemplo, una remisión de impuestos o el indulto a un condenado. Demuestra que tú estás en las mejores relaciones con aquellos a quienes ama la gente humilde”.

Sin embargo, estas técnicas de disimulo y desvió de atención no las logró aplicar del todo siempre. Al ganar la Guerra de los Treinta Años frente a los alemanes y firmar el Tratado de Westfalia en 1648, Francia estaba aún más arruinada. Ese éxito en sus lides diplomáticas y militares conllevó a una crisis económica aún más profunda. El costo del conflicto supuso tomar medidas de mayor austeridad y presión fiscal.

Todos -incluida la nobleza- entendieron que el responsable de tal declive económico era Mazarino y la ira se desató contra él. Tuvo que exiliarse en dos ocasiones por la revolución de La Fronda (1648-1653) encabezada por los nobles  cansados de ver como su dinero e influencia iba disminuyendo frente al absolutismo.

Pero ni por esas se dio por vencido el cardenal, gobernó en la distancia gracias a la correspondencia asidua que mantuvo con su amada Ana de Austria, su tutorado y leales cómplices y servidores en la corte.

Derrotada La Fronda, en 1651 con solo 13 años Luis XIV da por finalizada la regencia de su madre y asume su rol como monarca. Mazarino regresa a París triunfante y siguerirá  moviendo los hilos en palacio. Todo pasará por sus manos antes de llegar al joven rey, que es prácticamente un mero ejecutor de sus decisiones.

Por eso en su breviario aconsejará a los posibles consejeros/consultores. “Si se sabe que tienes influencia sobre los poderosos, es a ti a quien considerarán responsable de sus malas acciones. Procura, pues, que tu señor escuche atentamente tus consejos y tome en consideración tus observaciones, pero que los grandes cambios políticos los haga en tu ausencia”.

Conocido como “la eminencia gris” -el poder detrás del poder-, no siempre quiso permanecer tras bastidores. De hecho, se considera históricamente mérito suyo lograr el que entonces fue uno de los máximos objetivos de Francia: debilitar definitivamente al imperio español. La Paz de los Pirineos resume el legado y la brillantez del cardenal.

Mazarino sella la alianza con el reino de España después de 25 años de conflicto y la negociación de los términos -muy ventajosos para Francia- supone una victoria para el reino de Luis XIV. Entre los acuerdos, Mazarino negocia el casamiento del soberano francés con la infanta María Teresa, hija de Felipe IV.

Dicho enlace nupcial era cuestión de estado para el cardenal. Eso lo tuvo siempre claro, pero debió explicárselo a su “ahijado” Luis XIV, quien se había enamorado perdidamente de la hermosa María Mancino, sobrina del propio cardenal, pero estadista como era Mazarino lejos de favorecer esa unión convenció a Luis XIV de que su opción era la española.

Con el matrimonio real España cederá a Francia sus territorios en los Países Bajos y la bicoca de medio millón de escudos de oro.

 

Su legado

Mazarino falleció en 1661 como primer ministro y artífice del largo camino para convertir a Francia en la monarquía más poderosa de Europa, en su lecho de muerte dejó un último consejo al Rey Sol: “No nombres nunca ningún primer ministro”. Obvio, hablaba por su experiencia y presencia omnipresente que el mismísimo Voltaire la resumió en una frase: “Nunca hubo en una corte más intrigas y esperanzas que durante la agonía del cardenal Mazarino”.

En su testamento ordenó que Luis XIV heredara los 35 millones de libras y las colecciones de arte que aglutinó, incluidos cuadros de renombrados pintores españoles, también ordenó la fundación del Colegio de Cuatro Naciones -el posterior Instituto de Francia-, abrió su biblioteca al público y dejó sus máximas en su breviario de las que damos cuenta a continuación.

 

Oratoria y media training barroco

Si bien no había entonces ni remotamente la sociedad hipercomunicada e informada de hoy, Mazarino sabía que para triunfar en el quehacer público la imagen era fundamental y, en consecuencia, había que analizarla, estudiarla y ensayarla.

El primer capítulo del manual -Conócete a ti mismo- habla de esa apariencia y los efectos en la percepción de los demás: cómo y qué quieres que conozcan los demás de ti. Mazarino -apunta Eco- tiene una idea muy clara del sujeto como producto semiótico. “Es un auténtico manual para la dramatización total del  YO”.

Así pues, uno de los primeros preceptos que recomendó a Luis XIV fue “aprender a controlar tus actos y a no relajarte jamás en esta vigilancia. (…) es fundamental que seas consciente de todos tus fallos y que vigiles en consecuencia tu conducta”. “Cada vez que aparezcas en público intenta comportarte de manera irreprochable: una sola metedura de pata es suficiente para manchar una reputación, y el daño a menudo es irreversible”.

Le recomendó también -y sirve para el político de hoy- prepararse para cualquier emboscada de la palabra. Para ello sugería fijar unos días para estudiar cómo reaccionar ante cualquier acontecimiento. “Memoriza, de forma que lo tengas siempre a tu disposición, un repertorio de fórmulas para saludar, replicar, tomar la palabra y, en general, hacer frente a todos los imprevistos de la vida social”.

Mazarino aconseja leer y tener a mano un resumen de todas esas lecturas para proyectar “una reputación de erudito” que eso nunca viene mal de cara a la galería, pero recuerda por aquello de simular y disimular: “guardar siempre algunas fuerzas de reserva, para que nadie pueda conocer los límites de tu capacidad”.

Repite a lo largo del breviario la necesidad de aprender de los grandes retóricos y logógrafos, y a utilizar con habilidad el optativo, la anfibología, la oratoria y todas las figuras para “pronunciar discursos que puedan interpretarse tanto en un sentido como en otro (…) Practicar la ambigüedad es a menudo necesario (…) incluso Aristóteles recurrió a ella al consignar por escrito sus teorías filosóficas”, sentencia.

“Ejercítate para poder defender en cualquier circunstancia tanto una opinión como la contraria”. Y por supuesto, acomoda la conducta a las circunstancias y las personas. “A los avaros háblales de pérdidas y ganancias; a los devotos, de Dios y de su excelsa gloria; a los jóvenes vanidosos, de éxitos probables y de humillaciones posibles”. “Prepara de antemano los temas que piensas abordar y la manera como los tratarás según los intereses de tu interlocutor: con este, las filosofías utópicas; con aquel, el arte militar; con aquel otro, la poesía. Y haz creer a todos que estos temas te apasionan tanto como a ellos”.

Para lograrlo -recalca- nunca se deben revelar los propios secretos y proyectos, pero sí hay que trabajar para descubrir los de los demás. La información es poder. ¿Y cómo lograrla? Mazarino aplica la ancestral técnica del espionaje: “a todo el mundo y de todas formas posibles”. Eso sí, con disimulo y decoro, “que tu curiosidad nunca sobrepase el límite de tus cejas”.

 

De las apariencias y el poder

“Deja para otros la gloria y la fama. Interésate tan solo por la realidad del poder”. Despojado de sensiblerías y conocedor de las flaquezas humanas apunta: “si quieres atraer la simpatía de los hombres del pueblo, promételes a cada uno en persona gratificaciones materiales: son las que causan efecto; al pueblo, la gloria y los honores le son indiferentes”.

“Si das una fiesta, procura que tus servidores obtengan algún beneficio: el pueblo es charlatán, y los criados hacen y deshacen reputaciones. Engáñalos con falsas apariencias para reprimir sus naturales tendencias a la indiscreción y al comadreo. Asimismo, mostrándote amable con tu peluquero o con una cortesana evitarás que divulguen rumores malévolos sobre ti”.

Y al mejor estilo de lanzar matrices de opinión, globos sonda y que sean otros los que filtren informacione propone: “si piensas hacer un cambio radical de política, entrevístate antes y en secreto con un teólogo, o con un experto cualquiera, y obtén su plena y total aprobación. Luego, haz de suerte que sea él quien te haga la sugerencia delante de testigos, él quien te incite a ello y -mejor aún- él quien parezca que te presiona claramente”: que “propague simplemente la noticia (…) Luego, legisla sin hacer caso de sus consejos, como buenamente te parezca”.  

A menudo le recomendaba a Luis XIV desconfiar de todo y todos. “Elogios, halagos, adulaciones, sarcasmos… En todos estos campos reina la hipocresía humana. Procúrate los panfletos que se publican contra ti, léelos, enséñalos a todo el mundo y haz ver que te ríes con ganas: eso desanimará a sus autores”.

Y “para saber lo que una persona piensa realmente de tu política, pídele a un hombre de tu confianza que exprese ante esa persona tus propias opiniones que él hará pasar por suyas; o bien un texto que habrás redactado, pero que fingirás que es de fuente extranjera y observa su reacción”.

En definitiva, estos son solo algunos de los fragmentos del Breviario de Políticos del Cardenal Mazarino. Un manual excepcional que, como afirmó el periodista e historiador Carles Ribera, en su reseña para la revista Prèsencia, no solo está dirigido a los supervivientes de la política, sino -mejor aún- a aquellos que aspiren y quieran sobrevivir en la política.

 

Sonia Lloret es Periodista. Especializada en comunicación política (@sonia_lloret)

Descargar en  PDF

Ver el resto del monográfico “Veinte spin doctors que debes conocer