Maryse Condé: cuerpo, feminidad y escritura contra el sistema colonial patriarcal

LAIA GÜELL

“Abena, mi madre, fue violada por un marinero inglés en la cubierta del Christ the King un día de 16**, mientras el navío zarpaba rumbo a Barbados. Yo fui fruto de aquella agresión. De aquel despreciable acto de odio.” Así comienza Yo, Tituba, la bruja negra de Salem, una de las novelas más aclamadas de Maryse Condé, la figura literaria femenina más célebre del Caribe francófono y el Premio Nobel de Literatura alternativo en 2018. Nacida en 1937 en la isla de Guadalupe, actualmente departamento de ultramar francés, Condé ha encontrado en la palabra el medio para expresar su visión del mundo y, más en particular, de las mujeres como parte de ese mundo. Con una narración de gran excelencia formal, la autora restaura la memoria de todas ellas y condena sus violencias, tanto físicas como simbólicas, perpetuadas por el sistema colonial patriarcal.

Intelectual rebelde, crítica e insumisa, ha rechazado en más de una ocasión considerarse feminista. Buena parte de la academia le ha atribuido este discurso autocrítico, muy lejos del propio discurso artístico, a ideas preconcebidas o sesgadas de la ideología feminista. Sin embargo, en sus novelas hay conciencia de género así como una crítica patente a la óptica colonial patriarcal. Una condena que cuestiona la asunción de lo blanco entendido como bueno y masculino en contraposición a lo malo, negro y, en consecuencia, femenino. Condé narra las historias de las mujeres deportadas al nuevo mundo por el sistema triangular negrero que, más allá del sistema de producción esclavista, fueron profundamente maltratadas por razón de género.

La pugna terminológica que conlleva la renuncia de Maryse Condé a la etiqueta feminista también ha llevado a otras estudiosas, como Michèle Praeger, a alinear a la escritora al movimiento womaniste, un término más bien ambiguo y tendencioso, vinculado única y exclusivamente a la condición de la mujer negra. Si bien muy cercana a las reivindicaciones de la négritude ya la creolité, y contemporánea de los caribeños Édouard Glissant o Frantz Fannon, el compromiso de la escritora con la lucha por los derechos de las mujeres no discrimina por el color de piel. Hermana de pensamiento de los también afroamericanas Torri Morrison y Jamaica Kincaid, como ellas a Condé la conciencia de la historia no le descuida la conciencia de género: asume y defiende las luchas de las mujeres de la diáspora africana al igual que de las mujeres oprimidas del resto del mundo.

Con todo, podemos convenir que la obra de Maryse Condé comulga con la filosofía del feminismo de la diferencia, que aboga por la diferencia sexual como liberadora del sexo femenino y contraria a la definición de género de mujer. También considera que las mujeres no deben imitar a los hombres para ser iguales en derechos que ellos y que es toda la sociedad quien se beneficia de la liberación patriarcal. Condé sintoniza con esta corriente del feminismo tal y como lo establecen en el ámbito francófono pensadoras como Lucie Irigaray, Annie Leclerc o Hélène Cixous. El pensamiento de esta última respecto de la écriture féminine se articula en la novela Yo, Tituba, la bruja negra de Salem a través de la compañía de celda de Tituba, Hester Prynne, condenada por adulterio: “Quisiera escribir un libro. ¡Pero por desgracia, las mujeres no pueden escribir! […] ¡Sí, me encantaría escribir un libro donde pudiese exponer un modelo de sociedad que estuviese gobernada y administrada por mujeres! Nuestros hijos llevarían nuestro apellido, los criaríamos nosotras…” Que la protagonista de La letra escarlata haga su aparición en la novela es casual. De hecho, se presenta a Tituba como feminista declarada, haciendo cuestionar a la protagonista si puede sentir deseo hacia “un cuerpo semejante al propio”, explorando así las diversidades afectivo-sexuales. A través de Hester, pero no sólo –recordemos que Tituba es el “yo” narrativo de esta novela–, Condé se reafirma en su propia escritura femenina desafiando la opresión sistemática por parte de figuras patriarcales y coloniales. Es más, la autora también da voz y entidad a estas mujeres a las que la Historia – y la historia de la literatura– les ha negado. Igualmente, permite plantear esa utopía que es el matriarcado, así como la cuestión de la maternidad y la crianza.

Entre las mujeres de la literatura condena hay madres sin instinto maternal, madres que abandonan a sus hijos, madres que abortan… y es que el aborto, el abandono o el infanticidio no están en ningún caso menos visibilizados que la maternidad o la crianza en la narrativa de Maryse Condé. En la novela Desirada, Reynalda, con tan sólo 15 años, intenta ahogarse en el río para poner fin a su embarazo, fruto de una relación incestuosa. También Delphine se suicida tras dar a luz a un hijo indeseado en Une saison en Rihata. Y en Yo, Tituba, la bruja negra de Salem, la protagonista decide matar a su hijo no nato porque no quiere llevarlo en este “mundo de blancos”, mientras que Hester Prynne confiesa a Tituba que se ha inducido más de un aborto por medio de pociones, purgas y laxantes. Existe, en todos estos casos, la reivindicación de los derechos reproductivos y del control del propio cuerpo. Un control que, como señala la pensadora italiana Silvia Federici, el sistema colonial patriarcal ha asimilado a la mujer capaz de ejercerlo en la figura maligna de la bruja. También se le asocian los conocimientos empíricos de las curas y los cuidados, que han pasado de generación en generación a través de la oralidad. Tituba se exclama: ¿Por qué la sociedad atribuye una connotación tan nefasta a la idea de «bruja»? La «bruja», si aceptamos la dichosa palabra, se dedica a corregir, a enderezar, a consolar, a sanar, a curar…”

Por otro lado, en las novelas de Maryse Condé también hay figuras femeninas que adoptan un rol maternal, que acogen a criaturas o ejercen de mentoras. Es el caso de Man Yaya, por ejemplo, que inicia a Tituba en los poderes curativos e intenta prevenirla de las dinámicas de sumisión y subyugación de las relaciones sentimentales heteronormativas: “Los hombres no aman. Los hombres poseen y esclavizan.” También la madre de Tituba, colgada en la horca por haberse rebelado contra un hombre que la quería violar por segunda vez –siendo la primera, la concepción de Tituba– se le aparece una vez muerta en forma de espíritu para acompañarla en su aventura vital, ella que no había mostrado ningún gesto de cariño a Tituba cuando ésta era niña.

En definitiva, los personajes de la obra condeana plantean reivindicaciones centrales de la lucha feminista. Y es que, a través de la palabra, de la escritura femenina, Maryse Condé construye un relato artístico que aboga por los derechos y libertades de todas las mujeres en todos los ámbitos. Un canto a la sororidad, abogando por la solidaridad y el deber de defender las luchas compartidas, que cuestiona el sistema colonial patriarcal y obliga a repensarlo. Así pues, aunque Condé prefiera no definirse como feminista, es indiscutible que el conjunto de su obra lucha lo es. Y si no, pregúntenlo a sus heroínas.

 

Laia Güell es Graduada en Global Studies y Máster en Construcción y Representación de Identidades Culturales. Premio Fil.catUB. Ayuda Fundació Mercè Rodoreda 2020. (@laiaguellpaule)

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