ANTONI CANYELLES
No es fácil llegar a un lugar desconocido sin mapa o hacer un risotto ai funghi sin seguir su receta. Alguien me puede corregir y decir que se puede llegar, de la misma manera que se puede lograr un plato exquisito sin quererlo. Eso sí, reconozcamos que difícilmente es posible a la primera y, de no ser así, sólo lo veo en uno de estos tres casos: que uno posea un talento innato, un golpe de suerte o a base de repetir intentos fallidos. Este es un manual más indicado para los del tercer grupo que, pese a la creciente desafección política y la que está cayendo, creen en la política y en la oratoria y no cesan en el empeño de construir un discurso político ideal.
Pero definamos primero qué entendemos por un buen discurso. Un buen discurso para mí es como una estantería. No me malinterpretes, no me refiero a un estante cualquiera. Estoy pensando en uno bueno. Por ejemplo, en un estante lack, como los que vende una multinacional sueca, famosa por sus muebles y sus albóndigas. No sé si lo tienes presente, pero da igual, es perfecto y contiene lo mismo que un discurso ideal: es sencillo, robusto y al mismo tiempo atractivo.
Debes saber que esa conjunción tan armónica y efectiva no sucede por casualidad. Un resultado así tiene detrás un trabajo ingente, entre otros, de diseño. Así que ahí va el primer consejo: hay que dedicar ingenio y tiempo a la construcción de los mensajes que armarán tu discurso, si pretendes que tu discurso no sea uno más y se sostenga solo en equilibrio.
Sigamos. Vaya por delante que si me enfrento a un manual de instrucciones que tiene más páginas que piezas a ensamblar y esquemas indescifrables, opto por tirar pronto la toalla y dejar la escultura abstracta para otro momento. Esperemos que con este manual no suceda igual.
Que tu estantería, perdón, tu discurso esté compuesto de una mínima estructura previa significa que debes acudir a la sencillez desde el montaje. A los discursos políticos les sucede lo mismo y, de hecho, con una sola herramienta se pueden construir: una llave allen del 4 en el caso de la estantería; para el discurso, la palabra es más que suficiente.
Segundo paso, abre tu editor de texto. Pantallazo en blanco in your face y estamos listos para continuar.
La luz blanca del pantallazo no será tan dura si has tenido en cuenta lo anterior, eso de que cualquier discurso, por breve que sea, debe tener un trabajo previo. No te pongas a escribir si antes no has garabateado unas notas, ya sean en forma de esquema en una servilleta de papel, o un mapa conceptual 3D en tu tableta.
Si de entrada tienes en cuenta el diseño del discurso, su arquitectura y forma, tienes algo de camino avanzado. De lo contrario, antes de ponerte a escribir debes concretar a quién va dirigido, tener presente el escenario donde será pronunciado y –decisión fundamental– resolver a qué parte del cerebro y del corazón quieres dirigir los argumentos. Por último, en esta fase clave no debería sonarte a chino eso de la teoría de los marcos de un tal Lackoff y deberías preocuparte por enmarcar bien los argumentos. Utilizar el lenguaje adecuado y no tener miedo a innovar para construir un discurso ilusionante son otros de los requisitos que te conducirán a un buen resultado final.
La manera de seguir avanzando y de abrirse camino entre el irritante haz de luz blanca que irradia de tu pantalla, es titular el discurso. Parece obvio, pero ayuda a centrarnos y a responder a un gran número de las preguntas anteriores. No es lo mismo empezar a escribir un discurso de investidura, un discurso de toma de posesión o un discurso frente a la Asociación de Zurdos.
Speech must go on. La pregunta a la que se enfrenta el speechwriter no es sólo qué decir, sino también cómo decirlo. No es lo mismo preparar un discurso para que sea pronunciado en sede parlamentaria, que otro para ser pronunciado en un parque frente a vecinos, o el famoso discurso de ascensor para lanzar tus argumentos de manera rápida y mordaz dirigido a convencer al receptor antes de haber llegado a la planta 10 o en menos de treinta segundos.
Mientras escribas, piensa en imágenes, visualiza el escenario donde se escucharán esas palabras, si el orador está sentado, si tiene más gente a su lado… Entonces sabrás si tu discurso es el adecuado.
Confieso lamentar que no se haya inventado el juego de la Fábrica de Discursos de Plastilina –inspirado en el de preparar cupcakes al instante– porque las grandes dificultades para perseguir el discurso ideal es impregnarlo de plasticidad. Es decir, la forma que va a tener una vez pronunciado.
El discurso político no es un fragmento de novela que permanecerá estático sobre el papel y que se completará en la imaginación del lector. La dificultad del discurso radica en que pasará a escena, pasará a ser oral. La buena (o mala) interpretación que haga el político, así como la escenografía, condicionarán en gran medida el impacto y el resultado final.
Recuerda estas dos reglas: el 70% de lo que se comunique será de manera no verbal. Y número dos, no hablamos como escribimos. Con frecuencia se logra plasmar sobre el papel frases ingeniosas que una vez puestas en práctica no han alcanzado el punch que uno esperaba. No hablamos como escribimos, por eso hay que escribir pensando en los ritmos, en la entonación y, sobretodo, en las imprescindibles pausas. Anota: los silencios también comunican, y mucho.
Menos es más. No se vende lo mejor ni lo más fácil, se vende lo mejor explicado y también lo aparentemente sencillo. Después de muchos discursos, uno llega a la conclusión de que no hay fórmulas mágicas. Es imprescindible detectar que lo que escribes no trasmite nada y sólo es de relleno. Entonces selecciónalo todo y pulsa Supr. A veces un discurso parece (y es) malo porque no logra comunicar. ¿Qué ha podido fallar? Una explicación rápida, sin consultar un comité de expertos, puede ser que sencillamente no había nada que comunicar.
Otro consejo: si quieres lograr el discurso político ideal, huye de tecnicismos y de palabras propias de la jerga política y del juego parlamentario. El discurso político debe ser más sencillo, más comprensible para todos los ciudadanos. El discurso político ideal debe buscar tocar fibras sensibles, traspasar la epidermis.
El discurso político debe ir también dirigido al corazón. No por casualidad, Aristóteles consideraba el corazón como el órgano más importante, más aún que el cerebro. Recuerda que el filósofo no daba puntada sin hilo…
El orador debe hacer comprensibles sus argumentos y el mejor medio es recurrir a las historias, al relato, para explicar sus valores y sus ideas. Haz que tus discursos enganchen desde la primera frase, que cobren forma en el imaginario de los receptores.
Si buscas el discurso ideal, haz que tus palabras traspasen las formalidades. Deja para otro día las declaraciones de buenas intenciones y ese no enfadar a nadie al que estamos tan acostumbrados.
Un discurso político no es un circuito cerrado. Los discursos políticos pueden incluir preguntas, dar respuestas y destilar conceptos valientes para transmitir a los ciudadanos las cosas claras. Quizás a algunos no les gusten, pero en el fondo agradecerán esta sinceridad.
Por cierto, constato en el manual que bastan dos pasos para el montaje del famoso estante de la referida empresa sueca que vende muebles y albóndigas. Lo que yo decía: sencillez de principio a fin.
Antoni Canyelles es politólogo y máster europeo en política social. Trabaja como asesor político y es autor del libro Paraula de President, un análisis de los discursos presidenciales en el Parlamento de las Islas Baleares. @TCanyelles
Publicado en Beerderberg
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