MIGUEL MACÍAS
Shkini Ben Ami, ex ministro de Exteriores israelí y gran experto en procesos electorales, define las elecciones en su país como un asunto tribal donde la gente vota por recuerdos, insultos, sensibilidades religiosas y agravios colectivos. Si bien, podemos convenir que en ningún país del mundo las elecciones son un asunto racional y todos en cierta medida nos dejamos arrastrar por las emociones, estas cobran una especial relevancia en Israel.
Un sistema político complejo
Israel es una democracia parlamentaria, que en condiciones normales celebra elecciones cada cuatro años. En la actualidad cuenta con unos 5.5 millones de electores con derecho a voto y tiene una tasa de participación moderada de entorno al 70%. Hasta aquí nada extraordinario o diferente de otras docenas de democracias parlamentarias del mundo. Son, sin embargo, otros aspectos como el religioso, el demográfico o el sociológico los que hacen de la política en Israel un asunto complejo, pero apasionante.
Los ciudadanos israelitas son muy activos pero con poca estabilidad política; no en vano son corrientes las rupturas de coaliciones y los constantes cambios de cromos hacia uno u otro partido, fenómenos que conducen con más frecuencia de la deseable a adelantos electorales que dificultan la estabilidad y la continuidad de políticas públicas clave como la educación o la sanidad.
En la actualidad existe un amplio abanico de formaciones políticas que cubren la totalidad del espectro ideológico del país. Desde el Meretz, que defiende posturas como el desmantelamiento de los asentamientos de colonos en Gaza y Cisjordania, o el reconocimiento de un Estado Palestino; hasta la extrema derecha, representada por el partido Israel Beitenu del hasta ahora ministro de exteriores, Avigdor Lieberman, el cual se opone por completo a cualquier concesión hacia los palestinos. En medio de estos dos extremos podemos encontrar todo un elenco de partidos a los que cuesta posicionar en un eje clásico de izquierda y derecha, y para el que se necesitan otras variables como la religiosa o, incluso, étnica para determinar su ubicación. Destacan el Partido Laborista y el Likud (partido histórico dominante en la derecha) como las opciones mayoritarias. No obstante, también cobran una especial relevancia multitud de pequeñas formaciones de centro como el Yesh Atid o el Kulanu (del popular presentador televisivo Moshe Khalon).
Sin embargo, la cosa no acaba ahí ya que para formar gobierno, ni la izquierda ni la derecha pueden permitirse el lujo de menospreciar a otras formaciones religiosas de corte judíoortodoxo o incluso árabe.
Una campaña dividida entre el miedo y el malestar social
Netanyahu ha sabido aprovechar -e incluso promover- a lo largo de toda la campaña electoral su figura como militar y hombre duro. Aunque comenzó la campaña intentando mostrar una imagen de cercanía y preocupación, asesorado sin duda por su equipo, que pretendía suavizar su imagen y acercarle a los problemas sociales de su país, uno de sus mayores hándicaps electorales; pero no se ha sentido cómodo en ningún momento con esa imagen. Por ello aprovechó la primera oportunidad para cambiar de estrategia y acentuar su imagen de hombre duro.
En una maniobra arriesgada, Netanyahu promovió su comparecencia en el pleno del Congreso Norteamericano, aprovechando la invitación del Partido Republicano, con el objetivo de cuestionar la negociación del gobierno de EEUU con Irán. Todos los analistas coinciden en que este fue el punto de inflexión de la campaña, y si bien, es posible afirmar que Bibi ha sabido obrar con mucha habilidad tras la vuelta a la campaña dura, esta ha podido tener efectos no tan positivos en la imagen exterior de Israel, especialmente con el actual gobierno Demócrata de los Estados Unidos.
Por su parte, la izquierda, liderada por el líder laborista Herzog, nieto del ex presidente Jaim Herzog, así como su socia en esta carrera, la ex ministra Tzipi Livni, no han sabido reaccionar a la ofensiva conservadora y no han sido capaces de captar al ciudadano descontento. A pesar de haber basado su estrategia de campaña en la carta social no han conseguido conectar con el ciudadano ansioso de cambio, harto de una política exterior que consideran les está alejando a marchas forzadas de las mayores potencias occidentales, incluidos los Estados Unidos y Europa; un ciudadano preocupado por el aumento de los problemas internos y sociales del país y que ve con entusiasmo una salida política al conflicto palestino-israelí. Herzog no ha conectado con las bases laboristas que le ven como alguien privilegiado, cercano a lo más parecido que tiene el país a una aristocracia y que se han sentido más atraídos por la participación en el V15 (movimiento similar al 15-M español) que en el viejo partido.
El poder del sionismo
Existe un duro enfrentamiento en la sociedad israelí, un debate que va más allá de lo filosófico, que ha vuelto a entrar con fuerza en la agenda social y política y que ha sido protagonista en la campaña. En Israel, se lucha por recuperar la idea sionista y redefinirlo con parámetros modernos. El Sionismo de hoy quiere convivir con la búsqueda de una identidad de pueblo que coexista con una democracia moderna.
Tanto Bibi como Herzog han luchado por atraer al votante con su idea de sionismo. El primero, percibido como el padre de los judíos duros ha defendido sin cuartel la idea del sionismo guerrero, anclado en posiciones inamovibles, cerradas a toda negociación y bajo una lógica dicotómica de supervivencia amigoenemigo. Por su parte Herzog, más moderado e integrador, defensor de la solución de los dos Estados y amigo de la diplomacia, no ha sabido encontrar el relato que conjugue sus valores y convenza a los israelíes de que el sionismo se ha refundado y que no sólo consiste en cambiar el nombre de un partido.
Posibles escenarios en el futuro
Finalmente, Netanyahu se ha acabado imponiendo en su puja personal con Herzog haciendo válida la arriesgada estrategia de adelantar las elecciones aunque los principales analistas auguran un breve y difícil mandato. El candidato conservador ha conseguido cerrar un gobierno in extremis con más concesiones de las que en un principio hubiese querido. Con esta legislatura, Netanyahu pasará a ostentar el honor de ser el político que más tiempo ha estado al frente del país, superando al icónico “padre” de la nación, Ben Gurión. De esta forma se confirma la tendencia y el giro a la derecha que comenzó hace 14 años con la salida del último premier laborista del Knesset y que alejan al país de la que otrora fue ideología dominante del país de los Kibutzs.
Por su parte, Herzog ha perdido este primer envite, pero muchas son las voces que apuntan a que ha dado un gran paso y ha recuperado parte de la alegría de esta izquierda aletargada. Si finalmente encuentra la esencia del nuevo sionismo e incorpora a su proyecto a una base social desencantada, no cabe duda de que estará preparado para volver a asumir las riendas del país de la misma forma que hizo su abuelo y devolver el gobierno a un laborismo sumido en el hastío de la oposición eterna. Sólo el tiempo lo dirá.
Miguel Macías es licenciado en Derecho y Ciencias Políticas por la UAM y Máster en Comunicación política por el IUOYG y la USC. Consultor de Public Affairs en Atrevia. @Miguel_MQuesada.
Publicado en Beerderberg
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