ADRIÁN BELTRÁN
“La salud de una sociedad se puede diagnosticar auscultando sus palabras”. Irene Vallejo
El Nobel de literatura Gabriel García Márquez publicó un libro recopilatorio de sus principales discursos ante tribunas internacionales bajo el contradictorio título Yo no vengo a decir un discurso. En el primero de sus textos, que leyó ante sus compañeros de Secundaria en Zipaquirá, el escritor colombiano exponía ante su público que le aterraba el compromiso formal, social y humano que implicaba dar un discurso pero que, sin embargo, les podía contar una historia. Y así, convencido de que estaba narrando cuentos, García Marquez nos legó grandes discursos bien condimentados de ideas, críticas y reflexiones sobre literatura, la soledad de América Latina o las desigualdades en el mundo.
En la política actual, los líderes y sus speechwriters ––en español el término es logógrafo–– hacen esfuerzos ímprobos para que sus textos se parezcan menos a un discurso y más a una historia. Porque en el imaginario colectivo los discursos son aburridos, técnicos y monótonos mientras que las historias son emocionantes, inspiracionales y memorables. La solución: incluir estructuras y recursos narrativos en los discursos.
Así, si tomamos como ejemplo los discursos de investidura de los presidentes estadounidenses Donald Trump y Joe Biden, del 20 de enero de 2017 y 20 de enero de 2021, respectivamente, podemos comprobar como el relato se impone en sus textos y la guerra de palabras se emplea para reforzar sus posiciones ideológicas, antagónicas, y, a la vez, tratar de seducir a los millones de ciudadanos de todo el mundo que siguieron the inaugural address.
Al igual que hacía García Márquez, el uso del storytelling predomina en ambos discursos de corte clásico: exordio, exposición, argumentación y epílogo. Trump usó 1.425 palabras para construir una historia ––más corta, más pragmática y menos literaria que la de Biden–– que trata de un valiente líder dispuesto a acabar con los privilegios del establishment y devolver el poder al pueblo (“Lo que verdaderamente importa no es qué partido controla nuestro gobierno, sino si la gente controla o no el gobierno. El 20 de enero de 2017 se recordará como el día en el que el pueblo volvió a gobernar este país”). A lo largo de todo el texto, Donald Trump reitera el leitmotiv de su campaña, America First, que luego ejecutó durante su polémica legislatura (“Vamos a seguir dos reglas muy sencillas: compra estadounidense y contrata a estadounidenses”).
Por su parte, Biden empleó 2.552 palabras para escribir un alegato a la unión, a la democracia y a la convivencia. Un discurso con reminiscencias del estilo Obama con el que instó al pueblo americano a vivir una nueva historia de superación para hacer frente a los grandes retos actuales: la pandemia, el populismo, el odio, los extremismos, las mentiras y la manipulación (“Y juntos escribiremos una historia estadounidense de esperanza, no de miedo. De unidad, no de división. De luz, no de oscuridad. Una historia estadounidense de decencia y dignidad, de amor y sanación, de grandeza y bondad. Que sea esta la historia que nos guíe. La historia que nos inspire”). En alusión directa a su predecesor y al clima de tensión que impera en el país durante las últimas semanas, Joe Biden hizo un llamamiento a la serenidad y a la unidad (“Podemos vernos unos a otros no como adversarios, sino como vecinos. Podemos tratarnos unos a otros con dignidad y respeto. Podemos unir fuerzas, dejar de gritar y bajar la temperatura. Porque sin unidad no hay paz, solo amargura y furia; no hay progreso, solo ira agotadora. No hay nación, solo una situación de caos”).
El análisis de las palabras elegidas, y reiteradas, también nos da pistas sobre los mensajes fuerza que los líderes pretenden transmitir. Estos son algunos ejemplos. El uso del pronombre posesivo nuestro, en todas sus formas, aparece en torno a 40 ocasiones en ambos discursos, entendemos que con el objetivo de hacer partícipe a la audiencia de su proyecto político. Otras palabras que se repiten por igual en los dos textos son pueblo (7 veces), Dios (4 veces) y juntos (4 veces Trump y 3 Biden). Por contra, mientras Trump se refiere a su país en casi todas las referencias como América (14 veces), Biden opta por el nombre oficial de Estados Unidos (22 veces). La palabra unidad está presente en todo el discurso de Biden (10 veces) así como otras palabras que responden al contexto actual y en confrontación con el modelo político de su antecesor como son verdad (5 veces), virus (4 veces), pandemia (3 veces), mentiras (3 veces) o Constitución (3 veces). Trump pone de manifiesto su ideología económica y proteccionista para el país con palabras como fronteras (4 veces), fábricas, capital o protegidos (3 veces cada una), aunque también se permite términos más blandos como sueños, corazón o lealtad (3 veces cada uno). Biden gana la partida al republicano en valores intrínsecos a la sociedad estadounidense como libertad (2 veces por 1) o empleo (8 veces por 4). Por último, sorprende que mientras el nuevo presidente mencionó hasta en 12 ocasiones la palabra democracia, alma mater de EEUU, Trump no la nombró ni una sola vez.
Queda demostrado que la palabra es el arma más poderosa de la política democrática, pero toda arma comporta riesgos. La milimétrica elección de las palabras en cada discurso y su capacidad de construir relatos, marcos mentales y generar emociones en los ciudadanos es decisiva para seducir a la sociedad y ganar elecciones, siempre que vayan convergentes a los hechos ––no puede haber comunicación eficiente sin acción coherente–– y se alejen de las artimañas de la manipulación y normalización de eufemismos (¿les suena Operación Libertad Duradera?), pues en el medio y largo plazo solo servirá para enfermar nuestra democracia y desprestigiar nuestra profesión.
Así lo defiende el filósofo y político François-Xavier Bellamy en su reciente ensayo Permanecer (Encuentro, 2020): “La verdadera urgencia política es resucitar el lenguaje. Tenemos que recuperar juntos el sentido de lo real y para eso tenemos que recuperar juntos el sentido de las palabras”. Como profesionales de la comunicación política tenemos un gran reto, escribir grandes historias, y una gran responsabilidad, hacerlo con palabras sinceras.
Adrián Beltrán Miralles es Jefe de gabinete del Ayuntamiento de Onda (Castellón). Licenciado en Publicidad y RR.PP. y Máster en Dirección Estratégica de la Comunicación (@adbeltran).