La Holanda de Cruyff contra la dictadura de Videla

KIKO BENÍTEZ

Cruyff es Cruyff. Único. Irrepetible. Un alumno aventajado. De la calle. El balón: su mejor escaparate. Y su mejor altavoz. Experto en lanzar mensajes. A veces con declaraciones. Otras, con gestos. Un regalo para los ojos todavía arcaicos de los años setenta. Moderno. Rebelde. Con melena. Flaco. Con talento. El quinto Beatle, pero en holandés. El 14. Johan Cruyff.

Podría ser un cuento de hadas. Una historia que habla de un niño que jugaba a ser futbolista en las calles de Ámsterdam, y que echaba una mano al utillero del Ajax. Hasta que el sueño se convirtió en realidad. Pero Johan siempre ha tenido los pies en el suelo. O en la pelota, y en la realidad que la rodea. Ni un entrenamiento sin balón. El motivo: “Si tú tienes el balón, el rival no lo tiene”. Genio. Gallina de piel. Aprovechó el altavoz que le proporcionaba el terreno de juego para hacerse oír fuera de él.

Johan era mucho más que fútbol. Y lo sabía. “Me gustaba abrir las puertas a cosas nuevas. Cosas que ahora son normales”. Sus gestos se estudiarían en las aulas de comunicación política. Un estratega de lo no verbal. Su melena, collares, se convirtieron en un icono. Quizás había quien lo consideraba demasiado progresista. Su llegada al FC Barcelona en 1973 supuso un gran acontecimiento en un contexto de final de dictadura franquista en España. Cruyff era consciente de dónde aterrizaba.

Como capitán, entendió qué suponía que él llevara el brazalete con la senyera de Catalunya: “La bandera está colgada en el campo, también la llevo en el brazalete de capitán. Todo lo que ocurre fuera se refleja en el campo. Es por eso, que el Barça es más que un club”.

Se pasaba horas sentado encima de la pelota, inventando: “Todo lo que sé lo he aprendido por experiencia y todo lo que he hecho, lo he hecho mirando al futuro, concentrándome en el progreso”. Maravilló con todas las camisetas que vistió. Para el recuerdo quedan sus exhibiciones con el Ajax y el FC Barcelona. O el imborrable recuerdo del número 14 liderando la Naranja Mecánica. Siempre rebelde. Con causa. Sólo su forma de ser le permitiría convertirse en El Holandés Volador con aquel gol imposible al Atlético de Madrid en 1973.

Un año después vería nacer a su hijo: Jordi. Cruyff interpretó a la perfección la importancia de llamarse Jordi en plena dictadura franquista. Y en Barcelona: “Pude palpar personalmente el peso de la política cuando fui a registrar a Jordi en Barcelona. En una de las oficinas oficiales me dijeron que Jordi era un nombre catalán y, por lo tanto, no podía registrarlo así, que debía hacerlo como Jorge. Le contesté al funcionario que era Jordi y que Jordi sería. Se lo dije letra por letra. Al final no se atrevieron a contradecirme”.

El holandés se hacía grande con la selección nacional. No le hizo falta ganar un Mundial para ser eterno. El Mundial de 1974 es una parada obligatoria en todos los resúmenes de la historia de los Mundiales. Gracias a él y a su Naranja Mecánica. Qué Mundial. Holanda perdería la final por 2-1 ante la República Federal de Alemania. Pocas veces se recuerda más al subcampeón que al equipo que levanta la Copa. Esta ocasión es una de ellas. Las exhibiciones de la Naranja Mecánica todavía suman visitas en YouTube.

Como quien espera la segunda temporada de una gran serie, el Mundial ’78 se esperaba con la sensación de estar viviendo algo único cada vez que televisaban a Holanda.

Fútbol. Contexto. El jueves 1 de junio de 1978 echó a rodar el balón en el que, para muchos, es el Mundial de la barbarie. Ese mismo día, las Madres de la Plaza de Mayo se manifestaban como cada jueves desde el 30 de abril de 1977 ante la Casa Rosada, pidiendo la devolución de sus hijos.

Argentina contaba 30.000 personas desaparecidas. El resto del mundo miraba para otro lado. La FIFA, también. Como en otros regímenes autoritarios, el deporte fue utilizado para ocultar los crímenes de estado. Corrupción. Muerte. Miedo. Argentina estuvo bajo la dictadura de Jorge Videla entre 1976 y 1981. El régimen puso al fútbol al servicio del terror durante el campeonato. Una frase ilustra los hechos. Es de la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto: “Mientras se gritan los goles, se apagan los gritos de los torturados y de los asesinados”. Terrible.

“Mientras nos torturaban en la ESMA, oíamos cómo se cantaban los goles en la cancha de River”. Son las declaraciones que hizo ante un juez uno de los detenidos en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada, en la avenida del Libertador de Buenos Aires. El campo de concentración más grande de la dictadura, pero no el único. A menos de 1.000 metros del Monumental de River Plate.

El mismísimo Osvaldo Ardiles, pieza clave de la Argentina campeona del mundo en el 78, se lamenta: “Duele saber que fuimos un elemento de distracción para el pueblo mientras se cometían atrocidades, fuimos utilizados como propaganda por parte de los militares”. Y, a la vez, señala: “Pero también servimos como bálsamo para mucha gente oprimida que pudo volver a salir a la calle envuelta en una bandera de Argentina”.

Cada relato sobre aquel Mundial es más estremecedor que el anterior. Ricardo Julio Villa, meses después del Mundial, jugaría en el Tottenham. Allí le apodaron Dios. Por su barba. El tiempo no perdona: “La barba está exactamente igual pero blanca”. Años después, le sigue doliendo aquella Copa del Mundo: “Asumo mi responsabilidad individual, era un boludo que no veía más allá de la pelota. Lamentablemente, uno se acostumbra a todo. Nos usaron para tapar las desapariciones de personas que pensaban distinto. Me siento engañado… A nosotros nos daban la pelota, jugábamos y no pensábamos en nada más. Por eso, no me siento partícipe ni cómplice de los militares. Estoy convencido totalmente que me hubiera gustado luchar para que la Argentina se diera cuenta de lo que pasaba”.

En medio de todo esto: Cruyff. El holandés hizo público que no disputaría el Mundial ’78. Sin lesión de por medio. Su ausencia se convirtió en una reivindicación social. Miles de holandeses llegaron a recoger firmas para que Johan jugase el Mundial. Pero Cruyff es Cruyff. La decisión estaba tomada.

Durante décadas, han surgido teorías de todo tipo tratando de justificar su ausencia. Todas encajan con el personaje. Unas más románticas. Otras, menos. Se ha escuchado que Johan no acudió al Mundial porque era contrario a la dictadura que sufría Argentina. En protesta, no iba al Mundial. Su carácter, sus ideas, han hecho que esta teoría haya ganado peso con el paso del tiempo. Otras explicaciones señalan a problemas internos y hasta una pelea con la asociación del fútbol de su país. Un tema de sponsors.

Han sido treinta años de silencio y rumores. Muy de Cruyff: siempre controlando los tiempos. Hasta que el 15 de abril de 2008, en una entrevista a Catalunya Ràdio, Johan confiesa que él y su familia habían sido víctima de un intento de secuestro pocos meses antes de aquel Mundial. Una situación traumática que cambió su “visión de la vida”. No estaba para el Mundial.

“Por la noche entraron varios hombres armados y nos ataron a mí y a mi familia mientras nos apuntaban. Deben saber que yo he tenido problemas en el final de mi carrera como jugador en este club, pero no sé si ustedes saben que alguien me puso un rifle en la cabeza y me ató, y ató a mi mujer enfrente de mis hijos en nuestro departamento de Barcelona”. Según explica Cruyff, el holandés consiguió desatarse, terminando así con el intento de secuestro. La experiencia, por traumática, cambió la rutina de la familia Cruyff. “Los chicos iban al colegio con custodia policial. La policía durmió en nuestra casa por tres o cuatro meses. Para los partidos, llevaba un guardaespaldas”. “Todo esto hace cambiar tu punto de vista sobre muchas cosas. Hay momentos en la vida en los que hay otros valores. Queríamos parar y ser un poco más sensatos. Era el momento de poner el fútbol a un costado. No podía jugar un Mundial después de eso”.

Holanda perdió la final del Mundial ’78, por 3-1, y contra Argentina. A la hora de recibir los trofeos, los jugadores se fueron a los vestuarios. El motivo: no darían la mano a los jefes de la dictadura argentina. Todo un gesto que habla de un equipo que, antes de la final, se había reunido con las Madres de la Plaza de Mayo.

Hay fechas que quedan grabadas en la historia. Johan Cruyff fallecería el 24 de marzo de 2016. Paradójicamente, también un 24 de marzo, pero de 1976, se inició la dictadura de Jorge Videla en Argentina. Hoy, el país sudamericano conmemora cada 24 de marzo como el Día nacional por la Memoria, la Verdad y la Justicia, en memoria de las víctimas de la dictadura militar.

Así era Johan Cruyff. Inimitable. Una persona preocupada por los mismos temas que preocupan a la gente de la calle. Cruyff, a menudo, era difícil de entender. No habrá otro como él. Aunque como él mismo dijo a un periodista: “Si yo hubiera querido que me entendieras, me hubiera explicado mucho mejor”. Johan Cruyff.

 

Kiko Benítez Martín es periodista deportivo, posgrado en comunicación y liderazgo político. Cursando el máster ICPS. (@KikoBentez)

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