“Hoy todos nos sentimos migrantes: nuestro mundo conocido parece desvanecerse”: entrevista a Violeta Serrano

Violeta Serrano es codirige el posgrado Escrituras: Creatividad y Comunicación de la FLACSO Argentina y es profesora de la Universidad Internacional de Valencia. Fundadora de la revista continuidaddeloslibros.com, colabora en diversos medios internacionales. Desde 2013 vive entre Buenos Aires y Madrid. Es autora del libro «Poder Migrante» (Editorial Ariel). (@violetaserga)

Entrevistada por Marina Isun

Usted plantea la siguiente pregunta en el inicio del libro: ¿A qué se enfrentan las personas que dejan su país de origen y empiezan una nueva vida en España? ¿Qué nos podría responder siguiendo su propia experiencia?

En realidad el libro va más allá del caso de España. Plantea que todos somos de algún modo migrantes, ya que el siglo XXI está constituido por identidades transnacionales como norma, y no como excepción.

Por eso, todo migrante, venga de donde venga, se enfrenta a una incertidumbre brutal. Dejar atrás la zona de confort implica valentía y adaptabilidad. Yo fui migrante en Argentina y ahora soy una especie de migrante en mi propio país de origen, España, porque me siento parte igualmente de ambos. Eso es la migración, o debería serlo, una mezcla que sume, y no una imposición que reste. Lo contrario genera conflicto social a escalas muy peligrosas, como estamos viendo, por ejemplo, en el caso de Francia.

Estamos ante una oportunidad excepcional para repensar el concepto de migración y de gestión demográfica de nuestro mundo. En este momento histórico que estamos viviendo, todos nos sentimos migrantes: nuestro mundo conocido, todo lo que era sólido, parece desvanecerse entre los dedos y no sabemos qué será lo que vendrá después. Nos sentimos vulnerables y un tanto atemorizados. Esto es justo lo que siente una persona que se va de su país para intentar abrirse camino en otro ajeno. Si estamos en el mismo barco más que nunca, si la salida sólo puede ser global, ¿no deberíamos repensar qué somos, qué nos identifica, qué nos mueve, qué maneras podemos reinventar para salir a flote juntos en un proceso de crisis planetaria como el actual?

¿Cree que con el auge de partidos de ultraderecha como Vox se ha naturalizado los discursos de odio o simplemente se manifiestan con mayor intensidad? ¿Es España un país racista?

En el caso de España en particular, los migrantes no tienen absolutamente todo en contra por algo muy importante: la población no los rechaza. Hay varios testimonios sobre esto en el libro: muchos migrantes prefieren los países de Europa del sur, aunque sean más precarios, porque se sienten bien, aceptados, y esto es indispensable para desarrollar una vida feliz que es lo que todos los seres humanos buscamos. El pueblo español es generoso y acogedor, quizá por su memoria migrante. Recojo datos sobre este punto en el libro. Otra cosa es que ciertas narrativas políticas estén intentando hacer palancas con la figura del migrante para generar odio y ganar adeptos apelando a las pasiones humanas más primitivas: el miedo ante lo desconocido, por ejemplo, o la pura supervivencia que se activa a través de los prejuicios que nos constituyen, claro. Es importante desnudar estas estrategias discursivas para no generar un ejército de odiadores que, en vez de aliarse con personas que pueden mejorar su calidad de vida en España, se conviertan en sus peores enemigos. El racismo se construye desde las élites y no al revés: no va de abajo arriba.

¿Qué herramientas puede desarrollar el estado para abordar este problema? ¿Cree que se puede (y/o debe) regular los discursos de odio en las redes?

Creo que las redes sociales están horadando a la democracia, no tengo ninguna duda de ello, porque atentan contra su esencia: el diálogo con aquello que me molesta para llegar a acuerdos de convivencia y consenso. Si las comunicaciones se desarrollan casi exclusivamente en entornos de burbujas temáticas donde continuamente subrayamos nuestros propios prejuicios, tenemos un problema serio, de un calibre nunca antes visto. Pienso que somos los primitivos de una nueva era y recién nos estamos percatando de los frenéticos peligros que la estructura de las redes sociales puede generan en nuestros sistemas democráticos. Ahora bien, también pienso que las redes sociales propician una solidaridad internacional nunca antes vista que, por supuesto, tiene consecuencias en la política real. Pienso, por ejemplo, en el caso del asesinato de Georges Floyd y el consiguiente #BlackLivesMatter que se convirtió en un grito global. Eso es positivo porque estoy segura de que ayudó a la caída de Trump aunque es cierto, no lo olvido, que aún así tuvo muchísimos votantes que le apoyaron, cosa que no me sorprende porque es un maestro del ruido y eso es fundamental en la era del enfrentamiento, como dice Christian Salmon. Tenemos que salvar el lenguaje, es urgente. Y no es imposible. La tecnología, como todas las cosas, no es buena o mala, es útil o no según el uso que los seres humanos, sus creadores, hacemos de ella. Y pienso que recién estamos dándonos cuenta del monstruo creado: ¿podemos embridarlo y debemos hacerlo? Tal vez sí. Tal vez no sea tarde. Creo que es una aproximación muy similar a la del sistema financiero: o establecemos algún freno, o nos comerá crudos.

En ocasiones se dice que la izquierda peca de discurso buenista o naif con la inmigración y no tiende abordar los conflictos que se pueden generar de manera directa. Esta lógica es en la que se escudan muchos analistas a la hora de abordar los apoyos de barrios trabajadores, tradicionalmente de izquierdas, a candidatos abiertamente críticos con la inmigración. ¿Qué opina? ¿Es la inmigración un frame dónde la izquierda no tiene espacio ante el discurso de “ley y orden”?

Creo que la izquierda debería ir más allá del discurso de respeto a los derechos humanos, que está muy bien, obviamente, pero eso no le sirve a quien no llega a fin de mes. A ese ciudadano, cada vez más frecuente, por cierto, no quiere teoría porque su situación es de urgencia. Lo que necesita es que le expliquen cómo mejorará su vida por la vía de los hechos. Si dejamos que la extrema derecha diga: “Los migrantes te van a quitar el trabajo o te van a bajar el sueldo porque aceptarán honorarios menores”, obviamente ese discurso calará. Sin embargo, si desde la izquierda damos argumentos igual de potentes en dirección opuesta, tal vez ganemos el centro, además de reforzar la izquierda que ya tenemos ganada. Me explico: según datos de PorCausa, un inmigrante ilegal cuesta 2.000 euros al Estado por persona y año. Si trabajase de manera legal, aportaría 3.250 euros a través de impuestos y otras transferencias de ingresos que agregarían riqueza a la economía formal. El mensaje debería ser: ¿quieres mantener tu sistema de salud, tu sistema de pensiones? Alíate con el migrante. No es que los queramos o no, es que los necesitamos. En toda Europa, que es un continente envejecido con una demografía que asusta si la pones de frente a los países que exportan migrantes jóvenes con ganas de comerse el mundo, pero particularmente en España. Tenemos unos 400.000 trabajadores irregulares aquí, de los cuales, 8 de cada 10 proceden de Latinoamérica. Somos menos “prejuiciosos” con los latinos, porque nos resultan más parecidos. No dejemos que nos llenen la cabeza con imágenes de negros muertos de hambre que vienen a comerse a nuestros niños. No, señor, esto es una barbaridad. Principalmente porque no emigra quien quiere, sino quien puede. Los que llegan a España no están tan mal: sólo quieren mejorar sus condiciones de vida y luchan por ello. Nos conviene que se integren y que ayuden a empujar el sistema, porque está maltrecho, cada día más. Es muy importante entender esto en el marco de nuestras sociedades envejecidas y conservadoras. Los migrantes son una fuerza excelente que deberíamos aprovechar incorporándolos como aliados, no como enemigos. Eso haría, también, mejorar las situaciones económicas en origen a través del sistema de remesas. Dejemos de mirar al mundo con gafas del siglo XX. Esta película es global: los territorios importan poco, lo que interesa es la fuerza de las ideas, del avance tecnológico, de hacer frente común para salir adelante. Si tienes la suerte de tener migrantes que cuiden a tus hijos mientras tú te dedicas a avanzar en tus trabajo “hipercualificado”, agradécelo. Y si crees que te van a quitar el trabajo, piensa si querrías cobrar sueldos de miseria por labores esenciales como recoger fresas en Huelva por monedas. La pandemia fue y es un gran sacudón a nuestra propia hipocresía. ¿Quién nos abasteció de comida mientras nos pedían que nos quedásemos en casa? Nos toca decir gracias, más que nada.

Uno de los últimos recursos discursivos es relacionar la inmigración con la estabilidad de las pensiones y del sistema de bienestar ante una Europa cada vez más vieja y con menor natalidad. ¿Qué le parece esta lectura economicista?

Me parece muy útil. Aunque es verdad que tiene un problema que no deberíamos olvidar si lo analizamos con más profundidad. Los migrantes de segunda generación ya no son los de la primera, y esto es un dato a tener muy en cuenta. Ya ha pasado en las elecciones de EEUU: los latinos que ya son americanos no necesariamente apoyan a sus compañeros que recién llegan al país. Cuidado con esto: es conveniente gestionar muy bien la adaptación cultural y ajustar el argumento económico para no caer en paradojas de este tipo. Tengo mucha esperanza en las generaciones de jóvenes en este sentido.

 

Entrevista realizada por Marina Isun, consultora de comunicación (@marinaisun)

Fotografía de Alejandra López

Ficha del libro en nuestra web