ROBERTO CHITI
La evidencia permite afirmar que el particular mecanismo electoral de primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) que se aplica en Argentina desde el año 2011, propicia situaciones que pueden considerarse distorsivas desde la lógica de las campañas tradicionales.
La singularidad del sistema de primarias vuelve a quedar expuesta en las actuales elecciones
Ante todo cabe señalar que se trata de un sistema que, al determinar que todos los electores están obligados a participar en la preselección de candidatos, no registra parangón en otros países. Dicho lo cual, las dos cuestiones fundamentales que establecieron las PASO son la imposición a los partidos de superar el 1,5% del total de votos válidos (como requisito para poder participar luego en las elecciones generales), y la posibilidad de dirimir dentro de una misma fuerza (o coalición) quiénes integrarán la lista que competirá en la fase general.
Por lo tanto, además de filtrar a los espacios menores de la elección general, y dado que los partidos tienden a preferir definir sus listas por mecanismos no abiertos, el efecto preponderante de las PASO termina siendo el de evidenciar el nivel de apoyo real que tienen las distintas fuerzas. Lo que convierte a esta instancia en una especie de encuesta de alta precisión.
Esta faceta de las PASO de anticipar la tendencia del voto produce, por lógica, distintos tipos de reacciones, tanto de parte de los espacios políticos como de la opinión pública en general. Pero en lo concerniente a la esfera propia de los partidos contendientes, las respuestas se orientarán invariablemente con miras a que en las generales se mejore la performance, lo que suele implicar ajustes o rediseños en las estrategias y acciones correspondientes.
Sin embargo, según haya sido la magnitud de los resultados en las PASO, tales respuestas pueden implicar variaciones sustanciales, y llevar incluso a cambios radicales en el rumbo de las campañas. Más aún si se tratase de un resultado sorpresivo o inesperado por su nivel de negatividad.
Elecciones 2021: un duro golpe para el gobierno y cambio en los ejes de la campaña oficialista
Tal ha sido el caso suscitado en las recientes PASO del 12 de septiembre último, cuando el gobierno nacional del Frente de Todos sufrió una amplia derrota que la mayoría de encuestas no predijeron. De tal magnitud fue el cimbronazo en la coalición oficialista, que precipitó reemplazos de algunos de los principales ministros (incluido el jefe de gabinete) luego de la presión pública –por medio de una carta- de la vice presidenta Cristina Kirchner sobre el Presidente Alberto Fernández, en la que aquella expuso su preeminencia sobre la figura del primer mandatario.
Esa reconfiguración gubernamental –con un contraproducente efecto ante la opinión pública, según encuestas posteriores-, bien puede considerarse la primera acción de campaña de cara a las elecciones del próximo 14 de noviembre.
La misma fue seguida en las semanas recientes por distintas medidas de clara impronta electoralista. Fundamentalmente una serie de anuncios –muchos de los cuales se han ido concretando- que van desde incrementar de manera inmediata el poder adquisitivo tanto de sectores medios y jubilados como de beneficiarios de planes de asistencia social, hasta subsidiar viajes de egresados de alumnos escolares. Un conjunto de medidas denominado “Plan Platita”.
A su vez, desde la mirada específica de la comunicación política, el giro de la campaña oficialista pareció implicar a los distintos planos de la estrategia electoral:
Los objetivos, ahora reformulados. Ya no consisten en imponerse a nivel nacional, sino en reducir el margen de la derrota para mitigar el impacto político y sí, poner el foco en determinados distritos donde el resultado fue ajustado para reducir la pérdida de bancas en el Congreso. Para ello, la apuesta es a movilizar a segmentos afines que no participaron de las PASO.
El relato, que claramente no pudo prevalecer para las primarias, basado en que las circunstancias –la pandemia- fueron la causa de la tremenda crisis socioeconómica. De ahí que se haya pasado a tratar de instalar una nueva narrativa más positiva (la Campaña del Sí), apelando a imágenes y mensajes centrados en la proactividad y cercanía, en reemplazo del muy criticado eslogan “Estamos empezando a salir a la vida que queremos”.
Los candidatos, sobre todo en el principal distrito, la provincia de Buenos Aires, donde se había priorizado la marca “Frente de Todos” por sobre los integrantes de la lista, de escasa notoriedad. La nueva postura se enfoca en una mayor exposición de los referentes territoriales del peronismo.
Los temas, en sintonía con las ya citadas medidas, a fin de instalar una agenda de “buenas noticias” basada en permanentes obras de gestión gubernamental.
Ante este escenario, ¿es razonable esperar que con cambios tan pronunciados de campaña, en un margen escaso de tiempo, se logre un efecto electoral exitoso? Este interrogante también podría formularse en el sentido inverso: ¿Puede tenerse la expectativa de revertir un resultado electoral muy negativo, sin recurrir a cambios radicales en la campaña?
Las respuestas no serán unívocas, ya que los factores que intervienen e inciden en los resultados electorales son diversos, y no pueden subestimarse condicionantes como el contexto o los imponderables, entre otros. Sí resulta evidente que los oficialismos disponen de una sideral ventaja respecto a las fuerzas de oposición en campaña, al contar –en una zona gris de licitud- con el manejo de recursos gubernamentales que pueden impactar de manera directa en la ciudadanía.
Los antecedentes de las últimas elecciones y diferentes escenarios posibles
Hay que señalar que el precedente de las elecciones presidenciales de 2019 configuró un caso bastante similar al presente, cuando el entonces gobierno de Mauricio Macri perdió por un margen abultado e inesperado las PASO. Eso lo llevó a modificar sustancialmente la campaña posterior, para la que también adoptó varias medidas gubernamentales de tono electoralista, como súbitos aumentos salariales y congelamiento de bienes y tarifas de servicios públicos. Lo cual fue complementado con un cambio de estrategia de campaña que pasó a centrarse en la épica, la emoción y la positividad, bajo el eslogan “Sí se puede”, dejando de lado el relato de tono más explicativo-racional implementado previamente.
El resultado electoral mostró una recuperación notable para el entonces gobierno de Juntos por el Cambio, que acortó la desventaja de 16% en las PASO, a 8% en la elección general. Quedó así a escaso margen de ingresar al balotaje y sobre todo, pudo compensar la relación de fuerzas en el Congreso. Aunque no fue suficiente para evitar la victoria presidencial del Frente de Todos.
Desde una mirada más general, si se considera el conjunto de procesos electorales a nivel nacional desde la implantación de las PASO en 2011, se distinguen tres tipos de escenarios:
En primer lugar, que las diferencias entre los principales partidos producidas en las PASO, a grandes rasgos, se mantengan en las posteriores elecciones generales (como ocurrió en 2013). Un segundo escenario potencial es que las diferencias se acentúen (como sucedió en 2011 y 2017). Y tercero, puede ocurrir que las diferencias se reduzcan significativamente, como ocurrió en 2015 y en el citado caso de 2019.
El cuarto escenario posible consistiría en que la elección se revierta. Aún no ha ocurrido y por el momento, no parece haber indicios que en 2021 pueda ocurrir.
Roberto Chiti es Politólogo, analista y consultor. Máster en Geopolítica por la Universidad La Sapienza. Máster en Economía y Políticas Públicas por las Universidades de Lugano y Cattolica di Milano. Posgrado en Comunicación Política por la UAB y la UCA. Director de análisis político de la consultora Diagnóstico Político. (@Rchit75)